Era más joven que los otros, sobre los treinta años; y... bueno, no sabría decir si era atractivo. Cabello corto y negro, barba de tres días, unos vaqueros claros un poco ajustados, y una camiseta oscura. No es que fuera muy bien vestido, pero me hubiera parecido guapo sino fuera por la forma en que me miraba. Parecía sorprendido, como si yo no fuera lo que él esperaba.

Fijo a los ojos, eso fue: Unos ojos negrísimos y fijos en los míos, con esa expresión de sorpresa. Me sentí rara, estando desnuda ante él sin que me repasara el cuerpo con cara de pervertido, como los cerdos de aquella nave industrial. Esa mirada intimidaba. Y por primera vez desde que dejé de ser la de antes, sentí vergüenza.

No pude evitar sonrojarme. Esos ojos tan negros que no se apartaban de los míos. Podía haberme sentido orgullosa, sabiendo que mis ojos son bonitos. Tal como me miraba, podía haber pensado que yo le gustaba a ese hombre, y a pesar de su pinta de malo de la película no estaba mal, podría haber esperado que él también me hiciera algo. Algo mucho mejor que los de la noche anterior...

Pero no: Él también me miraba como pensando, y de pronto negó con la cabeza, muy despacio. Y yo sentí otra vez un escalofrío. No: a ese tío ni le gustaba ni dejaba de gustarle. Era una mirada de desprecio, como si yo no sirviera para lo que me habían traído. Fría. Cínica.

─Ah, hola Diego ─Dijo el cámara ─¿No puede hacerse aquí? Es que la luz es mejor, y el viejo dijo que...

─El viejo tiene invitados. Quiere hacerlo en la piscina. Llevadla para allá que ahora los traigo.

Pero no fue oír lo de los invitados. Fue otra vez su voz. Sonaba tranquila y totalmente indiferente, aún más cínica que su mirada. Y me quedé con una impresión clarísima en la cabeza.

Cuidado con éste. Éste es peligroso.