11.- La Justicia de Érica (1/2)
Fue la policía y una ambulancia al colegio. Los médicos se llevaron a Érica, nadie más estaba herido.
Los policías entrevistaron a varios testigos. Había decenas, y no tenían que buscar mucho para encontrarlos; bastaba con cualquiera de los estudiantes deambulando alrededor con caras de perdidos o sentados mirando al infinito.
El colegio se cerró temprano ese día, y al siguiente permaneció cerrado, supongo que necesitaban limpiar los restos de sangre.
El día libre me imaginé que debía ir a visitar a Érica al hospital. Después de todo, una bala en la pierna debía doler mucho. Sin duda estaría varios días sin caminar, no le darían de alta de inmediato. Sin embargo, la idea de encontrarme en una habitación solo con esa persona comenzó a aterrarme. Es raro, unas semanas antes, algo así me habría encantado.
Fui a ver a Raka, necesitaba saber que no era el único horrorizado por lo que había visto. Cuando llegué a su casa, su hermano me abrió la puerta y me hizo pasar.
—Escuché lo que pasó en el colegio— me comentó— ¿Estás bien, Ocko?
Lo miré. Ramiro, el hermano mayor de Raquel, era un chico esbelto, un poco como su hermana. Siempre llevaba una mirada cansada, como si estuviera perdido, y su pelo largo hasta los hombros. A diferencia de Raquel, su presencia era muy agradable y tranquilizadora.
—Sí, sí, gracias ¿Cómo está ella?— pregunté de vuelta.
Ramiro me mostró los dientes con preocupación.
—Lloró un poco, creo que solo estaba impactada. Ahora está mejor— dijo en voz baja.
Me dirigí a su habitación, toqué y entré. La encontré leyendo un libro en su cama. El día estaba oscuro, por lo que había encendido la lámpara de su velador.
—¿Ocko?
—Hola, Raka ¿Qué cuentas?
Ella le puso un marcador a su libro, lo cerró y lo guardó en un cajón. Luego recogió las piernas para hacerme espacio, yo me senté en su cama. La miré, le sonreí, ella no parecía tener muchas ganas, pero también esbozó una mueca que podría considerarse una sonrisa.
—Qué sorpresa ¿Eh?— comentó— ayer en la mañana podríamos haber hablado sobre lo que quisiéramos con Solis. Hoy no.
Asentí. Así era la muerte.
—¿Has ido a ver a Érica al hospital?— me preguntó.
Yo levanté la mirada, Raquel me penetraba con sus ojos intensos.
—No— admití— debería, pero... es difícil.
—Descuida, no te digo que deberías— me advirtió— yo no siento que pueda.
No me extrañó. Érica no solo había matado a una de nuestras compañeras; lo había hecho en un instante, rápido y fácil. Recordé la manera de reaccionar de Raquel al asesinato de Solis; me había agarrado del brazo y me había dicho una y otra vez que Érica era una asesina. Nunca la había visto tan alterada.
—He estado pensando en su historia— comentó Raquel— ¿Te acuerdas? La que contó cuando estábamos comiendo. Dijo que, cuando tenía diez años, los policías le habían disparado después de que ella empujó a un compañero a la patrulla. Pero los policías no disparan a dos niños que juegan, como mucho les habrían llamado la atención.
Tragué saliva. Creía saber a dónde iba con todo eso.
—¿Sabes por qué le habrían disparado?— continuó Raquel— después de ver cómo mataba a Solis, me di cuenta. Debió ser algo similar. Creo que empujó a su compañero al auto, pero debió empujarlo con tanta fuerza que lo mató como a Solis. Si yo fuera un policía y de repente un niño muerto reventara mi auto, me pondría a disparar a lo que fuera que lo hubiera arrojado allí.
Asentí. Era exactamente la misma conclusión a la que yo había llegado. Entonces, para mi sorpresa, sentí la mano de Raquel sobre la mía. Me giré hacia ella, se notaba preocupada.
—Érica tenía siete cicatrices de bala— me dijo— claramente tenía una historia distinta para cada una; una historia en donde alguien le disparaba como venganza o para protegerse o algo entremedio. Son al menos siete historias en que Érica ha matado a alguien o ha hecho algo igual de malo ¡Siete personas!
Apreté los labios, angustiado. Raquel claramente se veía afectada por sus conclusiones.
—No... no estás segura de eso, hasta yo puedo verlo— intenté debatirle.
—Viste la facilidad con que mató a Solis— protestó— no fue un intento desesperado, Érica sabía perfectamente lo que estaba haciendo y cómo debía hacerlo.
—Solo le dio un puñetazo. Todos lo vimos. Cualquiera sabe cómo dar un puñetazo.
—Después de recibir un disparo en su pierna— me recordó ella— hizo todo eso con una pierna herida ¡Érica ha matado antes! ¡¿Por qué crees que llegó a este curso en cuarto medio?! ¡¿Quién se cambia de colegio en cuarto medio?!
Raquel negó con la cabeza.
—No creo que lo que esté pasando este año sea nuevo, no para ella.
Levanté las manos para hacer tiempo.
—Raka, por favor, cálmate. Érica es tu amiga.
Para mi sorpresa, Raka apretó los dientes y miró hacia abajo. Sus labios temblaban, sus cejas se cerraban con angustia.
—Lo es, pero no quiero que le haga daño a nadie más— alegó— ¿Qué pasa si el próximo es Pekos, o Gálica, o yo? ¿Qué pasa si eres tú? Es como tener un tigre de mascota; puede ser tu mejor amigo, pero cualquier día puede saltar sobre ti y romperte el cuello.
Creo que mencionar la noche de los criminales no era muy buena idea en ese momento. Decidí callármelo.
—Pero... Érica es una persona.
Raquel negó con la cabeza.
—Lo sé, lo siento. Solo... creo que los chicos tenían razón; hacer algo de distancia, cuidarse, ya no parecen malas ideas. Sobre todo tú. Anda con cuidado, por favor.
Casi me eché a reír por lo que escuchaba.
—¿Te preocupas por mí?— me extrañé.
—¡Claro que sí, imbécil! Eres... eres mi mejor amigo.
Vaya, Raquel podía ser muy dulce cuando quería. Noté que a mí se me hacía un nudo en la garganta.
—Pero pensé que Érica te gustaba.
Ella se puso roja.
—Todavía— admitió— pero me rompería el corazón si algo te pasara a ti.
Comenzó a picarme la nariz. Vi que se le ponían los ojos rojos y se llenaban de lágrimas. Iba a comentárselo, cuando de repente ella se puso borrosa, y tras parpadear, me di cuenta que yo también comenzaba a llorar. Ambos nos abrazamos para estrujarnos las lágrimas.
Ya sabía que Érica había matado a mucha gente, ya sabía que no había conseguido terminar un año escolar desde sexto básico por su violencia, pero hasta ese momento no había asociado lo uno con lo otro. O más bien, no había pensado en que Érica matara a sus compañeros. No pensé que, si llegaba a matarme a mí, para ella sería un día normal.
El peligro que corría yendo al colegio todos los días no había disminuido en lo más mínimo, pero mi visión comenzaba a expandirse. Comencé a pensar en la posibilidad de ir a otro colegio y de llevarme a mis amigos conmigo. Sería una lata horrible, pero sería mejor que morir joven ¿Verdad?
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Al día siguiente volvimos a clases. Pasé por el cruce de pasillos junto a la cancha de pasto. Me paré un momento y miré la esquina donde el cuerpo de Solis se había estrellado. El segmento de pared ahuecado por el impacto permanecía intacto, lleno de grietas, con forma de cráter. Era un recordatorio que esa muerte no había sido un sueño, que en ese lugar, una chica había matado a otra con un solo puñetazo.
Suspiré. Había escuchado que el funeral de Solis sería el día siguiente. Pensé en su hermana, Krois, y en su familia. No me imagino lo que sería perder un hijo.
Caminé todo el trayecto hasta mi sala, entré con la mirada en el suelo, me dirigí a mi puesto, saludé a Érica, dejé mi mochila en mi silla y me sent...
—¡¿Érica?!— exclamé.
Ella se giró. Me lanzó una sonrisa tímida que solo duró un segundo.
Regresé con ella, desconcertado.
—Tú...— musité— ¿Cómo... ¡Tu pierna!
—Estoy bien— aseguró— ¿Te acuerdas? Mis heridas sanan rápido.
Miré su pie. Ella me leyó la mente, porque lo levantó y lo apoyó sobre la mesa. Me mostró la zona de la herida, solo le quedaba una cicatriz, como un recuerdo antiguo.
—¡Pero esto te lo hiciste hace dos días!— exclamé.
Ella se encogió de hombros.
—Mis heridas sanan rápido— repitió
—¡Pero te dispararon!
—Sí.
—¡¿Cómo lo hiciste?!
—No sé
La miré por largo rato.
—¿Es parte de tus súper poderes?
Ella negó con la cabeza.
—No siempre pasa.
Recordé que había mencionado algo al respecto.
—Claro, te enterraste una rama en un campamento— recordé— la herida te duró un buen tiempo.
Ella asintió.
—¿O sea que una sola vez no pasó?
—Hay otras ocasiones, pero tampoco es que me vaya haciendo heridas todos los días.
—Entonces, cuando te atropelló el camión...
—No, eso me estuvo molestando todo el día— confesó— solo que soy resistente a los golpes. Pero al día siguiente estaba como nueva.
Di un paso atrás. Me sentía raro con la cara pegada a la pierna de una chica. Me llevé una mano a la cabeza, con un remolino de emociones dentro de mí. Miré alrededor, nuestros compañeros nos echaban vistazos furtivos, o más bien, miraban a Érica con recelo. Suspiré.
—Quizás... deberías tomarte unos días fuera del colegio— le comenté.
Ella no se mostró muy contenta con la idea.
—¿Tú crees?— preguntó preocupada.
El resto de los alumnos comenzaron a llegar de a varios, quedaban apenas un par de minutos para que empezara la clase. Me dirigí a mi puesto.
Saludé a los otros chicos, todos estaban igual de sorprendidos de ver a Érica ahí, todos excepto Raquel ¿Se la habría estado esperando? Con cualquier otra persona me habría sorprendido, pero a Raka se le daban bien ese tipo de cosas.
El profesor entró a zancadas.
—Muy bien, niños. Hola, buenos días— dejó sus cosas en su mesón y nos miró a todos. Entonces reparó en Érica y se sorprendió— ¡¿Señorita Sanz?! ¡¿Qué hace aquí?!
Ella se tomó unos segundos en responder.
—Asisto a clases— indicó.
—¡Pero su pierna!
—Estoy bien, me dieron de alta ayer— aseguró.
El profesor estaba anonadado. Miró al resto de la clase, como buscando una razón por la que Érica no debería estar ahí. Finalmente dejó el plumón junto al resto de sus cosas y se marchó.
Todos nos miramos las caras, extrañados. El profesor se tardó un buen rato en volver, y al hacerlo no parecía mucho más compuesto que antes.
—Está bien, está bien. Hablé con el director— indicó— vaya, no me esperaba una recuperación tan rápida. Muy bien, tomen sus libros, vayan a la página 72.
Durante el resto de la clase noté al profesor extraño. Estaba nervioso. Por un buen rato me imaginé que se debía a mágica recuperación de Érica, pero luego me cayó como teja; el profesor estaba nervioso de que Érica saltara en cualquier momento y comenzara a matar a sus compañeros a diestra y siniestra. O quizás no específicamente eso, pero se le notaba amedrentado. Era algo visceral, algo que no podía controlar, como una presa escondiéndose del depredador. Me dio pena, pero no me pareció fuera de lugar. Creo que está bien sentirse de esa manera cerca de alguien tan peligroso.
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