P8C22. Derrotada
Detrás de la puerta había otra escalera hacia abajo, y el negro se paró en el rellano, antes de bajar.
Sentí que me dejaba de pie sobre el suelo. Y que me empujaba contra una pared. Y que con una mano me agarraba la cara por debajo de la barbilla y me presionaba con los dedos las mejillas, obligándome a abrir los labios. Y que después me metía pastillas en la boca. Otra vez pastillas. Y que después me metía el cuello de una botella de plástico con agua.
─Bebe...
Pero ya no me importaba. No le hubiera hecho falta seguir presionando mis mejillas. No hubiera cerrado la boca. Ya me había rendido.
Me tragué las pastillas. Bebí.
─Bebe más ─Dijo, soltando mi cara y ofreciéndome la botella.
Cogí el botellín y me bebí toda el agua que quedaba. Después lo dejé caer al suelo.
─Abajo ─Me dijo, señalando la escalera detrás de mí.
Y empecé a bajar por la escalera. E intenté no pensar en lo que había visto en la entrada, ni en lo que había oído en la biblioteca. Y lo deseé: Deseé que acabaran de una vez con aquello. Cuanto antes mejor.
Al final de la escalera había un pequeño cuarto con tres puertas, la de enfrente estaba abierta y daba a una sala bastante grande. Cuando entramos vi un par de cámaras sobre unos trípodes, junto a una mesa larga y estrecha en el centro de la sala. Y una especie de entramado metálico en el techo, del que colgaban cuerdas. Y en una pared dos tablas de madera en cruz, con una especie de grilletes colgando arriba.
Lo miré sintiéndome derrotada. La decoración perfecta para una sala del infierno, la sala donde todo iba a acabar. Y ni sabía si sentía miedo porque ya notaba algo, y lo que notaba no me era del todo desconocido. Lo agradecí.
Había empezado cuando aún bajaba por la escalera. Primero esa inquietud en las piernas y en los brazos, luego por todo el cuerpo. Y luego esa especie de ardor. Al principio creí que las pastillas del negro tenían que ser como las que había tomado hacía dos noches, en la nave industrial, pero el efecto era distinto. Mucho más fuerte. Muchísimo más rápido.
Gracias, así me será más fácil no pensar. Pronto empecé a sentir como si la cabeza me rodara, pero luego, de golpe... ¡Oooostras qué subidón!
Vaya si era distinto. También tenía el corazón acelerado, pero las luces de la sala parecían muy brillantes, y los sonidos muy fuertes. Miraba a mi alrededor y lo veía todo con una nitidez increíble. El viejo no estaba pero había tres hombres, aparte del negro. Sólo reconocí al tal Diego, al que le había dado en los cojones... dos veces. Lo miré y me fijé en que tenía la nariz colorada y un rasguño en la frente. Vaya, parece que se ha dado con toda la cara contra el coche, cuando le he pegado el rodillazo en...
Y no pude evitar que se me escapara una risita tonta. Cuando le oí sonaba como irreal, como estar otra vez oyendo una película.
─No te rías tanto, puta, que te van a dar bien... ─Me dijo el tal Diego.
Je, je, ¿Qué me dice éste? Joooder qué subidón... y qué sofoco. Notaba como una calentura por todo el cuerpo, pero sobre todo... Je, je, cómo no... como en el vientre y... Ufff... en la entrepierna. Jeee, je... ¿Ahora estoy cachonda? Ostras, cómo me mira el tío... ¿Por qué no me mira como los de la nave? ¿No le parezco yo... apetecible? ¿Me lo va a hacer con esa cara tan seria? Lástima, con lo guapo que es...
─No... jii, ji... No te me vayas a quedar corto ahora ¿eh? ─Le dije yo.
Me salió así. Me costaba hablar, pero me daba cuenta de lo que había dicho. Me daba cuenta de todo. Y vi cómo el tal Diego le susurraba algo al negro en el oído... ¡y se largaba! Vaaaya... ¿así que se va? Claro: Seguro que es gay.
No tardaron. Los otros dos me sujetaron de los brazos y fue el negro el que esa vez me quitó la ropa, casi arrancándomela. Y yo, otra vez, me dejé. Ya no era que no quisiera pensar, sino que no podía controlar lo que pensaba... ¡Hala! Ya estoy otra vez al punto. Toooda para vosotros.
Y fueron los otros dos. Me ataron las muñecas a una de las cuerdas que colgaban del techo y me dejaron casi colgando de ellas, de puntillas y con los brazos estirados. Pero empezaron a golpearme. Ni siquiera sabía con qué, al principio estaban detrás de mí y me daban en las nalgas y la espalda. Yo notaba un dolor muy agudo, y con los golpes parecía que las luces brillaran más. Pero no podía verlo, sólo veía al negro ahí delante, mirando, con una cara totalmente inexpresiva.
Y la vista ya se me nublaba cuando los dos se pusieron delante y se bajaron los pantalones. Me agarraron las piernas, como los de la nave dos noches antes pero así, colgada de las muñecas. Y cuando empezaron volví a agradecerlo: Al menos ya no me daban más golpes y casi no los notaba. Y mientras jadeaban, empujando ridículamente con la cintura, yo ya no tenía que ver aquellos dolorosos brillos de las luces, y mi mente pudo divagar otra vez. ¿Y el negro? ¿No va a hacérmelo él? No... parece que sólo dirige... dirigir... ¡Coño! ¿Y el viejo? ¿dónde está? Esta es su casa... ¿tampoco va a venir a verme?
Y me hicieron más cosas. Muchas más. Lo que más sentía eran los golpes, pero pronto fue como si el dolor se difuminara y ya no supiera dónde era. Me desataron. Me movieron. Me volvieron a atar. Y aquel brillo con los golpes, y un agobiante zumbido en los oídos...
Ni sé cuánto duró. Lo siguiente que sentí con claridad fue el agua... ¿Agua? Me dio en la cara. Supongo que me echaron un cubo... ¡Joder, me habían dejado empapada! ¡qué fría estaba! ¡y qué dolor de cabeza! Pero me despejó, y pude oír al negro.
─Vale, ya podéis iros... ─Dijo.
─Hasta nunca, putita... ─Aún oí decir a uno.
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