P8C31. Sólo un regalo
Ya se estaba poniendo el sol y estábamos las dos sentadas en una barca de pesca bastante grande que estaba sobre la arena, cada una con una cerveza en la mano.
Al llegar nos apeteció mucho tomar el sol. Las dos íbamos en camiseta y shorts, pero Eli llevaba el bikini debajo. Y cuando la vi con él me fijé en su cuerpo. Era mucho más sexy que el mío. Ya no sentía ninguna envidia, y tampoco es que me excitara, pero no pude evitar mirarlo. Yo no llevaba bañador, pero ya no me importó nada quitarme la camiseta y tumbarme directamente en la arena sólo con los shorts.
Y cuando ella vio los rasguños y moretones que me habían quedado de lo de la noche anterior, casi le da un ataque. Suerte que ya se lo había explicado.
─Ya ves ─ Le dije ─. Pero tranquila, que no me duele.
─Bueno, al menos veo que ya no te da complejo enseñar las tetas. Algo es algo...
Vaya, pensaba que mis complejos sólo los conocía yo. Pero ahora ya sabía que Eli no tiene un pelo de tonta...
─¿Qué tetas? ─Le dije en broma.
─Ahora eres tú la idiota. Con lo guapa que eres... ─Contestó.
Sabía de sobras que ella tampoco se excitaría al verme, pero me di cuenta de que también me miraba. Ella no se atrevió a quitarse lo de arriba, y al principio la veía un poco incómoda. Pero al poco de estar tumbadas ya estaba charlando como si nada.
Y ahora allí, tomándonos las cervezas sobre aquella barca, con el mar a nuestras espaldas, contemplábamos la preciosa puesta de sol tras la ciudad y compartimos un larguísimo silencio. No es que sintiera nada romántico, y estoy segura de que Eli tampoco. Pero estábamos tan unidas, y era tan... idílico... Fue ella la que se giró para mirarme y habló primero.
─Alba, que sepas que estoy colgadísima de José... ─Dijo.
─Ya lo sé. Como él de ti... ─Dije enseguida. Uy, uy uuuy...
─¿Tú... podrías... besarme?
─¿Besarte?
─En la boca... ─Susurró mirándome. Estaba colorada como un tomate.
Ostras ¡Ostras! Vale, estábamos en aquella barca mirando la puesta de sol. Y también estaba todo lo que le había contado. Pero es que ella no...
─Eli, que sólo llevas dos días saliendo con José...
─Me enamoré de él porque es muy diferente ─Susurró ─. No tiene los prejuicios que tienen los otros... No sabe lo que son los celos.
Se quedó como pensando y yo no dije nada. Como quien dice acababa de conocerla bien, pero... Ostras, que ella no era como yo...
─Es sólo curiosidad ─Siguió ─. Es que... él me quiere a pesar de mis cicatrices, y a veces recuerdo cuando no las tenía. Y pienso que... si no hubiera tenido el accidente...
Me levanté y me puse de rodillas frente a ella, sobre el suelo de la barca. Le cogí las dos manos. Estábamos cara a cara, pero ella no me miraba.
─Es donde estamos, y lo que nos hemos contado. Te estás liando, Eli...
─Tienes razón. Perdona...
─¿Qué intentabas decirme? ¿Que te enamoraste de José porque no le importan tus cicatrices?
Ella seguía mirando abajo.
─Claro. Tú no lo sabías... ─Dijo.
─¿Saber qué?
─José y yo también íbamos al mismo colegio en primaria, y él ya era como es ahora. No sé cuando empecé a gustarle, pero yo le quiero desde mucho antes de tener el accidente.
Ahora sí me miró. Vaya...
─Perdona ─Siguió ─. Sólo era curiosidad. Yo sólo...
No la dejé terminar. Me acerqué de golpe, pero puse mis labios sobre los suyos con toda la suavidad de que fui capaz. Y deseaba hacerlo. Porque ya lo sabía: Ella tampoco era una chica normal, pero seguiría igual de enamorada de su chico. Algo que yo nunca podría sentir.
Y no era envidia sino todo lo contrario. Me hacía feliz estar con alguien que pudiera sentir eso y que lo compartiera conmigo. Y quería darle las gracias. Sólo un regalo, sólo una buena experiencia vivida con una amiga. Sabía que ella deseaba hacerlo, y yo también. Quería dárselo.
Ella se sorprendió y aspiró un poco de aire, pero pronto respondió. Solté una de sus manos y se la puse en la cadera. Ella soltó la otra y me rodeó el cuello con los brazos. Y ya no paré.
El beso fue largo. Largo de verdad. Cuando me separé, ella jadeaba...
─Ostras... ostras... Alba...
Yo no dije nada. Pero ella ahora me rodeaba la cintura con los brazos y no me soltaba. Con suavidad, apoyé una mano sobre su hombro, y muy lentamente empecé a bajarle el tirante del bikini.
─Oooostras... ─Gimió, mirando alrededor.
─¿Tienes miedo de que nos vean? ─Le susurré.
─¡Ooooh Dios! ─Volvió a gemir cuando empecé a imitar con mis labios lo que Olga me había hecho en el tren.
─Hostia, Alba... No sé qué va a pasar, pero por favor no pares...
─No va a pasar nada malo, tonta... Anda, ven, que aquí abajo no nos verá nadie.
Me incliné un poco hacia atrás y ella me siguió. Y fue ella la que volvió a besarme. Lentamente nos inclinamos girando hasta quedar tumbadas en el suelo de la barca, ella boca arriba y yo casi encima.
Lo hice con todo mi cariño, sin ninguna prisa. No iba a pasar nada, ella no lo necesitaba como yo. Pero por una vez, lo iba a sentir. Olga me lo enseñó en el tren y sabía cómo hacerlo. Iba a tener más de un orgasmo. Unos orgasmos que sólo podía darle otra chica.
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