P8C37. Tu suerte está echada

Así. Helada. Mirando. Y por un momento aún esperé que... no sé, que el poli guapo lo detuviera o algo... Pero no. Hablaban los tres y el Diego miraba hacia mí, y yo me lo imaginaba sonriendo. 

"Dile que no puedes llamar a la policía ¿Entiendes?" Me lo había dicho Nuria, y ahora esas palabras resonaban en mi cabeza, muy fuerte, mientras se me salían las lágrimas.

Empezaron a andar los tres hacia mí. El Diego iba delante y pronto pude ver su sonrisa. Apenas tuve ánimo de intentar abrir la puerta, pero no se abría ¿de qué me iba a servir? La imagen de aquel monstruo acercándose se nublaba por mis lágrimas. Por favor... por favor...

Fue él quien abrió mi puerta. Me agarró del brazo y me sacó tirando tan bruscamente que creí que me lo arrancaba. Me quedé ante él, sujeta por el brazo, tan fuerte que dolía. Llorando.

─¿Qué te creías? ¿Que te ibas a escaquear otra vez?

─Oye, que ésta es muy joven ─Dijo el policía ─. No me buscarás problemas ¿eh?

─Tranquilo Manuel, que es una puta de mucho cuidado ─Contestó el Diego ─. Tú a lo tuyo, que lo que le tiene que pasar ya está más que cantado.

Manuel... recordé lo que había dicho el Diego por el móvil "¿Está Manuel en su sitio?" y las piernas ya no me sostuvieron. Me sentí caer, y él ya no fue nada delicado. Me apretó el brazo aún más fuerte y echó a andar hacia el coche negro, literalmente arrastrándome.

─¡Eh! ¡Espera! ¡Que os dejáis esto!

Era el policía, que se acercaba con mi mochila en la mano. Se había quedado en su coche. Se la dio al hombre alto. Ostras, la mochila... el móvil...

Entramos en el coche negro, que arrancó enseguida. Yo detrás con el tal Diego. El que tenía la mochila de copiloto, y al volante había un tercer hombre. El de la mochila abrió la guantera y sacó un guante de plástico. Se lo puso y la registró. Ostras...

─A ver qué tenemos aquííí... ¡Anda, mira! ¡Un móvil! ¡Hooostia qué chulo! ¿Me lo puedo quedar? je, je, je.

─Venga, tío, que ya vamos a girar ─Dijo el conductor.

─Pues espera... párate aquí ─El que dijo eso fue el Diego. El conductor se arrimó otra vez a la derecha y detuvo el coche. El Diego me miró.

─Los pantalones. Quítatelos.

Los pantalones... ¿Ya está? ¿Tan pronto? ¿Va a ser aquí, en un coche?

─¡¡Venga!! ─Gritó, tan fuerte que a mí también se me escapó un grito.

Y de golpe levantó la mano, como para pegarme. Me asustó tanto que rápidamente me desabroché los pantalones y levantando el trasero los deslicé hasta las rodillas. ¡Hostia! ¡¡Alba!! Me incliné hacia delante para bajármelos hasta los tobillos y empecé a toquetearlos. Estaba tan nerviosa que no podía.

─¡¡Qué coño haces!! ─Volvió a gritar el Diego. ¡Hostia, que está a mi lado!

─Los... zapatos... No puedo... ─Gemí.

─¡Pues quítatelos también, coño! ¡Quítatelo todo y dámelo!

Finalmente pude. Me quité las deportivas, incluso los calcetines, y los pantalones. Se los di.

─¡Te he dicho todo!

─Venga, niña, que ya no te va a hacer falta, je, je ─Exclamó el de la mochila.

Y así, con el Diego a mi lado y dos otros dos girados, mirándome, me quité las bragas y la camiseta.

─Joder, si casi no tiene tetas... ─Dijo el conductor ─Joder, Diego, qué quemao que vas...

─Cállate, imbécil... ─Dijo el Diego, mientras registraba los bolsillos de los shorts y miraba las deportivas. Sólo encontró los billetes y monedas que llevaba en el bolsillo de los pantalones, pero volvió a meterlos dentro.

─No lleva nada más... toma ─Volvió a decir, dándoselo todo al de la mochila.

Y éste lo metió todo dentro, incluido el móvil, y la cerró. Luego bajó el cristal de la ventanilla y la lanzó fuera, bien lejos.

El coche arrancó mientras yo miraba por la ventanilla aquella mochila, abandonada en la negra noche, sobre la amplia acera.

Alba... Ahora sí que tu suerte está echada.

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