P8C25. Nunca había pasado tanto miedo
Salimos de la sala. Una de las puertas daba al garaje. Entramos sin encender la luz y fuimos hasta un coche aparcado ante el portón de salida. Habib abrió la puerta del coche y me hizo entrar. Habib, así me confirmó que se llamaba. Yo me senté en el asiento del copiloto.
─Tardaré un poco ─Dijo ─. Tendrás que tener paciencia.
Cerró la puerta del coche y se fue. Intenté acomodarme. Era un coche muy lujoso, pero con los asientos de cuero y la camiseta mojada notaba un tacto desagradable en la espalda. Y estaba completamente a oscuras. No es que me diera miedo, pero la oscuridad aumentaba esa sensación que no podía evitar: la de que algo iba a fallar.
Pasó bastante rato antes de oír aquel ruido. Yo pegué un bote. Alguien estaba abriendo una puerta pequeña, que estaba junto al portón del garaje. Vi aquella figura oscura entrando, con la luz que venía desde fuera. No era Habib... mierda... Y antes de que la volviera a cerrar me pareció oír unas voces en el exterior, pero cerró rápido y con sigilo, y luego se acercó despacio, como si estuviera escondiéndose. Yo me fui inclinando a medida que se acercaba, hasta que llegó junto al coche, yo ya totalmente tumbada. Por favor... por favor que no me vea...
Pero volvió a alejarse... ¡y encendió la luz! ¡Ay, ay! Volvió junto al coche y abrió la puerta.
¡Mierda! ¡¡Mierda!! ¡Era el tal Diego!
Me quedé allí, ridículamente tumbada, temblando, mirándolo. Pero él no dijo nada, sólo me miraba con los ojos entrecerrados. Y ahora, con la puerta del coche abierta volví a oír las voces fuera. Eran gritos... ¡El viejo! No podía distinguir lo que decía, pero le oí varias veces gritar el nombre... ¿Habib? Ostras ¿Qué pasa?
El tal Diego miró hacia la puerta mientras se oía al viejo gritar. Parecía preocupado. Y de golpe cesaron los gritos. Él volvió a mirarme, negó con la cabeza y cerró la puerta del coche. Se alejó de nuevo y cerró la luz del garaje. Otra vez a oscuras, pero permaneció un buen rato ahí. Podía sentir su presencia mientras el corazón casi se me salía por la boca. Y al final, con el mismo sigilo volvió a abrir la portezuela y salió cerrándola tras de sí.
Cuando volvió Habib parecía que habían pasado años. Al principio ni sabía si era él, pero no era como cuando ese tal Diego me miró, después de abrir la puerta del coche. Nunca, ni siquiera antes en la otra sala, había pasado tanto miedo.
Habib abrió, se sentó al volante y cerró. Arrancó el coche, pulsó un botón y el portón del garaje empezó a abrirse.
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