9.- Las Represalias y las Represalias de las Represalias (1/2)
Al día siguiente, el accidente de Solis era lo que más se comentaba. Érica no apareció durante la mañana, creo que quizás para mejor. Nadie sabía bien lo que había ocurrido, pero todos concordaban en que ella había sido la culpable, de alguna forma u otra. Algunos decían que se había preparado con un cuchillo escondido en la ropa de deporte, otros decían que todo era un acto que Solis estaba haciendo para saltarse las pruebas y que Érica solo le había ayudado. Gálica no sabía bien lo que había pasado, porque en el momento del accidente había estado ocupada corriendo hacia el otro lado de la cancha. Raquel parecía ser la única que sabía la verdad.
Durante la primera clase llegó el profesor apurado. Apenas entró a la sala, nos señaló la puerta.
—¡Todos, al gimnasio! ¡Vamos!
Salimos de la sala. Notamos que todo el resto del colegio hacía lo mismo. Cruzamos la cancha de la media hacia el gimnasio, nos sentamos en nuestro lugar en las bancas y esperamos a que los otros cientos de estudiantes hicieran lo mismo. Luego de varios minutos de movimiento general, y de profesores haciendo callar a sus alumnos, el director se paró en el estrado y probó el micrófono.
—Estimados alumnos— comenzó con tono lento y grave— nos encontramos reunidos aquí por un anuncio que nos parte el corazón. El día de ayer, una de sus compañeras, una prometedora jovencita del curso IV medio C sufrió un grave accidente que tendrá consecuencias para el resto de su vida. Se lastimó su pierna severamente, y es muy posible que no vuelva a caminar. En estos tiempos es importante mantener en el corazón a los...
Después de eso se largó a dar un discurso de media hora sobre los valores del colegio y la comunidad, pero no dio más datos relevantes. No sabíamos qué sucedería con Solis, ni tampoco mencionó al culpable, aunque todos sabíamos quién era. Me pregunté cómo se sentiría la familia de Solis. Sabía que tenía una hermana chica en tercero medio, pero no sabía nada de ella además de que existía.
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Ese día, ninguno de los chicos se veía muy animado. Pero quien parecía más afectada era Raquel. Simplemente se quedaba pegada, mirando al suelo o al infinito. Algo preocupado, me fijé en ella durante la clase, pero no cambió. Decidí llevármela al lugar donde solíamos juntarnos para hacerla hablar, que se descargara un poco, eso le haría bien.
—¿Cómo te sientes?— le pregunté apenas nos sentamos.
Ella ni siquiera me miró, solo se apretó las rodillas, recostada contra el tronco de un árbol.
—No... no sé— admitió— fue tan terrible, tan fuerte ¿Cómo se sentirá perder una pierna de un momento a otro? ¿Y qué sentirá Érica?
Raquel se sujetó una rodilla, la misma que Érica le había quitado a Solis. La entendía, estaba experimentando lo mismo que yo; esa extraña sensación de que le mintieron, de que su amiga en verdad había sido un monstruo disfrazado todo ese tiempo.
—Pero...— quiso decir.
Sin embargo, en ese momento apareció Troveto desde la cancha, seguido de Gálica y Pekos.
—¿De qué hablan?— inquirió Troveto.
Raquel permaneció con la cabeza agachada mientras los chicos se ponían cómodos. No supe cómo hacerles entender que ese no era un buen momento para interrumpir, y simplemente no lo conseguí, ellos se sentaron junto a nosotros. No me quedó de otra que integrarlos.
—Hablábamos sobre lo que pasó— les indiqué.
No había necesidad para especificar qué.
—Ah, eso de Solis— adivinó Troveto.
—A ella le gustaba jugar fútbol ¿No?— comentó Pekos— Qué lata que ya no podrá hacerlo.
—Que te quiten una pierna es una lata sin importar qué, tonto— le espetó Gálica.
—¿Pero lo hizo de verdad?— inquirió Troveto— ¿Creen que de verdad le quitó la pierna?
—Es difícil saber— admitió Gálica.
—Se la amputó— aseguró Raquel, sin mucho ánimo— con una sola patada.
Los demás se callaron un momento. Yo suspiré, sin saber bien qué pensar de todo eso. Comprendí que no estaba tan sorprendido como el resto porque sabía algo que ellos no, conocía un lado de ella del que aún ni sospechaban. No es que me sintiera orgulloso por ello, pero creo que me dejaba pensar con más claridad.
Después de un buen rato en silencio, Pekos se atrevió a hablar.
—Quizás... quizás no sea tan seguro juntarse con ella— comentó, tímido.
Los demás nos lo quedamos mirando, extrañados. Él se puso nervioso por esto.
—¡Yo no quisiera perder una pierna o un brazo!— se defendió— ¡He trabajado demasiado tiempo en mi cuerpo!
—Pero... Pekos, es Érica— le alegó Gálica— es nuestra amiga.
—¡No digo que la abandonemos! Solo... no sé, tener cuidado.
Troveto cambió de postura.
—Opino lo mismo— indicó.
—¡Troveto!— exclamó Gálica.
—Amiga o no, es peligrosa ¿A nadie más le da miedo?
Guardamos otro momento de silencio.
—No abandonarla, solo tener cuidado. Creo que Érica también querría lo mismo.
Lo que decía Troveto tenía sentido. Simplemente fijarse más, evitar accidentes.
—Bueno, cuando lo pones así, supongo que tienes razón— cedió Gálica— ¿Creen que haya... querido?
—¿Qué?— salté yo— ¿Que quiso quitarle la pierna?
Todos miramos sorprendidos a Gálica. Esta no hizo intento por esconderse.
—Solis no era la chica más simpática del curso, a veces podía ser muy invasiva, se metía en tu espacio personal. Érica era muy reservada. Se ponía súper incómoda hablando con Solis. Solo digo que es posible que quisiera hacerle daño.
Me parecía absurdo. Estuve a punto de reclamar, cuando de pronto Raquel golpeó sus rodillas con las palmas y llamó la atención de todos.
—¡Érica nunca haría eso!— exclamó— ¡Lo que pasó fue un accidente! ¡Todos cometemos errores!
Gálica, Pekos y Troveto se la quedaron mirando un momento.
—No digo que no se anden con cuidad. Siempre deben tener cuidado con todo el mundo, pero en este momento, Érica debe sentirse horrible por lo que hizo. Dejemos de tratarla como un bicho raro ¿Sí?
Los chicos no pudieron responder, solo guardaron silencio. Yo suspiré, algo aliviado. Quien más me preocupaba en todo eso no era Solis o Érica, sino Raquel, pues era la más afectada. Era un alivio que siguiera confiando en Érica. Así debían hacer los amigos.
—¡Mira!— exclamó un compañero, a unos cuantos pasos de distancia. No le presté atención a lo que decía, hasta que dijo la palabra mágica— ¡Es Érica!
Los cinco nos giramos. Buscamos con la mirada por el patio. Noté que la gente se paraba, todos miraban en cierta dirección. Seguí la línea de sus miradas y me la encontré; caminando con su mochila por el pasillo hacia la sala, ahí estaba.
—¡Érica!— exclamé.
Nos pusimos de pie y fuimos a verla, solo que no fue tan fácil. Antes de poder alcanzarla, un montón de estudiantes se nos adelantaron y la rodearon para abordarla con preguntas. Al notar esto, eché a correr, me introduje en la multitud y avance a empujones y codazos. Así conseguí acercarme. Ella intentaba avanzar, pero la gente le bloqueaba el camino. Le extendí mi mano, ella la tomó y me tiró hacia adentro. Eso era todo lo que necesitaba.
—¡Suficiente, damas y caballeros!— dije a los demás— ¡Mi cliente no contestará más preguntas! ¡Ahora abran paso, por favor!
Algunos me escucharon y rieron, otros estaban muy concentrados en conseguir respuestas de Érica, pero de todas formas la muchedumbre fue ablandándose y conseguimos abrirnos paso. Yo continué defendiéndola y disuadiendo a los demás alumnos de instigarla, y después de unos minutos eternos, logramos deshacernos de todos y llegar a la sala.
—¿Estás bien?— le pregunté.
—Sí, gracias por eso— indicó— no pensé que causaría tanto revuelo.
Esto me sorprendió bastante. Érica no era tonta, no era de las porras del curso, pero a veces pensaba sin sentido común.
—Le sacaste la pierna a una chica ¡Claro que causaría revuelo!— dije en voz baja.
—Lo siento— alegó ella.
—Pero ya que estamos...— miré a todos lados, los demás dentro de la sala miraban a Érica a vistazos, pero no parecía que se atrevían a abordarla aún— ¿Qué pasó, realmente?
—¡Sí! ¡¿Qué pasó?!— exclamó Pekos.
Nos giramos, nuestros amigos se acercaban rápido para escuchar. Noté que algunos otros chicos del curso paraban la oreja también, pero no me importó.
Ella apretó los labios, visiblemente incómoda con el recuerdo.
—Pensé que iba a pegarle a la pelota— explicó— estaba nerviosa, le puse mucha fuerza. Ella se interpuso. Ni siquiera vi cuando me la quitó. De repente había sangre por todos lados.
Respiré aliviado. Entonces no había sido a propósito. Los demás también se veían menos nerviosos. Incluso Raquel, que había visto todo.
—¿Y por qué escapaste?— alegó, con su tono acusador de siempre.
Érica dio un paso atrás, intimidada.
—¡Lo siento! ¡Entré en pánico!
Troveto posó una mano sobre el hombro de Raquel.
—Tranquila, tú misma dijiste que fuéramos cuidadosos.
Los demás lanzamos a Troveto miradas asesinas. Que nosotros acordáramos tener cuidado a su alrededor no era algo que Érica necesitara saber. Para nuestra fortuna, a ella no pareció importarle.
—Emh... no causé muchos problemas ¿O sí?
No sabía muy bien cómo contestar a esa pregunta, pero no necesité hacerlo. En ese momento, un portazo nos sobresaltó. Nos dimos la vuelta y vimos ante nosotros una chica muy alta, casi del tamaño de Pekos, con una musculatura similar. Su piel estaba tostada por mucho tiempo bajo el sol, sus rasgos eran duros y sus mangas arremangadas hasta el codo. Su cara estaba arrugada en un ceño fruncido que me dejó la piel de gallina, pero su odio no iba dirigido a mí. Sus ojos se posaron de inmediato sobre Érica.
—La rubia— comentó— tú eres Érica Sanz ¿No? La que le voló la pierna a Solis.
—¡Tú puedes, Krois!— la animó una chica fuera de la sala.
Seguí la fuente de la voz y noté a una muchedumbre detrás de Krois, mayormente alumnos de tercero medio. Todos miraban curiosos a la chica atlética, algunos incluso sonreían, emocionados por ver un espectáculo. No me gustó a dónde iba todo eso.
—¿Se llamaba Solis?— preguntó Érica.
Krois apretó los dientes y su cara se arrugó incluso más, con odio.
—Sí, mi hermana, a la que le amputaste la pierna ¡¿Ni siquiera sabías su nombre, pedazo de mierda?!
Avanzó a zancadas, estiró una mano rápida como una serpiente y atrapó el cuello de Érica. Los demás intentaron separarla, pero ella no se dejó apartar. Por su parte, Érica no se movía, solo la miraba con la cara roja por su cuello apretado.
—¡¿Cómo lo hiciste?!— exclamó Krois, furiosa— ¡¿Cómo chucha le amputaste la pierna a Solis?! ¡¿Y por qué?!
Érica emitió un pequeño gruñido, creo que no podía hablar con la mano de Krois apretándole la garganta. Esperé que se la quitara de encima, que fácilmente la sobrepasara en fuerza y le demostrara que no podía simplemente ir y ahorcarla, pero Érica no hizo nada de eso, solo permaneció quieta.
—¿Érica?— la llamé, consternado.
Krois le dio un combo que la botó al piso.
—¡Érica!— exclamó Raquel, agachándose para ayudarla.
Krois parecía dispuesta a seguir pegándole, Pekos y Troveto se prepararon para empujarla para hacer distancia, Gálica tomó aire para gritar y yo me quedé paralizado, sin entender qué ocurría.
—¡¿Qué está pasando aquí?!— gritó un profesor.
Todos nos dimos la vuelta. A la sala entró el profesor de matemáticas, quien avanzó rápido hacia nosotros.
—¿Se puede saber qué hacen?— alegó, y luego se dirigió específicamente a Krois— señorita Ramos ¿Por qué está en la sala del cuarto C?
—No, yo... yo solo...
—Ya sonó el timbre. Vaya a su sala, estamos en clases— le apremió el profesor.
Ella bajó la mirada y aceptó, pero mientras se marchaba hacia la puerta, le lanzó una última mirada de odio a Érica.
Esta se puso de pie con ayuda de Raquel. El profesor la miró.
—¿Qué pasó, señorita Sanz?— inquirió el profesor.
Ella se sobó una mejilla, aunque parecía más que se limpiaba una mancha de mugre.
—Nada importante— comentó.
—Bien. Tomen asiento, rápido.
Fuimos a sentarnos, pero no nos sentíamos del todo seguros que el asunto hubiera terminado. Mientras el profesor comenzaba a escribir en la pizarra, me dirigí a Érica.
—¿Por qué no la paraste?— quise saber, extrañado.
Ella no parecía del todo molesta. Es más, el combo no le había dejado ninguna marca. Me miró inquisitiva, como preguntándose si yo entendería la respuesta.
—Aunque fue un accidente, es normal que me odie. Es justo que le deje pegarme.
Me sorprendí. No esperaba una respuesta así de la bruta asesina que había decimado a los cogoteros en el callejón.
—¿Justo?— repetí.
Su concepto de justicia me parecía raro, aunque debido a las circunstancias, no podía decir que estaba en desacuerdo.
—Sí.
Era una manera madura de afrontar las consecuencias. Sin embargo, eso no bastaría para calmar a la gente más afectada. Solo esperaba que el asunto no se saliera de control.
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