1.- La Chica que Muere en el Primer día de Clases ¿O es Mentira? (1/2)
Mi nombre es Ocko. Soy algo desordenado, me gusta jugar fútbol y echar la talla con chicas lindas. Soy un estudiante normal, en verdad. Solo que mi vida dio un giro drástico hace poco. Todo comenzó el primer día de clases de mi último año.
Iba camino al colegio, cuando me detuve ante un cruce de calles.
Era un camino grande, de esos con dos pistas por lado. El semáforo se puso en verde justo cuando alcancé la esquina, así que pude cruzar sin prisa. Obviamente, en la esquina contraria, el semáforo se puso en rojo. Sin embargo, una persona continuó caminando.
Le eché un vistazo, sin pensar mucho. Era una muchacha alta, de largo pelo rubio ondeando al viento. Llevaba un jumper y la corbata roja y azul de mi colegio. Parecía de mi edad. Me pregunté si era una compañera que no conocía. Intentaba echar algo en su mochila, quizás por eso no se dio cuenta que la luz estaba roja, o quizás la vio y no le importó, nunca lo supe. Solo sé que nadie le prestó mucha atención, hasta que un camión apareció a toda prisa desde el otro lado y la atropelló.
El golpe se oyó fuerte, hasta lo sentí en el estómago. La chica salió volando por los aires, el camión frenó y arrastró su peso por varios metros antes de detenerse por completo.
Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Todos se pararon en seco por un momento. Algunas personas alrededor comenzaron a gritar. Luego me di cuenta que seguía en medio de la calle, y amedrentado por la imagen que recién había visto, me apresuré hacia la segura vereda. Habría ido a ver a la chica atropellada, quizás intentar ayudarla, pero a esa hora de la mañana había decenas de personas alrededor, muchas de las cuales ya habían ido a socorrerla. Había tanta gente que me costó simplemente pararme en un lugar y absorber lo que había visto.
No podía creer que había presenciado la muerte de una chica. Nunca me iba a quitar esa imagen de la cabeza.
Me sentí de muchas formas; impotente por no haber podido hacer nada, triste por ella y su familia, amedrentado por la facilidad con que había muerto; un segundo estaba apurada para llegar al colegio, contenta de la vida, y al otro había sido golpeada por un camión. Tuve que ir a descansar del impacto en un rincón aislado. No sé cuánto tiempo estuve simplemente mirando atontado al tumulto.
Después de un buen rato, noté a unos autos girando y desviándose para irse a otro lado. Supuse que tenían otras cosas qué hacer. Parecía cruel, pero comprendí que simplemente quedarse ahí no ayudaba mucho a la situación. Yo tampoco podía hacer nada, así que decidí dirigirme al colegio. Cualquier ayuda que la chica necesitara, la tendría con las docenas de personas reunidas junto a ella, o mejor dicho, junto a su cuerpo. Un muchacho tembloroso no le serviría de mucho.
Qué manera de comenzar el año.
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No mucho después, llegué a mi colegio y me hice camino a mi sala. Mi cuerpo se dirigió naturalmente a la del año pasado, pero me detuve luego de dar tres pasos por el camino equivocado y recordé que mi sala era distinta. Rápidamente di media vuelta, subí las escaleras y marché hacia mi sala: el IV°C.
Ya había bastante gente cuando llegué. La sala era amplia para dejar espacio a las cuarenta personas que se reunían ahí. Las ventanas estaban por el lado izquierdo, mirando hacia el amplio pasillo de entrada del colegio entre los pilares que sostenían su grueso techo de roca. Por el lado derecho estaba la puerta, al frente la pizarra y por detrás había una gran ventana. Como era una sala nueva para nuestro curso, me llamó la atención; nunca había visto una ventana trasera, pero ahí estaba. Miraba a la calle, se podían ver un par de casas al otro lado. Más allá, apenas al otro lado de la manzana, esa chica había muerto atropellada por el camión. Aún podía sentir el impacto en mi estómago.
Todos me saludaron, yo respondí, pero no conseguí disimular mucho mi angustia. Incluso el tono de mi voz me sonaba más grave y callado, y aunque intenté unas cuantas veces, no conseguí animarme.
Me senté en mi puesto. Me dije que no hubo nada que pude haber hecho, que no era mi culpa, que de todas formas esa chica debió haber prestado atención.
Entonces noté una falda negra de un jumper en mi campo de visión. Levanté la vista, me encontré con una chica esbelta, de mirada penetrante y pelo ordenado, atado en una bonita trenza por detrás. La chica me miraba directamente.
—¿Estás bien?— me preguntó.
—Ah... hola, Raka— le dije.
Ella no respondió, comprendí que esperaba una respuesta. En verdad no se llama Raka, se llama Raquel, pero yo le digo Raka.
—Sí, estoy bien ¿Y tú?— contesté como siempre.
Pero ella no quitó su mirada fría de mí ni dijo nada. Raka puede ser muy intimidante cuando... no en verdad es intimidante todo el rato, al menos si no la conoces bien.
—Te ves alterado— dijo al fin.
Tragué saliva. Ella siempre me sacaba la verdad, aunque intentara ocultárselo. Bajé la mirada, compungido.
—Es solo que... vi algo malo, hace poco— admití, y levanté la mirada— vi a alguien mori...
Pero justo cuando se lo decía, una chica que no conocía entró en la sala. Era una muchacha alta, de largo pelo rubio ondeando al viento, con el uniforme de las chicas de mi colegio, un poco sucio, como si se hubiera revolcado en la calle, quizás después de ser atropellada por un camión.
Salté de mi silla, anonadado. Me la quedé mirando con la boca abierta, quizás con una expresión un poco tonta, pero vamos, cualquier persona normal reaccionaría de la misma manera.
La chica echó un rápido vistazo por la sala, se sentó en el primer asiento libre que vio y comenzó a desempacar su mochila. Raka la miró, luego se giró hacia mí.
—¿Qué pasa? ¿Te enamoraste de la nueva?— preguntó como si no fuera nada.
Cielos, Raka, a veces eres más densa que una piedra.
Pero no me iba a quedar ahí, confundido. Rápidamente me dirigí hacia la chica, me incliné sobre ella y agarré su mesa con fuerza. La miré directo a los ojos. Para mi sorpresa, ella se inclinó hacia atrás, intimidada. Pero no podía comenzar a disculparme ni actuar tímido, tenía que entender.
—¡¿Cómo es que estás viva?!— alegué.
—¡¿Eh?!— alegó ella, sorprendida.
Entonces sentí una mano en mi hombro que me arrastraba hacia atrás. Era Raka, parecía molesta.
—Oye, oye, tranquilo, Ocko— me dijo— La estás asustando.
—¡Mira quién habla!— pensé.
Pero estaba muy sorprendido por la chica nueva como para dejarme molestar por Raka. Me giré hacia ella.
No la había visto bien, quizás porque no me había acercado a ella hasta ese momento. Tenía unos bonitos ojos azules, un tanto rasgados. Su mandíbula era angulosa y la punta de su nariz tirada hacia abajo unos grados. También me di cuenta de inmediato que era muy expresiva.
Ella me miró fijamente sin decir nada. Luego miró a Raquel, confundida.
—Yo...— dijo— yo... no te entiendo.
Apreté las manos, dubitativo. Esa chica se parecía mucho a la joven que había visto atropellada en la calle, pero a esa última la había visto solo de lejos y de reojo. No había muchas chicas altas rubias con el mismo uniforme, pero no podía gritar con toda confianza que eran la misma persona. Después de todo, una había muerto.
Di un paso hacia atrás, preguntándome si me había apresurado y había dicho lo primero que se me vino a la mente, quizás el impacto había dejado una impresión muy grave y me estaba afectando más de lo que creí.
Luego noté las manchas de mugre de asfalto repartidas por todo su cuerpo, su pelo enmarañado, incluso unos lugares en donde su uniforme había sido rasgado. No, no podía ser una coincidencia.
Comprendí que ella quería ocultarlo. Me moría de curiosidad por saber por qué, pero me puse en su lugar.
Fuera quien fuera aquella chica inmortal, había sobrevivido a ser atropellada por un camión que iba sobre el límite de velocidad. Ya había tenido suficiente por un día, no necesitaba a un chico apestoso que la acosara. Decidí que no la presionaría más.
En ese momento me callé, respiré hondo y me aclaré la garganta para pasar página. Luego sonreí, no como idiota, sino que le mostré una de mis sonrisas encantadoras, de esas que le encantan a todas las chicas, y le ofrecí mi mano.
—Disculpa, debo haberte confundido. Me llamo Ocko, esta es Raquel. Tú debes ser nueva. Bienvenida a nuestro curso.
Mi sonrisa era tan radiante que sentía que le salían chispas luminosas. No esperaba que surgiera efecto en la nueva, después de hablarle de manera tan invasiva, pero noté un ligero rubor en sus mejillas. Mi encanto es infalible.
—Ah... yo soy Érica— se presentó.
Su voz era ligeramente grave para una chica de su edad. Sonó potente, pero algo tímida. Era de esperarse en su situación.
Raka me señaló a mí.
—Ocko puede ser molesto, pero te puede ayudar para conocer al resto del curso. Solo dime si se pone raro.
Lo dijo todo tan seria que temí que Érica se habría creído el chiste al final. Me apresuré a intervenir.
—Soy amigo de todos aquí. Juntémonos el primer recreo para que te presente al resto.
—¿En serio?— me preguntó— ¿No te molesta, Ocko?
Me extrañé. Pensé que, por un lado, no querría estar conmigo, y por otro, que se aferraría a la otra chica que le había hablado primero en vez de a un chico. Siempre pensé que las mujeres tendían a hacer grupos entre ellas, pero supongo que no es una regla.
—¿Qué? Claro que no, me encantaría.
Érica esbozó una tímida sonrisa y asintió. Parecía aliviada, me pregunté por qué.
Pronto llegó el profesor, nos sentamos todos en nuestros puestos y comenzaron las clases. Se sintió raro.
Finalmente, durante el primer recreo tomé a Érica conmigo y la llevé al patio, a conocer al resto del curso. Me aseguré de presentarle a cada uno de nuestros compañeros, además de algunos chicos de los cursos paralelos, y algunos de tercero medio. Pensé que se mostraría tímida, pero no pareció tener problemas en hablar con otras personas, incluso soltó un par de bromas. Lo único raro fue que, cuando íbamos terminando, comenzó a verse cansada y a mirar al suelo. La miré, parecía aburrida, incluso molesta.
—¿Estás bien?— le pregunté.
Intentó sonreír, pero se notaba agotada.
—Sí, es solo que...— meditó sus palabras un momento— no, no es nada. Aunque no creo que consiga recordar tantos nombres, es mucha gente.
Lo que decía tenía sentido, pero no me imaginé que fuera un problema. La miré fijamente y me apunté a la cara.
—¿Y yo? ¿Cómo me llamo?
Ella me miró extrañada.
—Ocko— contestó.
Le sonreí.
—¡Bien! Eso es un logro ¿Lo ves? Lo estás haciendo bien.
Érica me miró por un momento como quien se siente molesto y tratado como un niño chico. Pensé que había metido la pata, pero luego sonrió.
—Vale.
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La llevé a conocer el colegio: las tres canchas, el gimnasio, el patio central, los kioskos, todo lo que necesitaría saber. Pero dudo mucho que alguien consiguiera perderse en nuestro colegio, tiene muchos espacios abiertos y pocos obstáculos a la vista. No, simplemente tenía curiosidad.
—Oye ¿Y por qué te cambiaste de curso justo en cuarto medio?— le pregunté.
Ella no pareció sorprenderse de la pregunta, pero advertí que se tensaba; su mentón bajó unos grados, su pecho se infló un poco más, su paso fue un poco más corto que los otros.
—Emh...— miró a otro lado, se tomó unos cuantos segundos para responder— a mi papá lo cambiaron de trabajo.
Una respuesta más normal de lo que me esperaba, aunque ni yo mismo sabía bien lo que estaba esperando. Me detuve un momento, ella se paró conmigo. Me incliné sobre ella y entrecerré los ojos, exagerando una pose meditativa. Ella se inclinó hacia atrás. Esperé que se quejara de alguna manera, que me pidiera que dejara de mirarla así, pero no pareció molestarse mucho, solo se puso un poco nerviosa.
—Tú...— dije— no eres la chica que atropelló el camión en la mañana ¿O sí?
Ella miró a otro lado.
—No, nunca me ha atropellado un camión.
Regresó sus ojos hacia mí, esperando mi reacción.
Saqué mis propias conclusiones, pero volví a pararme derecho y me encogí de hombros.
—Lo siento, tenía que estar seguro. Es solo que fue tan raro...— me llevé una mano al mentón— entonces esa chica de la mañana debió haber muerto, es una pena.
—¿Murió una chica?— alegó Érica, algo sorprendida.
Le expliqué lo que había visto antes de llegar al colegio. Ella mostró los dientes en una expresión de sorpresa.
—No vi su cuerpo, pero no hay forma de que haya sobrevivido después de ser atropellada por ese camión— le expliqué.
Iba a explicarle que la chica tenía nuestro uniforme y que la noticia de una alumna envuelta en tal accidente debía de haber sido informada a los profesores y alumnos para ese entonces, pero nadie había dicho nada. Todo eso era muy raro, pero no se lo mencioné porque Érica aseguró que no era esa chica. Por muy sospechosa que fuera la situación, decidí creerle. No la conocía, pero ya éramos amigos, y no iba a empezar a sospechar de mis amigos.
—¡Ah, aquí están!— exclamó una voz conocida.
Nos giramos y encontramos a Raquel. Ella se nos acercó a zancadas, tomó las manos de Érica, acercó su cara a una distancia que podría haberla besado y la miró fijamente, como un depredador a punto de saltar sobre su presa.
—¿No te hizo nada?— le preguntó con un tono demandante.
Érica se soltó de Raquel y retrocedió unos pasos. Yo di un paso a la derecha para que entre nosotros se formara un triángulo equilátero, no muy lejos de ninguna, pero tampoco en una posición que pareciera que estaba defendiendo a Érica; no quería que viera a Raquel como alguien de quien cuidarse.
—Oye, Raka, la estás asustando— alegué.
Ella me miró con los mismos ojos penetrantes.
—¿Por qué?— preguntó, aunque si hubiera tenido que traducir solo por su tono, habría entendido algo así como "muérete".
Luego me giré a Érica.
—Descuida, Raquel es buena onda, solo no sabe cómo mostrarse amigable— le indiqué— ¿Verdad, Raka?
—Pero estoy siendo amigable— alegó ella.
Miré a Érica, se mantenía con los brazos pegados a su cuerpo, totalmente reservada. Me rasqué la cabeza.
—No importa, se llevarán bien algún día— le resté importancia— vamos al patio de los grandes, ya se va a terminar el recreo, de todas formas.
En verdad, el gesto de Raquel me pareció lindo, ir a comprobar si la nueva estaba bien, acompañarla para que no se sintiera intimidada por estar sola con un chico apuesto como yo. Estoy seguro que Érica la entenderá algún día.
Pronto volvimos a la sala, tuvimos más clases.
No vi a Érica durante el segundo recreo, salió de la sala apenas sonó el timbre y no supe a dónde fue. Esperé no haberla asustado con mis preguntas.
Por otro lado, tuve tiempo para hablar con mis amigos y echar la talla. Igual nos veíamos durante vacaciones, íbamos a jugar a las casas de otros y cosas como esa, pero en el colegio es distinto. Esos quince minutos de descanso después de horas de clase se sienten como un vaso de agua en medio de un desierto.
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