P8C24. Si crees que me importa...

La oscuridad.

Y el ahogo en los pulmones ya vacíos. Dolía.

Y aquella inmensa angustia, y...

Y un roce en las nalgas. Y otra vez esa sensación de caerme, como por la mañana sobre aquella barandilla. Y otro golpe, y otro, ése fortísimo...

¿Dónde he golpeado? ¿En el suelo?

─No respires aún.

Abrí los ojos. El negro había soltado la cuerda y yo había caído de frente, golpeando el suelo primero con una rodilla, luego con un hombro y la cabeza. Y aún tardé en darme cuenta. ¡Hostia cómo dolía la garganta al intentar respirar! ¡Y la cabeza!... ¡Aaay!

─Te recomiendo que aspires despacio...

Y tuve que aspirar despacio, porque con cada respiración el dolor en la cabeza se hacía insoportable. Apenas me daba cuenta de que él me estaba desatando. Luego se puso de pie y volvió a quedarse ante mí, mirándome.

Yo estaba tumbada de lado sobre el suelo, aún acurrucada. El hombro sobre el que me apoyaba me dolía muchísimo, pero era como si el golpe me hubiera despejado. Lo primero que pensé fue que el negro habría decidido matarme de otra forma, y enseguida volvió el miedo. No me atrevía a moverme.

─¿Qué.. vas a...? ─Intenté decir. Pero la garganta me quemaba y no pude seguir. Y él estuvo un buen rato en silencio, antes de hablar:

─Mi mundo no es como el tuyo, niña. En mi país hay guerra. La gente se mata sólo para sobrevivir, y vosotros lo miráis en la televisión. Si crees que me importa lo que te pase...

─Yo... No yo... ─Balbuceé; pero me costaba hablar y no sabía qué decir. No entendía nada. Y sin poder controlarlo empecé a llorar, otra vez sin atreverme a abrir la boca.

─No importa lo que ella diga. Eres sólo una niña.

Y negué con la cabeza. Y la levanté para mirarle. Él me miraba a mí de una forma que me abrumaba.

─¿Qué vas a hacerme? ─Pregunté.

─Hablé con Nuria antes de ir a buscarte ─Dijo. Y esa vez fui yo la que se quedó callada.

─Son niñas... Tú eres una niña ¿Sabes lo que les hacen en mi país? ¿Tienes idea de a cuántas he visto llorar así? ─Añadió. Y volvió a quedarse en silencio.

Y yo dejé de llorar. Aquel hombre tenía una mirada fría, pero no como la del tal Diego. Lo que me hizo dejar de llorar fue ver una una lágrima en sus ojos. Sólo una. Eran los ojos de alguien que había estado en un infierno peor que el mío.

Él aún tenía la cámara en la mano, pero ya no me enfocaba con ella. La dejó cuidadosamente sobre uno de los trípodes y luego fue a buscar mi ropa, que estaba tirada en el suelo. Se acercó y me la lanzó. Yo me incorporé como pude y me la puse allí mismo, sentada sobre el suelo. Me dolía todo el cuerpo, y un torbellino de pensamientos pasaban por mi cabeza a toda velocidad, haciendo que aún me doliera más.

─¿Te ha pedido Nuria que no me mates? ─Le pregunté.

─No ha sido necesario. Ella sabe muy bien que yo no mato a niñas.

Me costó mucho levantarme del suelo, y cuando estuve de pie la cabeza me daba vueltas y creí que volvería a caerme. Sin querer abrí los brazos hasta tocar algo con una mano.

─Mejor no toques eso ─Dijo él. Y al girar la cabeza vi el trípode junto a mí, y mi mano sobre la cámara. La separé como si quemara.

─¿Nos ve el viejo? ─Pregunté asustada.

─Ha dejado de verte cuando estabas cayendo. Le encanta que le fundan el vídeo en negro en el momento más... interesante. Así es como suele dormirse.

Lo dijo negando con la cabeza, como quien dice: "Qué le vamos a hacer". Y la idea de que ese viejo se durmiera viéndome morir me daba náuseas. Las lágrimas volvían a salirme.

─¿Y qué dirá cuando... vea que no...?

─Cuando sepa que no has muerto se va a enfadar de lo lindo. Tendrás que desaparecer una buena temporada.

─Pero... Si yo no...

─Mala suerte, niña. Yo también tendré que desaparecer, pero creo que ya llevaba demasiado tiempo con él...

─¿También querrá matarte?

─No querrá que tú sigas viva. Preocúpate de eso.

Y lloré otra vez en silencio. Me sentía como si mi infierno tuviera cara y estuviera ahí delante, mirándome y riéndose de mí. Recordándome que aquello no había acabado, que el viejo quería verme muerta sólo por conocerle. Y que ya no tenía adonde ir. Y resultaba que era mala suerte. Simplemente coincidí con un viejo que me convirtió en su capricho, daba igual lo que yo fuera o lo que hubiera hecho antes. Puta mala suerte.

Y detrás de la cara de mi propio infierno estaba la de aquel hombre que no mataba a niñas. Triste. Resignada. Y sabía que estaba viva sólo por eso: porque él no mataba a niñas ¿Qué habrá visto en su país? ¿Y qué habrá visto aquí, trabajando para ese viejo?

Y volví a sentir esa ira pero mucho más fuerte, más profunda. En su país una guerra, y aquí... Dios, ¿Qué mierda de mundo es éste? ¡Mierda de viejo! ¡Mierda de padre! Y mirando la triste indiferencia en los ojos de ese negro, recordé por qué había vuelto al piso de Nuria la noche anterior. Y de golpe se me ocurrió.

─¿Y si el viejo no nos pudiera hacer nada? ─Dije. Y él sonrió, bajando la cabeza y negando con ella.

─Lo siento, niña, pero no conoces a ese viejo. Si quieres vivir tendrás que desaparecer.

─A él no, pero sí conozco su mundo. Ya sabes quién es mi padre ─Volví a decir, intentando parecer segura.

Y él me miró entrecerrando los ojos. Y no, no estaba nada segura ¿Quién era yo para conspirar contra una banda criminal, de la que encima formaba parte mi propio padre? Nunca antes se me hubiera ocurrido algo así, pero ahora no era sólo yo. Por Olga sí que lo haría. Por Olga...

─Pero tendrás que ayudarme ─Insistí.

Era la ira. La ira consigue que todo parezca posible.

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