P8C38. La cara del infierno
Giramos en el siguiente puente para cruzar por encima de la ronda, y luego otra vez para incorporarnos a ella en el sentido contrario.
─¿Qué? ¿Te creías que no te iba a encontrar? Ja, ja... Fue muy fácil ver el Mercedes del viejo, rondando por tu casa... ─Rió el Diego, muy satisfecho.
Y yo no dije nada. Vaya... Así que cuando fui a la casa de mi padre a por el lápiz... Pero no me arrepentía. Había que hacerlo igualmente, y ahora José ya lo tenía.
─¿Y por qué no la pillaste ahí? ─Preguntó el que conducía.
─Porque estaba con el negro ─Se lamentó el Diego.
─¿El negro? ¿Aquel tan bestia? Joder...
─Tooda la puta noche esperando. Y cuando la soltó, la muy puta se me mete en el bar, y va y se me escaquea con su amiga. Suerte que también estaba el chaval.
─Pues me debes una buena ─Dijo el conductor ─. Me has tenido todo el día delante de la casa del puto chaval, esperando a que saliera.
Ostras, José... ¿Y para qué coño se van contando cómo me han encontrado? ¿No me tienen ya?
─Bueno, ahora ya está. Ya podré terminar el trabajo ─Dijo el Diego. Ostras...
─¿Y por qué no lo hacemos por aquí? Hay muchos sitios ¿Por qué coño hay que ir a una granja?
¿Una... granja?
─Porque voy a hacerlo bien ─Dijo el Diego ─. Se lo oí decir al viejo... ¿Sabes lo que quería, el tío?
─¿Qué?
─Un vídeo de ella con...
Y mientras ese Diego le contaba a su amigo lo que el viejo quería que me hicieran, yo tuve que bajar la cabeza, y cerrar la garganta con todas mis fuerzas para contener las náuseas. Pero no pude contener las lágrimas.
─¡No jodas! ─Exclamó el otro.
─¡Ja, ja, ja... vaya con el viejo! ─Se rió el conductor.
─Ahora ya sabe que no podía fiarse tanto de un puto negro ─Siguió el Diego ─. Cuando vea que me he encargado yo del trabajo, y además así... je, je... Ya verás cómo se pondrá cuando le enseñe el vídeo... me pagará lo que quiera.
Y yo seguía mirando la cara de ese hombre sentado a mi lado. Porque llevaba mirándole un rato sin poder evitarlo. Su cara se iluminaba y se oscurecía rítmicamente, al mismo ritmo al que el coche pasaba bajo las luces de la avenida. Esas luces le daban a él un aspecto siniestro, y a mí me helaban el corazón.
Si él hubiese mirado mi cuerpo desnudo, aunque sólo fuera un instante. Si yo hubiese visto en su cara una señal de perversión, o de orgullo... Primero creí que presumía de lo listo que era para destacar ante sus amigos, como me había dicho Habib. Quizá pensando eso yo habría reaccionado, y le habría dicho que el viejo no le pagaría nada por ningún vídeo.
Pero no pude decir nada. Me quedé helada viendo la mirada fría y distante de aquel hombre, porque en aquellos ojos sólo había indiferencia. Acababa de decir cómo iban a matarme y le daba igual.
Y los malos de la película ya no eran el viejo y mi padre, ahora el infierno tenía un nombre y una cara: La del tal Diego.
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