P6C10. Yo no era una princesa
Me acerqué y me puse a su lado.
─Oye... ─Le dije. Y él se giró de golpe y me miró, extrañado.
─¡¿Y a ti qué coño te pasa?! ─Me gritó.
─He visto lo valiente que eres.
Y él abrió mucho los ojos, con cara de alucinado.
─Y también eres muy fuerte. Si... creo que me gustas ─Añadí. Y él tardó un poco en reaccionar:
─¿Pero tú quién cojones eres?
─Vas a dejar a esa. Ahora sales conmigo ─Sentencié.
Él me miraba como quien no entiende la cosa, pero después entrecerró los ojos y se inclinó hacia mí. Lo tenía a apenas un palmo. Su piel era pálida, pero el cabello largo y claro y los ojos azules. Si: Era bien guapo. Y muy grande. Un polo, cómo no ridículamente ajustado para poder mostrar bien sus músculos. Y tan alto que yo tenía que levantar la cabeza para mirarle a los ojos.
─A ver: ¿Tú también quieres recibir, o qué? ─Me dijo, separando las dos manos con las palmas abiertas. Me estaba amenazando.
Y yo retrocedí medio paso. Sólo lo necesario para tenerle en su sitio. Y levanté el brazo derecho con la mano inclinada hacia abajo, como una princesa que la levanta para que un apuesto caballero se la bese. Pero yo no era ninguna princesa, ni él un caballero. Y yo ya tenía el cinturón marrón de kárate. Levanté la mano de golpe, tensando los músculos. Y le di con la parte superior. En toda la nariz.
Él levantó de golpe la cara y golpeó con la cabeza el cristal que estaba a su espalda. Luego se cubrió la nariz con una mano, mirándome otra vez con los ojos muy abiertos. La nariz le sangraba un poco.
─Pégame ─Le dije. Pero él seguía quieto.
─Te he dado una hostia en la cara. No seas maricón. Pégame como a ella.
Y por fin se movió, separándose del cristal que tenía detrás, y levantó hacia un lado su brazo derecho, con la palma de la mano abierta. Era un gesto muy exagerado y muy lento, como para que se viera bien. ¿Una bofetada? Qué imbécil. Si hasta tuve que esperar a que empezara a darla.
Yo no tengo mucha fuerza, así que levanté los dos brazos y le agarré la mano con las dos mías. Y las bajé de golpe hacia abajo, girándole la mano hacia afuera. Él se inclinó girando a su derecha, pero yo también me moví hacia ese lado. Sólo había que evitar que doblara el brazo, rodearle y levantárselo recto hacia atrás, para guiarle. Enseguida lo tuve girado de cara al cristal, y le levanté el brazo de golpe. Él se inclinó del todo hacia delante, también de golpe. Oí un grito de su novia cuando su cara golpeó el cristal.
Ya lo tenía con la espalda casi horizontal. Le agarré del pelo y me incliné para hablarle.
─Vas a dejar a tu novia. Díselo.
─Hija... de p... ─Gimió él.
Tiré de su pelo y también de su brazo, para moverlo hacia atrás. Pero él era demasiado grande y yo demasiado pequeña. Tuve que ponerme detrás suyo, apoyar bien los pies y empujarle por el trasero, con todo mi cuerpo. Y su cara volvió a sonar al golpear de nuevo el cristal. Vi un pequeño rastro de sangre en ese cristal.
Levanté aún más su brazo y le agarré el pelo por arriba, haciéndole girar la cabeza hacia su novia.
─Díselo, que te oigamos las dos ¿O quieres que me vuelva a enfadar?
Sólo tuve que girar un poco más su mano.
─¡¡Ay!! ¡¡Su, te dejo!!
Me sentía eufórica, totalmente descontrolada. En un campeonato me hubieran descalificado inmediatamente, pero allí no. Y estaba disfrutando. Y quería más. Esta es la mano con la que tu pegas ¿no? Pues te vas a acordar.
Era su mano derecha, y ahora se la sujetaba también con mi derecha. Le solté el pelo, y se la sujeté bien por la palma con mi izquierda. Y luego con la derecha le agarré el dedo. Como al cerdo del viernes: primero el meñique, el más débil. Pero después el medio, el más largo.
─¡¡Ay!! ¡¡Aaaah!!
Le oía gritar a él y también a su novia. Y primero uno, y luego el otro, noté en mi mano los dos crujidos. Dos dedos rotos. Ya pude soltar la izquierda, me bastaba sujetarle el dedo medio con la otra. Volví a agarrarle el pelo y me incliné otra vez hacia él.
─Ya te llamaré yo ─ Le dije al oído ─. Pero ahora sales conmigo ¿Entiendes? Si me entero de que has mirado a otra, sólo mirarla, te mataré ¿Lo has oído?
─Aaaaay... ─ Sollozaba, muy bajito.
─¡¿Me oyes?! ─Grité. Sólo fue un tironcito más de su dedo roto. Un tironcito de nada.
─¡¡Aaaah!! ¡¡Si!! ¡¡Siiii!!
Lo solté de golpe y le empujé con mi vientre. Su cara se arrastraba asquerosamente por el cristal, mientras se dejaba caer. Pero antes de que sus rodillas tocaran el suelo, yo ya estaba alejándome, caminando por la avenida hacia la casa de mi padre.
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