6._ Hasta Fin de Año
Pronto llegó el día acordado con Érica. Terminamos las clases y se fue a mi casa.
Cuando llegamos, me encontré a Ramiro, mi hermano mayor. Está en su segundo año de universidad y tiene un horario muy raro, por eso a veces llega temprano. Dicen que nos parecemos mucho, pero la verdad es que yo nunca he encontrado muchas similitudes. Somos buenos amigos, aunque muchas veces no sé en qué puede estar pensando.
—Hola, Rami— lo saludé.
—Rak— contestó él, al verme. Luego se quedó mirando a Érica como si fuera un cuadro abstracto.
No dijo nada por un buen rato, y eso me pareció algo grosero.
—Hola— dijo Érica.
—Ho... hola— dijo Ramiro. Luego me miró, contrariado— ¿Es... es tu amiga?
—¿Por qué te sorprendes tanto?— alegué yo.
Pensé que estaba bromeando, pero pronto se sacó esa cara ridícula que tenía y fue a saludar a Érica de beso. Yo los presenté.
—Mi hermano Ramiro— le dije a Érica. Luego la apunté a ella— mi... amiga... Érica.
Esto último se me hizo súper raro de decir, como si estuviera hablando en otro idioma. Entonces comprendí por qué Rami se sorprendía tanto; creo que nunca había llevado a una amiga a la casa. Al menos, no tengo memoria de ello.
Intenté disimular mi cara roja mientras dejábamos las mochilas en mi pieza. Después de eso nos servimos almuerzo, reposamos un rato y nos dirigimos al patio. Llevé una radio de mi mamá y nos paramos en el pasto. El sol no pegaba muy fuerte, estaríamos bien.
—Bien... eh...
Vi el espacio ante mí, unos buenos metros cuadrados despojados de muebles que interfirieran, teníamos bastante para movernos. Pensé que sería fácil, nada más transmitir mis conocimientos a Érica. Sin embargo, en ese momento me pregunté qué debía enseñarle primero, y me di cuenta de que no sabía. Estaba acostumbrada a seguir las instrucciones de mi profesora, nunca me había tocado enseñar a otro. Medité un momento ¿Qué tal si íbamos paso a paso? Seguro así aprendería.
Seleccioné una canción que me parecía fácil, la puse en la radio y llevé a Érica al centro del patio.
—Tú sígueme— le indiqué.
Ella asintió.
Así comenzamos las lecciones. No sé por qué esperé que fuera fácil. Le mostraba a Érica movimientos que quería que ella hiciera, pero a ella le costaba un montón equilibrarse y moverse de la manera correcta. Era tosca, lenta y necesitaba que le repitiera cada movimiento varias veces para entenderlo.
—Hazlo así— le dije, antes de dar un pequeño giro sobre una pierna.
Ella intentó imitarme, pero su postura estaba mal, sus brazos no se levantaban mucho, sus piernas estaban no flexionaban lo suficiente, y su expresión era muy seria. Lo hizo mal y fuera de ritmo. Yo le dije todo esto, lo repetimos una y otra vez, pero cada vez lo hacía con menos ganas.
—Otra vez— le dije.
La miré a la cara, ella parecía angustiada.
—Vamos, te dije que tienes que sonreír— le repetí.
Érica se alejó un paso de mí.
—Necesito un descanso— me dijo.
—¡No podemos descansar! ¡Si apenas empezamos!
—Hemos estado bailando casi una hora.
Esto me sorprendió ¿Tanto tiempo había pasado? No me había dado cuenta. Medité un momento sobre si debíamos tomar un pequeño descanso, cuando la ventana del comedor al patio se abrió, y de ella salió Ocko, con ropa de calle.
—¡¿Ocko?!— exclamamos ambas.
—¿Érica? ¿Qué haces aquí?— alegó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Me fijé en ella. Érica también sonrió, notablemente aliviada.
—Raquel me enseñaba a bailar— dijo— ¿Por qué viniste tú?
Ocko se encogió de hombros.
—Es costumbre. Me gusta venir a molestar a Raquel— admitió.
Y no mentía. Por buena parte de mi vida, ese Ocko había sido una molesta piedra en mi zapato.
—¿Así que estaban "bailando"?— dijo él, mirándome con cara traviesa mientras decía lo último.
Abrí mucho los ojos y agité mi cabeza para hacerle saber que no toleraría ningún chiste sobre el tema. Él solo siguió sonriendo. Érica no pareció entender, solo miraba el suelo con una expresión triste. Me extrañó. Quizás solo estuviera cansada, pero me pregunté si había algo que la había hecho sentir mal. Esperaba no haber sido yo.
—Quizás no debí venir, no quería "interrumpirlas"— dijo él con el mismo tono burlón de antes. Le lancé de nuevo una mirada asesina.
—Oh, no. Está bien. Estaba cansada de todas maneras— indicó Érica.
—¿Tú? ¿Cansada? Vaya, Raka, eres un monstruo.
Sé que Érica solo estaba expresando lo que tenía en la cabeza en ese momento, pero de todas maneras me dolió ¿Estaba cansada de mí? Pensé que estaría disfrutando de nuestra lección.
—¿Por qué no le mostramos a Érica cómo se hace, Raka?— se ofreció Ocko.
Me giré a él, ya se había sacado la chaqueta y caminaba hacia mí con esa confianza tozuda que siempre muestra. Érica fue y se sentó en la misma silla donde él dejó la chaqueta. Ocko me tendió su mano, yo lo miré por un segundo. La canción se repetía una y otra vez, así que teníamos música infinita. Luego miré a Érica, había querido que ambas bailáramos solas, pero ella era tan rígida como una tabla, y no parecía que había disfrutado mucho de mi compañía.
Tomé la mano de Ocko y nos largamos a bailar. No lo hacemos a menudo, pero nos movimos como si estuviéramos practicando todos los días. Es fácil moverse con él, como andar en bicicleta después de años de evitarlo; simplemente nos entendíamos tanto que podíamos sincronizarnos de inmediato. Además, Ocko podía soltar su cuerpo, podía coordinarlo con facilidad, y desde ahí podía experimentar con guiños, sonrisas, gestos y pasos que se salían de lo usual. Admito que yo también estaría enamorada de él, si me gustaran los chicos.
Mientras bailábamos, miré un momento a Érica. Para mi sorpresa, ella se veía derrotada. Estaba inclinada sobre sus rodillas, y nos miraba como si estuviera pidiendo monedas en la calle ¿Tanto odiaba el baile, que no aguantaba vernos?
Me sentí un poco molesta por su reacción. Había esperado esa tarde con ansias por varios días, pensaba que iba a ser un momento mágico entre las dos, y ella llegaba con su falta de entusiasmo y sus caras largas.
Al menos Ocko estaba ahí para levantarme el ánimo.
Estuvimos los dos bastante bien por un rato. De pronto, para mi sorpresa, Ocko se giró hacia Érica y le tendió una mano. Érica se alarmó y levantó las manos para decirle que no, pero se lo quedó mirando sin hacer nada por unos segundos. Ocko tampoco se movió, solo se miraron el uno al otro por largo rato. Finalmente Érica tomó su mano, y Ocko la tiró hacia nosotros. Yo no estaba segura de lo que intentaba hacer hasta que Érica se paró junto a ambos. Ambas lo miramos, extrañadas.
—Pero no sé...— quiso decir Érica, hasta que Ocko la calló con un dedo sobre la boca. Ella se puso roja. Yo me preparé a pararlo si comenzaba a hacer algo muy atrevido.
—Tú sabes— le aseguró Ocko— no tiene que ser bonito, solo tiene que gustarte. Eso es todo lo que importa.
Tras decir esto, comenzó a moverse ligeramente al ritmo de la música. Luego me miró a mí y me hizo un gesto con los ojos. Comprendí que quería que le siguiera el juego. Comenzó a moverse con mayor amplitud, sacudió los brazos y se dejó llevar por el ritmo, dando el ejemplo.
—Como quieras— pensé yo, y también me largué a bailar.
Dejé de lado todas las técnicas y reglas que había aprendido en mis años de práctica, y me moví con la canción. Miré a Érica para asegurarse de que nos seguía. Parecía intentar moverse, pero le costaba seguir el ritmo. Me miraba los pies, como intentando entender. Entonces se me ocurrió algo.
Le pedí una mano, ella la levantó y yo se la tomé. Tiré y aflojé, siempre guiándome por la música. Con eso moví sus hombros. Luego la hice mirarme a los ojos, y asentí con la cabeza al compás de la batería, con un movimiento amplio para que ella entendiera. Érica comenzó a seguirme al mismo ritmo. Con sus hombros y su cabeza moviéndose constante, fue agarrando confianza. Comenzó a mover las piernas, las caderas, los codos. Comenzó a disfrutarlo.
Me dio alegría y pena al mismo tiempo. Alegría porque al fin la veía disfrutando algo que a mí me gustaba, al fin estábamos bailando juntas. Pena porque había necesitado de Ocko para conseguirlo.
El muy granuja nos tomó de las caderas, y continuamos bailando por un buen rato.
------------------------
Al terminar, tomamos mucha agua y nos sentamos a descansar. Estuvimos un buen rato charlando de temas superficiales. Mejor así, no necesitaba pensar. Érica nos contó sobre un libro que estaba leyendo, de un ladrón y una estafadora que se enamoraban en su aventura por salvar el mundo. Me pareció una historia muy bonita, al menos de la manera que ella lo contaba.
En cierto momento, Ramiro apareció en la sala de estar y le pidió a Ocko ayudarlo a mover unas cajas. Los dos chicos se fueron un momento, y nos dejaron solas. La conversación cambió de inmediato, se volvió mucho más pausada y callada. Se notaba cuando Ocko ya no estaba.
Pero no solo en la conversación, sino que en Érica. En cuanto dejó de verlo, se relajó y su voz se volvió un poquito más grave, fue casi imperceptible, pero no se me pasó por alto. Hablamos sobre instrumentos musicales, y eso me llevó a explicarle cómo funcionaban los pianos. Luego de eso guardamos silencio un momento, hasta que ella se inclinó hacia mí, se puso de pie y se vino a sentar a mi lado.
—Oye, Raquel— me dijo, sonriente y con voz bajita— Dime la verdad ¿Qué tan cercanos son tú y Ocko?
Eché mi cabeza hacia atrás unos centímetros.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes...— me espetó, sonriendo como una niña chica— ¿Están pololeando o algo así?
Me la quedé mirando con desdén.
—¿Qué?— solté.
Me recosté en el respaldo del sillón.
—No— contesté al final, con algo así como un gruñido.
No era mi intención sonar pesada, pero me molestó que de repente sacara el tema.
—¿En serio? Es que se ven tan unidos— alegó Érica.
—Solo somos amigos— le dije.
—¿Entonces tiene... tiene polola?
La miré irritada. Esta vez fue ella quien se echó hacia atrás, creo que atemorizada.
—Puedes acostarte con él todo lo que quieras, solo no me involucres— gruñí.
Ella se hizo hacia atrás, perpleja. Esperé que me respondiera, que se irritara por mi tono, pero no hizo nada de eso, solo miró a un lado, algo triste.
—Lo siento ¿Qué fue lo que dije?— quiso saber, con un tono de cachorrito abandonado.
Resoplé por la nariz. Me llevé una mano a la sien, aún irritada. Pero no podía enojarme mucho tiempo con Érica, no cuando me ponía esa cara de pena y arrepentimiento.
—No es su culpa pensar como cualquier otra niña— pensé.
Todas estaban enamoradas de Ocko, no había nada que hacer ¿Por qué me enojaba yo con ella?
—No quería molestarte, de verdad— aseguró.
—No, soy yo...— mascullé— soy yo... la que está mal. Disculpa. Es solo...
La miré. "Es solo que yo te quiero a ti". No podía decirle eso, pero pucha que quería.
—Es que muchas chicas intentan hacerse mis amigas para acercarse a Ocko— admití— pero no se interesan por mí. En cuanto notan que Ocko las ignora o les rompe el corazón, se van y me dejan sola ¡Es odioso!
Y era verdad, ya me había pasado muchas veces. Chicas superficiales que pensaban con su vagina. No quería que Érica se transformara en algo así, no quería que hubiese sido una mentira, pero todo apuntaba a que me abandonaría tarde o temprano.
—Vaya, eso está muy mal— comentó ella— pero tú me gustas.
Me giré hacia ella. Mi corazón comenzó a palpitar a mil por hora. Estudié su cara para ver si era mentira... y me di cuenta que más o menos lo era.
—Yo no dejaría de ser tu amiga si Ocko me rechazara— aseguró— eres agradable, no veo por qué las demás te dejaron sola.
—Ah, "amigas". Claro.
Pero me recompuse pronto. Al menos Érica me estaba ofreciendo algo.
—¿En serio no me dejarás?— pregunté.
—¡Claro que no! ¡Vamos a terminar este año juntas!— exclamó.
Ah, eso sonaba bien.
Me eché sobre el respaldo de nuevo, cansada después de que mi corazón desacelerara.
—Así que te gusta Ocko ¿Eh?— le espeté.
Érica se puso roja.
—¡No se lo digas a nadie!— exclamó.
Claro, porque nadie se había dado cuenta.
Me extrañaba que Ocko no hubiera intentado nada con ella, pero podía estar tardándose más porque no quería hacerla enojar, no con su súper fuerza. Me molestaba que Érica ni siquiera me considerara como una alternativa a Ocko, pero sabía que no había nada que pudiera hacer. Malditas hétero.
Al menos podía contar con ella hasta fin de año.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top