P8C3. El famoso viejo

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AVISO: En este capítulo aparece un nuevo personaje con una perversión sexual repugnante. Este personaje será esencial en la historia, y su actitud será debida a sus gustos sexuales; pero éstos serán mencionados como eso: Las obsesiones de un personaje perverso y cruel.

Quiero dejar muy claro que en ningún momento se detallarán esas obsesiones. No se hará apología de ellas ni se mencionarán como algo aceptable, sino todo lo contrario. Pronto se verá que la protagonista tiene una actitud de rechazo hacia éstas, y esa actitud quedará clara en la reacción que ella acabará teniendo, que también será crucial en el argumento.

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Parecía una sala de reuniones, con una mesa enorme y larga rodeada de asientos altos. Estaba a oscuras pero al fondo había una pantalla que ocupaba media pared, con una imagen proyectada. ¡Mierda! ¡Era yo! Oh, Dios... desnuda y atada sobre un banco. Tenía que ser el vídeo del sábado, en el piso de Nuria, pero la imagen estaba congelada. Y yo, entre lo que acababa de pasar y verme de aquella forma, en una pantalla... uuuff...

Y al fondo, en un asiento junto a la mesa, se veía un hombre mirando la pantalla. El negro me llevó hasta él. En un rincón había dos hombres más, pero con la penumbra sólo veía bien al que estaba sentado, con la luz de la pantalla. Ostras... ¡Era un anciano! ¡El famoso viejo! Me miraba fijamente, sin decir nada. Estaba un poco inclinado hacia delante, y se apoyaba con las dos manos en un bastón que mantenía vertical sobre el suelo, frente a él. Y no sé por qué su cara me sonaba, aunque entonces no caí en ello.

─Hemos visto que has estado con Nuria haciendo juegos... de mayores. Y que te han gustado mucho... ─Dijo el negro. El anciano seguía callado. Joder ¿Cuántos años debía tener?

─¿Es verdad? ─Me apremió el negro. Ya no parecía tan amable.

¿Verdad el qué? ¿Que me había gustado? Asentí lentamente, y no me costó nada poner cara de asustada, como me había dicho Nuria. Estaba acojonadísima.

─Y nos dicen que has sido tú la que ha querido venir aquí... ¿Es verdad?

Volví a asentir. Ahora la impresión era fortísima.

─¿Cuantos años tienes?

Y dudé. Nuria me había avisado que me preguntarían eso, y me dijo lo que debía contestar: una edad que yo podía aparentar fácilmente. Pero al oírlo pensé que por mucha pinta de niña que tuviera, no diría esa ni loca.

No hay como el miedo para hacerte decir lo que no quieres.

─Eee... Trece...

Entonces el viejo hizo una mueca y levantó una mano. Y le hizo al negro un gesto con ella, moviendo la palma como si quisiera espantar una mosca. Y otra vez ni pude reaccionar. El negro se giró hacia mí y me pegó un tortazo en la cara que me tiró al suelo.

Caí de espaldas. Inconscientemente eché un brazo hacia atrás y golpeé el suelo con el codo, haciéndome daño ¿Qué pasa? ¿No era eso lo que tenía que decir? Y de pronto el viejo habló:

─Me encanta que parezcas tan niña, Alba. Pero no me gusta que me mientan. Levántate.

¿Alba? ¿Ya le habían dicho mi nombre? Y al levantarme ya lo noté. Quizá fue el tortazo, pero ya estaba ahí el efecto de las pastillas: Ese sofoco, y la inquietud en todo el cuerpo; y el corazón latiéndome cada vez más rápido. El negro me agarró del brazo y me llevó otra vez frente al viejo. Lo miré, y el miedo ya lo dominaba todo. Y ya no me iba a dejar.

─Sé quien eres. Soy un buen cliente de tu padre. De hecho, el mejor.

Y al oírlo me dio un vuelco el corazón. Mierda ¡¡mierda!! mi padre... ¡Oh Dios! Y entonces reconocí a aquel viejo... lo había visto en el bufete ¡Dios! Ahora sí que estoy jodida.

─¿No te acuerdas de mí?

Negué con la cabeza, acojonada.

─No me gusta que me mientan... Nos hemos visto alguna vez, en el bufete de tu padre.

Y ahí tuve que asentir. Mierda, si lo había visto varias veces, incluso me acordaba de su nombre...

─Menuda sorpresa, ¿no?

No dije nada. Ay, ay, ay...

─¿No? ─Volvió a preguntar. Yo asentí ¿Qué coño quería?

─Pues imagínate la mía cuando me han enseñado el vídeo de tí... con tu madrastra... ─Dijo, señalando con la mano la pantalla. Oh, Dios... ¡Oh, Dios! ¿También salía Olga?

─Pues sí, también la conozco a ella. Sé perfectamente a lo que se dedica cuando no está trabajando... Lo que no esperaba es que tú fueras aún más puta.

Me lo quedé mirando. Sentía ganas de llorar. Olga...

─Es mejor que lo sepas. Tu madrastra está bien, pero a mi me gustan más... jóvenes.

Oooh mierda...

─Y tengo mucho dinero... Cuando encuentran alguna interesante... normalmente me la traen para que pueda verla... en vivo... Lo pago bien... Pero al ver a la hija de... He tenido que venir yo, antes de que... se descontrole la cosa.

Cuando Nuria me lo dijo en el coche decidí ignorarlo, pero ya no podía. Eso era lo que tenía delante: Un pederasta. Y encima cliente del bufete de mi padre ¡si él lo supiera! Y al mirar a ese anciano sentía cada vez más asco ¿Un pederasta ése? ¿Cuántos años debía tener? ¿cien? Además ¿Por qué hablaba con tantas pausas? Era como si tuviera que coger aire.

─Pero bueno, ahora que te veo bien... Tu serías un poco mayor para mi gusto ... ─Pausa. Ostras, qué asco ─... pero realmente aparentas la edad que has dicho ... ─Pausa ─... Y nunca había visto a una niña hacer lo que tú ... ... has hecho.

Una pausa más larga. Y yo casi lloraba...

─Por supuesto preferiría que esto no se supiera... ...Tengo negocios muy importantes con tu padre... Me iría mejor que él no tuviera distracciones...

Eso no podía estar pasando. ¿Negocios importantes? ¡Era como una película! ¿Tenía delante un mafioso? ¡Oh, Dios!

─... Quiero que tengas clara una cosa. Yo estoy muy bien relacionado. Si esto se... supiera yo no tendría demasiados problemas ... ... Quiero que pienses en lo que pasaría si ... ...si todo el mundo viera el vídeo contigo y tu madrastra... ... aparte de otros que tengo de ella.

No hacía falta pensar. Lo único que intentaba era retener las lágrimas.

─¿Sabes porqué te digo todo esto?

Negué con la cabeza.

─Podemos hacer dos cosas... La primera olvidamos de esto y que te acompañen a tu casa... Si se te ocurre decir algo de mí ya sabes que tengo los vídeos.

Esperó un rato pero yo estaba helada. Lo que me había dicho el negro... Pero tampoco podía decir nada. La sensación de nervios, por las pastillas, ya era tan fuerte que me costaba respirar.

─Si quieres irte dilo ahora ─ Insistió él.

Lo decía con una sonrisa repugnante. Y al verla sentía asco, pero sobre todo miedo. Pero lo peor era lo primero que pensé: Que a aquel cerdo no le interesaba que mi padre se enterara. Y tampoco que me pasara nada malo, porque era un cliente de su bufete.

─Lo sabía... ─Siguió, con una sonrisa aún más asquerosa ─ La segunda que te quedes a "jugar" aquí... ... pero no podrás irte esta noche... ...Le has dicho a Nuria que tienes... una semana... Harás alguna cosa más que yo decida... ... Y ... ... si lo haces bien después podrás irte.

Y el miedo me paralizaba, porque ya era demasiado tarde. Estaba muy claro: aquello no era la aventura sexual que me insinuó Nuria, aquello era un secuestro. Y fue entonces cuando me di cuenta de algo que aún era peor. Ese ardor que sentía tan dentro ya era insoportable, pero no era por eso. Podía pensar con claridad y me daba cuenta de lo que también sentía. Era eso lo peor de todo.

Mirándole a los ojos, super acojonada, empecé a desabrocharme la blusa. Pero de golpe él pareció echarse hacia atrás y me miró... ¿asustado?

─¿Pero qué haces? ¡Puta! ─Gritó. ─¡No hagas eso tan cerca de mi!

Me paré de golpe ¿Pero qué le pasa a este tío? Se quedó un buen rato respirando fuerte, hasta que pareció calmarse. Luego, como si nada hubiera pasado, dijo:

─Ahora bajaremos abajo, pero antes de empezar explicaremos una historia, para que todos sepan lo puta que eres. El negro... ...te hará preguntas y tú... ...responderás lo que ahora te diré... Escucha bien.

Y mientras me contaba las preguntas que me haría el negro, y lo que quería que yo contestara, tuve que volver a aguantarme las lágrimas. Al principio creí que era para tener una grabación donde yo dijera que estaba allí voluntariamente, pero pronto vi lo que realmente quería: una grabación de una niña pequeña y asustada. E intenté pensar que ya tenía dieciséis, que lo que oía era sólo la perversión de un cerdo. Que no era un problema mío, como me había dicho Nuria.

Pero me sentía muy sucia, porque ya sabía lo peor: Que no quería irme de allí.




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