5._ La última persona que quería ver en el lugar donde menos me la esperaba


Esperaba que ese fuera un miércoles normal. Por la mañana tendría clases normales, a la tarde tendría mis clases especiales, lo mismo de siempre. Llegué a la sala, dejé mi bolso y me puse a leer el libro que había tomado la semana pasada. Luego comenzó a llegar la gente, a llenar los puestos y a hablar entre ellos. De cuando en cuando me veía obligada a levantar la mirada por un movimiento repentino o un ruido fuerte, pero aunque miraba sus caras, no podría decir en qué orden llegaron mis compañeros o de qué hablaron.

Me irrita un poco que nos aprieten a tantos en una sala, que nos muevan y nos traten como a una unidad. En fin, tampoco voy a hacer nada al respecto, eso me obligaría a involucrarme en conflictos que no necesito.

Soy un poco introvertida, por si no se notaba. No es que me irriten los demás, solo el tener que lidiar con ellos con tanta frecuencia.

De repente una voz familiar interrumpió mi lectura. Levanté la vista, me encontré con el mayor payaso de todos: Ocko. En ese preciso momento alzaba las manos hacia ambos lados mientras balanceaba una botella sobre su frente, como si fuera un lobo marino. Me imagino que su extraño baile iba acompañado de un chiste, porque Érica se reía a carcajadas.

—Déjense de tonterías y vayan a coquetear fuera de mi vista— pensé, irritada.

Intenté continuar con mi libro. Afortunadamente Ocko y Érica se calmaron, pero pocos minutos después ella volvió a interrumpirme.

—¿Qué es eso?— preguntó.

Mis cejas se apretaron por sí solas. Bajé mi libro y la miré, descolocada. Considero bastante grosero interrumpir a alguien mientras lee. Solo porque los demás no puedan oír la narrativa en mi cabeza, no significa que yo no esté haciendo nada. Más encima me cargan las personas que preguntan "¿Qué estás leyendo?" como tontas. Solo buscan hacer conversación con alguien que no quiere conversar ¡Respeten mis putos bordes, por la mierda!

Me aguanté todo esto, por supuesto, y me preparé para contestarle en un tono cordial, cuando me di cuenta que Érica no apuntaba a mi libro, sino a mi bolso.

—¿Haces deportes?— continuó.

Me quedé pasmada. No pensé que alguien me preguntaría sobre mi bolso, en verdad no quería responder, no quería que la gente se enterara.

—Eh... ah, sí, sí, claro— balbuceé— voy al... al gimnasio.

—¿En serio? ¡Pekos también! ¿Son amiguis de gimnasio?

Maldije por lo bajo. Se me había olvidado que ese gorilón va al gimnasio todos los días.

—No, otro gimnasio— dije, aunque no sé cuánto se lo creyó.

—¿Lo haces para estar en forma?— supuso.

—Sí... sí, precisamente— continué.

Mentía burdamente, pero no podía hacer mucho más. Solo podía esperar a que Érica se aburriera y se fuera a reír con las tonterías de Ocko, o que llegara el profesor.

—¡¿Ah?! A veces yo también pienso que debería hacer más ejercicio.

—No, tú eres quien menos debería hacer ejercicio en todo el mundo— pensé.

Abrí la boca, indecisa sobre cómo contestar, pero en ese momento apareció Solis.

—¿Por qué no te unes al equipo de fútbol?— le preguntó a Érica, invitándola.

—¿Eh? Oh, no. No podría.

Solis era una chica amante del fútbol. Era alta, atlética y muy sociable, alguien a quien tiendo a evitar todo lo que puedo. No éramos amigas, pero tampoco nos odiábamos, o al menos no creo que ella supiera que a mí me desagrada. Siempre llevaba una cola de caballo muy apretada, como si estuviera lista para ir a jugar fútbol en cualquier momento.

—¡Oh, vamos! ¡Hay mucha gente en el equipo, somos muy buenas!

Puso una mano sobre los hombros de Érica. Comencé a respirar con más fuerza, un tanto irritada.

—No, no soy buena para el deporte— mintió Érica.

Me la imaginé rompiendo la pelota de una patada, o dándole un pelotazo a una de sus compañeras sin querer, y mandándola al hospital por no controlar bien su fuerza. En ese momento, esa idea me pareció chistosa.

—Nadie es bueno al principio, pero tú tienes lo que se necesita. Te lo aseguro— le espetó Solis— ¡También harás muchos amigos! Fue por el equipo de fútbol que conocí a mi pololo.

Érica abrió mucho los ojos, sorprendida.

—¿En serio?

Apreté los dientes con rabia. Maldita Solis, quería estrangularla.

Afortunadamente, en ese momento apareció el profesor, y todos se marcharon hacia sus puestos. Tuvimos que dejar la conversación hasta ahí, y comenzamos las clases.

Sabía que no había razón para molestarme por lo que Érica hiciera, pero que se dejara convencer tan fácil por lo que Solis le dijo, me molestó. Necesité un buen rato para calmarme.

Luego de que mi cabeza se enfriara, recordé que Érica me había llamado la atención sobre mi bolso. Esperé que no hubiera sospechado nada. No me gusta que la gente se entere de lo que hago después de clases.

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Durante el recreo noté a Ocko y su grupo tonteando como siempre. Les eché un vistazo mientras pasaba junto a ellos. Ocko, Pekos y Troveto hablaban descuidadamente, sentados en un círculo. Gálica estaba echada entre los hombros de Troveto y Ocko, discutiendo con Pekos sobre algo que había hecho, seguramente la pasó a llevar sin darse cuenta, siempre ocurre. Érica también estaba sentada con ellos, pero no conversaba. Algo así no me habría extrañado, pero no era la primera vez que lo veía. Incluso cuando yo iba y hablaba algo con ese grupo, Érica no solía tomar parte en las discusiones.

Entonces ocurrió algo que no me esperaba, ella me miró y me saludó con un asentimiento de cabeza. Yo intenté pensar en algo para responderle, pero mis piernas me llevaban rápido, y detenerme parecería mucho para contestarle un saludo tan sutil. Quise hacer un movimiento similar, pero pronto caminé mucho y me vi sin esa posibilidad. Érica se giró de nuevo hacia sus amigos.

Entonces recién me paré y la miré. Quizás solo fuera mi impresión, pero se veía un poco malhumorada. Rápidamente me giré de nuevo y me alejé a paso rápido antes de que me notara.

No podía creer lo tonta que era. Tenía que haber contestado, tenía que haber estado más atenta.

—¡Tonta! ¡Tonta! ¡Ahora Érica no te quiere!— me dije.

Me pregunté cómo ella se habría tomado mi falta de una respuesta. Quizás lo había visto como que la ignoraba. Me sentí horrible, quise ir de inmediato a corregirme, pero no podía, no por algo tan nimio. Entonces mi secreto sería obvio. Si ella se hubiera enterado, estaba segura que se habría alejado de mí.

De todas maneras me quedé pensando en ese momento durante el resto del día, autoflagelándome por mi error.

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Pensé y pensé, y llegué a una conclusión. No podía disculparme directamente, pero podía mostrarle que me importaba de otra forma. "Nos vemos mañana", "Que te vaya bien", "Descansa". Cualquier tontería superficial como esas que se dice la gente, lo que fuera para que no pensara en mí como una perra odiosa.

Poco después de esa idea, las clases terminaron. Rápidamente terminé mis apuntes, guardé mis cosas y me di la vuelta. Pero ella no estaba en su puesto.

La busqué por toda la sala, no estaba. Los demás también comenzaban a pararse e irse. Entonces su risa me llegó desde un costado; estaba en el pasillo.

—¿Cuándo salió?— me pregunté, exasperada.

Me había tardado mucho en guardar mis cosas, quizás terminar mis apuntes me había restado los segundos necesarios para atraparla.

Aun así me apresuré hacia el pasillo, pero para cuando dejé mi puesto, el embotellamiento de todas las tardes comenzaba a originarse en la salida.

—¡No!— grité en mi mente.

Apreté los dientes, furiosa. Tendría que haber planificado bien, tendría que haber supuesto que Érica se iría de las primeras.

Con mi bolso en mano y mi mochila en mi espalda, recorrí los grandes corredores hacia la salida, buscándola con la mirada en todo momento. Pensé esperanzada que sería fácil hallarla, puesto que estaría jugueteando con su grupito de amigos, pero pronto llegué a la entrada del colegio y ni rastro de ella.

Me quedé mirando a los alumnos salir, parada afuera. Noté un puñado de cabezas rubias, pero ninguna era Érica.

Suspiré, desilusionada. Miré la hora, estaba justa. No podía perder más tiempo, así que me marché.

—Mañana— me dije.

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Luego de un corto viaje, llegué a la escuela de danza. Entré, saludé a las chicas que habían llegado antes, me cambié rápido y me dirigí al salón de práctica. Faltaban unos minutos para que comenzara la lección, ahí estaba la profesora y la mayoría de las chicas. Algunas estaban listas para comenzar, otras miraban sus celulares, hablaban unas con otras y reían.

—¿Listas?— preguntó la profesora, cuando llegó la hora.

Como en todas las clases, pasó a darnos una explicación de nuestro nivel y de qué íbamos a hacer en esa sesión. Comenzamos con ejercicios básicos, seguidos de estiramientos. Pronto puso música, una canción ligeramente desagradable, pero que a todas las demás les encanta. Siempre pone el mismo tipo de canción, las más populares de los últimos tres años, todas cantadas por mujeres, la mayoría habla de despecho hacia un hombre, o de cuán enamoradas están. A veces me gustaría que cambiaran el tema, como la dicha de explorar lugares nuevos, las dificultades para hacer amigos, el teorema de Tales de Mileto.

Pero eso solo son mis gustos. Estaba bailando de lo más bien, cuando de repente se me ocurrió mirar por la ventana hacia el pasillo mientras daba un paso en que me equilibro con una pierna. A menos de dos metros de mí, al otro lado del vidrio, la cara de Érica me miraba fijamente.

—¡Ah!— exclamé, y me caí.

Las chicas alrededor me levantaron, la profesora cortó la música. Al parecer ella no se había fijado en Érica, porque se la quedó mirando extrañada. Luego se me acercó.

—¿Estás bien, cariño?— me preguntó.

—Sí, sí, solo me sorprendí— expliqué.

Todas se giraron hacia Érica. Creo que no se esperaba algo así, porque se alejó de la ventana de un salto y se marchó a paso rápido. Gracias a los cielos la profesora es pilla como una rata. De dos pasos alcanzó la puerta, salió y la llamó.

—Señorita— dijo con una voz fuerte para que la escuchara, cuidando que su tono fuera simpático.

Érica se detuvo. La profesora le pidió que se acercara. Érica le hizo caso y regresó sobre sus pasos lentamente. No me miró, pero como siempre, su cara expresiva dejaba poco a la imaginación: se veía como una chica nerviosa a la que habían pillado haciendo algo que no debía. Quizás hasta pensaba que era precisamente esa situación.

—¿Quieres unirte a nuestras clases?— le preguntó la profesora.

—No, solo...— me miró un momento, nerviosa.

Se explicó rápidamente. No alcancé a oírla, porque se puso a hablar bajito, pero la profesora pareció entender.

—Está bien. Puedes quedarte a mirar, si quieres— le ofreció— Si prefieres bailar, siempre te puedes inscribir.

—Gracias— le espetó Érica.

Seguidamente se alejó de la puerta y recostó contra la pared del pasillo, frente a la ventana. La profesora cerró.

—Hoy tendremos un poco de público. Será un buen ejercicio para la presentación. Raquel, linda ¿Estás bien? ¿Puedes seguir bailando?

Yo miré a Érica, extrañada. Me pregunté cómo había llegado ahí ¿Ocko le había dicho?

—Maldito Ocko, me dijo que no le diría a nadie— pensé— lo voy a matar cuando lo vea.

—¿Raquel?— me llamó la profesora.

Me di cuenta que la había dejado esperando.

—Ah, sí, sí, estoy bien.

Ella asintió, apretó un botón en los parlantes y la música continuó desde el principio. Todas asumieron sus posturas iniciales, incluyéndome, y continuamos con la clase.

Mientras bailaba, miré por la ventana hacia el pasillo. Érica miraba atenta, sin muestras de estar aburrida, pero tampoco parecía que el baile le diera risa. Sus ojos azules penetrantes me pusieron un poco más nerviosa de lo que estoy acostumbrada, y me hicieron cometer más errores que lo usual. Durante toda la clase no pude quitarme una pregunta en la cabeza: ¿Qué hacía ahí?

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Luego de que termináramos y me cambié de ropa, me la encontré en la salida. Pensé que para ese entonces ya se habría ido, pero ahí seguía, callada, misteriosa, imponente. Nos hicimos a un lado para no molestar la pasada.

—Hola— musitó ella.

—Hola— contesté yo.

Se produjo un silencio. Me llevé una mano a la oreja.

—¿Te gustó?— le pregunté.

Pregunta tonta. Claro que no le había gustado; no éramos más que un grupo de chicas aficionadas, y más encima había sido una práctica de una coreografía que no habíamos tenido mucho tiempo de ensayar. Había estado horrible, cualquier clase de yoga habrá sido más armoniosa que lo que sea que hicimos. Pero ella me sonrió.

—Sí— contestó.

Sabía que no era verdad, que estaba mintiendo por normas sociales, pero escuchar eso de ella me llenó de felicidad. No pude mirarla a la cara.

—¿En serio?— musité, insegura, como una tonta.

—No sabía que bailabas— me indicó— fue... sorprendente.

Quise responder, pero entonces la profesora llegó y me puso una mano sobre un hombro.

—Lo siento, linda, pero tengo que cerrar.

—Ah, sí, disculpe. Vamos, Érica.

Pensé que esa sería una buena excusa para tomarla de la mano, pero no me atreví, no sabía qué pensaría de algo así. En vez de eso me contenté con hacerle un gesto para que me siguiera, y ambas nos fuimos por la puerta.

A pocos pasos había un pequeño paseo donde encontramos un banco. A esa hora había bastante gente en las calles, pero nadie nos prestó atención.

—¿Por qué viniste?— pregunté al final, intentando no sonar muy tímida.

Ella miró a otro lado, con una expresión culpable.

—Pensé...— se puso roja— vi un poco de tu ropa que se asomaba por el bolso, y pensé que... pensé que bailabas, pero de una manera distinta.

—¿Eh? ¿De forma distinta?

No entendía lo que me decía, pero a ella parecía costarle.

—Pensé que trabajabas en un cabaret o algo así— confesó.

Me sorprendí tanto que abrí los ojos de par en par ¡¿Yo, en uno de esos lugares?!

—¡¿De qué hablas?! ¡¿Cómo podría trabajar ahí?!— alegué.

—¡Lo siento! ¡Es que te esforzabas tanto en mantenerlo en secreto!— protestó ella— No quise pensar mal de ti.

Me crucé de brazos.

—¿Entonces me espiaste para contarle a los demás?— gruñí.

—¡No, no! ¡Te juro que no! Solo quería confirmar que no fuera lo que creía— se defendió. Luego se encogió de hombros— habría sido raro, lo admito.

Quise alegar que en ese tipo de establecimientos sería difícil encontrar jóvenes menores de edad, pero entonces recordé que ya no tenía diecisiete años. Yo era mayor de edad, así como algunos de nuestros compañeros. Además, no sé casi nada de ese tipo de lugares para adultos, y no podría afirmar tal cosa de ellos.

Suspiré.

—¿Y por qué querías confirmarlo?— le pregunté.

Se me ocurrían varias razones a mí misma, pero quería averiguarlo de ella. Quería saber qué la había llevado en verdad a seguirme.

Ella permanecía con la mirada en sus pies. No parecía querer hablar.

—¿Querías contárselo a Ocko?— supuse.

—¡No! No, en serio que no pensaba contárselo a nadie... a menos que fuera algo grave.

Me imaginé que verme bailando en un caño medio desnuda y rodeada de hombres de la edad de mis padres podría llamarse grave. No le iba a alegar por eso.

—Me preocupé— admitió al fin— pensé que andabas en malos pasos, pensé que era algo que no podías contarle a nadie, que podrías necesitarme.

Me sorprendí otra vez.

—¿Pensabas protegerme?— quise saber.

Ella se encogió de hombros y me miró.

—Si hubiese sido necesario, sí.

Me mordí el labio inferior sin pensar. Al darme cuenta, cerré la boca. Junté las piernas, algo tensa, y metí las manos entre las rodillas.

—¿Cuando dices que ibas a protegerme, te referías a...

Abrió la boca para contestar, pero luego de pensarlo un segundo, se paró.

—A pegarle a los tipos malos... creo. Eso sonaba mejor en mi cabeza.

A mí se me salió una risita.

—¿De dónde sacaste algo así?

Ella se puso roja de nuevo.

—¡No sé, así es como sale en los hentai!

—¿Qué es... ¡¿Te refieres a esos pornos raros?! ¡Oh, Érica, no! ¡Qué asco!

Ella se cubrió la cara, yo me eché a reír. En algún momento ella también lo hizo.

Luego de que nos calmáramos, nos quedamos un rato en silencio.

—Bueno, pero al menos no pasa nada. Nadie te está extorsionando para bailar en un cabaret o algo parecido ¿Verdad?— se aseguró ella.

—No, descuida, no hago ese tipo de cosas.

Ella me miró fijamente.

—¿Entonces bailas?

Yo asentí.

—Practicamos danza mixta, o así lo llama la profesora. Intentamos combinar varios estilos, aunque generalmente bailamos modernizaciones de bailes folclóricos. La profesora es bien creativa, en ese sentido.

—Vaya, qué increíble— comentó ella— ¿Y los demás te vienen a ver, cuando haces presentaciones?

—¿Los demás? ¿Te refieres a nuestros compañeros?

Ella asintió, pero yo negué con la cabeza.

—No, intento mantenerlo en secreto— le confesé.

—¡¿Qué?!— saltó ella.

—Me gusta bailar, pero la verdad es que no me gusta mucho que la gente me mire. Sé que es raro, pero así es. Casi me da vergüenza cuando viene público. Cada quien tiene un familiar o alguien conocido bailando, a nadie le interesa el baile en sí, por eso no me gusta mostrarlo— me llevé una mano al pecho— es... algo que me gusta disfrutar para mí misma.

Noté que me miraba con cara de duda. Era de esperarse, resulta difícil comprender a una apartada como yo.

—¿Así que no te gusta que te vean?— me preguntó.

—No es que no me guste, más bien me es indiferente— expliqué— lo que me molesta es que la gente finja que le interesa.

Esperé una respuesta típica, como "a la gente sí le interesa" o algo tonto por el estilo, como las cosas que me decía mi madre o mis tías, pero Érica no mencionó algo así.

—Creo que te entiendo— indicó.

—¿Eh?

—O más bien, me imagino lo que debe ser. Esforzarse semana tras semana, solo para recibir aplausos de mentira. Se oye odioso.

Su sinceridad me dejó perpleja.

—¡Sí, eso! ¡Precisamente eso!— exclamé.

Ella sonrió.

—Pero aun así, te envidio. A mí nada me ha llamado tanto la atención como para ponerle esfuerzo y aplicarme. Tu dedicación es impresionante.

Me quedé en silencio. No podía creer que Érica me estuviera elogiando por mi tonto baile, pero sus palabras se sintieron como una suave y fresca brisa después de años y años de viento arenoso. Era un elogio sincero, una envidia agradable, un bocado de confesión.

—Lo dice la chica con súper poderes— le contesté en broma.

Ella se rio.

—No, mi fuerza no es nada para mostrar. Nací fuerte y no he hecho nada para ganármela. Tu baile, eso sí es bonito. Hasta yo sé que requiere mucha práctica y coordinación, pero tú lo hacías excelente ¡Te veías tan bonita!

Noté la cara caliente, creo que me estaba poniendo roja.

—¿Quieres que te enseñe?— le pregunté.

De inmediato me arrepentí. Érica se iba a negar y yo iba a quedar como una tonta

—¡Se dará cuenta!— exclamé en mi mente, desesperada.

Contuve el aliento, rogando que su negativa llegara rápido para dejar de sufrir.

—¡¿Qué?!— exclamó ella— ¡¿En serio?! ¡¿Me enseñarías?!

Volví a respirar. La miré largo rato, se veía contenta. Me pregunté cuándo iba a decir que no. Entonces me di cuenta que había aceptado.

—¿Eh? ¿Quieres que te enseñe?— salté, desconcertada— ¡Digo, claro!

Me llevé una mano a la cabeza. Pensé que ese tenía que ser un sueño, me había desmayado durante la práctica y estaba teniendo un sueño raro con Érica. Miré a todos lados, había muchos detalles. Me volví hacia Érica, ella seguía ahí.

—¿Cuándo comenzamos?— quiso saber.

Me quedé boquiabierta. De verdad había aceptado.

—¿No te molesta? Soy una chica— le recordé.

Ella puso cara de duda. Recordé que no le había pedido salir, solo le ofrecí clases de baile. Me sacudí la cabeza, lo que había dicho sonaba raro.

—Eh... yo... déjame ver mi calendario, te digo mañana durante clases— le dije.

Ella sonrió, contenta.

—¡Muy bien! ¡Será divertido!

Acto seguido me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Era la primera vez que nos dábamos uno.

—Me tengo que ir, nos vemos mañana.

Se fue apurada, parecía como si recién se hubiera acordado que tenía planes en otro lugar. Yo apenas alcancé a levantar una mano en forma de despedida, y ella se marchó.

Luego de que desapareciera en una esquina, me llevé una mano al pecho. Mi corazón aún palpitaba rápido, mi respiración salía entrecortada, mi cabeza estaba saturada y no podía pensar bien. Tragué saliva.

Hacía tiempo que no sentía esas sensaciones revolverse en mi cuerpo.

Me gustaba Érica. De verdad me gustaba.

Solo que a ella le gustaba Ocko. Se notaba a la distancia.

Suspiré, esperando que mis emociones no crecieran más de ese punto. No quería decepcionarme más adelante cuando se volvieran novios o si los veía de repente besuqueándose en el patio.

Pero entonces se me vinieron a la mente sus ojos expresivos y su cara divertida, y por un momento me dejé llevar y la imaginé a ella, diciéndome que también me quería.

Agité la cabeza. Sabía que eso no se volvería realidad.

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