9.- Las Represalias y las Represalias de las Represalias (2/2)
La pelea de Krois con Érica me dejó temerosa. No la conocía bien a ella, pero habíamos hablado en un par de ocasiones. Me había parecido una buena muchacha, nunca la tomé por una abusona. Sin embargo con lo que había pasado, no podía culparla.
Érica también me había sorprendido bastante, primero porque se veía menos afectada de lo que me habría esperado por amputarle la pierna a Solis, quizás eso era algo bueno; segundo, porque no intentó pegarle de vuelta a Krois. No es como si Krois la intimidara, simplemente había elegido perdonarla. Me alivió un comportamiento tan maduro de su parte, pero me daba miedo lo que pudiera venir después. Krois claramente no estaba satisfecha. Solo que no pensé que su próximo ataque vendría tan pronto.
Al día siguiente, durante el recreo, Érica fue al baño. Yo no estaba que me hacía, pero decidí acompañarla por si acaso. En el patio estaba todo normal, ni rastro de Krois o sus amigas. Admito que ni siquiera pensé que tendríamos un altercado.
—¿Cómo te sientes?— le pregunté, curiosa.
—¿Eh?
—Ya sabes, sobre lo que pasó— le comenté.
—¿Qué pasó?— preguntó, aunque de repente se avispó— ¡Ah, lo de la pierna! Sí, fue bastante feo...— se llevó una mano a la cabeza, nerviosa, y miró a otro lado— no pretendía hacerle nada. Me da lata hacerle daño a la gente inocente. Siento que tuvieras que verlo.
Se notaba más calmada de lo que me había esperado, aunque no estoy segura de qué me había esperado, quizás una forma de reaccionar más radical.
Bajamos las escaleras y entramos. El baño tenía una corrida con ocho tazas de baño, tres lavamanos y suficiente espacio en toda hora. Al momento en que llegamos apenas se veían un par de chicas. Érica se puso a buscar puestos vacíos, mientras yo comencé por mirarme al espejo para arreglarme las pestañas. No me tomó más de unos segundos, al cabo de los cuales me giré y noté a Érica parándose frente al último de las tazas de baño.
—Este es el único desocupado— me indicó— ¿Te molesta que vaya primero?
—Descuida, puedo esperar— le espeté.
Érica abrió la puerta, pero no entró. En vez de eso puso una cara de sorpresa y dio un paso hacia atrás. Desde el baño le saltó una figura alta, de tez morena y cuerpo atlético.
—¡¿Krois?!— exclamé.
Justo en ese instante, todas las otras puertas se abrieron, dejando salir a las chicas de tercero medio. Muy tarde me di cuenta que era una trampa.
Dos de las chicas se lanzaron hacia mí y me sujetaron con fuerza, mientras que el resto se dirigió hacia Érica. Noté que desde la entrada del baño aparecían más. Era una emboscada, estábamos perdidas.
—¡¿Qué hacen?!— bramé, pasmada— ¡Voy a llamar al profesor!
No sabía a qué profesor me refería, solo podía exclamar lo primero que se me venía a la mente por lo conmocionada que estaba. Miré a Érica, atemorizada. La grandota de Krois estaba sobre ella, pegándole en la cabeza. Al menos ocho otras chicas la sujetaban de brazos y piernas, y le pegaban por los costados y en la pelvis.
—¡No! ¡Paren! ¡No pueden hacer eso!— exclamé.
Por supuesto, nadie me prestó atención. Intenté zafarme de las chicas que me apresaban, pero no podía hacer nada contra dos, y me apretaban los codos para mantenerme en posición. No me quedaba más que mirar cómo le daban una paliza a Érica.
Los golpes continuaban y continuaban. Después de unos cuantos minutos eternos se me fue la voz, pero las chicas no dejaban de pegarle.
—¡Érica ya no se mueve!— exclamé, aunque ya nadie me oía— ¡Por favor, déjenla!
—¡No hemos terminado!— bramó Krois— ¡Pamela, dame las tijeras!
Una chica junto a ella sacó unas tijeras gruesas y puntiagudas de su bolsillo y se las pasó.
—¡No, por favor!— grité.
—Veamos qué le parecen unas cicatrices en la cara— comentó en voz alta, para que todas la oyeran.
Se me encogió el estómago. Krois levantó las tijeras, pensé que se la enterraría en un ojo. Bajó su mano rápida. Ahogué un grito y bajé la mirada. Aunque me tapaban las otras chicas, no podía mirar algo tan atroz.
Pero entonces varias de ellas chillaron. Un instante después, sus cuerpos rebotaron de las paredes y cayeron al suelo, un par incluso fueron lanzadas hacia las tazas de baño. Miré, desconcertada. Krois ya no estaba encima de Érica, sino que tirada en el suelo. Érica, por su parte, se había puesto de pie y la miraba con una cara de pocos amigos. En sus manos sujetaba las tijeras. Tenía moretones por todo su cuerpo, incluso algunas marcas de sangre, pero no parecía afectarle en lo absoluto.
—Te dejé pegarme porque entiendo que me odies— le explicó a Krois con autoritaria calma— pero usar armas como esta va más allá. Con estas puedes matar a una persona. Si vuelves a usar algo así contra mí, lo tomaré como un intento de asesinato. Si intentas matarme, yo te mataré primero. El primero que golpea tiene que estar preparado para recibir golpes, y el que va a matar tiene que estar preparado para que la otra persona se defienda a muerte.
Con eso dicho, tiró las tijeras sobre su hombro.
—Podemos seguir mañana— le espetó, antes de pasar sobre ella.
Érica se acercó a mí, tranquila a pesar de los moretones y las pequeñas heridas que se había provocado. El conflicto había terminado de una manera más abrupta de lo que me habría gustado, pero había terminado, eso estaba bien. Comenzaba a sentirme aliviada, cuando un movimiento brusco en la cornisa de mi ojo me llamó la atención: detrás, al fondo del baño, una de las chicas de tercero se había puesto de pie y había agarrado la tijera. Yo estaba tan impresionada que me demoré un poco más de la cuenta en reaccionar. La chica echó a correr hacia Érica, alzó un brazo para enterrarle las tijeras en la espalda.
—¡Cuidado!— grité, apuntándole.
Érica se giró, la chica ya estaba a distancia para apuñalarla. Contuve el aliento al darme cuenta de lo que iba a pasar.
Érica la detuvo, eso pasó. No tenía tiempo suficiente para reaccionar, o mejor dicho, una persona normal no habría tenido tiempo suficiente para reaccionar. Érica le quitó las tijeras de un manotazo, y con la otra mano la sujetó por el cuello.
Sin esperar ni un instante, la levantó y la mandó al suelo. Ahí le pisó el pecho para retenerla, le sujetó la cabeza con una mano, y con la otra le enterró las tijeras en el hombro, junto a la clavícula.
La chica gritó. Érica le liberó la cabeza y le sacó el pie del pecho. Entonces la muchacha se llevó una mano al hombro y se lo miró desconcertada. Luego se retorció de dolor y gritó.
—¡Pa... ¡Pamela!— exclamó Krois.
Se acercó gateando a ella. Yo me las quedé mirando, estupefacta. Escuchaba los gritos desesperados de Pamela, pero no conseguía reaccionar, no procesaba nada.
De pronto noté que Érica se detuvo junto a mí. Me ofrecía su mano. Me di cuenta que seguía agachada en el piso, así que le tomé la mano y ella me ayudó a levantarme.
—¿Estás bien?— me preguntó.
La examiné, estaba cubierta de moretones, unos hilitos de sangre le corrían por la cara desde la coronilla, y era ella la que me preguntaba si yo estaba bien. Intenté contestarle de cualquier forma, aunque fuera un simple "bien", pero nada me salía.
—Vamos, se me quitaron las ganas de hacer pipí con la pelea— me espetó.
Se dirigió a la salida. Al darme cuenta que me dejaba sola con las chicas que nos habían tendido una emboscada, me apresuré a seguirla.
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Fuimos a la enfermería. Érica esperaba que la enfermera simplemente la atendiera, pero naturalmente, comenzó a hacer preguntas y Érica tuvo que contarle toda la historia. Al final la enfermera la atendió, pero llamó a los profesores entremedio. Para cuando estaba terminando de parcharle el último corte, apareció nuestro profesor jefe.
—¡¿Qué está pasando aquí?!— alegó el profesor.
Érica tuvo que explicarle toda la historia otra vez. Justo cuando estaba terminando, apareció el director, que exigió saber qué había sucedido y por qué había una chica con una tijera enterrada en su hombro.
—¡Argh! ¡¿Otra vez?!— alegó Érica— ¡Nos emboscaron! ¡Esa tipa intentó apuñalarme! ¡Me defendí! ¡Punto!
No era la respuesta que el director esperaba, pero era un buen resumen de la historia. Aun así, por el bien de Érica tomé la iniciativa y le conté mi versión de los hechos. Cuando terminé, el director se llevó una mano a la sien, preocupado.
—¡Otra vez! ¡Érica, otra vez! ¡¿Por qué no puedes resolver conflictos de manera pacífica?!
—¡Oiga, yo soy la víctima aquí! ¡¿O qué?! ¡¿Habría querido que me dejara apuñalar?!
Nuestro profesor carraspeó.
—Creo que lo que debemos hacer ahora es llamar a ambos padres, además de una ambulancia.
—Sí, ya llamé a una ambulancia. Debería estar aquí en cualquier momento— le indicó la enfermera.
El director comenzó a caminar de un lado a otro, nervioso.
—¿Por qué a mí? ¿Por qué a mí?
—¿Cuál es el número de su padre, señorita Sanz?— le preguntó el profesor a Érica.
—¡No! ¡Yo lo llamo!— exclamó el director, un poco más exaltado de lo que cabría esperar, como si su vida dependiera de ello. Pero pareció entender que todos lo mirábamos raro, porque se recompuso y bajó la voz— yo lo llamaré, es mi responsabilidad.
Érica apretó los labios, nerviosa. Fuera de eso, nadie opuso resistencia.
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Me entristecía que las chicas de los otros cursos hubieran sentido la necesidad de atacar a Érica. Al principio me pareció horrible y fuera de lugar, pero al transcurrir el tiempo me fui dando cuenta que distinta gente reacciona de manera distinta ante las catástrofes o ante situaciones de mucho estrés. Krois tenía una hermana que había perdido la pierna, y la causante estaba suelta en el colegio. Las chicas que asaltaron a Érica habían visto su acometida como justa, pero solo había servido para aumentar el odio y el resentimiento hacia alguien con el poder para matarnos a todos.
Debí haber comenzado a preocuparme en ese momento.
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Mi nombre es Érica Sanz.
Soy una joven de 17 años. No sé qué más decir, no tengo nada que destacar. Me gustaría tener una figura más bonita, supongo. Ah, y quisiera terminar el año escolar, porque es el último que tendré, y quiero que mi papá esté orgulloso de mí, y no darle más lata por tener que cambiar de ciudad.
Cierto día, unas niñas me acorralaron en el baño de mi colegio y me pegaron todo lo que pudieron. Lamentablemente, tuve que apuñalar a una que intentó hacerme lo mismo a mí. Solo que ella intentaba matarme, yo ni siquiera apunté a los órganos, solo se la enterré en el hombro. La muy desgraciada.
Pero de todas formas me retaron en el colegio. Por supuesto, también llamaron a mi papá para informarle. Me habría gustado que no lo hicieran, pero el director dijo que era su deber o una tontera como esa. La cosa es que por la tarde tendría que explicarle lo que pasó. Ay ¿Por qué tengo que pasar por estas cosas?
Luego de que llegué a la casa y dejé mis cosas en mi pieza, comencé a prepararme ¿Cómo se lo tomaría mi papá? ¿Pensaría menos de mí?
Intenté recordar la última vez que lo había visto enojado. Estaba retando a uno de sus subordinados ¿Pero cuándo había estado enojado conmigo? No me acordaba, y no quería recordarlo tampoco. Ay ¿Qué podía hacer?
Nada, no podía hacer nada, porque ya le habían dicho. Solo quedaba esperarlo. De todas maneras me puse a limpiar, partiendo por mi pieza, luego barrí la sala de estar y lavé los platos. En eso llegó él.
—Hola, princesita— me saludó como si nada.
Dejó sus cosas en una silla, yo me sequé las manos rápido y fui a abrazarlo. Busqué una mirada severa, alguna especie de reprimenda, pero en vez de eso me hizo cariño en la cabeza, como si me hubiera hecho un chichón.
—¿Pasaste un mal rato en el colegio?— me preguntó.
Yo me lo quedé mirando un rato, extrañada. Luego miré al suelo y dejé reposar mi cabeza contra su pecho. Siempre era así. Cada vez que hacía algo malo, esperaba que él se molestara, pero nunca lo hacía. Esa vez tampoco lo iba a hacer.
—Sí— contesté.
—¿Quieres hablar de eso?— inquirió.
Lo medité un momento. Luego asentí.
—¿Quieres ir a comer algo? ¿Qué tal ese restaurante de pizzas, más abajo?
Yo levanté la vista, animada.
—¿Pizzas? ¿Ahora?
—Claro ¿Por qué no?
Lo abracé de nuevo ¿Cómo me había ganado un papá tan genial?
Fuimos caminando, en el camino hablamos de puras tonterías. Él parecía contento de que le hablara de los nuevos amigos que había hecho en el colegio.
Ya en el restaurante, le relaté lo que pasó. Él escuchó atento, aunque tampoco me tomó mucho. Cuando terminé, él se cruzó de brazos, meditabundo.
—Pues parece que esa Krois tiene un tornillo suelto— alegó.
—¡¿Verdad?!— alegué.
—¿Por qué no la matas?
—Ay, no, papá, eso solo haría todo peor.
Dio un sorbo de su bebida.
—Bueno. No me gusta que le peguen a mi princesita, es todo. Pero si dices que puedes aguantarla...
—Sí, en serio, no tiene nada de fuerza. Es como todas las niñas, no sabe pelear.
—Excepto tú. Tú sí que sabes pelear, mi niñita.
Sonreí y me hice un rulo en un mechón de pelo, siguiéndole el juego a su cumplido. Lo había dicho en un tono juguetón, pero sabía que era sincero.
—¿No quieres que la mate yo?— se ofreció— No dejaré rastro.
—Gracias, pero no. Se estaba vengando por lo de su hermana ¿Te acuerdas?
—Ah, claro.
—Además...— miré mi plato vacío, ordenando mis ideas— quiero intentar hacer esto yo sola. Quiero...— necesité otro momento para buscar las palabras correctas— quiero probarme a mí misma que puedo terminar este año... ¿Tú crees que pueda?
Lo miré ansiosa por su respuesta. En ese mismo momento pensé que era bastante tonto preguntárselo, obvio que iba a decir que sí.
—¡Por supuesto, princesita!— me aseguró, sonriente— ¡Eres la mejor!
Ya sabía que iba a decir eso, pero oírlo tan confiado y orgulloso de mí, me dio renovadas esperanzas. Mi papá era maravilloso, no podía defraudarlo. Tenía que terminar ese año bien. Por él.
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