4.- ¡Premios por Todos Lados! (2/3)
Gálica
—¿Qué quieres tú de premio, Gálica?— le pregunté un día de clases.
Ella sonrió de oreja a oreja.
—Es algo simple. Con mis amigos hicimos una nueva canción y queremos algo de público ¿Puedes ir mañana después de clases?
—Qué incómodo ¿Quiere que vaya yo solo a escuchar su banda?— pensé— todos se fijarán en mí y tendré que hacer como que me gusta su música por dos o tres horas. Tengo que conseguir ayuda.
Pensé en rápidas opciones.
—¡¿Un público?!— exclamé, emocionado— ¡Ja! ¡Eso no es problema para mí! ¡Déjame un rato y te consigo un público, quizás hasta lleve a la mitad de la clase!
Intenté ponerme de pie, pero Gálica me bloqueó con un abrazo.
—¡No, no! ¡No tenemos tanto espacio! Además, presentar frente a la mitad de la clase es demasiado.
Rayos, se me había olvidado su aversión a las masas.
—¿Todavía no superas tu miedo al público? Vamos, Gálica, tienes que trabajar en eso. No llegarás lejos si no le puedes mostrar a la gente de qué estás hecha.
—¡Por eso voy a ser socióloga! ¡No pienso vivir de la música!
Suspiré. Mi primer plan no había dado resultado, era hora de sacar otra carta.
—Bueno, entiendo que no haya suficiente espacio ¿Entonces no sería bueno que vayan los demás?
Ella me soltó.
—Pekos y Troveto ya han escuchado esa canción, solo faltas tú.
—¡¿Qué?! ¡¿Se me adelantaron?!— alegué.
—Fue un día en que estabas de vacaciones con tu familia— me recordó.
—Ah, sí, creo que lo mencionaron.
Me llevé una mano a la cabeza. Parecía que estaba condenado a escuchar esa canción yo solo, hasta que me saqué otra carta.
—¡Oye, Érica no te ha escuchado! ¿Por qué no la llevamos también?
Ella se sorprendió, aunque no de felicidad.
—¡¿Érica?!
—Sí, estoy seguro que le gustará— la suerte me sonreía, porque en ese momento vi a Érica a unas pocas mesas... bueno, no fue suerte, Érica no se movía mucho de su puesto durante los recreos— ¡Oye, Érica! ¿Quieres ir a escuchar una canción de Gálica?
Ella se dio la vuelta, parecía sorprendida.
—¡¿Qué?! ¡¿Una canción?!
Rápidamente se acercó. Noté que Gálica apretaba los dientes de la frustración. Lo siento, Pulga, pero tengo que cuidarme las espaldas.
—¿Cómo es eso, Gálica?— pidió explicaciones.
—¿Eh? Nada, nada importante. Solo... con mi banda componemos canciones y las tocamos. Es un poco aburrido, no creo que quieras venir.
—¡¿Estás loca?! ¡Me encantaría ir a escucharte!
Admito que me dio risa ver a Gálica pensando rápido para sacársela de encima. Se notaba que quería que yo fuera solo, me imagino que quería un rato a solas conmigo para causar una buena impresión, quizás incluso confesarse, cosa que yo quería evitar. Por otro lado, Érica parecía tan emocionada como una niña chica. Creo de verdad que su emoción por ir a escuchar era genuina. Lo siento, Pulga, pero esa sinceridad es mucho más atractiva que cualquier canción que te saques en el acordeón.
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Así que fuimos los tres a su casa. Era una casa bastante grande, con una pieza dedicada a la música; con varios instrumentos, un pequeño escenario y un par de sillones viejos donde la gente se podía sentar a escuchar. Gálica estaba muy conversadora, aunque solo hablaba de tallas que nos habían ocurrido en el pasado, o habían pasado en el colegio, pero no incluía a Érica. No me acordaba que fuera tan despiadada.
Por supuesto, yo hacía mi mayor esfuerzo por incluir a la nueva, pero era una tarea difícil cuando la otra persona intentaba sabotearme. Por su cuenta, no estoy seguro de cuánto le afectó esto a ella. Se notaba aburrida, teniendo poco con qué interactuar con nosotros. Afortunadamente, en cuanto llegamos a la casa se puso a recorrerla y a contemplar las guitarras, bajos, baterías, trompetas y el resto de instrumentos, como si fuera un museo. Al fin, algo en lo que pudiera entretenerse.
No mucho después, apareció la banda de Gálica. Vivían por ahí cerca, así que les era relativamente fácil juntarse a practicar. Les presenté a Érica, aunque estos parecían incluso menos interesados en ella que Gálica, malditos antisociales.
Pero no tardaron en subir al escenario y ponerse a afinar sus instrumentos. En unos minutos ya estaban preparados.
—¿Listos?— exclamó Gálica, a un lado del escenario.
El baterista contó cuatro segundos con su batuta y se pusieron a tocar. Su estilo de música era mucho más experimental de lo que a mí me gusta, por lo que me aburrió. Me imaginé si Érica estaría acostumbrada a un concierto así. Me giré a verla, la encontré atenta, sus ojos abiertos de par en par.
Y tocaron dos canciones por una hora y media ¿Por qué me haces esto, Gálica?
Terminamos agotados, y digo nosotros porque me refiero a Érica y a mí. Los músicos se veían contentos y satisfechos, yo solo quería estirar las piernas e irme ¿Por qué asumen que los demás queremos escucharlos? Nunca entenderé a los artistas.
Como sea, al final los amigos de Gálica se fueron, dijeron que tenían que estudiar o algo así. Yo también estaba por irme con Érica, pero entonces fui a buscar mi mochila y noté que ella no iba conmigo. Me giré, noté que miraba con curiosidad el acordeón de Gálica.
Luego la misma Pulga entró, después de despedir a sus amigos en la puerta, y se quedó mirando a Érica. Creo que estuvo a punto de exclamar algo, porque su cara se encendió y abrió la boca para decir algo fuerte. Mis músculos se tensaron, me preparé para separarlas de una pelea que se venía. Pero entonces Gálica se detuvo.
Caminó tranquila hacia Érica y se fijó en su cara. Érica levantó la mirada. Desde el ángulo en que estaba, yo no podía verla.
—¡Les salió muy bonito!— exclamó— ¡Eres increíble, Gálica!
La Pulga parpadeó un par de veces. No sonreía, pero estaba claramente complacida.
—Ah, gracias.
—¿Cuánto te tomó aprender a tocar?— continuó.
Gálica posó ambas manos en sus caderas.
—No es que hubiera sido muy consistente, y sigo aprendiendo cada día, pero... a los siete comencé a tocar piano. Supongo que desde ahí.
—¿Eh? ¿En serio? Vaya, me encantaría poder tocar un instrumento.
Entonces Gálica frunció el ceño, pero no de una manera frustrada como las veces anteriores, más bien contrariada.
—Me carga que la gente diga eso— alegó.
—¿Eh?
—¿Lo has intentado alguna vez?— alegó.
—Emh... no, creo que no— admitió Érica.
—Entonces ven, yo te enseño.
—¡¿Eh?!— saltó.
Pero Gálica ya la tomaba de una mano para conducirla hacia el piano, en un rincón de la pieza de música. Era chistoso ver a Gálica, una chica tan baja, conducir sin problemas a la alta y súper poderosa de Érica. Sin oposición, la arrastró hacia la butaca del piano electrónico, lo encendió y le tomó las manos para ponerlas sobre las teclas.
Decidí no irme de momento. Me acerqué y me senté sobre uno de los brazos del sillón para mirarlas en silencio. Gálica le enseñaba algo y le hacía repetirlo varias veces para que se acostumbrara. Luego le corregía cada error que cometía, a veces incluso le tomaba las manos otra vez para ponerlas donde deberían estar. Noté que Érica estaba roja, aunque no sabía si era de vergüenza o solo no quería que Gálica le enseñara nada y no tenía el valor para decírselo.
Estuvieron unos veinte minutos así, hasta que Érica pudo tocar los acordes generales de una melodía fácil.
—¡Oooooooh! ¡No puede ser!— exclamó, luego de hacerla bien por primera vez— ¡Gálica, me enseñaste a tocar el piano!
—Tranquila, Bach, es solo una simple melodía— le dijo— pero si sigues practicando, solo mejorarás.
Todo eso era muy bonito, pero ya era tarde y los tres estábamos cansados. Rápidamente tomamos nuestras mochilas y nos dirigimos a la entrada, donde Érica le tomó una mano con cariño.
—¡Gracias, Gálica! ¡Eres la mejor!— exclamó.
Gálica se la quedó mirando un buen rato, inexpresiva. Entonces, finalmente le sonrió.
—Tú no estás nada mal, Érica— le espetó.
Finalmente nos despedimos y nos marchamos.
Se estaba haciendo de noche, ya era tarde. Mientras caminábamos por la calle con los faros iluminados, me fijé en Érica.
—Dime la verdad ¿Te molestó que Gálica se pusiera a enseñarte piano al final?— le pregunté.
—¡¿Qué?! ¡Para nada!— exclamó— ¡Gálica es tan linda! ¡No puedo creer que se tomara el tiempo para enseñarme!
Me alivió escucharla decir eso. Al menos no había sufrido durante esa última parte.
—Es increíble que tenga una banda y toque tantos instrumentos. Me... me gustaría ser más como ella.
No podía creer lo que estaba escuchando. La señorita más fuerte del mundo envidiaba a una chica con una banda de barrio.
—Tú podrías ser medallista olímpica ¿Sabes? Seguro podrías competir toda tu vida y seguir ganando medallas de oro. Hasta tendrían que hacer una nueva categoría exclusiva para ti.
—Eso solo traería problemas— indicó— además, Gálica practica todos los días. Eso es admirable.
—¿Y? ¿Vas a seguir tocando piano?— inquirí.
Ella apretó los labios.
—Lo veo difícil— admitió.
—¿Por qué?
—Es... complicado. Nos mudamos mucho, mi papá y yo. Transportar un piano sería un gran esfuerzo. Quizás... quizás después, cuando termine el colegio.
—Ah.
Se veía incómoda, así que no pregunté más. Pensando en otro tema, recordé que se había puesto roja mientras Gálica le enseñaba a tocar.
—Por cierto, te veías incómoda mientras tocabas piano— observé— ¿Qué te pasó? ¿Estabas nerviosa?
Ella me miró desconcertada.
—¡¿Se... ¡¿Se notó?!— exclamó.
—¿Eh? ¿En serio estabas nerviosa?
Agachó la mirada, se detuvo. Comprendí que había pisado terreno más delicado de lo que me esperaba ¿Pero cómo? ¿Qué era tan delicado sobre tocar piano?
—La verdad...— musitó— la verdad, no estoy acostumbrada a que la gente se me acerque tanto.
Al principio no entendí ¿Se refería a que la gente se acercara espiritualmente? ¿Hablaba sobre que Gálica le había dedicado tiempo para enseñarle? Me sentí un poco ofendido, yo le había dedicado mucho más tiempo y no parecía tan complacida conmigo.
Pero entonces Érica hizo un gesto que no me esperaba. Puso ambas manos frente a su pecho y las movió de atrás para adelante. Me tomó unos segundos darme cuenta que estaba hablando sobre pecho. Sobre senos... sobre los senos de Gálica.
—¿Hablas sobre sus... sus...
—¡Sus tetas!— exclamó ella— ¡Tenía sus tetas pegadas en mi espalda! ¡¿Cómo quieres que no me ponga nerviosa con eso?!
—¿Qué? Pero también eres mujer ¿Por qué eso te pone nervi...
Pero entonces me paralicé. Abrí los ojos de par en par al darme cuenta.
—¡¿Eres lesbiana?!— exclamé.
No lo podía creer. Érica era lesbiana. Todos mis esfuerzos, todos mis intentos por acercarme habían sido en vano. Me llevé las manos a la cabeza.
—¡Soy un tonto! ¡¿Cómo no me di cuenta?!— pensé.
—¡No, no soy lesbi!— exclamó ella.
Esas solas palabras me aliviaron tanto que creo que mi reacción salió un poco exagerada, pero de inmediato me paré erguido y me aclaré la garganta.
—¿Entonces eres bi?
Pero Érica se encogió de hombros.
—No sé ¿Quizás?
—¿Pero te gustan los hombres?
—¡SÍ!— exclamó, más fuerte de lo que había esperado.
Me di cuenta que se había puesto roja. Yo también estaba rojo. Ambos estábamos algo nerviosos y avergonzados.
—Dis... disculpa, estos temas pueden ser delicados.
—Está bien— dijo ella— ¿Y a ti? ¿Te gustan las chicas?
—Cien por ciento— contesté.
Ella se mostró aliviada. Me llevé una mano a la cabeza. Tenía vergüenza de adónde habíamos llegado.
—¿Vamos?— propuse.
No pude decir nada más. Ella aceptó con la cabeza, y nos marchamos en silencio.
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