12.- Esta es la última vez que voy a ese maldito cerro (2/2)
Nos fuimos a sentar a una banca desocupada, algo alejada del centro de todo, porque las más cercanas ya estaban tomadas. A nuestras espaldas había varios árboles pelados, la vereda era ancha y no necesitábamos encoger las piernas para que la gente pasara. Era un puesto agradable, solo que lejos de todo. Dejamos nuestras mochilas en un rincón y nos sentamos a descansar.
Continuamos hablando de tonterías.
—Este año sí, terminaré el curso— dijo ella, luego de una pausa.
—¿De qué hablas?— le pregunté, pero de inmediato me acordé que ya habíamos hablado de eso— ah, claro. Nunca consigues hacerlo por tus... accidentes.
—Sí, es horrible. Pero esta vez sí. Creo que este año será distinto— exclamó— ¿Tú qué crees?
Suspiré.
—Mientras no mates a nadie más, seguro que lo logras.
Ella me mandó una mirada mordaz.
—¡Oye!— alegó.
—¡¿Qué?! ¡Es tu decisión!— exclamé— mira, la próxima vez que te enfrentes a una situación de vida o muerte, piensa que también puedes intentar huir.
—¿Huir?
—Sí, así no tienes que matar a nadie. No te digo que lo hagas siempre, pero puede ayudar ¿No has pensado en huir y pedir ayuda a los profesores o algo así? Es lo que la gente normal hace.
Ella agachó la cabeza, no muy convencida.
—No me llevo muy bien con la autoridad.
—Como quieras, solo piénsalo.
Ella suspiró con un gruñido. Luego se estiró y se puso de pie de un salto.
—Me dieron ganas de tomar un helado ¿Quieres algo?
Miré a donde estaba el profesor. Cerca había un kiosko con muchos dulces y botellas de agua. El día era fresco y no estaba para helados, pero después de una subida como la que nos mandamos, no sonaba mal.
La miré mientras se marchaba y hablaba con el vendedor. Noté que no había nadie alrededor, así que me conecté mis audífonos y me puse a escuchar música. El cielo estaba gris, nuestros compañeros pasaban el rato, el profesor hablaba con el guía del cerro. Todo iba bien. A pesar de lo que había ocurrido ese año, todo iba bien.
Cerré los ojos un momento, concentrado en la canción.
Después de unos segundos, miré a Érica. Ella aún hablaba con el tipo del kiosko. Luego miré nuestras mochilas, a un lado. Estaban bien, pero al mirarlas noté algo extraño más allá: una cola de caballo de una chica. Me incliné, la chica trepaba la baranda hacia los árboles. Me puse de pie y me acerqué a ella mientras se escabullía. Entonces me miró, sorprendida, y se marchó a toda prisa. Era Krois.
—¡Oye! ¡¿Qué haces?!— exclamé.
Pero ya se había ido.
Me giré hacia nuestras mochilas. Por un segundo pensé que había querido robarlas, pero seguían ahí. Eso me alivió.
Pronto Érica volvió con los helados. Estaba a medio camino, cuando el profesor tocó un silbato.
—¡Hora del tour, niños!— dijo en voz alta.
Érica volvió conmigo, me pasó mi helado y yo le pasé su mochila.
—Oye, no te vas a creer lo que pasó, vi a...— iba a decirle, pero el profesor me interrumpió.
—¡Érica, Ocko! ¡Vengan para acá!— exclamó.
Érica se giró y se fue hacia él. Luego me hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera. Supuse que lo de Krois podía esperar un poco. Después de todo, no había conseguido robarnos nada.
El tour se trataba sobre la historia de ese lugar, como si pudiera haber otro tema arriba de un fuerte de medio milenio. El guía nos condujo por el paseo que bordeaba la cima del cerro, por el perímetro del parque. Nos contó sobre los colonizadores, los nativos, las batallas que se habían librado y algunos datos chistosos para hacernos reír. No me gusta mucho la historia, pero encontré lo que decía bastante interesante.
Pasamos junto a la torre. Un compañero preguntó si podíamos subir, pero el guía dijo que podíamos hacerlo después, dado que no era parte del tour. Sin embargo, yo no iba a dejar que un tonto tour me dejara sin ver la torre.
Rápidamente tomé a Érica por la muñeca, y con una seña de la cabeza, le dije que nos separáramos del grupo. Ella fue conmigo sin oponerse, porque era buena onda.
—¿Vamos a la torre?— le pregunté.
—Pero nos vamos a separar del grupo— alegó ella.
Le resté importancia con un gesto de los hombros.
—Ya los encontraremos luego. Vamos un rato.
Ella se puso roja y se quedó callada un momento.
—Bueno, si quieres— dijo al fin.
Nos metimos a la torre. No había mucha gente adentro, no había mucha gente en general dentro del cerro, porque era un día de semana. Pensé que sería una buena oportunidad para besarla, finalmente. Era un lugar romántico, relativamente escondido y justo después de romper las normas. Sí, era una buena idea.
Subimos apurados por la torre. Solo tenía unos tres pisos chatos, pero era un edificio robusto y lleno de cañones. Sus escalones eran chicos, incómodos y desnivelados, sus ventanas compactas, ni siquiera tenía un baño ni piezas, los dos pisos interiores consistían de un círculo vacío. Por eso pasamos rápido hasta arriba, al techo.
Subir hasta la cima de todo y detenerse, luego de una larga caminata, se sintió aliviador. El cielo me pareció más limpio, a pesar de que solo estábamos unos tres pisos más arriba que antes. Pero lo más impresionante era que desde ahí se podía ver el resto de la ciudad. Los edificios, las calles, las plazas, los autos como hormigas. Valía la pena subir a pie hasta ahí.
La torre era una construcción resistente y ancha, el curso entero habría cabido sin problemas en el techo, pero lo teníamos todo para nosotros.
Noté que las barandas de la torre no eran muy altas, apenas nos llegaban a las caderas. Me imaginé la cantidad de conquistadores bigotudos que se habrían caído por ahí hace 500 años. Incluso sus yelmos no podrían haberlos protegido de romperse el cuello.
También noté un basurero rebalsado de plástico y envoltorios de los dulces que venden en el kiosko. Incluso había unas botellas de vidrio puestas a un lado, porque no cabían adentro. Era lo único desagradable del lugar.
—Qué linda vista— comentó Érica— no sabía que tenían algo así en Katra.
Me giré hacia ella con una sonrisa. Había hecho el comentario preciso para una respuesta mata corazones. Ya casi podía saborear sus labios.
—No tan linda como t...
—¡¿Qué están haciendo?!— alegó una voz conocida.
Me giré, bastante irritado, hacia las escaleras. De ellas emergía Raquel.
—¡Nos descubrieron!
—¿Qué pasa?— alegué.
—El profesor me mandó a buscarlos porque se perdieron ¿Qué estás pensando, Ocko? ¡Te vas a meter en problemas!
Su tono implicaba que esos problemas no serían con el profesor, sino que con Érica, pero ignoré esto último.
—¡Raquel, vamos, solo queríamos pasar un ratito aquí!— alegué— ¿Por qué no te adelantas y le dices al profesor que ya vamos? ¿Eh?
—No, no, ni hablar— me tomó de la mano y me arrastró hacia las escaleras— tú también, Érica.
Iba a alegar, pero entonces noté algo por debajo, alguien que nos miraba detenidamente. Me fijé y advertí a Krois. Ella se sorprendió de verme, pero ya era muy tarde para intentar esconderse.
—¡Oye! ¡Esa es Krois!— exclamé.
Raquel me soltó, ambos la contemplamos mientras llevaba a cabo un mal intento por esconderse. Con eso me acordé de cuando la vi antes.
—¿Qué intenta?— quiso saber Raquel.
—Creo que quiere robarle la mochila a Érica— comenté.
Ambas me miraron, extrañadas.
—¿Qué? ¿Por qué haría eso?— alegó Raquel— Suena como una venganza muy... infantil.
Me encogí de hombros.
—¿Qué sé yo? Hace poco la vi intentando robarnos las mochilas.
—¡¿Qué?! ¿Cuándo fue?— exclamó Érica.
—Cuando fuiste a comprar helados... ah, disculpa, se me olvidó decirte.
Todos miramos a Krois. Ella asomaba la cabeza cada tanto desde un arbusto, parecía concentrada en su mochila.
—¿Qué hace?— quise saber.
Raquel se giró rápido hacia Érica.
—¡Tu mochila! ¡¿Qué tiene adentro?!
Miré a Raquel, extrañado. Se notaba pálida. Luego miré a Érica, ella abrió su mochila rápido y extrajo un paquete cuadrado, blancuzco, del que salían unos cables que se conectaban por otro lado del mismo paquete. Érica también palideció, y la soltó como si fuera una araña. El paquete voló un par de metros y cayó junto al basurero, chocando contra las botellas de cerveza.
Entonces caí en la cuenta.
—¡Es una bom...— gritó Raquel, pero no alcanzó a terminar.
La bomba explotó. El impacto me pegó como si un gigante me diera un combo, lo sentí en todo el cuerpo. La fuerza me botó al suelo, me estrellé contra la baranda en la espalda y caí al suelo, adolorido.
Pasaron dos, tres segundos. Aún sentía mi cuerpo. Me dolía todo, pero estaba entero. Mis oídos pitaban más fuerte de lo que hubieran hecho en mi vida. Aun así, podía escuchar una voz gritando.
Estaba consciente, pero no podía pensar. Solo sentía. Pasaron más segundos para que las cosas a mi alrededor comenzaran a cobrar sentido. Primero confirmé que seguía vivo, que seguía entero y que no tenía lesiones mayores, al menos no que se vieran.
Luego me di cuenta que la persona que gritaba estaba junto a mí. Era Raquel. La miré. Sangraba. Se sujetaba la cara. Gritaba.
—¡No, Raquel!— pensé.
Intenté acercarme a ella, pero mi cuerpo no contestó de inmediato. Me caí de cara al suelo, pero me levanté con las manos, luego me puse de pie, aún incapaz de incorporarme del todo. Me acerqué a ella apoyándome con las manos, pero al hacerlo me quedé en blanco. Raquel sangraba y sangraba, tan rápido como el agua que sale de una llave de agua. Intenté sujetar su cabeza, pero no sabía qué le había pasado. Me incliné, noté un pedazo de vidrio cubierto de sangre que le brotaba del ojo izquierdo. Raquel mantenía sus manos cerca, protegiendo la herida.
—¡No! ¡No! ¡No te mueras, Raka!— exclamé.
Me giré hacia la baranda, comencé a gritar. Pedí ayuda, la gente me puso atención y muchos tomaron sus celulares para hacer llamadas. Continué gritando por si acaso, no sabía qué más hacer, no quería sacarle el pedazo de vidrio a Raquel y quitarle sin querer un trozo de su cerebro. No podría vivir con la culpa.
Cuando se me secó la boca y no pude seguir gritando, me giré hacia Raquel. Érica se había acercado para atenderla. Los gritos de Raka habían disminuido a sollozos. En ese momento también apareció alguien desde las escaleras, la última persona a la que habría esperado ver: Krois.
—Lo siento— dijo.
Se la notaba angustiada. Por un momento quise matarla por lo que había hecho, pero eso no importaba ya. Había que salvar a Raquel, nada más.
Sin embargo, Érica se puso de pie y avanzó a zancadas hacia Krois.
—¡No, Érica!— exclamé.
Intenté pararme entre ambas. No era momento para pelear, no tan cerca de Raquel. Érica dirigió su mano al cuello de Krois, ella retrocedió, asustada. Yo conseguí interponerme entre las dos. Sujeté a Érica por los brazos, esperando que reaccionara.
-¡Érica, tienes que contr...
—¡Quítate!— exclamó ella.
Llevada por la ira, Érica me arrojó a un lado como si fuera un pañuelo, para continuar hacia Krois.
Mi cuerpo viajó por el aire, cerca del suelo. Mis piernas golpearon la baranda, lo cual hizo girar a mi cuerpo y me mandó cabeza abajo por el borde de la torre. Intenté alcanzar la baranda con las manos, pero no reaccioné a tiempo. Noté que Érica sujetaba a Krois del cuello. Luego vi el cielo y me fui de cabeza hacia abajo.
Lo último que vi fue la ciudad, mi querida ciudad de Katra, donde había nacido y crecido.
Luego sentí un dolor en el cuello. Finalmente, nada.
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La bomba explotó. Vi una sombra fina y larga por un instante, luego un intenso dolor, y ya no veía.
Grité y grité. Sentí la sangre caliente saliendo de mi cabeza. Me desesperé. Escuché a Ocko y a Érica hablándome. Pensé que iba a morir.
No sabía qué hacer. Sujetaba el pedazo de vidrio incrustado en mi ojo para que no se saliera y empeorara las cosas, pero a la vez moviéndolo lo menos posible para que no entrara más.
Érica se quedó conmigo mientras Ocko se puso a gritarle a la gente.
—¡Sí, llamen, todos llamen!— les pedí en mi mente. Lo que fuera para terminar con ese dolor horrible y el miedo a morir.
Luego creo que llegó alguien más. Érica se puso de pie, discutieron los tres.
—¡Quítate!— exclamó Érica.
Sentí un golpe. Levanté la mirada con el ojo que me quedaba, justo para ver cómo Ocko caía por el borde.
—Nnnn...— fue todo lo que pude decir.
A pesar del dolor, mi herida pasó a segundo plano. Contuve el aliento por un segundo. Intenté ponerme de pie, pero antes de conseguirlo, escuché el golpe abajo.
—No...— gruñí.
Me acerqué al borde mientras las dos chicas discutían. Me asomé. Abajo se veía el cuerpo de un chico, de Ocko. No se movía. Su cuello estaba retorcido en una posición rara.
—No— exclamé— ¡No! ¡No! ¡OCKO, NO, POR FAVOR! ¡NO!
Me dirigí a las escaleras. El vidrio se removía dentro de mí con cada paso, me dolía horriblemente, la sangre me chorreaba, pero no podía parar. Bajé corriendo desde el tercer piso hasta la base, salí, rodeé el fuerte y me encontré a Érica sujetando a Ocko. Lo mecía en sus brazos, pero Ocko no respondía.
Corrí hacia ellos, la aparté de un empujón y lo tomé en mis brazos. Apenas podía ver con mi ojo bueno, todo estaba cubierto de sangre, pero me bastaba con su sola silueta para saber que ya era muy tarde. Aun así examiné su pulso. Mis manos temblaban incontrolablemente, era difícil. Enterré mis dedos en su muñeca, luego en su cuello. Nada. No había pulso ¿Cómo iba a haber pulso? Su cuello estaba roto, le salía un chorro de sangre por una herida atrás. Era horrible. Ocko estaba muerto.
Mi Ocko estaba muerto.
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