Epílogo: La Incertidumbre de la Princesita Monstruo
Cuando su cabeza se partió por la mitad y su sangre me salpicó la cara, supe que podía dejar de apretar.
Su cuerpo cayó pesado a mis pies. Yo me di la vuelta y me dirigí a una de las mesas para sentarme. Desde ahí me la quedé mirando. Raquel yacía casi irreconocible en el piso de la misma sala a la que había asistido por un semestre.
Se sentía raro, volver a matarlos a todos. Hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de desgarrar y romper huesos.
Me miré las manos, no muy orgullosa de lo que había hecho. Los dedos me temblaban después de tanto esfuerzo. La sangre en mi cara, mi cuello y mis manos comenzaba a secarse. Se sentía fría y pegajosa, y era desagradable.
Lo más amargo de todo era la idea de enfrentar a mi papá otra vez, decirle que había fracasado. Quise romper algo por la frustración, pero estaba cansada, quizás en unas horas. De nuevo lo había echado a perder todo. Soy una tonta. Me llevé una mano a la cabeza y me dejé llevar por el llanto.
No sé cuánto rato pasó, pero antes de lo que esperaba, comencé a escuchar unas sirenas. No me importaba quién había llamado, supe que era hora de partir, pero en ese momento no me sentía con ganas de una persecución. Estaba harta, cansada y frustrada, muy frustrada. Solo quería que me dejaran en paz.
Me encogí sobre la mesa y me abracé las piernas. Contemplé la idea de quedarme ahí para que los policías me disparasen en cuanto me vieran. Quizás al fin podría descansar de todo eso, estando muerta.
Pero no, en verdad no quería. Además, mi papá se pondría muy triste si yo muriera, así que no era debatible. Suspiré, hastiada. Tenía que pensar en una manera de escapar. Probablemente tendría que matar a más gente y ensuciarme con más sangre y fluidos corporales. Qué rabia.
En ese silencio, pude escuchar a los policías entrar por la puerta principal. La sala del IV°C estaba relativamente cerca, además, como el portón estaba tapado por los escombros, tuvieron que subir por la reja, y eso los obligó a meter mucho ruido. Me asomé por una ventana lateral a mirarlos. Apenas eran tres sujetos, pero pronto se les unirían más, no había duda. Nadie veía un centenar de cadáveres y no pedía refuerzos.
Estaba pensando en que tenía que irme ya, cuando de repente un "Pst" me llamó la atención. Me giré, sorprendida, y lo encontré a él.
Sentado en la ventana, con su ropa de trabajo y su corbata, se encontraba mi papá.
—Hola, princesita.
Me quedé paralizada. Por un momento no supe ni qué pensar. Luego las lágrimas me sobrecogieron y un puchero se formó en mis labios sin mi consentimiento. Mi papá me miraba con su sonrisa tierna y benevolente, como siempre hacía.
—Papá— lo saludé.
Para mi sorpresa, mi voz salió quebrada. Apenas podía entenderme yo misma. No sabía qué esperar de él, no sabía qué decirle frente a uno de mis mayores errores en años. Había echado todo a perder, tendríamos que mudarnos de nuevo, buscar otra vida en una de las pocas ciudades que nos quedaban por visitar en el país, y tendríamos que hacer todo de nuevo, todo por mi culpa.
Sin embargo, él solo me hizo un gesto con la cabeza para indicarme que no importaba, y abrió sus brazos. Mis emociones se apoderaron de mí, mis piernas tomaron vida propia y corrieron a abrazarlo. Mi papá me envolvió con sus brazos y su cariño mientras yo lloraba.
—Tranquila, Érica. Está bien.
—¡Lo siento, papá! ¡Lo siento tanto!— sollocé.
—No pasa nada, princesita. Seguro tuviste unas semanas difíciles aquí.
Yo asentí, aún frustrada con todo lo que había ocurrido.
—Mi niña, mi pobre princesita— dijo él, con su voz grave y gentil— tomémonos unos días para relajarnos. Ya verás que te pondrás mejor.
—Pero papá... el colegio...— alegué, culpable.
—El colegio es lo que menos importa, mi niña. Lo que importa es que tú estés bien y seas feliz.
Me acarició la cabeza y me dio un beso en la frente.
—¿En serio? ¿Pero no querías verme que me graduara?— quise saber.
—Quería verte obtener algo que tú querías— me confesó— quería que socializaras un poco, porque es un aspecto muy importante para las personas en crecimiento como tú, pero no quería verte sufrir.
Entonces me tomó en brazos como princesita. Admito que me encanta que haga eso.
—Suficiente por hoy. Ya puedes descansar.
Posó una pierna en la ventana para saltar. Luego aterrizó en la vereda y continuó caminando conmigo en brazos. No hice intentos de caminar yo sola, pues sé que le da lo mismo cargar conmigo que con una pluma.
Mientras nos alejábamos del colegio y del ruido de sirenas, me surgió una duda.
—Papá ¿Crees que... ¿Está mal matar a la gente?
Él me miró con una ceja arqueada.
—¿Y eso? ¿De dónde salió?
Yo me miré los dedos en mi pecho, cubiertos de sangre.
—Es que... no sé, todos me resentían tanto por accidentes o por protegerme. Siento que la gente valora la vida más de lo necesario.
Mi papá rio.
—La vida no tiene valor por sí sola— contestó— podemos matar a la primera persona que se nos cruce en la calle, y no sentiremos nada. Pero si yo muriera, te importaría ¿Verdad?
—¡Claro que me importaría! ¡Sería terrible! ¡Me querría morir!
Mi papá volvió a reír.
—No me gustaría que te mataras cuando yo me muera. Esperemos que no pase.
A pesar de su mala broma, creo que entendí lo que quería decir.
—¿Dices que la vida de la gente que nos importa es más valiosa?
—¿No es así?
Cuando lo ponía de esa forma, era difícil negarlo.
—Sí, supongo que tienes razón.
Nos quedamos en silencio un rato. Pensé en la vida de mis compañeros, desvanecida después de que yo los destruyera a todos. Aún los resentía un poco, solo lamentaba el hecho de que fueran tan frágiles, porque si no lo fueran, podría haberlos golpeado por más tiempo. Tuve que resistirme un montón para dejar a Raquel de último y no matarla de un puñetazo en la cara desde el principio.
Pero luego de pensarlo un poco más, me di cuenta que estaba más frustrada por su impaciencia. Podríamos haber sido amigos, podríamos haber tenido una linda graduación y todo, pero eligieron maltratarme.
No me arrepentía de nada de lo que había hecho, solo de no haberlo hecho antes.
Estaba cansada. Me agazapé contra el pecho amplio de mi papá. Me encantaba ese lugar, me sentía segura ahí.
Sin embargo, una duda se cernía en mi cabeza, una que venía creciendo desde que tengo recuerdos:
¿Hasta cuándo podría huir?
La Incertidumbre de la Princesita Monstruo
FIN
¡Ahora que has visto el pasado de Érica, seguro quiere más!
Para continuar la aventura te recomiendo continuar con el siguiente libro:
Cuidado con las Cadenas
Casi un año después de los eventos de La Incertidumbre de la Princesita Monstruo, el padre de Érica desaparece misteriosamente. Érica decide ir a buscarlo, pero no sabe que su búsqueda la llevará a una aventura por mundos extraños, donde la esperan monstruos, magia, parásitos y el dios de las cadenas.
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