3.- Comimos y comimos y... uf, casi me muero en ese festival (4/4)
Nos abrimos paso entre el público a empujones y deslizándonos entre la gente. Pasé a llevar un plato de plástico con torta y me quedó un reguero de manjar por el brazo, Troveto botó una bebida sobre su polera y Pekos derribó sin querer a un chico. Pasamos por unos puestos de comida. Era difícil orientarse con tanta gente alrededor, no sabía cuántos guardias había alrededor ni qué tan cerca estaban, solo podíamos correr.
De repente alguien me agarró el brazo y me retuvo. Me di la vuelta, era un guardia. Quise zafarme, pero él me tenía asido con fuerza y no pensaba dejarme ir.
—¡No!— exclamé.
Pero antes de poder hacer nada más, el guardia se dobló completo en un parpadeo. Todo fue tan rápido que me tomó varios segundos darme cuenta que Érica había aparecido junto a mí y que le había mandado un combo en el estómago. Mientras continuaba estupefacto, ella me tomó de la otra mano y me tiró para que continuara.
—¡Vamos, nos persiguen!— exclamó.
Cuando me di cuenta de lo que había ocurrido, ya estaba corriendo de nuevo, junto a ella. Miré hacia atrás, el guardia doblado descansaba, sin aire, pero se recuperaría. Me sentí aliviado al saber que Érica no lo había matado con su tremenda fuerza.
Evadimos a la muchedumbre como pudimos, a los demás no los atraparon los guardias, pero estuvieron cerca. Dos sujetos se lanzaron sobre Pekos, pero este solo continuó corriendo como si nada, y los dejó atrás. Troveto no podía usar su patineta sobre el pasto, pero conseguía evadir a los perseguidores con relativa facilidad. Gálica solo se mantenía cerca de Pekos y atenta. Dado su pequeño tamaño, podía correr por huecos entre las personas que servían de obstáculos para los guardias.
Pronto dejamos atrás a la muchedumbre y a los puestos de comida y entramos en un pequeño bosque dentro del parque. Los árboles eran altos, gruesos y secos, y estaban separados unos de otros por varios metros, por lo que no sé si llamarle bosque, pero en fin, un grupo de árboles. Lo bueno era que habíamos evadido a los guardias por un buen trecho, lo malo era que, al no haber más personas alrededor, los guardias nos podían rodear fácilmente. De esa manera unos cuantos consiguieron adelantarse y bloquearnos el paso. Pekos y Troveto, los dos que iban adelante, comenzaron a detenerse. Yo miré hacia todos lados, buscando una salida, pero no encontré ninguna. Los guardias nos cortaban la retirada por todos los ángulos. Sin embargo, Érica pasó junto a mí a toda velocidad.
—¡No se detengan!— exclamó, y saltó sobre uno de los guardias de adelante.
El guardia, sorprendido, no pudo hacer nada mientras Érica bloqueaba su cara con su pelvis y lo derribaba con su peso. Los demás cerca intentaron agarrarla, pero ella simplemente se puso de pie, levantó a uno, lo giró en el aire y lo arrojó contra el otro.
—¡Sigan corriendo!— exclamó.
—¡¿Qué chucha?!— exclamó Troveto.
Entendí a la perfección la sorpresa en mis compañeros y los guardias. Yo también estaba boquiabierto, nunca había visto a Érica enfrentarse a alguien, pero contuve mi asombro para concentrarme en lo que tenía enfrente.
—¡No se detengan! ¡No paren!— clamé— ¡Vamos, tenemos que seguir!
Mis compañeros reaccionaron, y comenzaron a acelerar otra vez. Nos estábamos cansando, Gálica sin duda estaba agotada, pero ya no quedaba casi nada hasta salida. Conocía ese parque más o menos bien y sabía que nos dirigíamos a uno de los accesos. Fuera del parque, los guardias no podían hacernos nada.
Sin embargo, al salir del bosque y acercarnos al acceso, advertí algo que no se me había ocurrido; estaba cerrado. Dos grandes puertas prohibían el flujo, además que eran tan altas que resultarían imposibles de escalar. Estábamos acabados.
Pero entonces noté a Érica parada junto a la entrada. Me sorprendí de nuevo.
—¡¿Cuándo llegó ahí?! — pensé, desconcertado.
—¡¿Cuándo llegó Érica ahí?!— exclamó Troveto.
—Vaya, dijo exactamente lo que yo estaba pensando— me extrañé.
Al menos treinta guardias nos perseguían desde todas las direcciones, creo que era todo el personal del parque, solo para nosotros. En la entrada no había nadie más que Érica, pero eso pronto cambiaría.
—¡Érica! ¡¿Cómo vamos a escapar?!— le pregunté desde la distancia, aunque estaba tan cansado y falto de aire que creo que dije algo así como "Eha, awahaha hahaw".
Aun así ella agitaba un brazo en un movimiento circular, indicándonos que continuáramos dándolo todo. Nos íbamos acercando rápido, pero algunos de los guardias eran más rápidos y comenzaron a alcanzarnos. Entonces Érica echó a correr. En un santiamén cruzó las distancias con nosotros y se lanzó contra los guardias. No vi lo que hizo porque estaba centrado en llegar al acceso bloqueado, pero escuché unos golpes, unos gritos y creo que a una persona volando. Me di vuelta un instante, vi a Érica lanzando a un hombre grandote que la superaba por una cabeza, con una sola mano, como si fuera una pelota de tenis, hacia un grupo de cinco otros hombres. El tiro los derribó a todos como pinos en los bolos. Luego Érica se dio la vuelta, se lanzó hacia nosotros y nos alcanzó en dos segundos. El viento que produjo por su velocidad me revoloteó el pelo y la corbata del uniforme. No podía creer que hacía un instante había estado a treinta metros de distancia, y al otro se encontraba a mi lado.
—¡Érica!— exclamé.
—¡Prepárense!— anunció ella— ¡Pekos, tú vas primero!
—¡¿Qué?!— fue todo lo que alcanzó a decir, antes que Érica lo tomara y lo lanzara sobre la pared de tres metros de alto.
Recordé aquel momento en el otro parque, cuando Érica saltó la gran pared con Raquel y conmigo en brazos.
Pekos gritó como un niño en una montaña rusa demasiado intensa para su edad, cruzó la pared y cayó dolorosamente sobre su musculoso cuerpo.
—¡Atrápalo!— mandó Érica.
Pekos aún no se recuperaba de su caída cuando Érica tomó a Troveto y lo lanzó. Luego tomó a Gálica con una mano, a mí con la otra y saltó. El súbito empuje de aire me dobló un momento, y colgué únicamente de su mano. Cuando miré de nuevo, estábamos sobre la pared, a más de tres metros de altura ¿Cuántas veces haríamos lo mismo?
Finalmente caímos, Érica nos dejó en el suelo. Mi cuerpo entero temblaba. Miré a Gálica, ella se veía peor, parecía que iba a vomitar de la sorpresa. Troveto se hallaba sobre Pekos, ambos mareados y pálidos como si hubieran visto a un monstruo.
—¡Tenemos que irnos! ¡Vamos!— nos apremió Érica.
La miré, ella apuntaba a un lugar. Seguí la dirección de su dedo, advertí que los guardias intentaban abrir las grandes puertas que habían usado para bloquear el acceso. A pesar de mis temblores y de que no me sentía muy bien, me puse de pie y ayudé a Gálica a hacer lo mismo.
—Érica tiene razón. Vamos, chicos— los insté.
A duras penas nos pusimos de pie y echamos a correr. Corrimos a toda prisa, lo que no fue mucho con el estado lamentable en que nos encontrábamos, pero de todas maneras conseguimos perder a los guardias. Creo que ellos estaban demasiado sorprendidos y amedrentados como para perseguir a una chica que había podido deshacerse de ellos fácilmente.
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Tomamos una micro para alejarnos, de todas maneras. No hablamos mucho durante el viaje. Tras bajarnos en el barrio del colegio, fuimos a una plaza para descansar y digerir lo que había ocurrido.
—¿Cómo...— comenzó Pekos, quizás el más confundido de todos— ¿Qué fue todo eso?
—Conseguimos huir de todos esos guardias— rememoró Troveto.
—Saltamos sobre esa pared grandota— apuntó Gálica, doblada sobre sí misma en un banco.
Érica estaba parada sobre el balancín, justo en el punto medio. Pekos estaba echado sobre el final del resbalín, Troveto y Gálica ocupaban el banco y yo estaba recostado contra un árbol. La plaza era chica y todo estaba lo bastante cerca como para hablar. Tampoco había otras personas.
Érica y yo nos miramos.
—Pensé que no querías mostrárselo a nadie— recordé.
Ella se llevó una mano al cuello.
—Sí, bueno, somos amigos— le restó importancia.
Con eso, los otros tres se la quedaron mirando.
—¿Qué cosa? ¿Te refieres a lo que hiciste en el parque?— inquirió Troveto.
Érica esbozó una sonrisa cómplice.
—Sí, verán... soy fuerte. Bastante fuerte.
—Súper fuerte— recalqué— ¿Recuerdan la iglesia que se derrumbó hace poco?
Los demás abrieron los ojos como platos.
—¿Tú derrumbaste la iglesia?— saltó Gálica.
—¡Oye, ese fuiste tú, Ocko!— exclamó Érica.
—Ah, verdad. Fui yo.
—¡¿Ocko también es súper fuerte?!— alegó Pekos.
—¡No, no! Para nada— aclaré— solo toqué la campana ¿Cómo iba a saber que se iba a venir abajo? En fin, resulta que la campana se cayó sobre mí, eso fue lo que derrumbó la iglesia. Érica me salvó de morir aplastado.
Creo que no me expliqué bien, porque mis amigos se tardaron otro tanto en entender del todo a qué me refería. Troveto fue el primero en comprender. Extrañado, miró a Érica.
—¿O sea que tú aguantaste el peso completo de la campana? ¿Es eso?— se extrañó.
Érica se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa.
—¿Qué pasa con eso?— inquirió Pekos.
—¡Viejo, Pekos, esa campana pesa como dos toneladas!— exclamó Troveto— Eso supera muchas veces lo que un medallista olímpico de pesas podría lograr.
—Es como si pudiera lanzarnos a todos sobre una pared de tres metros— indicó Gálica— sí, eso es... eso es súper fuerza, no hay duda.
—De todas maneras ¡Érica! ¡La rompiste con los guardias!— exclamé.
—¡¿Qué?! No, no, estoy segura que no les romí nada— alegó ella, nerviosa.
—No, me refiero a que estuviste genial— aclaré— ¡Te enfrentaste a todos como si nada! ¡Y hasta tiraste a unos contra otros!
—Eso fue épico— concordó Troveto— ¿Haces cosas así a menudo?
—¡No, no, para nada!— contestó como si dos policías pesados la estuvieran interrogando.
—¿O sea... ¿O sea que eres más fuerte que yo?— alegó Pekos.
Todos nos quedamos callados y lo miramos. Pekos se veía triste, tras finalmente internalizar lo que había ocurrido.
—Bueno, sí— contestó Érica— pero no tengo tanto músculo como tú.
Esto no pareció poner mejor a Pekos.
—Pero... todo mi esfuerzo. Yo nunca podría saltar sobre una pared.
—Cargando a dos personas— pensé, pero supuse que no era un buen momento para corregirle.
Érica soltó los brazos, sin muchas opciones para levantarle el ánimo. Se bajó del balancín para alzar menos la voz.
—Si te hace sentir mejor, envidio que estés en tan buena forma— a través del jumper se sujetó un rollito en su abdomen— yo soy fuerte, pero no estoy en forma, ni un poco.
—¿Qué? No puede ser— alegué.
Me acerqué a ella para tocarle los brazos. Me sorprendí al ver que no eran muy distintos de los brazos de una chica normal. Ni siquiera tenía los músculos marcados, solo un poco de grasa sobrante.
—¡Ya, ya, no me toques tanto!— reclamó ella, mientras retiraba el brazo.
Pero con una sonrisa infantil, pasé a apretarle los rollitos en la guata. Érica me pidió que me detuviera, pero no hizo ningún esfuerzo por apartarme. Finalmente fueron Gálica y Troveto quienes me separaron de ella.
—Viejo, suficiente— alegó Troveto.
—Me dan vergüenza ajena— se quejó Gálica.
—Sí, sí, lo siento.
Entonces noté que Pekos se había acercado a Érica desde otro lado.
—¿Es verdad que no estás en forma?— se extrañó.
Érica asintió. Esto pareció ponerlo contento.
—¡Entonces yo te puedo ayudar! ¡Desde la próxima semana iremos al gimnasio!
—¡¿Qué?!— exclamó ella, desconcertada— ¡Espera! ¡¿El gimnasio?!
—Sí, te pondremos en forma— Pekos se golpeó el pecho con orgullo.
—¿Y qué pasa si rompo algo? A ustedes se los conté, pero no quisiera que la gente sepa sobre mi fuerza— le hizo ver.
—Descuida, tú solo acompáñame. El gimnasio es divertido.
—Ah, está bien— aceptó al fin.
Por la manera en que hablaba, me imaginé que no estaba muy entusiasmada de ir al gimnasio, pero que le interesaba pasar tiempo con Pekos. Esperé que no lo estuviera tazando ¿Qué clase de chica prefiere a Pekos cuando me tiene a mí tan cerca? Sin duda sería una tragedia.
—¿Por qué no quieres que la gente sepa?— inquirió Troveto.
—Ah, por... para no ser rara— comentó, no muy convencida de su propia respuesta.
—¿Estás loca? ¡Serías una heroína! ¡Todos te querrían!— le aseguró Gálica.
—No, no me gusta ser el centro de atención, lo prefiero así— insistió.
Esto me pareció extraño. Era cierto que Érica no se veía como las chicas que buscaban atención de los demás, pero no parecía tanto una preferencia, sino algo más intenso, algo como ira o frustración o... miedo.
Quería entender qué la llevaba de verdad a ocultar su secreto, pero no quería presionarla. Me interesaba mucho más pasar un buen rato con ella que entender, así que no era un problema para mí.
Después de descansar, nos marchamos cada uno para nuestras casas. Estábamos agotados y llenos de comida.
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