3.- Comimos y comimos y... uf, casi me muero en ese festival (2/4)
Apenas tocaron el timbre de salida me paré y les indiqué a los chicos que me esperaran afuera del portón. También a Érica. En poco tiempo nos reunimos afuera del colegio.
—¡Vamos al festival de comida!— exclamé.
—Pero no tenemos dinero— alegó Érica.
—¡No importa! ¡Lo ganaremos de alguna forma!— le aseguré— vamos a hacer una competencia: todos buscaremos una forma de ganar dinero rápido. Somos cinco, si cada uno gana lo suficiente para una entrada, podremos ir sin molestias.
—¿Y qué quieres que hagamos?— reclamó Pekos.
—Lo dice "señor mírenme los músculos" ¡Usa la cabeza, Pekos! ¡¿Crees que la gente no pagaría por verte los brazos?!
Pekos se emocionó.
—¡Nunca lo había pensado!
—Yo puedo hacer unos trucos de patineta— aseguró Troveto, con su patineta en mano.
Gálica sonrió de oreja a oreja.
—Es un reto, entonces.
—Sí, un reto— contestamos los tres hombres.
—¿Eh?— soltó Érica, extrañada.
—¡Oh, sí! ¡Ganaré miles de crestas con mis músculos!— exclamó Pekos, emocionado.
—Jo ¿En serio?— Gálica abrió su mochila y sacó un gran acordeón.
Érica lo miró sorprendida, como si se tratara de un animal salvaje.
—¡¿De dónde sacaste eso?! ¿Sabes tocar un acordeón?— se sorprendió.
—Jaja. Sé tocar muchas cosas, pero este chiquito es mi bebé consentido— aseguró Gálica.
Y para asegurarle que hablaba en serio, tocó una melodía rápida como si nada, tan natural como respirar.
—Muy bien ¡Vamos a ganar dinero!— exclamé.
De inmediato nos alejamos del colegio hacia la avenida grande, unas cuadras cerca. Nos dividimos las cuatro esquinas de un cruce y nos pusimos a hacer lo primero que se nos viniera a la cabeza.
Gálica no tuvo que pensar nada, ella tenía su acordeón listo, dejó su mochila abierta enfrente y comenzó a tocar una melodía ágil y alegre. No pasó ni un minuto para que la gente comenzara a tirarle dinero y a reunirse a su alrededor. Después de todo, no siempre se ve a una chica tocando un acordeón, mucho menos una tan buena.
Troveto se puso a hacer trucos. Ayudaba que hubiera elegido la esquina con más obstáculos y bordes para deslizarse. Incluso había un hidrante sobre el que se paró con su patineta y comenzó a girar en círculos sobre su mismo eje. Lo hacía ver muy fácil, pero yo sabía bien la cantidad de años que ese truco en particular le llevó perfeccionar.
Pekos... oh, Pekos. Se sacó la camisa y comenzó a mostrar los músculos, haciendo diferentes posturas de físico culturista. No tenía el cuerpo tan marcado como esos tipos, pero bastaba para que la gente se lo quedara mirando sorprendidos. Claro que más parecía un loco egocéntrico que una persona de espectáculos, pero era algo.
Tras ver las demostraciones de los tres, Érica se giró hacia mí, preocupada.
—¿Qué voy a hacer yo? ¡No tengo ningún talento!— exclamó.
—¿De qué hablas? Basta con que levantes un auto o algo así.
—¡No, Ocko!— reclamó— Te dije que no quiero que la gente sepa sobre eso.
Me encogí de hombros. La verdad esperaba una respuesta así, solo quería asegurarme. Miré en la dirección de Gálica, ella estaba en la esquina contraria a nosotros, la distancia y el ruido de los vehículos apenas nos dejaba escuchar lo que tocaba, pero no había problema. De mi mochila saqué unos parlantes, los puse en el suelo y los conecté a mi celular. De inmediato puse una canción movida, luego tomé a Érica y nos pusimos a bailar.
—¡Espera, no sé cómo!— alegó ella.
—Tranquila— le dije, mientras la guiaba— solo déjate llevar.
¡¿Cómo soy tan encantador?! No lo sé, simplemente lo soy. El caso es que bailar también se me da bien, quizás porque todas las chicas quieren una canción conmigo en las discotecas y en los carretes. En fin, he tenido práctica, y sé bien cómo manejar a una chica que no suele hacerlo, como Érica. Con mi cuerpo le fui enseñando pasos simples y llamativos, y la gente nos fue prestando atención.
Así estuvimos por casi tres cuartos de hora. Con Érica nos tomamos un pequeño descanso a la mitad, pero aun así, al terminar el plazo, estábamos agotados y sudorosos.
Seguidamente nos juntamos con los demás.
—¿Cómo les fue?— pregunté.
Pekos se veía desanimado.
—Un policía me dijo que no podía ir por ahí sin polera, así que me obligó a ponérmela y no pude seguir haciendo dinero— reveló.
—¿Y cuánto hiciste?— quise saber.
—24 crestas— dijo, compungido.
Apenas lo suficiente para un sánguche.
—Está bien, grandulón. Por eso hacemos esto como equipo— le indicó Troveto.
Pekos sonrió. Era fácil levantarle el ánimo, pero de todas formas felicité a Troveto con un guiño por hacer un buen trabajo. Él parpadeó una vez para hacerme saber que entendía.
—Yo hice 102 crestas— continuó, sin un rastro de soberbia.
—¡Increíble!— exclamó Érica.
—Aunque a mí también me retaron, creo que fue el mismo pato.
—¡Troveto!— Gálica miró alrededor, nerviosa— te podrían estar escuchando, ten cuidado.
—Tranquila, periquita, ya se fue. No me importa si no les gusta que los llamen patos, todos los llaman patos. Malditos patos.
Érica se cruzó de brazos, con la mirada pegada al suelo. Pensé que se estaba tensando otra vez, pero al fijarme en ella noté una mirada sombría, el ceño fruncido y un enfado relajado, como si recordara malas experiencias ¿Era por la mención de los patos?
—Érica y yo conseguimos 35 entre los dos— continué.
Ese era el dinero que haría un tutor particular por hora, lo sé porque mi papá me obligó a buscar uno cuando, el año pasado, mi promedio de notas bajó a un 5,2 de 7.
Me dolía un poco el cuerpo de tanto bailar. Comencé a arrepentirme de esa idea.
Gálica sonrió de oreja a oreja.
—¡Yo conseguí 181 crestas!— exclamó, y nos mostró su mochila.
No era suficiente para llenarla de billetes, pero con 181 podía ir a cualquier centro comercial y comprarse un par de zapatos, y no necesariamente de los más baratos.
—¡Increíble!— exclamó Érica, abriendo mucho los ojos y levantando las cejas.
Tuve que sonreír, me encantaban sus expresiones. Parecía uno de esos monitos animados.
Recontamos el dinero, ninguno se había equivocado en los montos, pero había un problema.
—En total tenemos 342 crestas— indicó Érica.
—¿Y cuántas necesitábamos?— inquirió Pekos.
—420. Nos faltan 78.
Cada entrada costaba 84 crestas, eso significaba que teníamos suficiente para cuatro de nosotros, pero uno se quedaría fuera.
—¡Podemos hacer más dinero!— indicó Gálica— solo déjenmelo a mí, lo tendré en veinte minutos.
—¡Ahí están!— escuché una voz.
Noté a Érica irguiéndose y mirando a un lado, de repente. Miré en la misma dirección y me encontré a un par de policías acercándose a nosotros a paso veloz.
Nadie dijo nada, pero todos pensamos lo mismo: nos van a retar y nos van a multar por andar ganando dinero sin un permiso ni nada. Ya no podíamos quedarnos ahí, teníamos que irnos. Pero ellos nos perseguirían. No teníamos opción.
—Tengo otro reto, una carrera al festival— indicó Troveto— el primero que llega, tiene el mismo premio que el último reto.
Lo miré, noté que se alejaba del grupo hacia los policías, y preparaba su patineta para andar.
—¡Nos vemos allá! ¡Váyanse, yo los distraigo!
—¡Espera, Troveto!— exclamó Gálica.
Admiré a Troveto por su rápida forma de pensar. También quise decirle que no intentara nada muy arriesgado, que no hiciera enojar a los patos, pero lo conocía bien. De todos nosotros, creo que era quien más enfrentamientos había tenido con la policía, seguro sabía manejarlos.
—Vámonos— mandé.
Gálica me miró, preocupada.
—Él puede manejarlos. Vámonos, rápido— apremié.
Pekos y Gálica se marcharon. Me giré a Érica, pensando que estaría preocupada como Gálica, pero no era así. Al fijarme en ella advertí que miraba a los policías como... creo que la única otra vez que he visto esa mirada, fue en un documental de un canal de animales, cuando un guepardo estaba a punto de lanzarse sobre unas gacelas. Es una especie de mirada totalmente concentrada en un punto, tanto que parece olvidar al resto del mundo. Todo su cuerpo estaba tenso, pero ella se notaba relajada, enfocada.
—¿Érica?— la llamé.
Ella reaccionó, me miró, luego notó a los otros dos huyendo.
—¡Claro, vamos!— dijo.
Se marchó tras Pekos y Gálica. Yo la seguí de cerca. Me pregunté en ese momento, si no le hubiera dicho nada ¿Qué habría hecho? ¿Qué había estado pensando, tan ensimismada?
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Corrimos un par de cuadras, afortunadamente los policías no nos siguieron. De ahí tomamos una micro que nos llevó cerca del festival. Nos bajamos cerca de una plaza. Había varios skaters y chicos en patineta, andando y haciendo trucos en barandas y rampas especiales. Nos recordaron a Troveto.
—¿Creen que lo hayan atrapado los policías?— inquirió Pekos.
—¡No se vale! ¡¿Por qué tienen que joder, solo porque nos ganamos un poco de dinero?! No es como si lo hubiéramos robado.
—No, hicimos algo peor: evadir impuestos— indicó Érica— a veces las reglas no tienen sentido.
Sin decir nada más, echó a caminar a través de la plaza. No había nada más que pudiéramos hacer, así que la seguí, luego Pekos y Gálica. De todas maneras, resultaba raro ir a disfrutar de un festival cuando uno de los nuestros había tenido que sacrificarse y ser detenido por policías.
O eso pensamos, hasta que cruzamos la plaza y lo vimos, sujetándose del parachoques de un auto, por detrás. El auto se detuvo en la luz roja, frente a nosotros.
—¿Troveto?— lo llamé, sorprendido.
Él nos miró, nos guiñó un ojo y nos hizo una señal de mano.
—¡Recuerden, el que llegue primero es el ganador!— exclamó.
Entonces la luz pasó a verde, el auto comenzó a andar y Troveto se perdió en la calle. Nos tomamos unos segundos para reaccionar.
—¡Es verdad! ¡Eso dijo antes de distraer a los patos!— exclamó Gálica.
Suspiré con alivio. Troveto estaba bien, eso era lo que contaba. Tarde me di cuenta que los demás echaban a correr por la vereda.
—¡Vamos, Ocko! ¡Troveto nos va a ganar!— exclamó Pekos.
—¡Sí, vamos!— saltó Gálica.
—¡Tú ya ganaste una competencia!— alegó Pekos.
—¡Pero ganaré de nuevo!
Gálica parecía muy confiada, pero Pekos la sobrepasó sin problemas. Aun así, ninguno tenía oportunidad contra Troveto, ninguno excepto Érica.
Yo me puse a correr tras ellos. Al principio me extrañé de que ninguno parecía tan alegre sobre Troveto como yo, pero luego noté que Gálica y Pekos estaban más contentos que de costumbre, solo usaban la competencia para ocultar su alegría. Hasta Érica parecía contenta, miraba al suelo con una sonrisa de oreja a oreja.
A propósito de Érica, corría detrás de Gálica, la cual intentaba con todas sus fuerzas alcanzar a Pekos. Solo que a diferencia de Gálica, Érica no se esforzaba ni un poco. Me acerqué un poco para preguntarle, aunque de todas formas fue incómodo susurrar mientras íbamos corriendo.
—Tú podrías ir y ganarnos a todos ¿Verdad?— le pregunté.
Ella me miró extrañada, luego apretó los labios, incapaz de mentir.
—Sí— admitió.
Sonreí al pensar en ella a toda velocidad.
—¿Cuánto puedes hacer?— quise saber.
Ella se mostró reacia a contarme, pero decidió hacerlo de todas maneras.
—Mi récord son 112 kilómetros por hora— indicó.
Abrí los ojos como platos. Érica podía ir sobre el límite de velocidad permitido en una carretera normal. Intenté imaginarme a una persona corriendo así de rápido, pero no me entró en la cabeza.
De nuevo me pregunté por qué se tomaba las molestias de esconder sus capacidades, pero ella no lo diría.
Corrimos y corrimos por veredas, plazas y callejones. De repente alcancé a ver a Troveto deslizándose con su patineta adelante, tomando atajos y saltando sobre autos estacionados como si nada. Después de varios minutos, llegamos a una gran y estrambótica entrada a un parque comunal. Troveto nos esperaba de lo más relajado, reposando su espalda contra la reja que delimitaba el terreno. Necesitamos unos momentos para descansar de tanto correr, todos excepto Érica. Ella no tenía ni una gota de sudor.
—Parece que gané— comentó Troveto.
—Bien hecho— comentó Érica en un tono neutro.
Gálica y Pekos lo abrazaron.
—¡Troveto, pensé que te iban a llevar los patos!— exclamó Gálica.
—¡Sí, casi me puse a llorar!— admitió Pekos.
—¿Eh? Pero si me han llevado detenido muchas veces— les recordó.
—¡Sí, pero es la primera vez que pasa frente a nosotros!— indicó Gálica.
—¡Malditos pat...— iba a decir Pekos, pero le tapé la boca.
Pekos me miró, sorprendido. Yo aproveché de indicarle que guardara silencio. Hice eso porque apenas unos treinta metros detrás, un par de policías estaban parados, seguramente haciendo guardia por el evento que se llevaba a cabo. Los demás también captaron, y se abstuvieron de soltar más comentarios sobre los patos, de momento.
Marchamos hacia el festival, pero de inmediato notamos algo raro: el camino que conducía al festival estaba bloqueado por un control dentro del mismo parque. Consistía en una cabina de guardia de seguridad, junto a una de esos trípodes que giran para que la gente pase de a poco. Alrededor habían instalado murallas portátiles, muy altas para pasar, por lo que la única manera de ingresar era a través del paso que habían hecho.
Partimos a comprar nuestras entradas. En la cabina nos topamos con una señora entrada en edad, aunque alta y fornida. La señora nos miró con una cara aguda. Entonces saqué el dinero.
—Cinco entradas, por favor— le pedí.
Pero justo cuando se lo entregaba, Gálica se me acercó.
—¿No que no nos alcanzaba para los cinco?— me preguntó susurrando, para que la señora no oyera.
Me quedé helado. Con lo de Troveto, se me había olvidado por completo que no teníamos dinero suficiente para todos.
—¡Tengo que pensar en algo, rápido!— me dije.
Pero antes que pudiera decir cualquier tontería, Érica se acercó por otro lado.
—Yo pagaré con tarjeta— indicó.
La miré, tenía una tarjeta de crédito en mano. Suspiré aliviado, aunque me pregunté por qué no había dicho nada hasta el momento.
De todas maneras, era un problema menos. Pronto estaríamos dentro del festival, comiendo como chanchos y bebi...
—¿Alguno de ustedes es mayor de edad?— preguntó la señora.
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