7.- Sigo Temblando de Miedo (1/2)
Estábamos en el patio, como siempre. Ya estábamos terminando el primer mes de clases, y eso significaba que las primeras pruebas comenzaban a aparecer. Desde ahí no nos dejarían en paz hasta el último día del semestre.
—¡Estoy harto de estudiar!— exclamé, arrojando mi libro con frustración hacia el suelo.
—Pero si no has leído nada— alegó Érica.
Yo me recosté sobre el piso de piedra, junto a ella.
—Sí, bueno, de todas formas estoy harto ¿Alguien tiene un panorama, para variar?
Los demás me miraron, pensativos.
—Yo no tengo nada— se lamentó Pekos.
—¿No que Camila iba a hacer una fiesta para su cumpleaños?— recordó Gálica.
Yo me levanté de inmediato.
—¡¿Alguien dijo fiesta?!— exclamé.
Los demás rieron.
—¿Es una de nuestro curso?— inquirió Érica.
—Una chica muy simpática, algo... robustita— explicó Gálica.
—La morsa llorona que siempre se le pierde todo— indicó Troveto.
—¡Oh, ella!— saltó Érica
—¡Troveto! ¡¿Cómo la puedes llamar así?!— exclamó Gálica, ofendida.
—Es más fácil de entender que tu explicación— alegó él.
—Pero tiene una casa grande, y las fiestas que ella hace siempre tienen mucha comida— recordó Pekos.
—¿Cuándo es?— quise saber.
—El viernes en la noche— indicó Gálica.
—Ah ¿No invitó a todo el curso?— recordó Érica.
—Sí, hizo un anuncio antes de la clase, hace una semana— concordó Gálica.
—Excelente, entonces tenemos fiesta— concluí.
Me gustó la idea de tener una fiesta tan pronto en el año. Al fin tendríamos una oportunidad de relajarnos y sacar nuestras frustraciones. Quizás hasta tenía suerte con Érica. La miré para ver su reacción, pues nunca sabía bien cómo respondería ante nada. Ese caso no fue distinto.
Érica tenía cara de aproblemada, como si de repente le hubieran dicho que tenía un examen súper importante al día siguiente. Me pareció raro, pero no del todo desconcertante. Quizás solo estaba nerviosa porque no sabía qué regalarle a Camila, ese era un miedo común.
—¿Estás bien?— le pregunté, solo para asegurarme.
—¿Eh? Sí, sí, claro— contestó— ¿Y tú?
—Vas a ir ¿Verdad?— continué.
—¿Eh?
—A la fiesta. Vas a ir ¿Verdad? Me encantaría que estuvieras ahí.
Esperé que recibiera mi mensaje encriptado: "Me encantaría que estuvieras ahí, así podemos tomar y bailar y comernos, y quizás hasta comenzamos a pololear. Es una excelente oportunidad para ambos". Pero no pareció prestarme mucha atención, al menos no me miró directamente más de unos instantes. Sus nervios se me contagiaban poco a poco, impregnándome con una idea que me parecía cada vez menos absurda: Érica no quería ir. No quería pasarla bien con nosotros.
Pero no podía ser ¿Por qué no querría tener un buen rato con sus amigos?
A menos que tuviera otros planes, como juntarse con otras personas, gente a la que quería más que nosotros. Pensé alarmado, por un momento, que quizás tenía un pololo al que no conocíamos, y quería juntarse con él. Maldije por lo bajo, pero luego me sacudí la cabeza. Érica era muy transparente, y algo así lo habríamos descubierto rápido.
—No... no creo que deba. No conozco muy bien a la Camila— se excusó.
Me paralicé. Érica no quería juntarse con nosotros. Algo raro estaba pasando.
—¿De qué hablas? Nos vamos a divertir un montón— le reclamó Gálica.
—¡Así se hace, chicoca!— exclamé en mi mente.
—¿Eso creen? Pero aun así, se siente raro— se defendió Érica.
—Tranquila, flaca— la calmó Troveto— estarás con nosotros todo el rato, será fenomenal.
—¿En serio?
—¡Sí! ¡Y podemos bailar y todo eso!— bramó Pekos.
Noté que Érica se echaba para atrás. Por alguna razón, la mención del baile había arruinado todo el progreso de Troveto y Gálica. Pensé rápido, tenía que salvar la situación.
—O mejor, podemos echar la talla entre nosotros— dije, alzando un poco la voz para sonar más autoritario— ven a la fiesta, Érica. La pasarás bien. Yo me aseguraré de ello.
Por supuesto, dije esto último con mi sonrisa encantadora mata corazones. Érica me miró largo rato, al principio con una rara expresión asqueada, como si se hubiera metido algo raro en la boca, pero luego con una mueca de resignación.
—Está bien, iré. Quizás... quizás la pasamos bien.
Todos levantamos las manos, victoriosos.
—¡Sí! ¡Vamos a la fiesta!— exclamamos.
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Los días pasaron rápido, y pronto llegó la noche de la fiesta.
No nos juntamos antes de la fiesta, solo llegamos cada uno a la hora que le acomodaba. Por supuesto, yo llegué puntual, exactamente hora y media después de que empezara oficialmente. Suficientemente tarde para evitar la parte aburrida donde nadie hace nada, pero al mismo tiempo temprano para no perderme ningún evento del que copuchar.
Saludé a Camila y le di su regalo; un chocolate barato que había comprado por ahí. Luego me dirigí a la sala de estar, donde la gente se reunía. Para esa hora ya se encontraba la mayoría del curso, además de algunas caras que no conocía. Pronto me encontré con mi equipo; Pekos devoraba la comida en la mesa, Troveto se reía con unos chicos, Gálica discutía con un chico junto a los auriculares. Todo parecía ir bien. Miré por todos lados, había muchas caras, pero no la de Érica.
Le pregunté a uno de nuestros compañeros, me indicó el patio. Luego de saludar a mis amigos, me dirigí a la puerta trasera. También había harta gente ahí. El patio de Camila era bastante espacioso, con una gran parte cubierta de baldosas rojas, pero con una pequeña sección compuesta de pasto y un árbol chico. Había algunas sillas puestas contra la pared, pero no alcanzaban para toda la gente. En uno de los grupitos más grandes de gente pillé a Érica. Se encontraba parada entre dos chicos altos, casi detrás de ellos. Sostenía un vaso plástico con bebida, con la mirada perdida en el suelo y una expresión de aburrida que no se la quitaba ni el mejor comediante del planeta. Quise hacerle saber que estaba ahí, pero me quedé callado para observarla un momento. Las personas del círculo reían animadamente de cuando en cuando y conversaban sin tapujos, pero luego me fijé en que no eran todos quienes participaban, sino que apenas dos chicos y una chica, que se interrumpían constantemente para tomar la palabra, mientras que los demás solo reían y escuchaban. Érica ni siquiera escuchaba, solo estaba ahí parada, aburrida. Después de un buen rato pareció espabilar, y se giró para ir a otro lado. En eso me notó y me sonrió, me temo que aliviada.
—¡Ocko, por fin llegaste!— exclamó, más animada de lo que me había saludado nunca.
Los demás chicos también me notaron, y muchos se acercaron para saludar. Era natural, era amigo de todos. Después de charlar un poco con los demás, tomé a Érica y me la llevé para adentro. La música estaba un poco fuerte para conversar, pero así son las fiestas, qué se le va a hacer.
—¿Por qué no te quedaste con los demás?— le pregunté.
—¡¿Qué?!— preguntó, sobre la música.
—¡¿Por qué no fuiste a hablar con los demás?!— repetí.
Ella se encogió de hombros.
—¡No sé, estaba aburrida!— exclamó.
Me extrañé ¿Más aburrida que cuando la encontré?
Fuimos a los sillones, donde Pekos comía como un chancho. Pronto se nos unieron Gálica y Troveto. Gálica retó a Pekos por arrasar con la comida, Troveto se quedó hablando con otro chico al lado en vez de unírsenos. Recordé que tenía que ayudarlo a flirtear. La idea me dio lata, pero tenía que hacerlo, ya se lo había prometido.
Nos quedamos hablando un buen rato con Gálica y Pekos. En cierto momento hasta Troveto se nos unió. Nos reímos, nos burlamos de algunos compañeros que no habían llegado, hablamos de las cosas que ocupaban nuestras cabezas de momento, lo mismo de siempre. Estuvimos charlando un buen rato, hasta que me di cuenta que Érica no había dicho nada en casi toda la conversación. Me giré hacia ella, solo para encontrar de nuevo esa horrible expresión de aburrida en su cara, como si se hubiese pasado estudiando un día completo.
—¿Estás bien?— le pregunté.
Ella me miró, extrañada.
—¡¿Qué?!
La música fuerte comenzaba a hartarme.
—¡¿Estás bien?!
Ella arqueó una ceja, no muy segura de lo que le decía. Pensé que tendría que repetirle mi pregunta de nuevo, pero entonces ella asintió y se paró a conseguir otro trago.
Durante el transcurso de la fiesta intenté animarla con chistes, con charlas, y por supuesto que intenté darle trago, pero no se rio, no se interesó ni me aceptó el vaso con pisco y bebida.
—Será más agradable, te lo aseguro— le insistí, tendiéndole el vaso con pisco.
—No quiero— indicó ella.
—En serio, Érica, es tuyo— re insistí.
Ella negó con la cabeza.
—Bueno, lo dejaré aquí— dije, mientras lo depositaba justo frente a ella, en la mesita de centro— tómatelo cuando quieras.
—No lo voy a hacer— alegó ella— no quiero trago.
—Dejemos la posibilidad abierta, solo eso— le espeté.
Ella me miró irritada, pero no dijo nada más. Esperé que cambiara de opinión en algún momento, pero el nivel de trago en el vaso no bajó en ningún momento, hasta que Pekos golpeó la mesa sin querer y lo dio vuelta.
En cierto momento noté que se armaba una pista de baile en el patio. Ya era hora.
—Oigan, vamos a bailar— apremié a los chicos.
Troveto, Gálica y yo nos paramos. Pekos y Érica se quedaron sentados.
—¡Vamos! ¡¿Qué les pasa?!— grité sobre el ruido de la música.
—Estoy cansado— alegó Pekos— he estado en el gimnasio toda la semana.
—Vamos, grandote. Bailemos un rato— lo invitó Gálica.
Pekos puso cara de que no quería y se estiró perezosamente, pero al final se paró de mala gana.
—Está bien, está bien. De todas formas me van a molestar si no voy— reclamó, como si no fuera obvio que estaba contento porque Gálica lo había invitado.
Yo miré a Érica, pensé que no haría mal probar el mismo truco.
—¿No quieres bailar, Érica? ¡Será divertido!
Ella miró el patio a través del marco de la puerta, desde la distancia. Luego me miró a mí y negó con la cabeza.
—¡Oh, vamos! ¡Todos lo están haciendo!— alegué.
—¡No quiero! ¡No me gusta bailar!— exclamó.
Me congelé. Pensé por momentos que Érica de verdad no tenía intenciones conmigo, pero no podía ser el caso. Yo era el chico más popular, el más apuesto, todas las chicas me querían a mí.
—¿Se está haciendo la difícil?— me pregunté— Quizás se juntó con algunas de las chicas y ellas le dijeron que hiciera eso ¡Argh! ¡Odio que hagan eso! ¡Solo lo hacen todo más lento!
Los chicos fueron. Yo insistí e insistí, y después de unos buenos dos o tres minutos conseguí que se parara y me acompañara al patio. Ahí bailamos un buen rato en grupo. Intenté sacarla a bailar sola conmigo, pero los demás nos siguieron a donde fuéramos, y no tuvimos oportunidad.
Bailar hizo todo más fluido. Conseguí captar la atención de Érica con movimientos chistosos y pasos de baile llamativos, y hasta la hice reír un poco. Por la forma tosca en que se movía, me imaginé que no tenía mucha experiencia haciéndolo. Me pregunté si no acostumbraba a ir a fiestas.
Estábamos pasándola muy bien, pero de repente, al terminar una canción, se marchó. Sorprendido, la seguí hacia el interior de la casa.
—¿Qué pasó?— quise saber— ¿No quieres seguir bailando?
—No, me aburrí— confesó ella.
—¡Pero te estabas riendo y todo! ¡La estábamos pasando tan bien!
Pero ella negó con la cabeza.
—Me reí un poco, pero sigo aburrida, y estoy cansada. Creo que... que me voy.
Abrí los ojos de par en par y me quedé boquiabierto.
¿Qué había hecho mal? ¿En dónde me había equivocado?
—¿Me despides de los demás?— me pidió.
Se me quedó mirando. Comprendí que esperaba una respuesta. Esa era mi oportunidad.
—Espera, Érica ¿Por qué te vas?— le pedí.
Ella me miró extrañada.
—Ya te dije, estoy cansada.
—Pero... es una fiesta ¿No te vas a quedar hasta el final?— alegué.
Sé que no me escuchaba como el chico más genial del mundo, pero no conseguía entender cómo una chica como ella podría simplemente irse de una fiesta. Aún faltaba tanto por hacer, tanto por divertirnos. Podíamos bailar hasta caer agotados, comer todo lo que quisiéramos, echar la talla con gente nueva y conocida, incluso ir a algún rincón oscuro a comernos, borrachos.
—No— contestó ella, secamente— Nos vemos el lunes.
Y se fue. Yo me quedé desconcertado, ahí, en la sala de estar. Érica no iba a esperarme a que me recompusiera.
—¡¿Qué le pasa?!— exclamé en mi mente.
Rápidamente la alcancé y le tomé la mano para pararla. Ella se detuvo y me miró sobre el hombro. No se paró para hablar, sino que más bien pausó su caminar. Parecía lista para partir en cualquier momento. Quise insistir, pero cuando me miró con ojos cansados y poco amigables, recordé que ella no era cualquier chica. Por primera vez me entró algo de miedo hacerla enojar. Sabía que ella no me haría daño, pero irritar a una chica con súper fuerza parecía una mala idea de todas formas.
—Te... te acompaño— conseguí decir.
Ella juntó sus pies y se giró para mirarme, consternada.
—¿Eh?
Yo también estaba sorprendido de lo que había dicho, pero llevarle la contraria no parecía ser buena idea, y dejar que se fuera simplemente se veía como una oportunidad desaprovechada. Así que eso era lo único que se me había ocurrido decir.
—¿A mi casa?— se extrañó ella.
Ya era muy tarde para echarse atrás.
—¡Sí!— contesté, esperando no arrepentirme después.
Érica se rio.
—No es necesario, mi papá va a venir a buscarme...— en eso miró al suelo, repentinamente tímida— pero si quieres, podemos acercarnos y caminar un rato. No me molestaría.
Sonreí, esperanzado. Podía pasar un rato más con ella sin tener que pegarme el viaje hasta su casa a esa hora.
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