12.- Esta es la última vez que voy a ese maldito cerro (1/2)
*Desde este punto, me gustaría advertir al lector que se vienen escenas fuertes para el resto de la historia.
Sangre, fracturas y heridas feas, bullying.
Si has leído hasta aquí y no quieres saber sobre esas escenas fuertes, pero de todas maneras te da curiosidad la historia, siempre me puedes mandar un mensaje privado. Yo contento te daré un resumen sobre cómo termina.
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Durante los días siguientes, nadie se acercó mucho a Érica. Era de esperarse, pero aun así me dio algo de pena. Raquel, los chicos y el resto del curso me decían que también hiciera distancia de ella, pero no me sentía en posición de hacerlo. Era el único amigo que le quedaba. Sin mí, los lazos entre ella y el resto del colegio se perderían por completo, y entonces quedaría una catástrofe.
O al menos, eso era lo que sentía.
Tampoco es como si le prestara atención especial a ella. Pasábamos rato juntos en los recreos, pero tenía otras amistades que mantener. Iba a jugar fútbol con los chicos, salía a comer con mis amigos, iba a ver a Raka a su casa, salía los fines de semana con mi familia, cosas así.
Noté que el curso y Érica comenzaron poco a poco a acostumbrarse a no interactuar. Durante los recreos, nadie se le acercaba. Cuando había trabajos en grupo, los profesores les permitían a cualquiera que se hubiera quedado con un puesto faltante hacer el trabajo por su cuenta, en vez de simplemente poner a Érica en el grupo. Incluso los profesores interactuaban lo menos posible con ella, y cada vez que tenía una pregunta, le respondían desde la distancia.
La gente en el colegio también comenzó a comportarse más respetuoso hacia ella, al menos físicamente. Cada vez que ella iba a comprar algo al kiosko, los demás se hacían a un lado para dejarle espacio, o más bien, para no tener que acercarse demasiado. Lo mismo en la salida; por lo general todos se apelotonaban en el portón a la hora de irse, pero cuando Érica se dirigía allá, la gente le abría paso y esperaba a que se fuera para continuar con el flujo normal. Era casi un espectáculo.
Mis amigos no ignoraron a Érica por completo, incluso Raquel le habló con normalidad de cuando en cuando, pero ninguno quiso echar la talla con ella durante los recreos, ni mucho menos juntarse después de clases a comer o a ir a la casa de alguien. Érica no los maldijo ni pareció molestarse. Ella dejaba que los demás se alejaran, pero de cuando en cuando se acercaba para ver si aún le temían. Los invitaba a su casa, a la plaza o simplemente a acompañarlos en el recreo. Por supuesto, nadie aceptaba, y Érica no insistía.
Durante la primera semana aceptaba sus excusas y su indiferencia sin problemas. Entendía y se marchaba.
Durante la segunda semana la noté un poco más triste. Invitó a Gálica y a Raquel a pasar el rato en un comedor, las chicas ya ni siquiera se molestaron en dar excusas, simplemente le dijeron que mejor que no. También invitó a los chicos a ir a la plaza. Ellos se negaron.
Durante la tercera semana noté su frente más arrugada, su expresión menos de pena y más de enojo. No estaba furiosa, tampoco la habría llamado propiamente enfadada, pero definitivamente estaba molesta.
—Ya cederán— le aseguré— no es como si estén en campaña de evitarte.
—No sería la primera vez— alegó ella.
Me atreví a darle unas palmaditas. Ella apoyó su cabeza en mi hombro.
—Gracias, al menos tú no me abandonas.
—Claro que no.
Ya casi no me daba miedo estar con ella. El tiempo se había llevado mis nervios. La imagen de Solis incrustada en la pared no era más que un recuerdo vago, mientras Érica seguía ahí, siendo una chica buena onda, una amiga. Hasta comenzaba a pensar de nuevo en comérmela. Con todo eso de las muertes y el miedo, se me había olvidado que nunca habíamos llegado a hacerlo.
—Pronto será el viaje escolar— le comenté— nos queda menos de un semana.
—Ah, verdad— ella se pasó una mano por la cabeza, no muy entusiasmada.
—¿No vas a ir?
—No, no, si voy a ir— aseguró— tenemos que hacer una tarea o una tontera así ¿No?
—Es una excusa que ponen para que vayamos. Típico que no importa, y los que se ausentan tendrán un siete en la tarea de todas formas.
Ella sonrió.
—Sí, típico ¿A dónde íbamos?
Eso me hizo reír.
—¿No pusiste atención? Vamos, Érica. Iremos al cerro San Gustavo.
—Ah ¿Y por qué un cerro?
—Porque ahí los conquistadores construyeron su fuerte para pelear contra los nativos ¿No sabías sobre el cerro San Gustavo? Es famoso en todo el país.
—Creo que he oído el nombre antes. Pero no, nunca lo he visitado.
Me llevé una mano a la cara.
—Eres insufrible.
Ella rio.
—Lo siento, lo siento.
Al menos podía animarla. Eso me aliviaba.
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Los días pasaron rápido, y en menos de una semana nos vimos parados todo el curso en la entrada del colegio, haciendo fila para subirnos al bus. Naturalmente, le pidieron a Érica subir de última y le dejaron el asiento junto al profesor, adelante. Pero el profesor estaba muy nervioso, y me pidió en secreto cambiarle el asiento.
—Está bien— contesté, decepcionado.
Afortunadamente, ella pareció contenta de tenerme a mí junto a ella. Conversamos algo durante el viaje. Fue algo raro pasar tanto rato junto a ella, no sentí miedo, quizás porque la noté relajada.
Recordé por qué había comenzado a gustarme; Érica era sincera, no tenía problema en mostrarse tal y como era, sin contar el miedo que tenía a principio de año a que se supiera sobre su fuerza. Pero incluso cuando iba a hacerle daño a alguien, era completamente directa al respecto. En un mar de amigos superficiales y mentiras blancas, podía ver un respeto a las relaciones y a los demás que no veía en otras personas.
De pronto ella notó que yo la miraba. Me sonrió, pero desvió la mirada con timidez. No entendía cómo esa chica con la fuerza de un monstruo podía experimentar una emoción así.
—¿Qué pasa?— me preguntó.
—Nada, solo tenía ganas de ir al cerro contigo— contesté.
Ella pareció sorprenderse. Admito que yo también, no tanto de decir lo que dije, sino del sentimiento que me llevó a hacerlo. Sentía que Érica era mi amiga, sentía que estaba bien con ella, sentía que incluso podía volver a coquetearle. Sí, teníamos química.
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Pasamos el viaje hablando de cuando en cuando. Érica no hablaba mucho, pero me ponía atención sin importar lo que dijera, y evitaba dar su opinión a menos que le preguntara. Era agradable, en ese sentido.
Después de casi una hora, llegamos a la falda del cerro San Gustavo. El cerro era una zona turística famosa en la ciudad, ahí se había construido un gran fuerte en los tiempos de la conquista, y tenía mucha historia que contar. Apenas nos bajamos, los profesores nos armaron en grupos y nos dieron instrucciones para que no nos perdiéramos. Todo iba bien, los chicos reían, los profesores retaban a los escandalosos y después de un rato comenzamos a subir.
Había dos accesos al cerro, uno de los cuales estaba hecho con un camino de roca labrada, con murales a un lado y varios tipos de plantas al otro. Era bonito, lo único malo es que había que subir. También había un camino para autos, pero nosotros no llevábamos un auto, no, porque éramos jóvenes y teníamos que caminar. Además, había que pagar una entrada especial para ingresar con vehículos, algo que el colegio no se molestaría en pagar.
En fin, algo de ejercicio no nos mataría. Así que subimos y subimos, y subimos y subimos. Oh, por dios, no terminaba nunca. Por supuesto, los chicos hacíamos como que no estábamos cansados, mientras que algunas de las chicas comenzaron a quejarse de sus pies a la mitad del camino. Érica permaneció fresca como una lechuga todo el trayecto.
—¿Por qué no me cargas?— alegué de broma.
—¿Necesitas que te cargue?— me preguntó.
Se me quedó mirando. Noté que no era una pregunta, se estaba ofreciendo.
—¡No! No hablaba en serio— indiqué.
—Ah.
Me pasé una mano por la cabeza. Érica podía ser tan rara a veces.
—Gracias de todas maneras— dije antes de que cambiáramos de tema.
Ella me dedicó una sonrisa.
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También hablé con el resto de la gente. Como dije antes, no me dedicaba exclusivamente a Érica. Mis amigos parecían algo preocupados por mí, aunque no lo decían explícitamente, solo le echaban vistazos rápidos a Érica de cuando en cuando, y a veces me invitaban a caminar con ellos. Era un gesto lindo, pero prefería moverme con libertad.
El resto de nuestros compañeros eran mucho más explícitos. Varios me sugirieron que no me acercara a Érica, que tuviera cuidado y cosas como esa.
—En serio, estaré bien— les aseguraba, pero ninguno se lo tragaba.
De todas formas entendía su preocupación. Era difícil confiar en alguien a quien habían visto matar a otra persona, a uno de los suyos.
También me acerqué a Raquel, quien parecía perdida en los árboles junto al camino. Pero no maravillada de sus copas peladas por el otoño, sino en los huecos entre los troncos. Se notaba que buscaba algo.
—¿Qué miras?— le pregunté.
—Creí ver a alguien...— musitó.
—¿Alguien? Hay mucha gente por aquí.
Ella me miró con el ceño fruncido.
—Creo que vi a Krois entre los árboles.
Yo me encogí de hombros.
—¿La hermana de Solis? ¿Qué pasa con ella?
—Este es un paseo de curso, tonto. Krois debería estar en el colegio, no aquí.
Me di cuenta de lo que decía mientras me lo decía. Claro, Krois no era de nuestro curso. Debí haberlo visto antes.
—¿Vino a visitar el cerro justo cuando teníamos un paseo? Qué lata, los profes la van a pillar.
Raka gruñó con irritación.
—No, piensa ¿Por qué vendría justo cuando nuestro curso viene de paseo? Y más encima nos sigue escondida. Creo que trama algo.
—¿Algo?
—Ella le tendió esa emboscada a Érica en el baño ¿No te acuerdas?— alegó Raquel.
—Ah, claro. Y eso fue antes que Solis muriera ¿Crees que intentará algo?
—No veo otra razón para que venga al cerro justo un día de semana. Le avisaré a los profesores, tú dile a Érica.
—Tú puedes decirle a Érica también, no te hará nada.
Pero Raquel ya se marchaba a hablar con nuestro profesor. Era una buena amiga, pero a veces podía ser algo irritante. De todas maneras me giré hacia los árboles, no vi nada, pero había mucha gente y muchos árboles, muchos lugares donde esconderse. Esperé que no intentara nada loco como la última vez.
Regresé con Érica para decirle de inmediato. Ella se mostró sorprendida, pero le restó importancia.
—Que me ataque las veces que quiera— dijo sin preocupación.
—Mejor que no lo haga. Mantente cerca, dudo que intente algo si hay más gente alrededor.
Ella puso una cara de risa, pero la cambió a una de interés antes de decir nada, y luego asintió. Me alegré de que su respuesta no fuera aislarse para provocar un posible ataque. Creo que se puso un poco roja, pero puede haber sido el sol. Yo también me sentía acalorado con el ejercicio.
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Después de una hora subiendo la ladera, llegamos a la cima. Fue un alivio, todos menos Érica estábamos cansados. Varias chicas se sentaron en los bordes de piedra del camino. Yo miré alrededor: nos encontrábamos en un descanso, el final del camino ascendente. Desde ahí había un gran parque con gente descansando y niños jugando. También comenzaba otro camino, ancho y sin laderas, pero con varios escalones, que circundaba la cima del cerro. A lo lejos se veía la punta del fuerte, una robusta torre, el lugar más alto sobre la cima.
Era un lugar bonito. Por supuesto, ya había ido antes con mis padres y otros familiares, pero cada vez era agradable. Estaba bien mantenido.
El profesor nos dio diez minutos de recreo, pero nos pidió que no nos fuéramos muy lejos, porque después íbamos a continuar con un tour por la cima del cerro.
—¡Oye, Ocko! ¡Ven con nosotros!— me invitó Pekos.
Yo lo miré, mis amigos estaban juntos y listos para pasar un buen rato relajándose. Luego me fijé en Érica, no decía nada, solo me miró un par de veces, resignada.
—Vayan ustedes, yo me quedo con Érica— les dije.
Pekos abrió sus brazos como diciendo "¿En serio?", pero Gálica lo arrastró junto con los demás, y se marcharon hacia el parque. Me giré hacia Érica, quien me sonreía con culpa.
—No es necesario— me indicó.
Se me había olvidado lo tierna que podía ser.
—Nah, mejor así.
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