11.- La Justicia de Érica (2/2)


Cuando sonó el timbre para el recreo, me puse de pie y me dirigí a Érica.

—¿Vamos?— la invité.

No hacía falta decir a dónde. Siempre nos juntábamos en el mismo punto bajo los árboles, a un lado de la cancha. Ella se puso de pie y me siguió. Dimos unos pasos hacia la puerta, en los cuales miré alrededor. No me tomó mucho dar con los chicos, que hablaban con Raquel.

—Chicos ¿Vamos?— los llamé.

Los cuatro me miraron sonrientes, pero sus sonrisas se borraron de sus caras al fijarse en Érica. Lo supe de inmediato, su perspectiva de ella había cambiado. Se quedaron tanto rato sin decir nada que tuvimos que detenernos para esperarlos.

—Eh, no, yo estoy ocupada con algo— se excusó Gálica mientras miraba hacia el suelo.

Pekos se rascó la cabeza.

—Yo... yo tengo que ir a hablar con un profesor. No me esperen.

Troveto se tomó el gorro y lo estrujó en sus manos.

—Yo tengo que copiar la tarea de historia, perro.

Los tres se notaban nerviosos. Era obvio que simplemente no querían pasar tiempo con Érica.

—¿Sobre el imperio nativo? Yo te la presto— se ofreció Érica— fue súper fácil.

—¡No! No, gracias— se apresuró a decir Troveto— El Rodri ya me la ofreció, solo tengo que copiarla, pero gracias de todas maneras.

—Muy bien.

Miré a Érica. No parecía tener idea de lo que estaba pasando. Me dio algo de pena, pero mejor que creyera que todo era una coincidencia.

—Bueno, entonces estaremos nosotros solos— comenté en un tono burlón— no me hago responsable por lo que pase.

Los tres me miraron, no sé si preocupados por mí o amedrentados por ellos mismos. Érica rio.

—¿Qué dices? Deja de ser tan molestoso.

Los demás también rieron, aunque sin ganas. Con Érica nos fuimos a los árboles, más por costumbre que por ganas. La verdad es que yo también estaba nervioso, ya no sabía cómo comportarme frente a ella. Si algo de lo que decía llegaba a molestarla más de la cuenta, podía ser lo último que diría en mi vida.

Nos sentamos y nos recostamos contra los troncos. El día era frío, pero el cielo estaba despejado. Teníamos una excelente vista a la cancha multiuso, donde nuestros compañeros jugaban contra los del IV°B. Intenté pensar en un tema rutinario para hablar, nada serio, algo liviano para pasar el rato. Pero nada se me venía a la mente. No solía ser así, lo juro, por lo general podía conversar muy fácilmente con alguien, sobre todo con una chica.

Intenté concentrarme ¿Qué se usa para conversar? La respuesta me vino a la mente rápido: preguntas. Se le pregunta a la gente cosas sobre ellos para que hablen, así se generan temas fáciles. Además, a todos les gusta hablar de sí mismos. Preguntar es una excelente forma de iniciar una conversación.

Miré a Érica. De inmediato me vinieron varias preguntas a la mente: ¿Cómo se sanó tu herida? ¿Cómo pudiste matar a Solis? ¿Piensas matar a más gente en el colegio?

No podía preguntarle algo así, obviamente, pero nada más me venía a la mente. Estaba atrapado en mis nervios.

—¿Crees que vuelvan a confiar en mí?— preguntó ella.

Yo me quedé atento un momento. Luego me di cuenta que de verdad había hablado.

—¿Eh?

Érica me miró.

—¿Crees que los chicos vuelvan a confiar en mí?

Me llevó varios segundos procesar su pregunta. Luego de hacerlo, me di cuenta que no concordaba con lo que había visto en la clase. Érica no era una tonta, se había dado cuenta igual que yo que los demás le temían. La había subestimado.

Entonces sonrió.

—¿Tienes miedo de estar conmigo?— me preguntó.

Sentí que se me caía el alma al suelo.

—¡No, no! ¡Para nada!— me apresuré a contestar, aterrado.

Ella agachó la mirada. Se notaba triste.

—Nunca entenderé a la gente normal. Ven un muerto y pierden la compostura. Ahora todos creen que soy un monstruo o algo así.

Tomó una piedra y la alzó como para arrojarla, pero se detuvo antes de hacerlo y decidió dejarla caer.

—No le haré daño a nadie. Siempre tengo cuidado cerca de otra gente, especialmente de ustedes. Me gustaría que lo supieras.

—¿Eh? ¿Cuidado?— fue lo único que conseguí decir.

—Cuidado de no pegarles— explicó— ya sabes, porque si estiro un brazo con mucha fuerza y resulta que hay alguien detrás, podría matarlo.

Miré mis pies. No había pensado en que Érica también podía matar por accidente, pero tenía sentido. Ya le había arrancado la pierna a una chica sin querer. Podía hacer lo mismo con una cabeza. Se me encogió el estómago.

—Sí, te tengo miedo— admití— no tienes razón para matarme, pero saber que lo puedes hacer cuando quieras, me aterra... lo siento.

—Está bien. A mí también me da miedo morir, a veces— reveló.

—¿Qué? ¿Tú?— alegué, consternado.

Ella arrugó las cejas, pero sonrió al mismo tiempo. Era una expresión de confianza que me alivió, una expresión que se le hace a un amigo, alguien a quien no se le desea daño.

—¡Claro! Hace dos días esa puta me disparó.

Su manera de referirse a ella me impactó.

—¡Érica! ¡No puedes hablar así de Solis!— exclamé.

—¡Que me chupe la concha! ¡Yo me disculpé y esa puta me disparó! ¡Podría haberme volado la cabeza!

Intenté discutirle, pero su argumento era más convincente de lo que esperé. Era verdad, después de todo: Érica era una víctima en el asunto. Al darme cuenta que lo que decía era válido, una sonrisa forzó mis mejillas.

—¿Entonces tuviste miedo?— quise confirmar.

—Pensé que iba a morir— aseguró— o que uno de ustedes iba a morir. Esa tipa estaba loca.

No pude más que asentir al recordar la ira de Solis en sus últimos momentos.

—¡Un momento! ¿Entonces la mataste porque querías protegernos?— me aventuré.

—No, más que nada tenía miedo por mí misma— admitió ella— pero luego de matarla, me sentí bien por el hecho de que no podría hacerles daño a ustedes ni a nadie más.

Asentí con la cabeza y rememoré el momento en que Érica le dio un puñetazo y Solis viajó por los aires hasta incrustarse en una pared. También recordé cuando mató al grupo de criminales.

—¿A cuántas personas has matado, Érica?— pregunté con hilo de voz.

—¿Eh?

La miré, desconcertado. Por un momento pensé que esa pregunta había sido mucho, que me odiaba, que con suerte me daría unos segundos para ponerme de pie y escapar corriendo. Pero esas eran solo mis ideas, Érica no estaba molesta.

—Es difícil saber, uno no va contando a la gente que mata— admitió— además, casi nunca me quedo a confirmar que la gente a la que le pego se muere, me basta con pegarles para que se dejen de molestar. Así que no podría decirte.

Asentí. Eso tenía mucho sentido.

—Lo siento, preguntaba porque pareces acostumbrada— me expliqué.

—Ah, sí. Lo estoy.

Suspiré. Estaba seguro que esa conversación era un tabú por sí sola, pero tampoco me sentía con ganas de dejar de hablarle porque no me gustaba lo que decía. Tenía curiosidad, supongo.

—¿Y cuándo fue tu primera vez? Si no te molesta que pregunte.

Ella hizo una mueca y le restó importancia con un gesto de la mano.

—No, para nada. Mi primera vez fue...— intentó recordar, pero le llevó varios segundos— una vez... sí, creo que una vez mi papá me lo dijo.

—¿Tu papá te lo dijo?— repetí extrañado— ¿Cómo? ¿Estabas dormida? ¿Mataste a alguien sonámbula?

—No, no. Mi papá me dijo que estrangulé a una profesora de parvulario, cuando tenía dos años.

Me puse pálido. De inmediato pensé en una bebé de dos años, estrangulando a una pobre mujer que intenta quitársela de encima.

—¡Vaya!...— no quise decir más para no enojarla.

—Sí, una lata— alegó ella.

Su comentario me alivió en cierto grado.

—¿Una lata?

—Bueno, ella solo intentaba hacer su trabajo, no hizo nada malo. Fue una negligencia de mi papá, pero igual.

Me quedé pensando.

—¿No te gustó matar a esa señora?— quise confirmar.

—¿Qué se yo? ¡Tenía dos años! Pero no, estuvo mal ¿Es eso lo que preguntas?

Me quedé mudo un momento. Solis le había disparado, los criminales habían intentado robarnos, pero la profesora de párvulo seguramente no había hecho nada malo, y Érica se arrepentía.

—O sea que... no matas a quien sea— aseguré, aliviado.

—No, claro que no ¿Tan salvaje te parezco?

Suspiré, contento. Mi amiga no era una bestia asesina.

—No, es solo... no, nada, no importa.

—¿Querías confirmar que no te iba a matar? No lo voy a hacer.

—No, solo quería...— tuve que ordenar mis pensamientos— me alegra saber que tienes un sentido de justicia. Discriminas. Eso es más alentador que "una asesina".

Noté que eso último había sonado más como una condena que un apodo chistosito, como lo había visto en mi cabeza. Me giré hacia ella, nervioso. Érica tenía una ceja arqueada, pero nada más.

—Lo siento— musité.

—Descuida, soy una asesina— confirmó ella— claro que tengo un sentido de justicia, todos lo tenemos ¿No?

—Supongo que tienes razón ¿Entonces quién...

No me atreví a terminar la pregunta, pero ella no se tardó un segundo en responder.

—A la gente que me hace daño, o los que les hacen daño a mis amigos— suspiró— no es que tenga muchos, pero igual. Tampoco me gusta que la gente hable mal de mi papá, pero no es motivo para matarlos ¿Quién más?— ladeó la cabeza para ambos lados, pensativa— más que matar, es cosa de devolver el golpe. Ojo por ojo. Me atacas a mí, yo te ataco a ti. Intentas apuñalarme, yo te apuñalo primero. Me disparas, eso es un intento de asesinato, yo te mato.

—Como le pasó a Solis— pensé.

Recordé los primeros días de clases, cuando Érica no quería que nadie supiera sobre su fuerza. Ahora la entendía; todos le temían demasiado para acercarse. Era solitario y triste. Me pregunté cuánto tardarían en volver a confiar en ella.

—Tiene sentido— dije al fin.

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Durante esos días no sabía qué pensar de Érica. Había estado rememorando los acontecimientos en mi cabeza, revivido todas las ocasiones en que compartimos la una con la otra, en que estuvimos cerca, en que ella se molestó conmigo. Érica no era una chica fácil de hacer enojar, pero me di cuenta que, cada vez que la había retado o le había insistido en algo, había estado más cerca de que me rompiera el cráneo.

Por eso, verla aparecer en la sala como si nada, me paralizó del miedo. A todos, creo. Ocko fue el único que intentó hablarle con naturalidad, y aun así se notaba nervioso.

Durante el primer recreo fueron a conversar. Creo que Ocko quería asegurarse que Érica no había cambiado, que seguía siendo su amiga. Yo sabía que no se había transformado en un monstruo ni en un villano de películas de niños, ni en nada de eso. Érica seguía siendo Érica, la misma de siempre, solo que antes ignorábamos lo peligrosa que podía llegar a ser. Por eso ya no sabía si quería juntarme con ella. Me sentía culpable de estar tan nerviosa cerca de ella, pero me sentía peor sabiendo que podía matarme en cualquier momento.

Luego del primer recreo comencé a calmarme, a pensar en otras cosas, a hablar con otras personas. Érica no se comportaba de forma distinta, pensé que el incidente de Solis habría quedado en el pasado, que ya nunca tendríamos que preocuparnos por algo así.

Sonó el timbre para el segundo recreo. Yo me fui al pasillo a comprar una caja de jugo. Regresé a la sala y en el camino me quedé mirando a los chicos jugando fútbol.

—¿Por qué tienen que haces eso entre clases? Terminarán todos sudados— me dije.

—Hola— escuché a un lado.

Me giré, desconcertada. A mi costado se hallaba Érica, sonriéndome.

Me paralicé en ese momento, sin saber qué hacer. Me la quedé mirando estupefacta por más tiempo del que me gustaría admitir.

—¿Me ayudas con la tarea que dejó la profe de biología? Hay una parte que no entendí— me pidió ella, como si cualquier día.

—Eh... eh... yo...— balbuceé— eh...

Miré en todas direcciones, nerviosa. Antes de darme cuenta, había dado un paso atrás.

—Tengo... tengo que ir al baño— me excusé.

Érica se llevó una mano a la cabeza.

—Está bien. Me lo conseguiré con alguien más— dijo ella.

Aturdida, di media vuelta y me fui. Respiraba agitadamente, mi corazón latía con fuerza. No podía creer que había rechazado pasar un rato con Érica. No podía creer que me había paralizado de miedo. Pero había sucedido. Érica era peligrosa, demasiado peligrosa, por muy amigables que fueran sus intenciones.

Me alejé a zancadas rápidas hasta que giré en una esquina y me pegué contra la pared, rezando a todos los santos para que ella no se dirigiera en la misma dirección. Érica me asustaba, la chica que tanto me había gustado hasta hace unos días, ahora me asustaba. Ya no sabía ni qué pensar de ella.

—Quizás debería mantenerme alejada por un tiempo— me dije.

Me calmé. Dejé pasar el recreo y el día. Luego terminaron las clases, nos fuimos cada quien a nuestras casas.

Recién en mi cama, mientras intentaba dormir, me di cuenta que, al alejarme de Érica, iba a limitar severamente la cantidad de amigos con quienes pasaba el rato. Más específicamente en un 50 por ciento. Pekos, Troveto y Gálica no eran malas personas, pero no sentía que podía llamarlos mis amigos, solo seguíamos a Ocko.

Suspiré. No me había dado cuenta hasta ese momento en que me distanciaba de una amiga, de lo mucho que significaba una relación de tanta confianza con otra persona. Tenía tantas cosas que contarle a mi amiga, tantas cosas que hacer, tantas risas, tantos buenos ratos. Pero eso había sido antes de temerle.

Además de mi familia, Ocko era quizás la persona más importante para mí. Al menos aún podía depender de su amistad.

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