Maldición gitana
Sobre Ada Jiménez
Me defino como una escritora sombría. Me gusta crear suspenso e inquietud a través de mis historias, retratar personajes siniestros en escenarios realistas. En las obras que escribo busco ir más allá de solo provocar miedo, mi intención es mostrar los horrores internos que existe en cada persona.
Usuario de Wattpad: Arassha
Maldición gitana
Había sido una semana lluviosa en Altana, un paraje histórico de Transilvania. Entrar en la ciudad parecía un viaje en el tiempo. Una carreta tirada por caballos aguardaba en un cruce, una garza real permanecía estática en la rama de un árbol, atenta a su entorno, y las antiguas casas de estilo transilvano complementan un espectáculo llamativo.
En las afueras, sin embargo, en un terreno lodoso, se encontraba el asentamiento gitano, un lugar para nada pintoresco. La gente de Altana prefería eludir su existencia, por carecer de glamour y distinción. El barrio marginal de caminos sin pavimentar, de calles lodosas por la lluvia, era el hogar de una comunidad romaní.
En el exterior de una choza se realizaba una gran celebración, y a pesar de ser un festejo humilde, era lo más destacado del día.
Sonido de vasos chocando entre sí, felicitaciones provenientes de distintas direcciones, deseaban a la joven pareja lo mejor en la vida que compartirían. Los universitarios, próximos a graduarse, recibían con calidez las muestras de cariño de los invitados y familiares.
No podían ser más felices. Los planes a futuro se veían tan idílicos: graduarse y luego casarse.
Ese fue el orden al inicio, pero luego cambió. Se casarían en unos días, y dentro de unos meses el título académico llegaría también.
Es normal que en el camino surjan situaciones que alteren el rumbo de lo establecido, cuyo impacto apenas es perceptible, pero en otros casos las consecuencias pueden ser fatales, sin dejar opción a reacción alguna.
Iona y Andrei, pronto conocerían el resultado de su decisión.
En el gentío, una mujer mayor contemplaba a la joven pareja con una dulce sonrisa en el rostro. Estaba sola, sin nadie que la acompañe. Este detalle llamó la atención de Iona, remeciendo su corazón. Le dijo algo a Andrei y después fue al encuentro de la anciana.
Alguien más tuvo la misma idea. Ella y otra mujer coincidieron en la misma mesa. Iona quiso decir algo, pero la intrusa se adelantó.
—Las veo muy felices a las dos, especialmente a ti, Rania —murmuró una mujer entrada en años—. Has conseguido lo impensable, dado que para nosotros el más grande progreso es mudarnos de una choza a una casa de ladrillos—. Lástima que tu deseo de que Andrei salga de este barrio marginal no sucederá.
—¿Qué insinúa? —gruñó Iona, irritada. La vieja era cuervo de mal agüero, se la pasaba vaticinando terribles presagios a todos. Nadie en la comunidad la quería.
Rania presionó la mano de Iona, diciéndole con ese gesto que ella se encargaría. Iona suspiró y se recostó en la silla, dejarle el asunto a su suegra sería lo mejor. Fue espectadora de la conversación.
—Déjate de rodeos, Neda. Di lo que tengas que decir y márchate —dijo Rania con hastío.
—Pues que tu hijo es de los pocos de nuestro clan que ha estado cerca de graduarse. Pero ahora que anunció su boda, dudo que termine la carrera. Él no pisará grandes despachos, el lodo continuará signando sus huellas, como las de todos aquí.
Rania sonrió indiferente, ocultando unas oscuras ideas. Tuvo una imagen donde le arrancaba la lengua y se la arrojaba a los perros, y estos se retorcían a causa del veneno del órgano bucal. Sacudió la cabeza para apartar esos pensamientos.
—Andrei se graduará, tenlo por seguro. Solo faltan unos meses para ello.
—Habrá que verlo. ¿Está embarazada, Iona? —miró suspicaz a la chica, que hasta ese momento la había ignorado.
La joven se mantuvo inmutable, la pregunta la descolocó.
—Iona no está embarazada. Ellos se van a casar porque así lo quieren, sus razones no tienen por qué importarte. —Rania no se molestó en ocultar su molestia. El rostro evidenciaba una creciente ira—. A Andrei no le ocurrirá lo mismo que a tu hijo.
Neda esbozó una mueca agria. Fue un golpe bajo. Se retiró echando el último veneno:
—Cuando se cumpla lo que he vaticinado, te acordarás de mí.
—Mantente alejada de mi familia, bruja.
Neda se marchó arrastrando su falda larga y meciendo sus joyas de un modo exagerado, reía perversa, consiguió lo que quería.
—Qué señora tan desagradable. ¿Cree que trame algo?
—Neda no tiene inconveniente en practicar la brujería a la vista de todos. Pero no ha aprendido correctamente el arte de la brujería, varios clientes insatisfechos dan fe de ello —relató—. Y para no ir lejos, su hijo Cosmín fue objeto de sus malas prácticas, quiso prosperidad a través de él, pero se hundieron más en la pobreza. Despreocúpate, lo de ella es pura envidia.
—¡Sastipen! —Las voces de los invitados interrumpieron la charla.
—¡Sastipen! ¡Salud por los novios! —dijo la anciana. Su voz de tono grave infundía autoridad.
—¡Madre, ven aquí! Quiero una foto contigo y Iona. —Andrei alargó la palma hacia las dos, con la otra mano le dio el móvil a un amigo suyo, hizo un gesto para que los fotografiara.
El joven se ubicó en el centro y las mujeres a los costados. Los tres tenían una expresión feliz.
Horas después, Rania informó a su hijo que se marchaba a descansar, y para sorpresa de ella, Iona se ofreció a acompañarla.
—No es necesario, querida. La casa está cerca, no me ocurrirá nada.
—No es molestia, suegra. Al contrario, me preocupa que vaya sola por esas calles lodosas y tenga un accidente. Además, le dije a Andrei que también me retiraba. Todo el ajetreo de la fiesta me ha dejado exhausta.
—Ay, hija, y eso que solo es el comienzo—rio con dulzura—. Pasado mañana todo habrá acabado y estarás en un sitio diferente a este.
—Lo sé y no me quejo. Andrei me informó cómo son los festejos gitanos previo a la boda, y estoy encantada con ello. —Una amplia sonrisa iluminó la cara de Iona—. Déjeme acompañarla.
—Está bien, vamos.
—Tengan cuidado donde pisan —Advirtió Andrei—. No quiero perder a ninguna de las dos. Más tarde me reúno con ustedes.
—No vayas a beber mucho, amor —Iona le lanzó un beso, que Andrei simuló agarrar en el aire—. Recuerda que mañana tienes un compromiso en la ciudad.
Las dos mujeres se dirigieron a la casa de ladrillo que quedaba al final de la calle. En el camino se encontraron con Neda, que las miró con una sonrisa malévola. Se asemejaba a un fantasma, apareciendo sin previo aviso. La ignoraron y siguieron de largo.
Intercambiaron opiniones acerca de la decoración por el día de brujas, tradición muy arraigada en Transilvania. Las calabazas alumbraban pórticos y los exteriores de las ventanas. Varios farolitos se extendían en balcones y árboles, dándoles un aspecto fastuoso. Al pueblo lo envolvía un aura mágica, que cualquiera que entrase, lo podía percibir.
Sí, la magia se sentía, sobre todo la oscura.
Iona sacudió la cabeza, para no pensar en nada que tuviera que ver con conjuros. El tema la estremecía.
Conversó con Rania sobre la boda y las tradiciones ligadas a esta, cuando vislumbró una silueta moverse. Un miedo inexplicable la acometió, el lugar se sumió en una oscuridad absoluta. Buscó a su suegra y no la halló. Entró en desesperación, hace unos segundos la llevaba del brazo y ya no estaba. Gritó su nombre varias veces.
Nada. Solo silencio, un opresivo y tenebroso silencio.
En medio de la lobreguez identificó algo acercándose... no parecía humano. Esa cosa zigzagueó como una serpiente.
—¡Largo, no te acerques! —Retrocedió asustada, tropezó y cayó al piso. El lodazal la apresó como arenas movedizas. El pánico se intensificó cuando divisó unos orbes granates abalanzarse sobre ella.
Lanzó un hondo alarido, forcejeaba para zafarse del agarre de la criatura.
Batalló varios minutos, y en un momento dado ya no eran garras lo que la sujetaban. Sintió unas manos suaves que le acariciaban el rostro y una voz llamándola.
—Iona, ¿me escuchas?
—¿Suegra...? —abrió los ojos, desorientada—. Estábamos conversando y de pronto todo se tornó oscuro y...
—Sufriste una caída, intenté sujetarte, pero fue tarde. Me preocupé mucho al ver que no reaccionabas. —La contempló asustada—. Me tranquiliza que estés bien. Entremos en la casa para que te quites esa ropa.
—Disculpe. Mi intención fue cuidarla y al final quien se cayó fui yo... me siento apenada. —Se llevó las manos al rostro.
—No te sientas mal, aprecio tu intención. Vamos.
Iona tomó la mano de la mujer mayor. Sintió un ligero mareo e instintivamente se llevó las manos al abdomen. Rania miró el gesto con interés.
Llegaron a la casa, enseguida la joven fue a asearse. Mientras se duchaba, notó unas marcas en sus brazos. ¿Cómo era posible? Emitió un gemido ahogado. Fue una alucinación, nada de lo que vi fue real, debió ser la caída. se confortó así misma.
Salió en bata de la ducha, abrió el clóset y sacó una muda limpia. Sus ojos se quedaron fijos en su conjunto de novia. Suspiró feliz, faltaba poco para el día del matrimonio. Y por tal razón, Andrei consideró innecesario estar separados faltando poco para el evento. Aparte de que la relación con su madre era de lo mejor, y al enterarse de que fue Rania quien había sugerido que se mudara con ellos, aceptó sin dudar. La casa tenía un aspecto humilde, con pocos muebles y comodidades, pero la calidez del sitio le gustaba. Además, le hacía mucha ilusión tener a su suegra ayudándola, dado el cariño que le guardaba. No todas las suegras eran malvadas, Ioana podía dar fe de que esto no se aplicaba a la madre de su novio.
Se vistió con un pijama larga de dos piezas y encaminó a la salita al oír que la llamaban.
—Luces mejor —dijo amable—. Hice un té para ti. Te relajará.
Iona tomó asiento en una de las sillas. Agradeció el té, una bebida que le encantaba y que consumía varias veces en el día, cuyos ingredientes desconocía.
Lo sabrás cuando te cases con mi hijo. Le respondía la anciana cada vez que se lo preguntaba.
Los gitanos eran celosos con sus costumbres, creían que, si alguien fuera del clan conocía sus secretos, los haría vulnerables. Ciertas cosas solo compartían con aquellos que consideraban dignos de su confianza. Y, sobre todo, que respetaban sus creencias.
—¿Quieres algo para acompañar el té?
—No. Así está bien. Dentro de tres días sabré que contiene esta bebida tan deliciosa —sonrió divertida—. Podré prepararla para que usted no tenga que hacerlo todo el tiempo.
—No es molestia, lo hago con gusto. Sabes el aprecio que te tengo. —Le acarició el cabello. Un gesto de madre que a Ioana le oprimió el corazón.
Y fue esa sensación la que la llevó a revelar cierta verdad.
—Señora Rania, usted es tan buena conmigo, demasiado, y no lo merezco...
—Tú te mereces el cariño que te has ganado. Eso no está en discusión. —La contempló intrigada—. Pero por alguna razón siento que quieres decirme algo. ¿Alguna cosa que deba saber?
Iona asintió, avergonzada.
—Andrei me pidió que no le dijera nada hasta después de la boda, pero no puedo ocultarle esto. —Llevó las manos al vientre—. Yo no tengo madre, lo sabe, y también sabe que a usted la quiero como si lo fuera. Estoy embarazada, y desde que lo supe me sentí mal al no decírselo —agachó la cabeza.
—Ya lo sabía —respondió Rania, sonriente.
—¿Cómo...?
—Un embarazo no se puede ocultar. Tengo un hijo, y también he ayudado a traer niños a este mundo. Es imposible que no me diera cuenta. ¿Sabes algo? Me ha hecho feliz que me lo dijeras. —La abrazó—. Ahora ve a dormir, los dos necesitan descansar, y quédate tranquila, fingiré que no sé nada de tu embarazo. Haré de cuenta que no existe ese bebé, Andrei no sospechará, ni nadie de la aldea.
Las últimas palabras dichas por la anciana, perturbaron a Iona en cierto grado. La sensación de que algo le pasara a su hijo, surgió de pronto, como una espina clavada en el pecho, no a profundidad, pero lo suficiente para preocuparla.
—Buenas noches.
—Buenas noches, querida.
La noche avanzó y Iona no dejaba de dar vueltas en la cama, sin lograr conciliar el sueño. Miles de pensamientos ocupaban su mente, mas uno sobresalía entre esa marea de cavilaciones: su bebé. ¿Corría algún tipo de peligro?
Estuvo en ese estado durante un largo tiempo, hasta que el cansancio se apoderó de ella. Cerca de dormirse, una especie de cántico, audible por el silencio de la noche, llegó a sus oídos. Se levantó del camastro, hechizada por la melodía. Detuvo los pasos una vez ubicó el lugar de donde provenía el sonido: la habitación a la que tenía prohibido entrar.
Tras la puerta se escuchaban rezos. Palabras extrañas se repetían en las oraciones.
Benjorré, benjorré, benjorré
Repetía la voz con insistencia.
Meripén, meripén, meripén
No sabía qué significaban esos vocablos, no entendía del todo el lenguaje caló. Pero el tono hostil le dio a entender que había de por medio intenciones enemigas. Decidida, abrió la puerta, hizo caso omiso a la advertencia de no entrar.
Al cruzar el dintel, la voz cesó. No había nadie. Sus sentidos le enviaban señales de peligro, mas ella en su curiosidad, optó por una exploración. La habitación se hallaba ligeramente oscura, solo unos cuantos cirios emitían una tenue luz amarilla, cuyas llamas oscilaron de un modo que figuró amenazante, pero no declinó en su afán de averiguar qué se ocultaba ahí. ¿Sería algo valioso? ¿Alguna reliquia familiar?
Indagó en todos los extremos, estantes y repisas. Los objetos que descubrió, la impactaron.
Calaveras, animales muertos, frascos con cosas repugnantes.
En el centro sobresalía un altar de piedra, a un costado encontró una muñeca con la boca, la cabeza y el vientre cosidos. Y sobre una base hexagonal de madera, un mortero con abundante sangre, que contenía una fotografía de la cual pendía un hilo negro. La curiosidad la azuzó a revisar, dejando de lado el sentido de autoconservación.
Jaló del hilo y la foto salió. Pegó un grito, horrorizada al reconocerse a sí misma. Igual que la muñeca, su imagen también tenía la boca, cabeza y vientre cosidos. Y para aumentar la turbación, notó un líquido bajar entre sus piernas.
Sangre. Perdía a su bebé.
—¡No! ¡¡Nooooo!! Presionó su vientre, para impedir la salida del fluido carmesí—. ¡Auxilio! ¡Qué alguien me ayude! —clamó.
No hubo respuesta. Solo silencio, un opresivo y tenebroso silencio.
El malestar creció, punzadas de dolor la atravesaron. Su estómago comenzó a hincharse, gruesas venas se marcaron, palpitantes de sangre.
—¡Auxilioooo! —Se arrastró en el piso. Cerca de llegar al marco de la puerta divisó una silueta—. ¡Ayudaaaa! —extendió la mano.
La sombra se dejó ver. Iona se revolvió desesperada. La criatura de ojos rojos estaba ahí.
Gritó más fuerte, aun sabiendo que no sobreviviría.
Gritó hasta desgarrarse los pulmones.
Ioana...
Pronunció su nombre el engendro.
—¡Iona! ¡Iona! —La sacudieron con fuerza—. ¡Ioana, despierta!
Abrió los ojos, consciente del entorno. Gotas de sudor perlaba su frente, las sábanas envolvían sus piernas, que le tomó varios segundos zafarse del aprisionamiento.
—Creí que no conseguiría despertarte —dijo la anciana, consternada. Gruesas arrugas marcaban la piel aceitunada—. Todo indicaba que tenías una pesadilla, ¿qué fue lo que soñaste?
—Soñé que perdía a mi bebé. ¡Fue horrible! —Lloró en el pecho de la mujer—. Tengo miedo...
—Nada de eso pasará, tranquila. Fue solo un sueño desagradable. —Agarró el cepillo del velador y le peinó la larga cabellera oscura, sabía que aquello la relajaba. Cuando terminó, guardó en su abrigo el objeto capilar.
—¿Andrei ya se despertó? Quiero verlo —quiso levantarse de la cama, pero Rania no se lo permitió.
—Andrei se marchó a la ciudad luego de la fiesta —informó—. Se desveló. Tenía el tiempo justo para llegar a la facultad y arreglar el cambio de horario.
Iona sintió tristeza al saber que Andrei se había marchado, y más aún sin despedirse. No lo vería hasta el día siguiente. La nostalgia se apoderó de ella.
—¿Cómo supo que Andrei se fue? ¿Mandó a alguien a avisar?
—Sí. Cosmín vino con la noticia —El semblante de Iona cambió al oír ese noviembre—. Tranquila, él no es como su madre.
—Neda... esa mujer me da escalofríos.
—No temas, ella no te hará nada. Practica la brujería, pero es inofensiva. Aun así, no te acerques a Neda ni creas nada de lo que te diga.
—Está bien. —La voz de Iona sonó trémula, insegura. El miedo se había instalado en su ser, y no la abandonaría con facilidad.
—A parte de lo que mencionaste, ¿qué otras cosas hubo en tu sueño?
Iona, a pesar de no querer recordar, le contó con detalles el episodio.
—¿Has tenido esos sueños antes?
—Sí...
—¿Y por qué no me lo dijiste? Espérame, voy por una cosa —Rania salió de la alcoba a paso rápido. Volvió con algo entre las manos—. Es un nudo de brujas. —Le entregó una pulsera plateada—. Magia gitana de protección contra los conjuros malignos.
—¿Es por lo que le conté? —La faz de Iona se tornó pálida—. ¿Cree que alguien pueda hacerme daño? ¿Neda, tal vez?
—Es muy probable, ella le tiene envidia a mi hijo y a ti. A lo mejor ya consiguió dominar las artes oscuras. Más vale prevenir.
—¿Nudo de brujas, dice que se llama?
—Que la palabra bruja no te asuste. Hay brujas buenas también. —dijo en tono tranquilizador.
—¿Y este objeto que es? —preguntó, examinando un colgante con trazos extraños tallados en la madera.
—Es lo que absorbe las malas energías. Procura que no le pase nada, el amuleto perderá su efectividad si se destruye —Advirtió—. Descansa un poco, en la tarde iremos al taller de Amalia por los vestidos que faltan. En la noche será imposible caminar por las calles con tanto niño pidiendo dulces y demás gente disfrazada.
El rostro de Iona se iluminó de alegría. Se acomodó en la cama, animada. Cerró los ojos con cierto resquemor, apretó contra su pecho el talismán y esperó que en sus sueños no volvieran a colarse criaturas siniestras. La joven evocaba candidez y fragilidad, ingredientes esenciales para lo que estaba por venir.
La mirada de Rania, que antes transmitió dulzura, adquirió un cariz malévolo.
La tarde cayó sobre la campiña gitana, la novia y su suegra conversaban en el taller de Amalia, la costurera del pueblo. Iona aprobó los diseños, fascinada. Los dos vestidos, de imitación de piedras preciosas y faldas anchas, eran una maravilla a la vista. Esas prendas complementaban el ajuar que usaría en los ritos previo al casamiento. Hablaron del ramo nupcial que llevaría, detalle que habían olvidado por completo. Para suerte de Iona, en el jardín de Amalia crecían flores típicas de un buqué gitano.
La mujer las llevó a la rosaleda y les dijo que podían tomar las que quisieran.
Iona no cabía de felicidad. Pidió permiso para entrar en el jardín y verlas de cerca. Amalia afirmó con la cabeza, consintiendo la entrada.
—Mira todo lo que quieras, Rania y yo iremos a preparar té. Te esperamos en la cocina.
Los delicados claveles rojos y blancos embelesaron a Iona, aspiró la fragancia, hechizada por el aroma y los colores tan vivos. Acarició las flores, despacio para no dañarlas. A sus espaldas, una voz infantil le ocasionó un ligero sobresalto.
—¿Me dejas leer tu mano? —pidió la niña, que intuyó tendría once años. Vestía igual que el resto de mujeres gitanas adultas: falda larga, blusa holgada y un manto en la cabeza.
—¿Adivinarás lo que hay en mi futuro? —Le sonrió con ternura.
—En realidad soy aprendiz —confesó—. Mi tía Amalia me enseña brujería por las tardes, al salir de la escuela. Leer las manos es algo que hago para practicar.
—A ver, dime qué me depara el destino —abrió la palma.
La chiquilla la asió de la mano, le bastó dar un vistazo para soltarla como si quemara.
—Bengorré... Meripén. El demonio y la muerte te acecha —se alejó corriendo, muy asustada.
—¡Espera! ¡No te vayas! —exclamó conmocionada por lo que le dijo. La niña no volteó la cabeza, su silueta se perdió entre la espesura de los árboles que rodeaban la casa.
Iona entró en la cocina, temblando.
—¿Qué pasó? ¿Por qué traes esa cara? —Rania detuvo el parloteo con Amalia—. Parece que viste un fantasma.
—Una niña en el jardín... dijo algo sobre que el demonio y la muerte me acechan—rompió en llanto.
—Debió ser mi sobrina. No le hagas caso a lo que te haya dicho —trató de calmarla. —. Tómate esta manzanilla, es eficaz para los nervios.
Ella aceptó el té, mas cuando iba a beberlo se percató de la apariencia de este: era sangre. Dejó caer el recipiente y huyó del sitio, con el espanto recorriendo su ser.
La atmósfera se tornó difusa. Una sensación de ahogo y desesperación la oprimía. ¿Estaba delirando otra vez?
Afuera, rostros de cuencas vacías, enfilaron hacia ella. Lanzó un alarido y se desmayó a causa de la impresión.
Escuchó una voz conocida emerger entre las sombras. Poco a poco el sopor se disolvió. Abrió los ojos, Rania le acariciaba la frente.
—¿Qué pasó...? —El ambiente frío penetró sus huesos. Intentó incorporarse, pero unas ataduras en los brazos se lo impidieron—. ¿Qué pasa, por qué estoy amarrada? —Tiró de las cuerdas. Sintió una superficie áspera rasparle la piel, concluyó que estaba sobre un altar de piedra. Reconoció el lugar: la habitación prohibida.
—Te inmovilizamos para que no te hagas daño, al bebé especialmente. Necesitamos que esté intacto para la ofrenda. —Los ojos de Rania eran dos pozos negros que rezumaban malignidad.
—¿Qué? Mi bebé, nooo ¡Suéltenme!
—Tranquila, en breve todo terminará —susurró Neda.
—¡Nooo, aléjese de mí! ¡Usted hechizó a mi suegra! Ella nunca haría esto.
—Al contrario, Rania es la ejecutora del ritual —rio perversa.
—¡Es mentira! —Se sacudió con fuerza—. Mi suegra no hace brujerías...
—¡Ya deja de llamarme así! —escupió Rania, irritada—. Una paya no será jamás mi nuera. ¿Creíste que permitiría que te casaras con mi hijo? Qué ilusa eres.
—Esto tiene que ser un espejismo. ¡Usted no es así! —Cerró los ojos con fuerza, deseó que al abrirlos esa horrible pesadilla desapareciera.
Mas nada cambió. Lo que estaba viviendo era real.
Neda la agarró de los talones y le hizo un corte en el pie izquierdo. La muchacha aulló de dolor, se agitó con violencia, mas de nada le sirvió. El tormento recién iniciaba. Rania le alzó la blusa, hundió el cuchillo en la piel blanca y dibujó una cruz invertida, el corte no fue profundo, pero sí lo suficiente para que brotara sangre. El líquido carmín, resultado de los cortes, descendió por los canales esculpidos en la roca.
—¡No se saldrá con la suya!
—Hace rato nos salimos con la nuestra, querida. Tu confianza ciega en mí, el aceptar todo lo que te daba sin poner ningún reparo, te fue atando a nuestros fines. Que no tuvieras familia facilitó también las cosas —reveló Rania—. El sacrificio requería una preparación, de lo contrario no sería aceptado. Ya estás lista, tú nos sacarás a todos de esta pobreza.
La muchacha maldijo haber confiado en esa mujer, que trató como a una madre, se aprovechó del vacío maternal que tenía y así engañarla, pero ese no podía ser el fin, al menos no del niño que llevaba dentro.
—¡Piense en su nieto! Por favor... —apeló al vínculo familiar.
—Tendré otros, y serán gitanos puros.
—¡¿Qué explicación le dará a Andrei?! —sollozó.
—Oh, por eso no te preocupes, lo tengo solucionado. Mira a tu izquierda.
Iona ubicó a Andrei sentado en una silla. Los ojos de su amado emitían una insondable oscuridad que nunca antes había visto. Se levantó, con la mirada fija en ella y se detuvo al otro lado de donde estaba su madre. En esa posición se le hizo un gigante, más alto de lo que en realidad era. Vestía una túnica negra, que combinaba tétricamente con el cabello azabache y la piel morena, atributos que antes había amado y que ahora le causaban terror. Se agachó con intenciones de besarla, Iona apartó el rostro, asqueada. Él rio en respuesta, una sonrisa que, a diferencia de otras veces, no le inspiró paz.
Andrei agarró el cuchillo de manos de su madre, lo levantó y dijo:
—Te diría que lo lamento, pero no es verdad. El señor oscuro exige un sacrificio.
Un grito desgarrador estremeció a la gente que circulaba por las calles de aquel pueblo transilvano. Nadie se alarmó, al contrario, agradecieron a quien sea que haya elaborado esos efectos terroríficos, porque logró ponerles los pelos de punta.
La edición de Halloween de ese año no sería olvidada.
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