2._ El Comienzo de un Año Extravagante
Mi nombre es Raquel Kroam.
Me gusta pasar el tiempo conmigo misma. No me considero deportiva, pero me gusta bailar. Danza como un espectáculo, una presentación, no bailar con otra persona. Tampoco me gusta mostrarle a un público, solo me gusta bailar. Es raro, supongo. Aunque todos somos raros, en cierto sentido.
Nunca me ha gustado un chico, ni siquiera Ocko. Lo menciono porque somos cercanos, hemos estado en el mismo curso desde chicos, y nos tenemos confianza. Aunque no por eso somos amigos. Él tiene su grupo, yo tengo... bueno, a veces voy a su casa a pasar el rato, cuando siento ganas de conversar. Soy muy introvertida.
Nunca me ha gustado un chico, ni siquiera Ocko. Se me hacía raro que el niño más popular y apuesto del colegio, de quien están todas las chicas enamoradas, no me provocara nada a mí. Por un tiempo pensé que simplemente lo veía como amigo y no quería que nuestra relación cambiara, pero hace unos años me di cuenta que no era tanto el caso.
—Oye, oye, Raquel ¿Has leído este libro? ¡Está muy bueno!— exclamó la chica a mi lado.
Me di la vuelta. Érica me miraba emocionada, me mostraba la portada de su libro. Lo miré: "Un capullo en un juicio". Era un libro muy popular entre las chicas, una novela romántica donde dos personas de distintas clases socioeconómicas se enamoraban.
—Sí— contesté— ¿Te gusta?
—¡Sí, mucho!— exclamó, jovial como una niña chica— ¿Y a ti?
—No— contesté, quizás más cortante de lo que había intentado— el protagonista hace varias cosas horribles a la tipa, en nombre del amor, y ella lo termina perdonando. Es un libro muy desagradable.
Poco antes de terminar mi opinión, me di cuenta que le estaba dando una muy mala impresión a Érica; estaba rechazando lo que a ella tanto le gustaba. Pero ya era demasiado tarde.
Volví a mirarla a ella. Busqué su mueca, esperé un cambio de tema o que quizás intentara marcharse, pero Érica solo sonrió más.
—¡¿En serio?! ¡Qué increíble, nunca lo había pensado de esa manera!— exclamó.
Esto me sorprendió.
—Pensé que esperabas que también me gustara— apunté.
—Me habría encantado, pero es una opinión válida. Tienes toda la razón, la tipa se deja sufrir totalmente. Quizás por eso me gusta a mí, la protagonista sufre todo eso y aun así quiere estar con ese hombre. Y por como van las cosas, parece que él está cambiando de parecer.
Hice memoria. Érica debía de estar un poco pasada la mitad del libro.
—¿En qué parte vas?— le pregunté.
—Se están preparando para el gran baile— indicó.
Poco antes que la trama diera un giro, y las ambiciones del hombre lo hicieran rechazar de nuevo a la protagonista. Pero si Érica ya había aguantado el libro hasta ahí, el baile también le gustaría.
Me sentí como una tonta por creer que se sentiría ofendida. Para mí, las chicas a las que les gustan ese tipo de novelas son todas iguales: descerebradas y superficiales. Aceptar un punto de vista distinto como algo bueno era un fenómeno que no me había esperado.
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Más tarde, durante el recreo nos juntamos a conversar. Ella parecía emocionada de hablar sobre libros, y aunque no eran mucho de mi gusto, algo raro pasó a medida que hablábamos.
Primero conversamos sobre mi opinión completa sobre el libro que estaba leyendo. Yo le planteé mi problema, que era más de lo que le había dicho antes, y ella escuchó. Luego me dijo lo que ella pensaba, contestó algunos de mis puntos y aceptó otros como buenos argumentos. Estuvimos conversando todo el recreo hasta que de repente sonó el timbre antes de tiempo.
Me extrañé, apenas habían pasado cinco minutos ¿Qué había pasado para que nos cortaran el recreo así? Miré mi reloj para estar segura, y me di cuenta que no habían pasado cinco minutos, sino quince. No había sonado el timbre antes de tiempo, solo se me había escapado de las manos.
—Ah, vaya— se lamentó Érica— Bueno, fue agradable ¿Vamos a la sala?
La seguí sin pensar mucho. De repente estaba sentada en mi puesto, aún sin conseguir digerir lo que había sucedido: Había tenido una conversación interesante. Con una chica de mi edad, de mi curso.
Me giré a verla. Érica parecía aburrida, intentando hacer sentido de lo que el profesor de biología dictaba. En cierto momento alzó la vista, me miró y me sonrió. Su pelo rubio brillaba con los rayos del sol de la tarde, su mirada intensa como la de una fiera, su expresión boba e infantil, y más importante, que me sonrió a mí.
Me dio miedo de que me pillara espiándola, así que regresé la vista al frente y actué como si no hubiera hecho nada.
Durante el resto del día me pillé pensando mucho en ella. Intenté mantenerla fuera de mi cabeza, pero al final tuve que aceptar la realidad.
A la mañana siguiente, me senté en mi puesto y esperé. Llegaron las otras personas una a una, yo me giraba a verlos cada vez que escuchaba una voz aproximándose por el pasillo hasta la puerta, y me decepcionaba cada vez. Intenté no hacerlo, pero me sorprendía volteándome de todas maneras al mínimo ruido. Para mi suerte, no llegó muy tarde. De pronto Érica apareció, con la espalda encorvada y ojeras grandes bajo sus ojos. Pasó a mi lado y me dedicó un saludo silencioso, un gesto de la mano, un intento de sonrisa sobre el sueño de la mañana, y mi corazón se llenó de alegría.
Era muy inteligente para negarlo por más tiempo. Érica me gustaba.
La gente no suele gustarme, generalmente los repelo, suelen ser molestos. Pero me vi esperando con ansias la próxima vez que pudiera interactuar con Érica, que ella me prestara atención.
Lástima que a ella le gustara Ocko, se le notaba.
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Aun así, no es que estuviera babeando por ella. No comencé a interactuar más con la gente por ella ni nos hicimos amiguis. Ni siquiera pensé en que pudiéramos llegar a ser algo. Aunque admito que verla cada día me ponía contenta, incluso verla de lejos mientras hablaba con Ocko y sus amigos.
Érica me gustaba, pero pronto comencé a notar ciertos fenómenos raros.
La primera vez creo que fue en el baño. Una de las llaves estaba tan dura que ninguna chica podía girarla, era un hecho de ese baño, simplemente había una llave menos.
Ese día yo salí de unos de los cubículos tras hacer pipí, me dirigí al primer lavamanos que vi e intenté girarla, pero no pude. Claro que no pude, esa era la maldita llave que nadie puede girar. Así que me lavé las manos en el de al lado.
Justo en ese momento apareció Érica.
—¡Tengo sed!— exclamó, caminando a paso rápido.
De un momento a otro pasó detrás de mí y se dirigió al lavamanos que nadie puede usar. Yo intenté advertirle que esa llave estaba mala, pero cuando me fijé, Érica ya la estaba girando como si nada.
Salió agua de la llave que nadie podía girar.
Érica se refregó las manos, se inclinó para tomar un largo sorbo, cerró la llave y me miró.
—Hola— saludó.
—Ah...— vacilé yo.
Érica me hizo un gesto de saludo con la mano y luego se marchó. Yo me la quedé viendo hasta que desapareció de la vista. Luego me giré hacia el lavamanos que había usado.
—¿Lo arreglaron?— pensé, extrañada.
Estiré la mano hacia la llave mala. Hice fuerza para girarla, pero nada ocurrió. Usé ambas manos, pero no cedía ni un poco.
—¿Cómo lo hizo?— me pregunté.
Pero Érica ya se había ido. Podía ir y preguntarle, pero sonaba raro ¿Había gente capaz de usar esa llave imposible?
Mis manos pronto dolieron y tuve que ceder. La llave imposible de abrir permanecería como un misterio, pero no por mucho.
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La segunda vez fue después de educación física. Era la primera clase en que hacíamos ejercicio, ninguna estaba muy animada, pero la profesora nos hizo hacer varios ejercicios: corrimos, hicimos salto alto, incluso una prueba de flexiones. Para mí no fue muy duro, porque hago ejercicio cada tanto, pero para la mayoría de las chicas fue casi un infierno.
Por supuesto, me fijé especialmente en Érica. Para mi sorpresa, tuvo unos resultados malísimos; era de las que se corría más lento, de las que hizo menos flexiones y de las que saltaba más bajo. No me parecía una atleta, pero tampoco estaba al nivel de esas morsas grasosas a las que siempre les iba mal en educación física.
Luego de eso fuimos a los camarines a ducharnos y cambiarnos. Yo fui una de las últimas, porque la profesora me pidió ayudarla con el equipo. Cuando salí de la ducha, la mayoría de las chicas se habían ido, y las pocas que quedaban no les quedaba mucho. Al final terminé sola en los camarines. Mucha gente se sentiría sola, pero a mí me agradaba así, más espacio para mí.
Estaba poniéndome el uniforme, cuando de repente vi la puerta abrirse. Érica apareció apurada y entró mirando a todos lados, excepto a la esquina en donde yo estaba. Noté que buscaba algo, y que más o menos sabía en qué zona debía estar.
Continué vistiéndome sin decir nada, suponiendo que me vería tarde o temprano. Sin embargo, parece que nunca me notó. Se agachó entre los bancos y miró por debajo de los bloques de casilleros.
—¿Dónde estás? ¿Dónde?— masculló para sí.
En eso, terminé de vestirme. Estuve a punto de preguntarle qué se le había perdido, pero de pronto noté que ya no necesitaba ayuda.
—¡Ajá!— exclamó, con la cara pegada al suelo y el poto al aire.
—Ah, ya lo encontró— pensé.
Me dispuse a salir en silencio para dejarla con su pequeña victoria, cuando de repente el bloque entero de casilleros bajo el cual se encontraba Érica se levantó. Había al menos cincuenta casilleros, ese era un mueble para que dos hombres muy fuertes lo llevaran juntos, pero en ese momento era Érica quien los levantaba, con una sola mano.
Me fijé en ella. Ni siquiera parecía estar haciendo esfuerzo en ello, simplemente estiró la mano que tenía libre y sacó un celular.
—¡Aquí estás!— exclamó.
Antes que se levantara, me apresuré a rodear la puerta y escapar. Algo me decía que no debía estar ahí, que ella no debía verme, como si la hubiera pillado haciendo algo muy íntimo. Me deslicé en silencio, estoy segura que no me notó.
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La tercera vez fue cuando iba regresando del colegio. Me encontré a Ocko y Érica caminando hacia un parque de por ahí. Normalmente no sigo a las parejas, pero me preocupaba que Ocko se sobrepasara con Érica y la obligara a hacer cosas que no debían. No es porque estuviera celosa, porque no lo estaba. Nunca seguiría a alguien por celos, solo quería asegurarme de que Érica estuviera bien.
Los vi marchando por un camino del parque y luego dirigiéndose a una zona densa en árboles. No era lo suficiente para perderse, pero sí para ocultarse de los fisgones.
No me tomó mucho tiempo encontrarlos, los pillé sentados contra un árbol grandote, hablando y riendo. Ellos no me notaron, porque me acerqué desde atrás, pero yo podía oírlos perfectamente.
No me dirigí directamente al árbol grandote, eso habría sido muy cerca. En vez de eso, los rodeé, escondiéndome entre arbustos y troncos de árboles más delgados, hasta que los pude ver a ambos desde un costado. Ocko le contaba chistes malos, que la hacían reír de todas maneras.
—Solo está fingiendo para caerle bien— pensé al principio.
Pero entonces me di unos segundos para escucharla mejor. Érica reía como una niña: dulce y bruta, sin reparos por cómo sonara a otros o si la hacía ver poco femenina. Era una risa muy natural, no esa que las niñas tontas usan cuando quieren acercarse a Ocko. Admito que me enojé un poco, primero con Érica por mostrarle esa risa a Ocko en vez de a mí, luego con Ocko por estar en el lugar que a mí me gustaría, finalmente conmigo misma, por estar ahí, espiándolos como un parásito patético en vez de hacer algo ¿Pero qué podía hacer? Ocko ya había ganado, desde el primer día la tenía en la palma de su mano.
Estuve a punto de marcharme, cuando noté que Ocko exclamaba algo.
—¡Ah, un bicho!— soltó, apuntando a un lugar cerca del hombro de Érica.
—¡¿Dónde?!— bramó ella, asustada.
—¡Aquí!— exclamó Ocko, y le tocó el dorso del cuello.
Érica saltó y se pegó un manotazo en el cuello, tan fuerte que sonó como un disparo.
—¡Saltó al árbol!— exclamó Ocko
Érica se giró hacia el grueso árbol de más de cien años, y le dio un manotazo tan potente que el tronco estalló.
El estruendo retumbó en mis huesos y mi estómago. Astillas volaron por todos lados. La enorme copa del árbol se elevó unos metros antes de caer al otro lado. Un montón de animalitos y bichos salieron corriendo y volando en todas direcciones, mientras Érica y Ocko hacían distancia para evitar la lluvia de bichos.
Luego Érica miró alrededor, y se fijó en mí. Me di cuenta que no estaba escondiéndome. Con la sorpresa del golpe, me había quedado parada, estupefacta.
—¡¿Raquel?!— exclamó.
—¡¿Qué?!— Ocko dejó de mirar el árbol roto para girarse hacia mí— ¡¿Raka?! ¡Oh, no!
Érica abrió las manos, como si yo fuera un policía con un arma y le estuviera apuntando.
—Espera, no te asustes. Sé que es raro— me dijo.
Pero fuera lo que fuera que iba a decir, se cortó, pues en ese momento varias personas desde los alrededores comenzaron a acercarse, algunos incluso podían vernos.
—¡Mierda!— exclamó Érica.
Sin decir nada más, tomó a Ocko por el torso usando solo un brazo, como si fuera un maletín grande. Luego hizo lo mismo conmigo, y echó a correr a toda prisa.
—¡¿Érica?!— exclamé.
Miré el suelo, pasando a toda velocidad. Miré las piernas de Érica, moviéndose tan rápido que solo se veía su estela.
—¡ÉRICA!— grité, aterrada.
Intenté zafarme, pero ella era tan fuerte como una prisión de hierro. El viento me pegaba en la cara y me dificultaba ver, pero noté claramente cómo ella zigzagueaba a través del parque, esquivando árboles y saltando varios metros a la vez.
Rápidamente nos llevó hasta uno de los límites del parque, donde una gran pared de más de dos metros lo separaba de una casa abandonada. Apenas alcancé a ver la pared, cuando de repente sentí una gran presión en mi torso, donde Érica me agarraba. Inmediatamente mi cabeza y mis piernas tiraron hacia abajo, y me di cuenta de que habíamos saltado. Vi el suelo alejarse, vi las copas de los árboles, vi la gran pared desde arriba, y luego caímos al otro lado.
Cuando aterrizamos y Érica nos dejó en el suelo, dejé de gritar para respirar un rato. No me había dado cuenta de que lo estaba haciendo.
Mi corazón latía con fuerza, muy rápido. Tirada sobre el pasto largo, miré a Ocko junto a mí. Él estaba tan agitado como yo, pero sonreía. Parecíamos estar saliendo de una montaña rusa horrible, y esa montaña rusa se llamaba Érica.
La miré hacia arriba, luego me puse de pie. Aún respiraba agitadamente.
—¡¿Qué... ¡¿Cómo hiciste...
—¡Eso fue fantástico, Érica!— exclamó Ocko, parándose con los brazos abiertos.
Pero ella no parecía muy contenta. Se presionaba la sien con un par de dedos.
—No puedo creer que haya roto un árbol tan grande— se lamentó— ay, soy una tonta.
—No pensé que te asustaran los bichos— comentó Ocko.
—Oh, no. Me pongo loca con los bichos. Es un acto reflejo.
Me la quedé mirando. Podía entenderla, yo también me ponía a moverme y sacudirme incontrolablemente cuando notaba que tenía un bicho encima.
—¡Espera, eso es lo menos importante!— exclamé— ¡¿Cómo hiciste todo eso?! ¡Rompiste ese árbol, y saltaste como tres metros, y levantaste esos casilleros, y abriste esa llave imposible de abrir en el baño, y...
Me llevé una mano a la boca para dejar de hablar. En verdad entendía, mi mente sacó la única conclusión lógica antes de ponerme a hablar, solo necesitaba ventilarme.
—Tu fuerza... es sobrehumana.
Érica me miró un tanto apenada, luego miró a otro lado y se rascó la cabeza.
—Sí, supongo.
—¿Pero cómo? ¿Desde cuándo?— quise saber.
—No sé. Desde que nací. Preferiría no hablar del tema, es algo... vergonzoso.
—Es genial ¿No?— exclamó Ocko.
—Es... increíble— comenté.
Pero a diferencia de Ocko, a mí no me emocionaba tanto. Era una idea que había estado en mi cabeza desde el día que nos conocimos, cuando Ocko mencionó que ella había sido atropellada por un camión, y ella negó sus sospechosas magulladuras. Sin embargo, confirmarlo era totalmente distinto. La súper fuerza no existe, no debería ser. Érica no tenía más masa que otras personas, sus músculos no estaban hechos de otra cosa... ¿O sí?
Me parecía un individuo totalmente distinto. La entendí un poco al querer dejarlo todo en secreto; sería desagradable tener que enfrentarse a la perplejidad de otros cada vez que los conoce.
Me di cuenta que ese sería un año extravagante.
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