0._ Prólogo: La Tragedia de Érica
Escuchaba mis propios sollozos y a la gente corriendo a mi alrededor. Veía el charco de sangre en el suelo, pero todo parecía lejano, como si lo viera a través de una pantalla.
Me puse de pie, no podía ver bien porque las lágrimas opacaban mis ojos. Aun así me limpié, y al hacerlo noté que me había manchado la cara con sangre. Me vi las manos, empapadas con el rojo de quienes habían sido mis amigas, o al menos, a quienes había considerado mis amigas durante cuatro meses, desde que llegué a ese colegio hasta esa mañana.
Estaba frustrada, agotada y atemorizada. Pronto escuché el ruido de sirenas desde el otro lado de las ventanas ¿Cómo habían llegado tan rápido los policías? Debía ser una patrulla que había estado haciendo rondas por ahí cerca.
No importaba, tenía que irme, tenía que huir.
¿Pero por cuánto?
Ya estaba harta. Había pensado que ese año todo iría bien, que lo pasaría como una chica normal y llegaría al final sin problemas. Pensé en lo decepcionado que estaría mi papá. Tendría que decirle de nuevo lo que pasó, pero no me atrevía. No quería. No podía.
—Vamos, Érica— me dije— vamos, muévete. Papá no te quiere muerta.
Salí de la sala por la ventana para acortar la distancia hacia la salida, pero los policías ya estaban ahí, conversando con el profesor y algunos alumnos. Me vieron al instante. Eché a correr hacia la calle. El ruido de la sirena no tardó en aparecer molestando por detrás.
Corrí y corrí por varios minutos. Intenté huir sin hacerles nada, pero eso solo me trajo más problemas. Pronto se unieron policías extra a la persecución, me arrinconaron, y terminé cayendo de lleno en una emboscada en un cruce de calles. Habían bloqueado el camino con patrullas y rejas. Los cañones me apuntaban. No había tiempo para reaccionar. Oí disparos. Me cubrí la cabeza. Quería terminar con todo eso de una vez. No era mi culpa.
Pensé que por fin moriría, pero en ese momento sentí una mano grande y cálida tocarme la espalda. Me giré, esperanzada. Ahí estaba mi papá, sonriéndome a pesar de todo. Para estar segura, miré alrededor. Todos los policías estaban fuera de combate, en el suelo. Qué les había hecho, no tenía idea. No importaba.
—¡Papá, lo siento!— exclamé.
Él me tomó en brazos y me levantó.
—Está bien, princesita. Sé que diste tu mejor esfuerzo. Estoy orgulloso de ti— me dijo.
Me habría gustado que no tuviera que decirme esas cosas. Me habría gustado que me felicitara por un trabajo bien hecho en vez de tener que consolarme. En serio quería dejar de decepcionarlo.
—Vamos. Escondámonos por un tiempo.
Yo asentí con la cabeza. Un descanso sonaba bien, pero el próximo año sería distinto. El próximo era el último año en que asistía al colegio. Juré que lo terminaría bien, que conseguiría graduarme, costara lo que costara.
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