P8C5. ¿En qué me había convertido?

Jueves por la tarde, bastante tarde ya. En el coche de Nuria, y otra vez muy rápido. O eso parecía.

─¡Ya puedes quitártela! ─ Me gritó ella.

Tardé un poco, pero me acabé quitando la capucha. Ya íbamos por la autopista, y sí: muy deprisa.

─¿Qué ha pasado en esa casa? ─ Me preguntó, casi gritando sobre el ruido del viento.

La miré, y en ese mismo momento ella movió de golpe el volante pero suavemente, con una tranquilidad pasmosa. Vi otra vez cómo adelantábamos a un coche por la derecha, muy, muy cerca. Ese coche parecía ir marcha atrás a toda velocidad, y entonces me incliné para mirar el velocímetro: 233 Km/h.

Volví a mirar al frente sin contestar. Me gustaba la sensación: la velocidad, ver cómo Nuria hacía zigzaguear el coche de un carril a otro con tanta habilidad, y cómo pasábamos por entre los otros coches, que parecían estar parados. Me gustaba sobre todo porque esa sensación ocultaba las otras.

─¡El viejo estaba cabreado! ─ Volvió a gritar ella ─¡No te conviene nada que se enfade!

Tuvo que decirlo, no podía estar callada. Tuvo que hacer salir ella las sensaciones que yo había conseguido esconder: El miedo, y la rabia.

Volvíamos de la casa del viejo. Una mansión enorme, con unos jardines impresionantes. No podía estar muy lejos de la ciudad, pero naturalmente había ido y después vuelto con la cabeza tapada, así que el sitio exacto no lo sabía.

**********

Nuria me lo había dicho por la mañana. Bueno, mediodía debía ser cuando vino a despertarme en su otro piso, donde me llevó después de lo de la nave industrial. Pero yo ya llevaba un buen rato despierta. No era el mismo piso del sábado por la noche y también tenía miedo, pero no por no saber dónde estaba.

Lo de la noche antrior había sido horrible. Aquella gente perdió del todo su elegancia. Ningún reparo. Ningún límite. Y yo me lo había dejado hacer todo, y ni estaba segura de si fueron las pastillas. Llegó un momento en que sabía que no me gustaba, y cuando alguno de aquellos cerdos llegó a pegarme, me sentía como si hubiera saltado al infierno, y estuviera con unos demonios que querían castigarme por haberlo hecho.

Pero tenía orgasmos. Y no me quejé. Y... todo. Todo lo que quisieron.

Y allí estaba, en la penumbra de aquella habitación desconocida, intentando concentrarme en contar los días desde mi última regla sin que el miedo me dejara. Porque me daba cuenta otra vez de lo peor: De que había sido asqueroso y de que iba a haber más, pero también de que al recordarlo allí, a salvo en aquella cama, no sabía si quería dejarlo.

¿En qué me había convertido?

Nuria fue muy amable. Antes de meterme en la cama me ayudó a lavarme, y ella misma me puso una crema en algunos moratones que me habían provocado. Y cuando me levanté me preparó un buen desayuno. Y mientras comía incluso me preguntó si estaba bien, pero en ningún momento si quería seguir o dejarlo. Simplemente esperó a que terminara, y después me dijo que al viejo le había gustado el vídeo del sábado por la noche, en su otro piso, y que quería verme haciéndolo otra vez.

Y yo lo escuché en silencio, aún asustada. Ya había saltado al vacío. Ya sabía lo que era y lo que había abajo, y sabía que tenía que largarme de allí cuanto antes. Pero algo me lo impedía y no era el miedo. Era como si la decisión ya estuviera tomada y no fuera mía.

Le dije que de acuerdo.







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