P6C2. Lunes por la tarde

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En este capítulo presento al padre de Alba. No es necesario para los que hayan leído el primer libro, pero he decidido añadir esto porque es un personaje que también tendrá un papel importante más adelante, que podría no entenderse si no sabéis cómo era.

Y con este ya quedan presentados todos los personajes del primer libro. A partir que aquí ya deberíais seguir la historia sin perderos, pero si tenéis cualquier duda ponedme un comentario y os explico ;)

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─Pasa ─Dijo desde dentro. Y abrí la puerta, y entré.

Era el despacho de mi padre, y él siguió sentado detrás de su mesa tecleando en su ordenador. Sin saludarme, sin ni siquiera mirarme. Como siempre.

Y allí estaba yo el lunes por la tarde, con dieciséis años recién cumplidos en la casa de mi padre. Porque aunque yo vivía allí, aquel lujoso ático de la parte alta de la ciudad era su casa. Hacía años que dejé de considerarla la mía. Desde que él echó a Olga. Sí, a Olga. La mujer que acababa de iniciarme en el sexo, y de la forma en que lo había hecho, y que era la misma que estuvo siete años casada con mi propio padre.

Y al final él levantó la vista, me dedicó su típica mirada de rechazo y volvió a bajarla.

─Aunque estés en casa debes mantener un mínimo de decencia. Espero no tener que volver a recordártelo ─Murmuró.

Ese comentario no me sorprendió. Ése era el padre que yo conocía: el hombre más conservador y puritano del planeta, para el que era una indecencia que yo anduviera por su casa con un pijama de pantalones cortos... en pleno junio.

─¿Quiere el señor que vaya a cambiarme ahora mismo? ─Contesté. Y me quedé sorprendida de haberle replicado, porque nunca antes lo había hecho. Pero él, como siempre, ni se inmutó.

─Te agradeceré que no me faltes al respeto con tu sarcasmo. Aún estoy molesto por lo del domingo.

Vale. Molesto. Y me lo dijo sin nisiquiera mirarme. Porque también era el hombre más serio y formal del planeta. El abogado más importante y ocupado de la ciudad, para el que sólo existía el trabajo, para el que tener una hija era como tener un empleado especialmente incómodo. El que lo primero que me enseñó fue ¡a tratarle de usted! ¿Qué padre le enseña eso a una niña? Y el que así me trató siempre: como a otro de sus subalternos.

Y encima el más controlador. ¿Qué había pasado el domingo? Pues que él tuvo que llamar por teléfono, para comprobar si yo estaba pasando el fin de semana donde le había dicho: en la casa de los padres de Olga, en la playa. Y cuando se enteró de que el domingo por la mañana estaba en el apartamento de ella, en la ciudad, se presentó cabreadísimo a buscarme.

─No me ha preguntado usted por qué estábamos en la ciudad ─Volví a replicar.

─No quiero oír excusas. Sólo que cumplas con tu obligación, que es decirme adónde vas sin mentir. Debes mantener una conducta adecuada en tu vida.

¿Una "conducta adecuada"? ¿Como la que tenía antes? Y tuve que contenerme. Me aguanté las ganas de decirle a la cara lo que había hecho ese fin de semana. Con todo detalle, "sin mentir". Y de gritarle que a la mierda la conducta adecuada. Que ya no sentía los complejos de siempre. Y que si por mí fuera no andaría con aquel pijama, sino completamente desnuda.

Y sobre todo... ¡mierda! sobre todo contarle bien clarito lo que sentí el sábado, en el piso de Nuria.

Y suerte que me aguanté. Porque yo no sabía cómo era realmente el hombre que tenía ante mí.



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