P8C15. Nada bien
Le pedí al taxista que parara justo frente a la puerta. Le lancé el billete y sin esperar el cambio salí disparada, cruzando la acera como una bala hasta meterme en la entrada del edificio. Me detuve ante el mostrador de Jesús, el portero, mirando detrás mío por si alguien me hubiera seguido.
─Bienvenida, señorita Alba... ¿Cómo está la señorita Olga? ─Dijo Jesús. Tardé un poco en reaccionar.
─¿Olga?
─Sí... su padre me ha dicho que estaba usted con ella...
─¡¿¿MI PADRE??!
─Eee... Bueno, sí... ─Dijo con cara de agobiado.
─¿Está mi padre aquí?
─Si, claro. Eee... llegó ayer al mediodía...
Ooooh, Dios... Sin decir nada me fui hacia el ascensor, como una sonámbula.
─¿Se encuentra bien? ─Aún dijo Jesús desde lejos.
Pues no. Nada bien. Tendría que alegrarme de que mi padre estuviera allí, seguro que él iba a saber qué hacer. Pero subía en el ascensor llorando. Está aquí desde ayer... ¿Qué le diré ahora? Ya está, adiós a todo. A todo.
Sabía que me lo había buscado yo, pero ¿Todo aquello? ¿Con todos los pervertidos que habría por el mundo, toparme precisamente con aquel hijo de puta? ¿Y que quisiera... Oh, Dios... matarme? ¿Qué tenía yo que ver con sus chanchullos?
Y lo peor era... ¡Mierda! Lo que me esperaba ahora. No tenía tiempo de buscar una excusa, pero daba igual. Mi padre tendría que saber lo que había pasado, y aunque no le diera detalles, aunque le dijera que me habían engañado, que no había sido culpa mía, que... ¿Que qué? Daba igual. El viejo le enseñaría los vídeos, y él nunca podría aceptarlo. Con mucha suerte lo taparía todo y yo acabaría en algún internado... No me iba a dejar ni despedirme de Olga.
Mierda... Olga...
Cuando me abrió la puerta tenía el móvil en la oreja. Parecía sorprendido y se me quedó mirando. Y yo le aguanté la mirada, callada, aguantándome a mí misma. No quería ni saber la cara que tendría, pero no pensaba permitir que me viera llorar.
─Está aquí ─Dijo al teléfono.
Por un momento pensé que estaría hablando con Olga. Ella seguro que le pediría hablar conmigo, pero no. Dejó la puerta abierta y entró dentro. Yo entré tras él.
Me senté en el sofá del salón mientras él seguía hablando por el teléfono. No me dijo ni hola, ni siquiera me miraba directamente, aunque sí de reojo. Sólo de vez en cuando.
─¿Ahora mismo?... Si claro, tiene razón, pero...
Estuvo escuchando mucho rato. Seguía lanzándome miradas de reojo, y parecía que le gritaban por el teléfono, pero no podía oír el qué.
─Está bien, señor, lo siento mucho... Bueno, ahora voy.
Colgó y al fin me miró, pero no decía nada. Era muy raro, nunca le había oído disculparse y encima no me decía nada. Pero yo ya no podía aguantar más. Cuanto antes se acabe, mejor.
─Padre, tengo que decirle algo. Es importante.
─Ahora no ─Contestó. Y yo me quedé callada ¿Ahora no?
─He tenido que decir que estabas con Olga para evitar las habladurías. ¿Sabes lo difícil que es encontrar gente discreta para buscar a alguien como tú?
─Padre...
─Ahora tengo que ir a atender un asunto muy urgente. Tu no te muevas de aquí, hablaremos cuando vuelva.
Y se dirigió a la salida, pero antes de cruzar la puerta del salón se detuvo.
─Ah, sí. Va a venir el Antonio del bufete a traer un sobre con documentos ¿te acuerdas de él?
─Sí...
─Es muy importante y no quiero que lo deje en la portería. Baja tú a recogerlo y le firmas un recibo ¿Estamos?
Sólo pude asentir con la cabeza. Es que no me lo creía.
─Adiós ─Dijo. ¡Y se fue!
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