10.- Es Importante Disculparse cuando las Embarras (1/2)
Una cosa era un trágico accidente que nadie vio venir, sobre una chica que perdió la pierna. Otra cosa distinta era que una chica resultara apuñalada con una tijera en el hombro.
Esta vez no hubo ceremonia, pero lo que ocurrió se supo por todo el colegio al cabo de un par de horas. Érica le había enterrado unas tijeras a Pamela, una chica del III°B. Claro, había sido en defensa propia. Yo le creía a Érica, seguramente mucha gente le creía, pero ya poco importaba; Érica era una chica peligrosa, había que andar con cuidado cerca de ella, era lo que los demás estudiantes comenzaban a pensar.
Se notaba. Además de nosotros, los demás comenzaron a hacer distancia. No la trataban mal directamente, pero evitaban lo más posible todo tipo de interacción con ella.
Incluso en nuestro grupo comencé a sentir cierto recelo hacia ella; como el respeto que se les tiene a los animales del zoológico, solo que no había barrotes entre nosotros y ella. El día siguiente a la emboscada, fuimos a comer entre todos. Incluso Raka se nos unió, para variar.
Fuimos a un local de por ahí y pedimos papas fritas. Comimos con ansias, hablamos poco. Creo que todos pensábamos en la pelea, pero nadie quería tocar el tema. Miré a Érica varias veces, ella se notaba igual que siempre. Pensar que le había enterrado una tijera a una chica. Me pregunté cómo se sentiría eso, cuánta resistencia darían cartílagos y músculos contra el metal.
Quizás fue por mirarla tanto, que terminé dándome cuenta de un extraño detalle; Érica no tenía marcas de heridas. Normalmente los moretones que se había ganado el día anterior dejarían marca, pero ella se notaba tan bien que apenas diría que se cayó sobre un arbusto.
—¿Cómo se sienten, ustedes dos?— les pregunté al fin— ¿No les duele nada?
Los demás me miraron con distintas expresiones. Gálica parecía alterada, Pekos aliviado, Troveto curioso. Raquel y Érica fueron las únicas que me miraron sin expresión.
—¿Te refieres a lo de ayer?— aclaró Raquel— A mí no me pegó nadie.
—Yo estoy bien— comentó Érica, sonriente. Parecía contenta que le hubiera preguntado.
Raquel la miró.
—Ahora que lo pienso, estabas llenas de moretones ¿Cómo estás tan bien hoy?
Érica se encogió de hombros.
—No sé, siempre me he recuperado rápido de mis heridas— indicó.
Iba a seguir comiendo, pero se detuvo y se quedó mirando al infinito.
—Aunque...— continuó, pero se detuvo otra vez, pensativa.
—¿Qué sucede?— inquirió Raquel.
—Es raro, una vez fui a un campamento, cuando tenía como doce. Me enterré una rama en la pierna. No me importó en el momento, pero tardó varios días en sanar.
Todos nos miramos, extrañados.
—¿Qué... ¿Qué pasa con eso?— pregunté.
Raquel tomó un sorbo de bebida.
—Que otras heridas no tardan tanto— explicó Érica— Incluso heridas de bala.
Raquel estuvo a punto de escupir su bebida. En vez de eso tragó lo que tenía en la boca con un montón de aire.
—¡¿Heridas de bala?!— exclamamos todos.
Érica nos miró, extrañada.
—Sí, a veces pasa.
Gálica negó con la cabeza.
—¡No! ¡Eso no pasa!— exclamó.
—Bueno, a mí me pasa— indicó ella.
—¡¿Te han dispa...— Raquel miró alrededor, recordó que estábamos rodeados de gente y bajó su voz— ¡¿Te han disparado?!
—Sí, miren.
Érica se llevó las manos al cierre del jumper para sacárselo. Cuando me di cuenta de lo que hacía, me apresuré a detenerla.
—¡¿Qué haces?!— exclamé.
—Les iba a mostrar— alegó ella.
—¡Pero no te quites la ropa! Solo... te creemos ¿Pero cuántas veces te han disparado?
Érica pensó un momento, luego se llevó un dedo a la axila.
—Una...— comenzó a contar.
Se llevó el dedo al muslo, al costado, al hombro, luego comenzó a contar de memoria.
—Siete, creo.
Después de todo lo que había visto y oído sobre ella, no debía de haberme sorprendido. Aun así, no podía evitar sentirme intimidado con la idea de recibir siete disparos en mi cuerpo. Más encima ella los había sobrevivido.
—¡¿Pero cómo te han disparado?!— alegó Raquel.
Érica sonrió nerviosa.
—Rayos, creo que hablé más de la cuenta— suspiró, resignada— ¿Qué puedo decir? Ocurren accidentes: destruyo cosas, paso a llevar a la gente, me terminan persiguiendo los policías...— se encogió de hombros de nuevo, en un gesto más teatral— tengo mala suerte.
Parecía estar lista para terminar el tema, pero Raquel no se lo permitió.
—¡Espera, espera! ¿Qué tipo de accidentes? ¿Qué te ha pasado?
—Nada, solo accidentes— alegó ella.
—¡¿Pero qué tipo de accidentes?!— demandó saber.
Creo que no lo notaba, pero comenzaba a inclinarse sobre Érica, imponiéndose con agresividad. La pobre miraba a otro lado, nerviosa.
—Han pasado muchas cosas, no sabría por dónde empezar— se excusó.
—Comienza por la primera bala— la atajó Raquel— ¿Por qué te dispararon la primera vez?
—Emh...— Érica intentó recordar, apurada por la insistencia de Raquel— creo que tenía unos diez años ¿O eran once?
—¡¿Diez años?!— exclamó Raquel.
—Puede que pasara a llevar un auto de policía— rememoró.
—¿Lo pasaste a llevar? ¿Solo por eso te dispararon?
—Bueno...
Érica comenzaba a respirar con dificultad, miraba en todas direcciones, como intentando dar con una idea. Como se encontraba en el borde del asiento corrido, y Raquel le iba ganando terreno, apenas le quedaba espacio para sentarse.
Raquel la miraba intensamente, como si quisiera llegar hasta el fondo de su alma. La presión que ejercía podría haber abollado un submarino.
—No lo pasé a llevar con mi cuerpo, sino que con el de un compañero de clases— se excusó Érica— Lo empujé.
—¿Te dispararon porque empujaste a un compañero a un auto de patrulla?
—¡Él me molestaba mucho!— se defendió Érica.—
—¿Pero por qué te dispararon?
—Creo que fue un malentendido.
—Empujaste a tu compañero porque te molestaba, eso pasa en cualquier sala de clases a los diez años— clamó— ¿Por qué unos policías te iban a disparar por eso?
Raquel le iba ganando terreno poco a poco, centímetro a centímetro.
—¡No sé! ¡Pregúntale a ellos!— protestó Érica, con la voz quebrándose— ¡¿Qué te pasa?!
—Solo quiero entender. Unos policías no le dispararían a una niña sin una buena razón, y hasta ahora no me has dado ninguna ¡Dime qué hiciste! ¡Quiero saber!
Abrí la boca para protestar. Era obvio que Érica no quería hablar del asunto, y Raquel no estaba respetando su espacio personal. Sin embargo, en ese momento Érica no pudo mantenerse sentada y cayó de espaldas al suelo. Todos nos levantamos a ayudarla, pero más que la caída, lo que nos sorprendió fue encontrarla asustada y encogida, con los ojos vidriosos y la garganta hecha un nudo. Raquel se agachó hacia ella y le tendió una mano, pero Érica se alejó de un salto, asustada. La vi mientras comenzaba a llorar. Finalmente se paró y se fue.
—¡No, Érica! ¡Espera!— le pidió Raquel.
Intentó ir tras ella, pero Érica salió por la puerta y desapareció. Raquel también echó a correr, pero Érica no estaba por ningún lado. Después de unos minutos, volvió a nuestra mesa con cara compungida.
—Lo siento— se disculpó.
—Está bien, Raka. Siéntate con nosotros— dije en un tono suave.
—No, yo...— alegó. Se veía muy afectada para seguir hablando— lo siento.
Tomó sus cosas apurada y se marchó dando zancadas.
Recién respiré con calma cuando la vi salir. Entonces miré a mis amigos, los tres me miraban de vuelta con duda en sus caras.
—¿Qué le pasó a Érica?— inquirió Gálica.
Troveto se sentó a mi lado para no estar apretado con los otros dos.
—Estábamos hablando de cuando le dispararon a los diez años— le recordó Troveto— para cualquiera sería una memoria traumática, incluso para ella. Es natural que no pudiera seguir hablando.
—Esa Raquel, a veces puede ser muy dura— comentó Pekos.
Gálica asintió.
—A mí me hizo llorar la primera vez que me habló— comentó ella— ¿Qué le pasa?
Los tres se me quedaron mirando.
—¿Qué?
—Tú siempre la invitas a pasar el rato con nosotros— indicó Troveto.
—¿Qué? No, a veces viene por su cuenta— alegué.
—¿Cuándo lo ha hecho?— inquirió Gálica.
Quise recordar. No había sido esa misma tarde, ni la vez anterior, ni las últimas cinco veces, pero estaba seguro que en algún momento Raquel se nos había acercado para pasar el rato... ¿O había sido para retarme por llevar la camisa muy arrugada? No, la verdad no estaba tan seguro.
—Está bien, no es que tenga mucha iniciativa, y puede ser un poco demandante, pero en el fondo es una buena amiga. A ustedes también los quiere.
—Sí, claro— alegó Troveto.
—Creo que solo quiere meterse contigo, por eso acepta venir con todos nosotros— se quejó Gálica.
Me eché a reír al escuchar esto último.
—No, es imposible— contesté— ¿No la han visto? Es obvio que a Raka le gusta...
Pero me paralicé. Había pasado tanto tiempo con Raka y con mis amigos, que se me había olvidado que no se conocían muy bien entre ellos. Había estado a punto de revelar el secreto de Raquel.
—¿Le gusta quién?
Maldije por lo bajo ¿Por qué Raka tenía que ser tan tímida con el tema? Si pudiera salir del closet, la vida le sería mucho más fácil, supongo. Pero era su vida, yo no podía ir revelando algo tan íntimo de ella, ni siquiera a mis mejores amigos.
—Otro... otro chico, alguien que ustedes no conocen. Disculpen, se me olvidó que no lo han visto. Pero cuando estamos solos, habla todo el rato de él.
—Sí, no. Te tiene ganas, Ocko— aseguró Gálica— Ándate con cuidado.
—¿Pero no has estado con ella en otro año?— inquirió Pekos.
—¡No! No, para nada— le aseguré.
—Ah, creí que habías estado con todas las chicas del curso, ya— comentó.
Gálica se cruzó de brazos.
—Con casi todas— le corrigió ella.
Me llevé una mano a la cabeza. No tenía tiempo para sus tonterías, me preocupaban Érica y Raka, y los dos incidentes que habían ocurrido en el colegio. Solo esperaba que no pasara nada más, pero me quedé pensando en la historia de Érica. El niño que la molestaba, los policías que le dispararon, la angustia de Érica al ser presionada para contarlo, la facilidad con que había despachado a esos maleantes hace unas semanas. Creía saber qué había ocurrido en verdad, por qué los policías habían disparado y por qué Érica tenía siete marcas de disparo en la piel que había querido mostrarnos. Esperaba estar equivocándome.
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Al día siguiente, durante el recreo, Raquel le pidió a Érica hablar. Se apartaron un rato del grupo, y después de unos minutos, volvieron con sonrisas leves. Comprendimos que se habían puesto en la buena, y continuamos con nuestra vida diaria. Érica y Raquel solo se sonrieron y se hablaron con voz suave durante el resto del día, le que me llevó a pensar que Raquel había desistido de averiguar la verdad sobre la conversación del día anterior, y había priorizados los sentimientos de Érica. Un gesto tan amable de parte de Raquel me habría sorprendido, pero como estuve a punto de decirles a mis amigos, era obvio que le gustaba Érica.
Los rumores sobre Érica crecieron, la gente continuó evitándola. Escuché que la profesora de educación física ya no la hacía participar en partidos de fútbol. También, una vez que tuvimos que usar el compás para matemáticas, el mismo profesor se acercó a ella y trazó la figura en su cuaderno, como si al hacer contacto con algo puntiagudo fuera a explotar.
Cada vez que a alguien del curso le tocaba hacer grupo con ella, se ponía nervioso y mantenía la mayor distancia posible, o derechamente nos pedía a alguno de nosotros que lo reemplazáramos. No me gustaba que se esforzaran tanto en separar a Érica, pero por otro lado, no podía culparlos por tenerle miedo. Por su parte, ella parecía entender, y se mantenía tranquila aunque los demás la rechazaran. Supongo que le bastaba con nosotros, y la primera vez que pensé eso, me hizo sentir bien.
Así pasaron unas cuantas semanas. Con los chicos rendimos pruebas, fuimos a echar la talla, a comer, al cine, a un parque de diversiones y a las casas de cada uno. Incluso Érica nos invitó un fin de semana a su casa, ella y su papá cocinaron un almuerzo exquisito. Y de nuevo, la sola presencia del señor Sanz me intimidó hasta los huesos. Pensé que solo era yo, pero conversando después con los demás, me di cuenta que tenía ese efecto en todas las personas, todas excepto Érica.
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