4.- ¡Premios por Todos Lados! (3/3)


Troveto

—Oye, Troveto ¿Cuándo vas a cobrar tu premio?— le pregunté.

—¿Eh? ¿Tengo un premio?— se extrañó.

Me llevé una mano a la frente.

—¡Claro que sí! ¡¿No te acuerdas de la semana pasada?! ¿El festival de comida? Hicimos carrera hasta el parque comunal y tú nos ganaste.

Troveto rio.

—Sí, es verdad. Les gané ¿No?

Érica se nos acercó.

—¿Qué vas a hacer?

—Por favor, que no sea enseñarnos a andar en patineta o algo por el estilo— alegué.

—No, viejo, nunca obligaría a nadie a hacer eso— aseguró— además, no quisiera que se me rompa porque un novato la usa.

Tenía sentido. Lo miré, expectante. Troveto meditó un momento antes de dar con una idea.

—¡Ya sé! Justo andaba buscando a una persona para ayudarme en...— miró a Érica— tú serás perfecta.

—¿Eh?

—Acompáñame después de clases al centro comercial.

Eso me sorprendió.

—Espera ¿Solo Érica?— me extrañé— puedes pedirle algo a todo el grupo.

Troveto pasó un brazo sobre los hombros de Érica y me miró con sorna.

—Ah, pero solo necesito a Érica ¿Vendrás conmigo, flaca?

Noté que Érica se ponía roja. Rayos, Érica, eres linda por ser tan tímida, pero no se vale que te pongas así con cualquier persona. Irritado, miré a Troveto. Él no era un gorilón egocéntrico como Pekos, solía estar en su propia nube, pero podía ser más perceptivo de lo que otros le daban crédito. Me pregunté si me estaba molestando o si me estaba declarando la guerra.

—¿Y para qué la necesitas?— quise saber, intentando no verme muy preocupado.

—Ah, nada importante, solo necesito que me asista— contestó, restándole importancia.

No me gustaba para nada su tono ni su manera de no responder. Era la misma situación que con Pekos, quería llevarla a algún lugar para impresionarla o algo por el estilo. Tenía que entrometerme.

—¿No será mejor si vamos todos?

—No, necesito concentrarme— me cortó Troveto, demasiado serio para dejarme entrar en sus planes a base de bromas y risas falsas.

—Oh, vamos, no seas así— intenté molestar— tengo curiosidad, también quiero ir a ver.

—No— contestó.

Me paralicé ¿Qué podía hacer si me imponía una pared como esa? Miré a Érica, intentando buscar ayuda. Si podía convencerla a ella de que quería que fuera más gente, habría vencido a Troveto.

—Oye, Érica, no querrás aburrirte tú sola con Troveto ¿No?

—No tendrá tiempo para aburrirse— aseguró él, antes que ella pudiera hablar— la mantendré ocupada todo el rato.

No me gustaba como sonaba eso, definitivamente no me gustaba.

—Ah, está bien— aceptó ella.

Apreté los labios, derrotado. Troveto había bloqueado todos mis ataques y había conseguido la victoria. Ya no había nada que pudiera hacer por impedir su cita, reglas eran reglas y Érica se veía más que dispuesta a ir ¿Pero qué tendría Troveto planeado? No saberlo me ponía nervioso.

Durante el resto del día no pude evitar pensar en lo que Troveto quería hacer con Érica ¿Por qué solo la necesitaba a ella? Pensé y pensé en varias posibilidades, pero nada se me venía a la mente, nada salvo lo obvio.

—¡Van a tener sexo!— pensaba —¡Lo van a hacer por horas hasta que anochezca! ¡Troveto me va a quitar a Érica!

Me daba rabia pensar en eso, quería evitarlo, pero no encontraba una manera de detenerlos que se viera natural.

Finalmente salimos de clases, y ambos se marcharon hacia el paradero. Me detuve un momento frente a la entrada del colegio, mirándolos. Me puse a meditar.

No, no podía dejarlos. Me daba mucha rabia simplemente dejar que Érica se fuera con otro.

—¡Yo la vi primero!— me dije, rabioso.

Así que hice algo que nunca pensé que llegaría a hacer: los seguí.

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Troveto mencionó que quería ir al centro comercial, así que esperé cerca del paradero a que pasara una micro que se los llevara, luego fui y esperé una para mí. Lamentablemente, se tomó quince minutos en aparecer. Luego el chofer condujo lenta y cuidadosamente por las calles abarrotadas, haciéndome esperar más de la cuenta.

Luego de bajarme de la micro, corrí hacia el centro comercial del barrio y entré apresurado. De inmediato subí a los pisos superiores y me puse a buscarlos por todos lados, como un maniático. Recorrí casi todo el edificio, más nervioso con cada minuto. Estaba por rendirme, cuando de repente me llegó la voz de Érica.

—¿Por qué aquí?— preguntó.

De inmediato me giré. A mi espalda estaban Érica y Troveto, saliendo de una tienda de electrónica. Me escondí detrás de un asiento, no alcanzaron a verme.

—Es un poco más cara, pero las baterías son mejores que las que venden en las calles.

—Eh.

Caminaron a través del pasillo, evitando a los montones de gente. Así era más difícil caminar en grupo, pero era mejor para mí, porque podía esconderme sin alejarme demasiado. Anduvieron un buen tramo hacia la salida, por donde se marcharon.

—¿Eh? ¿Troveto no quería hacer algo en el centro comercial?— me extrañé —¿Por qué se van?

Me dispuse a seguirlos, pero otra voz conocida me sorprendió.

—¿Qué haces, Ocko?— inquirió Raquel.

Salté del susto, pero me compuse y me giré hacia ella.

—¡¿Raquel?! ¡¿Qué haces aquí?!— alegué.

—Yo pregunté primero— reclamó ella— estoy comprando.

Llevaba una bolsita en una mano.

—Oh, claro.

—¿Qué haces tú?

Miré a otro lado y me pasé una mano por la cabeza, intentando calmarme.

—Nada, nada.

—Parecía que estabas espiando a Troveto y a Érica— comentó.

La miré asustado.

—Llamaré a un guardia para que te eche— me advirtió, tan calmada e inexpresiva que parecía no importarle. Yo estaba tan nervioso que me tardé varios segundos en comprender que estaba bromeando.

—Mira, sé que se ve raro, pero déjame ¿Ya? Solo... tengo que ver que no hagan nada raro. Nos vemos en el colegio.

Me apresuré hacia la salida por donde se habían perdido y me puse a buscarlos con la mirada, pero entonces Raquel se me acercó de nuevo.

—¿Qué haces?— alegué— No les vas a decir que estoy aquí ¿No?

—No, solo pensé que querrías compañía— indicó ella.

Obvio que estaba bromeando, solo tenía curiosidad por saber qué hacía o algo así, pero no tenía tiempo de quitármela de encima. Continué buscándolos, pero no los veía por ningún lado.

—Se fueron por allá— indicó Raquel, mostrándome la dirección con un dedo.

—Gracias.

Fui donde me decía, seguido por ella. Detrás de la esquina los encontré caminando tranquilamente hacia un espacio abierto, junto a la entrada. Se detuvieron al lado de una rampa para minusválidos, unas escaleras y unas cuantas masetas grandotas, con arbustos bien tenidos. Estaban más o menos lejos, por lo que nos acercamos con Raquel. Usando a la gente que transitaba para escondernos, llegamos junto a las masetas y miramos a través de los arbustos. Así podíamos vigilarlos sin que nos notaran.

Admito que estaba extrañado ¿Qué planeaba hacer Troveto en un lugar como ese?

Hasta que sacó su patineta y una cámara. Entonces me di cuenta, y me sentí como un tonto. Le pasó la cámara a Érica.

—Grábame— le pidió.

—¿Eh?

—No me pierdas de vista.

—Ah, claro.

Seguidamente Troveto subió por las escaleras, preparó su patineta y comenzó a andar. Saltó sobre la baranda que bajaba junto a la rampa, pero no alcanzó la altura y se cayó. Érica se acercó.

—¿Estás bien?

Troveto se puso de pie de un salto.

—Sí, tranquila— se sacudió— estoy acostumbrado.

Troveto lo intentó unas cinco o seis veces más, se cayó todas ellas. Érica lo siguió con la cámara completamente concentrada, como toda una profesional.

—Mmm, pensé que se iban a besar— confesó Raquel.

La miré, algo irritado porque se estaba burlando de mí. Pero recordé que Raka no es de la gente que hace ese tipo de bromas. Simplemente decía lo obvio.

—Sí, yo también— admití.

Supuse que debí haber sido un mejor amigo y confiar en Troveto, pero no me van esas lecciones ñoñas que aparecen en las películas para niños ¡No! ¡Claro que no debí confiar en Troveto! ¡Sé que el tramaba algo!

Y casi como si me hubiera leído la mente, una melodía electrónica sonó desde mi bolsillo. Todos alrededor se fijaron en mí. Hice lo que pude por apagar mi teléfono de la manera más rápida posible, pero para cuando lo logré, ya era muy tarde.

—Hola— saludó Raquel.

La miré, extrañado. Ella miraba hacia arriba. Yo seguí la línea de sus ojos, me encontré con Troveto y Érica mirándome desde cada lado del arbusto. Luego miré mi celular. Decía "Troveto". Lo miré de nuevo, en su mano sostenía su celular ¿Cómo no se le había roto de tanto caerse?

—¡¿Ocko?! ¡¿Raquel?!— exclamó Érica, sorprendida.

Troveto solo sonreía con sorna. Maldije en mi mente. Así que ese había sido su plan desde el principio.

—¿Qué hacen aquí escondidos?— preguntó, victorioso.

—¡Te voy a matar!— quise decirle. Estaba furioso con él, pero obviamente no iba a decir algo así.

Raquel se puso de pie.

—Los estábamos espiando— admitió, con una cara como si no le importaba. Conociéndola, de verdad no le importaba— pensábamos que Troveto iría a intentar algo con Érica.

Érica se puso roja, Troveto se extrañó un poco. Supongo que no está tan acostumbrado a la implacable sinceridad de Raquel.

—¡¿Nos estaban espiando?!— exclamó Érica.

Troveto rio. Yo me puse de pie, pensando rápido en algo que decirle a Érica para que no se enojara.

—Espera, espera, puedo explicarlo. Sucede que...— miré a Troveto con enfado, era su culpa que yo me viera en esa situación— estaba preocupado y... y...

Miré a Érica. Para mi sorpresa, no estaba enojada. Ni un poco, solo sonreía.

—¿Eh? ¿No estás molesta?— le pregunté.

—No— admitió, y se pasó un mechón de pelo detrás de la oreja— ¿Debería estarlo?

Me tomó un segundo reaccionar.

—¡No! No, la verdad no.

Me llevé una mano a la cabeza. Me sentía como un tonto luego de que me hubieran pillado. Troveto se notaba entretenido, maldito Troveto. Raquel estaba aburrida, a ella ni le importaba que nos hubieran descubierto. Al menos Érica se mantenía positiva.

—¿Pero de qué estabas preocupado?— quiso saber.

Su pregunta me sorprendió, aunque debí haberla visto venir.

—De...— hice una pausa, pensando rápido. Necesitaba una excusa para no decir lo que ya todos se imaginaban para ese momento— ¡De que este tipo es un bruto! ¡Anda todo el día con su patineta! ¡¿Quién sabe cuántos porrazos te iban a llegar solo por estar cerca de él?!

De inmediato me di cuenta de lo ridículo que sonaba. Érica podía ser atropellada por un camión y levantarse como si nada. Uno que otro golpe con una tonta patineta no serían nada.

—¡¿En serio?!— exclamó, contenta.

Me fijé en ella, parecía halagada. No la entendía, en serio no podía entenderla. Si yo hubiera sido ella en ese momento, me habría ofendido terriblemente que alguien se preocupara por algo tan simple como un porrazo de patineta. Érica no tenía ni un atisbo de sarcasmo, de verdad parecía contenta.

Entonces Troveto se aclaró la garganta.

—Les recuerdo que aún me deben un premio— alegó— Érica ¿Me puedes seguir grabando? Tengo que conseguir este truco, sé que me falta poco.

—Claro ¿Pero ustedes dos no se van a aburrir?

Yo me encogí de hombros. Aunque hubiera sido una trampa de Troveto, aún se merecía su premio. Entonces recordé que a Raquel no le gusta mucho compartir con la gente. Seguramente se iba a aburrir.

—Yo me quedaré con ellos, pero tú te puedes ir, Raka— le espeté.

—No, también me gustaría ver— indicó.

Me extrañó. A veces hasta a mí se me hacía difícil saber en qué pensaba Raquel, pero así era mejor.

Y nos quedamos a ver a Troveto dándose porrazos en la baranda por casi media hora, hasta que consiguió el truquito. Charlamos y bromeamos entremedio, y la pasamos bien. Cuando lo logró, Érica y yo nos acercamos para darle palmaditas en la espalda.

—¡Bien, lo lograste! ¡Muy bien!— exclamamos, como niños chicos.

Troveto esbozó una sonrisa forzada, se notaba que le disgustaba que le habláramos así, y eso me instó a hacerlo con más ganas.

Luego de que nos cansáramos de tomarle el pelo, Raquel chasqueó la lengua.

—Sí, sí, muy bonito. Tengo hambre ¿Vamos a comer algo?

Todos la miramos en silencio.

—¡Sí, yo también tengo hambre!— saltó Érica.

En poco tiempo nos encontramos en el patio de comidas, con unas papas fritas para compartir, completos y hamburguesas.

No hablamos de nada importante, solo cosas del colegio, algo de música y películas.

Troveto se devoró su completo de tres mordiscos, ese tipo podía comer rápido cuando quería. Pensé que Érica haría lo mismo, pero no me pareció que comía más veloz que una chica normal. Raquel, por su parte, arrancaba pedacitos chicos de su sánguche y los masticaba con paciencia, como haría una princesa de cuentos de hadas.

A pesar de lo que ocurrió, nos divertimos. Luego miramos en la cámara los porrazos de Troveto que Érica había grabado. Nos reímos un buen rato con eso.

Finalmente nos marchamos del centro comercial. Raquel y Érica se fueron cada quien por su cuenta, mientras que Troveto y yo nos subimos a la misma micro, lo que nos dio un momento para hablar.

—¿Y?— le pregunté, apenas encontramos un lugar en el bus— ¿Qué querías lograr con todo eso, Troveto?

Él sonrió.

—Nada. Molestarte, supongo— admitió.

—Claro, claro.

—En serio, viejo.

Me crucé de brazos.

—Sí, no engañas a nadie.

Troveto se reclinó contra la pared de la micro.

—Bueno, quizás solo quería pasar un rato con ella ¿Sí?— alegó— Érica no es tan simpática como algunas chicas de nuestra clase, pero es cómoda. Puedo decir garabatos frente a ella, ser desordenado, incluso bruto, ella solo se ríe y lo deja pasar. Es... agradable.

Intenté mantener el ceño fruncido, hacerme el enojado, pero no podía sentirme así con Troveto.

—Sí, supongo que entiendo— dije al fin.

—¿Eh? ¿En serio?— se extrañó él.

—Sí. Tú no sueles juntarte con chicas, es normal que te guste alguien tan fácil de abordar como Érica.

—¿Entonces me dejas tenerla?— quiso saber.

—¡¿Qué?! ¡No!— exclamé— ¡Púdrete! ¡Yo la vi primero!

Troveto suspiró.

—Sí, pensé que dirías algo así. Está bien.

Suspiré aliviado. Podía confiar en que Troveto no era tan competitivo como Pekos ni Gálica.

—¿Crees que alguien se fije en mí, algún día?— me preguntó, de sorpresa.

Me paralicé un rato, no supe qué responder. Quise decir "claro que sí". Después de todo, era un chico alto y apuesto, pero sus gustos eran tan específicos que no socializaba con mucha gente. Solía patinar con sus amigos, todos hombres. Troveto apenas conocía chicas, y por eso tendía a enamorarse de las del colegio.

—Vamos a algún carrete, un día— le ofrecí— tú y yo, a buscar chicas toda la noche.

—¡¿Eh?!— saltó él, sorprendido.

—Sí, hagamos eso. Te ayudaré a elegir ropa, y te diré qué hacer y de qué hablar. Es fácil.

Troveto me miró boquiabierto.

—¡¿Harías eso por mí?!

Sonreí, por defecto, con mi sonrisa encantadora. No solía usarla con hombres, pero qué diablos, era mi amigo.

—¡Claro! Te apoyaré de principio a fin, incluso cuando estén dándole como caja.

Troveto se puso rojo.

—¡Ya! ¡No, eso no! ¡Pero lo demás sí!— dijo, mientras miraba en todas direcciones, preocupado de que los demás me hubieran oído.

Me extrañó y me divirtió ver ese lado de Troveto. Por lo general estaba relajado y se tomaba su propio ritmo, era difícil ponerlo nervioso. Supongo que nunca se termina de conocer a una persona.

Poco después llegamos a mi parada. Nos dimos la mano como buenos amigos y me bajé. Troveto agitaba la mano, esperanzado.

—No te defraudaré— le prometí en mi mente.

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Ese fue el fin de la racha de premios. Era una tradición rara, pero nos gustaba hacerla.

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