13.- El Mundo Incómodo (2/2)


Para cuando volví al colegio, las cosas habían cambiado bastante del día en que lo dejé. Me llevé la primera sorpresa al entrar a la sala; las mesas habían sido corridas, se apretaban hacia un lado de tal manera que dejaban un único puesto abandonado, como una isla. En ese puesto, al frente junto a la ventana, se encontraba Érica. Nadie le hablaba, nadie se acercaba a ella. Era raro, pero más raro era la falta de Ocko.

No estaba enfermo, no se había escapado de clases, simplemente ya no estaba.

Me fui a mi puesto, que había sido corrido hacia un lado como los demás, pero seguía siendo fácil de reconocer. Sin embargo, antes de sentarme, se me acercaron algunos de mis compañeros.

—¡Raquel, qué bueno verte!— dijo una.

Las demás hicieron comentarios similares. Todos me sonreían, supongo que de lástima. No lo tomé más que como un gesto de buena fe al principio.

Luego de sentarme, me fijé en Érica. Ella me estaba mirando, pero ocultó sus ojos de inmediato.

—¿Te sientes culpable?— pensé.

Era lo mínimo que podía hacer después de lo que pasó. Krois había sido quien llevó una bomba a un paseo escolar, pero había sido Érica quien la provocó en primer lugar. Además, Krois había sido condenada a una correccional juvenil por un año, para luego ser llevada a la cárcel cuando cumpliera la mayoría de edad. No, no podía estar enfadada con Krois, ella pagaría por sus crímenes. En cambio Érica, esa asesina bruta, continuaba caminando libre a pesar de provocar dos muertes y varios heridos.

Noté durante la clase que Érica no intentaba hablar con nadie. Creo que sabía lo que había causado, sin embargo el peligro no se había esfumado solo porque ella estuviera más atenta. El colegio tenía que hacer algo, el director tenía que usar su autoridad y expulsarla, como mínimo.

Por eso, apenas sonó el timbre del primer recreo, me dirigí a la oficina del director. Parecía ocupado, pero entré de todas maneras.

—¿Y usted?— alegó, sorprendido, aunque después de ver mi parche en el ojo, pareció reconocerme— Oh, Raquel ¿Verdad?

—Tenemos un problema— indiqué— Érica ya ha matado a dos estudiantes y sigue aquí ¿Por qué no la han expulsado?

El director se quedó pasmado un momento. Luego se aclaró la garganta, se arregló la corbata y me pidió tomar asiento, creo que solo intentaba ganar tiempo para pensar, pero hice lo que me pedía. No estaba ahí para hacerlo sentir incómodo, solo quería resultados, o al menos respuestas.

—Raquel, por favor entienda— me pidió él— es verdad que la señorita Érica puede causar problemas, pero hasta el momento no nos ha dado una razón suficiente para una expulsión.

—¿Y cuántos muertos serán suficientes?— alegué.

El director se mostró incómodo, pero no lo negó.

—El caso de la señorita Solis fue trágico, pero Érica solo se estaba defendiendo. Sin su rápida respuesta, más estudiantes podrían haber fallecido ese día.

Fruncí el ceño, extrañada. El director la estaba defendiendo ¿Por qué? No ganaba nada con eso.

—¿Y la muerte de Ocko?— pregunté.

El director se aclaró la garganta otra vez. Parecía estar cada vez más incómodo.

—La muerte del señor Ocko fue una tragedia horrible, pero la policía no encontró evidencia...

—¿Qué está haciendo?— lo corté.

—¿Perdón?— saltó él.

Lo miré unos segundos. Algo andaba mal, podrido.

—Sabe que Érica es un peligro. Nos está condenando a todos a cambiarnos de colegio o morir ¿Por qué hace esto?

El director entonces se puso de pie, rodeó su escritorio, me tomó de un brazo y me condujo a la fuerza hasta su puerta.

—¡No toleraré acusaciones como esta! ¡No es mi culpa que usted no pueda llevarse bien con sus compañeros de clase, Raquel! ¡Ahora fuera de mi oficina! ¡Fuera!

Me arrojó al otro lado de la puerta y la cerró antes de dejarme siquiera regresar. Estaba sorprendida por la actitud del director, pero me hizo pensar ¿Qué impulsaría a una persona a proteger a una asesina como ella? Primero pensé en dinero, pero incluso con una gran suma, una persona común y corriente no habría aguantado la culpa de vender las vidas de sus estudiantes, incluyendo al director. Tampoco era un paladín del bien, solo era un señor normal, con hijos y esposa, y seguro uno que otro pasatiempo raro del que no le gustaba hablar porque nadie entendería. No, no me parecía que fuese dinero.

¿Pero qué puede ser mejor que un soborno? La respuesta me llegó casi al instante: Chantaje. Se veía mucho más factible; Érica le aterraba. No quería provocar su ira, no quería ser su próxima víctima, así que usaba a sus alumnos de escudo.

Sin embargo, después de unos minutos de ir pensando en tal idea, no me pareció correcta tampoco. Simplemente tenerle miedo. Como director, no tenía que verla a la cara para expulsarla. No tenía que juntarse nunca con ella, bastaba que firmara un papel y enviara a alguien a contarle.

Chantaje sonaba más probable que soborno, pero de todas maneras no podía ser. Érica podía ser tozuda, pero no era de las que obligaban a otros a hacer cosas que no quisieran. No la veía con la fuerza emocional ni la pillería para chantajear a alguien.

Fue entonces que dos niños chicos pasaron junto a mí, enfrascados en una discusión. Cada uno alegaba que su papá era el más fuerte y que podía vencer sin problemas al papá del otro en una pelea. Entonces comprendí: no había sido Érica, sino su papá, Lucifer Sanz. Si lo que me había dicho era cierto, él era tanto o más fuerte que Érica, pero sin escrúpulos. Para él la gente no valía nada, solo le interesaban él y su hija. Si era así, y quería que Érica terminara su año escolar, era bastante probable que hubiese chantajeado al director de una manera en que este no pudiera negarse. Quizás había amenazado con matar a sus hijos o su esposa si no hacía lo que quería. Eso explicaba la actitud del director, estaba contra la espada y la pared.

Sin embargo, eso nos dejaba a nosotros en un aprieto también, a todos los estudiantes. No podíamos seguir con Érica tan cerca, o varias personas más morirían en sus manos.

Al parecer, no era la única que pensaba de esa manera. Durante otro recreo, mientras iba caminando por el patio de los grandes, noté un grupito grandote de chicos en un rincón de la cancha. Normalmente no les habría prestado atención, o incluso habría hecho un esfuerzo por evadirlos, pero dadas las circunstancias de las últimas semanas, decidí aproximarme.

—¿Qué hacen, chicos?— les pregunté.

Algunos en la periferia del grupo se giraron para mirarme. Observé que estaban nerviosos. Luego los chicos del centro se abrieron paso y me enfrentaron. Se notaban serios, endurecidos, casi hostiles. No me pareció que iban a compartir sus secretos conmigo fácilmente.

—Anda a otro lado, Raquel. Nada que mirar— me dijo Rifal, el capitán del equipo de fútbol y pololo viudo de Solis.

Rifal era un chico alto y delgado, con una sonrisa maldadosa pegada en la cara, como Ocko, solo que sin su atractivo ni su encanto. Supuse que Solis había estado enamorada de Ocko, pero se había contentado con un chico similar.

Por supuesto que sería él. Tenía varios motivos para odiar a Érica. Yo lo conocía de hacía unos años. Había visto cómo la gente lo miraba y lo seguía. No era tanto un líder como Ocko, pero era bastante capaz para organizar un grupito así de grande. Sin embargo, un líder surge porque lidera en una dirección. En el caso de Rifal, era fácil saber hacia dónde apuntaba.

—Sea lo que sea que están planeando, no resultará— le aseguré.

Él frunció el entrecejo.

—¿De qué hablas? Ni siquiera sabes qué hacemos aquí. Ahora ándate.

—Lo digo por tu bien y el de los demás, Rifal. No quiero que salgan lastimados— negué con la cabeza, asqueada con la imagen del cadáver caliente de Ocko— No le ganarán a Érica.

Algunos de los chicos comenzaron a mirarse las caras, nerviosos. Supe que había dado en el clavo, esos brutos estaban planeando ir a apalearla en algún rincón oscuro. Pensaban que ganarían con números, pero estaban pensando con sus músculos, no con su cabeza.

Rifal, irritado, parecía listo para echarme a gritos. Pero en eso otro chico se adelantó, mostrando abiertamente su miedo.

—¿Y qué deberíamos hacer, entonces? ¡Esa tipa mató a Solis y a Ocko! ¡¿Quién será el próximo?!

Rifal intentó retomar el liderazgo en ese momento con fuerzas renovadas.

—¡Por eso tenemos que hacer algo! ¡La policía no hará nada! ¡Depende de nosotros protegernos!

—Érica mató a Solis de un combo— repuse, alzando mi voz bien alto para que todos me oyeran— incluso herida por una bala, la mató de un combo ¿Creen que ustedes tienen una posibilidad contra ella?

Todos los chicos callaron un momento. Rifal me miró con cara de que quería matarme por mencionar a su polola muerta, pero no le presté atención.

—¡Pero no podemos quedarnos así!— alegó otro— ¡Tenemos que hacer algo! ¡Rifal tiene razón!

—No, no tiene razón. Ahora mismo están vivos, eso es lo que cuenta. Si lo siguen a él, morirán.

—¿Y quieres que nos quedemos sentados?— alegó Rifal— ¡Prefiero morir peleando que rendirme y dejar que nos mate!

Me estaba usando para potenciar su ideología. Buena jugada, pero el final sería el mismo.

—Morirás peleando, entonces. Pero yo tengo un plan. Yo puedo hacer que sobrevivan todo esto.

Esperé unos segundos por otra acometida de Rifal, pero él solo se me quedó mirando. Miré a los demás, también estaban atentos. Comprendí que no estaban tan cerrados a otras posibilidades como había pensado.

Apreté los puños. Me di cuenta en ese momento que podía hacer algo. Si conseguía a esos chicos y al curso, podía enfrentarme a Érica a mi manera. Poco a poco fui adentrándome en el círculo para que todos me oyeran. En respuesta, los chicos fueron rodeándome a medida que me acercaba a ellos, complementando mis movimientos.

—Si quieren enfrentarse a Érica por los puños, ya han perdido. No hay forma de hacerle daño ni asustarla de esa manera. Tampoco la pueden herir, se recupera de la noche a la mañana de cualquier cosa. Pero yo conozco su debilidad, algo que ella no tiene y nosotros tenemos a montones. Con esta ventaja podemos echarla del colegio, podemos obligarla a irse por su propia cuenta— hice una pausa para mirar a mi público. Seguían atentos, esperanzados. Tenía que guiarlos, era mi responsabilidad— ¡Esa ventaja son nuestros lazos! ¡Tenemos lazos que ella no! ¡Somos muchos! ¡Ella es una sola!

—¡Pero acabas de decir que no podemos ganarle!— alegó un chico.

—En una pelea, perderíamos— le corregí— por eso no vamos a pelear. Vamos a pegarle donde más le duele: en sus sentimientos. Haremos de su vida un infierno hasta que no aguante venir al colegio.

—¿Y cómo vamos a hacer eso sin pegarle?— inquirió Rifal.

—Tengo muchas ideas— aseguré— nos juntaremos en la plaza, después de clases. No le digan a Érica ni a nadie, yo me encargaré de informárselo a todos ¿Entendido?

Algunos chicos no se mostraron muy convencidos después de escucharme, pero a otros los vi más optimistas. De todas maneras insistir no ayudaría mucho, así que me marché. Tal y como les prometí, me encargué de comentarles a todos los demás excepto a Érica sobre nuestra reunión. Dudaba que ella no se enterara, mantener un secreto entre cuarenta jóvenes de una chica parecía imposible, pero contaba con que no tendría ganas de ir a husmear de todas formas.

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Después de clases, tal y como les había dicho a los chicos, me fui directo a la plaza. Fue un camino solitario. Sabía que no era una chica a la que otros siguieran, no era una líder. Más bien era la maldita mandona que retaba a todo el mundo por pequeñeces. Sabía lo que decían de mí, y sabía que buena parte de lo que decían era cierto. No era alguien agradable, mucho menos atrayente.

Suspiré. Si tan solo Ocko estuviera ahí para liderar a las masas mientras yo lo encausaba a él en la dirección que queríamos.

—Aunque seguramente se distraería con tonterías por el camino— pensé, divertida por un segundo.

Llegué a la plaza sin saber qué haría luego de que pasara una hora esperando y nadie apareciera. Me dirigí a través del pasto hacia el árbol grandote al centro. Sus raíces eran tan gruesas que la gente podía sentarse tranquila. El lugar estaba vacío. Caminé sin ganas hacia allá, cuando comencé a escuchar pisadas a mis lados; dos a mi derecha, uno a mi izquierda. Me di la vuelta, y me encontré con el grupito de Ocko; Pekos, Gálica y Troveto.

—¿Ustedes?— dije, sorprendida.

Los tres se detuvieron y me dedicaron distintas sonrisas tristes. Estuve a punto de preguntarles qué estaban haciendo ahí, cuando recordé que yo los había citado. Aun así, era difícil de creer.

—¿Vinieron por la junta?— me atreví a preguntar.

Pekos se pasó una mano por la cabeza, sin mucho ánimo de mostrar sus músculos. Gálica se sujetó un brazo y Troveto se quitó el gorro para acomodarlo.

—Érica... me caía bien— indicó Troveto, con la voz apagada— pero se tiene que ir. No es posible que siga asistiendo a clases como si no hubiera hecho nada.

—Esa maldita mató a Ocko— comentó Gálica— me gustaría intentar matarla en vez de solo echarla... pero sé que es imposible. Lo sé bien. Me conformo con ayudarte a darle un castigo.

Miré a Pekos, esperando que dijera algo. Él se veía más indeciso que los otros dos, pero igual de triste.

—Yo solo quería que nos lleváramos bien todos— alegó él— ¿Por qué tenemos que llegar a esto?

—No tienes que participar, si no quieres— le indiqué— si no vas a estar dándolo todo, preferiría que no lo hicieras.

Pekos pareció sorprendido de mis palabras. Luego se giró hacia sus amigos; Gálica ni lo miró. Troveto solo le echó un vistazo neutral. Pekos suspiró.

—Me gustaría que no tuviéramos que hacer esto, pero tenemos que hacerlo. Érica... es malvada. Tiene que irse.

Gálica hizo un puchero, al borde de las lágrimas, y le tomó una mano a Pekos, no sé si con el ánimo de consolarlo a él o que la consolara a ella. Luego le tomó una mano a Troveto y la juntó con la suya y la de Pekos. Los tres compartieron una sonrisa apenada, luego me miraron a mí, tarde me di cuenta que esperaban que me les uniera.

Al principio quise negarme, pues no me sentía parte de su grupo. Mas pronto comprendí que no era tan así. Ahora pertenecía a ellos, nos unían nuestra pena por Ocko y nuestro odio hacia Érica. Al menos hasta que cumpliéramos nuestro objetivo o muriéramos tratando, los cuatro éramos un grupo unido.

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Después de eso nos fuimos a sentar bajo el árbol. Conversamos despacio por unos minutos, yo ya planeaba lo que les diría cuando se dieran cuenta que nadie más aparecería a la junta. Sin embargo, después de unos minutos apareció otro grupo; Rifal y su equipo de chicos rudos. Detrás de ellos surgieron unas cuantas chicas. Crecimos en números hasta constituir poco más de la mitad de los alumnos del curso. Era mucho más de lo que esperaba, supuse que todos querían al menos darle un intento a una posibilidad de librarse de Érica. Tenía que jugar bien mis cartas para que no se me escaparan.

No, pensar así solo los alejaría. Había visto a Ocko, la gente lo seguía con más facilidad cuando tenía un objetivo definido al que todos debían aportar. Esa era exactamente nuestra situación, como un perro labrador guiando a un rebaño.

Los miré a todos un momento. No se me daba bien hablar en público, no sabía qué tan fuerte debía alzar mi voz, cómo moverme ni qué cosas decir exactamente para que no me vieran como un payaso fracasado, pero borré todo eso de mi mente por momentos. Tenía que concentrarme en Érica. Todas esas personas no eran más que herramientas para removerla de nuestro colegio. Tomé aire.

—Gracias por venir— comencé— estoy segura que todos conocen la gravedad de la situación, así que no me molestaré en explicarles por qué les pedí venir, sino qué vamos a hacer. Vamos a echar a Érica del colegio.

Los miré a todos un momento para ordenar mis pensamientos.

—Hoy mismo fui a hablar con el director. Le pedí que echara a Érica, le pregunté por qué no lo había hecho ya, pero solo me echó de su oficina. No me pudo dar una respuesta clara. Creo que el director tiene una razón para defender a Érica.

—¡El director es un tonto, deberíamos hacer algo nosotros!— exclamó una de las chicas.

—Déjame terminar— le pedí, alzando la voz, pero sin exaltarme— esta no es una reunión social. No estamos aquí para pasar el tiempo, estamos aquí en una misión. Necesito que se concentren. Ahora, es verdad, el director es un tonto, pero no es ciego. Tengo razones para pensar que alguien lo está chantajeando para que haga la vista gorda.

Algunos se miraron las caras, otros comenzaron a comentar de inmediato.

—¡Silencio!— exclamé.

Era odioso tener que hablar a un grupo de chicos que no prestaban atención. Me di cuenta del tormento por el que pasaban los profesores todos los días.

—Si el director dice que no hará nada contra Érica, los profesores tampoco podrán. No podemos contar en el colegio para ayudarnos, tampoco con la policía. Hay algo raro pasando aquí, pero investigarlo no nos llevará a nada. A lo más, descubriremos un grupo de viejos sobornados o chantajeados. No, tenemos que actuar directamente con Érica.

—¡Sí, tenemos que ir entre todos y darle una paliza!— exclamó uno de los chicos.

—¡No me vengas con esas bobadas, Lamico!— exclamé— ¡¿Qué les dije durante el recreo?! ¡Tú estabas ahí, me acuerdo de tu cara! ¡Dije que no podían ganar contra Érica! ¡Quítense esa idea de la cabeza, solo conseguirán más muertes!

Tomé aire. Me calmé un poco.

—No, dije actuar directamente con Érica, pero no me refiero a atacarla. Me refiero a herir sus sentimientos. El colegio no puede echarla, nosotros no tenemos esa opción tampoco, pero ella sí. Si ella un día decide que no quiere ir más al colegio, habremos ganado. Volveremos a estar seguros. Para eso vamos a usar métodos sigilosos, fuera de la vista. Vamos a usar nuestros números a nuestro favor.

—¿Pero Érica no nos pegará de todas maneras?— inquirió otra chica.

Levanté un dedo, en un gesto negativo.

—No lo hará si no sabe a quién pegarle— indiqué— Si no conoce al culpable, no le pegará a nadie. Érica es una asesina, pero incluso ella tiene su propio sentido de la justicia. Yo lo he visto de cerca. No le pegará a quien no le pegue. No intentará matar a quien no intente matarla. No nos hará nada si no sabe quién le hizo algo.

Un chico levantó la mano.

—¿A qué te refieres con que no sabrá? ¿Nos vamos a esconder con máscaras para pegarle?

Su pregunta era tan tonta que me pegué en la cara con una palma.

—Rayar su mesa, esconder su mochila, romper sus cuadernos: humillarla, ridiculizarla, hacerla sentir mal.

—Pero eso lo hacemos entre nosotros todo el rato— soltó otro chico.

—Es distinto— indiqué— usualmente ustedes están dentro de un grupo, que es el curso. Mientras están dentro de ese grupo, se dan reglas que son difíciles de romper, como "puedes hacer bromas a tus amigos, pero no los puedes matar" ¿O tú has intentado matar a alguno de tus amigos?

—Eh... no.

—Claro que no, porque serías excluido del grupo. Eso es lo que le pasó a Érica. Ahora mismo no se siente perteneciente al grupo, pero el grupo la ignora sin hacerle nada. Voy a cambiar eso. Voy a usar el grupo contra ella. Piensen ¿Cómo se sentirían si de repente todo el curso confabulara contra ustedes? Quizás lo aguantarían un día o dos, algunos una semana, pero no mucho. Somos humanos; seres sociables. Ser enemigos de la sociedad, de nuestro grupo, significa ir en contra de nuestra naturaleza. Érica puede tener toda la fuerza que quiera, pero sigue siendo una chica como nosotros. La conozco lo suficiente para saber que no podrá contra el peso del curso. Pero necesito la cooperación del curso entero ¿Me entienden? Que todo el grupo esté contra ella, no que una parte sí y otra parte no ¡Todos o nada!

Apenas terminé, Troveto, Gálica y Pekos se levantaron.

—Cuenta con nosotros— anunció Troveto— vamos a hacerla sentir tan mal que se irá llorando.

—¡Sí! ¡Pagará por llevarse a Ocko!— exclamó Gálica, a punto de echarse a llorar.

—Me gustaría darle un buen combo en la cara por lo que hizo y terminar con el asunto— indicó Pekos— pero tu plan tiene más sentido. Eres inteligente, Raquel. Ocko te tenía en mucha estima, así que yo también confiaré en ti.

No eran suficientes, pero su solo apoyo significaba más de lo que había esperado.

Luego, para mi sorpresa, otros chicos se pusieron de pie; Rifal y sus amigos.

—Es un buen plan...— dijo, aceptándolo— eres buena en esto, Raquel. Cuenta conmigo.

—¡Y conmigo!— dijo un grupo de chicas.

—¡Y conmigo!— exclamaron otros chicos.

Pronto todos estaban de pie, listos para hacer lo que fuera por completar esa misión. Me di cuenta en ese momento que había inspirado a toda esa gente para seguirme. Estaba actuando como una líder, aunque no fuera una líder nata, como lo era Ocko. Podía hacerlo. Podía usarlos para echar a Érica.

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