La mano opuesta
Sobre YinaMel
Soy una fanática de la ciencia ficción, pero me siento a gusto escribiendo terror y algo de fantasía. En general me gusta incluir un poco de oscuridad a mis historias sin importar el género, además, soy una defensora de los protagonistas que parecen antagonistas. De momento estoy intrigada por el terror basado en tecnología y quizá pronto los sorprenda con algo del estilo.
Como escritora de terror creo que aun me falta mucho por explorar, pero en general como escritora, me encanta dejarle parte del trabajo al lector, que intuya qué pasó o qué va a pasar en la historia, darle solo herramientas para que se deje aterrorizar bajo su propia imaginación.
Usuario de Wattpad: yinamel
La mano opuesta
Las pesadillas comenzaron la noche que encontré mi viejo Nokia 5200, la semana pasada; aunque el origen de esta historia se remonta más de una década atrás, a hechos que sucedieron cerca del nacimiento de mi hermano y la adquisición del celular, pero en los que yo hacía años no pensaba. Sin embargo, el redescubrimiento del equipo no tardó, quizá de forma inconsciente, en sacudir mi vida.
El primero de estos sueños ocurrió esa misma noche, tras rescatar el celular del fondo de una caja de cuadernos viejos y dejarlo en el escritorio frente a mi cama, con la idea de deshacerme de este al día siguiente. Acaba de comenzar los preparativos de mi mudanza y estaba agotada, había estado empacando y depurando basura todo el día. Debía llevar lo que yo calculo como un par de horas dormida cuando el sonido de la puerta de mi habitación abriéndose, me despertó. En lo menos de lo que dura una respiración, percibí el golpeteo liviano de unos pasos acercarse hasta la cabecera de mi cama, me preparé para abrir los ojos y enfrentar lo que viniera. Mi cabeza comenzaba a llenarse con ideas sobre como abatir al ladrón y llamar a la policía. Pero pasados unos segundos, no ocurrió nada. Tuve que hacer un esfuerzo consciente, invadida de un terror incontrolable, con la respiración cortada y los músculos tensionados e inmóviles, para abrir los ojos y encontrar que estaba sola. Sin embargo, en el fondo de la habitación una luz tenue continuaba encendida.
No tardé en quedarme dormida de nuevo, tras convencerme de que se trataba de alguien de la familia. Así que la mañana siguiente, consulté con ellos quien había estado en mi habitación, procuré no mostrarme enojada ni hacer reproches, pero como era de esperarse, lo negaron. En silencio, guardé la duda sobre Juan, mi hermano menor; sin pruebas ni forma de distinguir el susto de una simple parálisis del sueño, di por finalizado el tema y de paso, olvidé por completo mis planes de tirar el Nokia.
La siguiente pesadilla la tuve dos noches después, al volver a casa de mis padres después de pasar un par de días acondicionando mi nuevo apartamento. El evento fue por completo diferente, esta vez no solo tuve un sueño lúcido, con eventos ocurridos más de una década atrás; sino que me desperté de pie frente a la puerta abierta, gritando y llorando, con las manos temblorosas y la pantalla negra del viejo celular en dirección a mí. Juan me observaba en silencio desde el umbral. Recuerdo que nos quedamos viendo fijamente sin mediar palabra hasta que mis padres aparecieron. El resto de la noche la pasé en vilo, las imágenes de aquel sueño eran una mezcla de recuerdos y fantasía, de lo que había acontecido tras el nacimiento de mi hermano, y otros dos niños que no conocía.
Solo regresé a mi habitación la mañana siguiente, tras pasar la noche en el cuarto de Juan, junto a mamá. Entonces vi el desastre que había causado, la mitad de mis pertenencias estaban en el suelo, las otras, desperdigadas sobre la cama. Cuando mis padres se hubieron ido, Juan se animó a contarme lo que había visto la noche anterior. Al parecer me había escuchado pasar cerca a su puerta a la madrugada y, por puro instinto, me había seguido hasta el cuarto. Fue entonces que me vio buscar en pleno frenesí por algo, que luego supo cuando lo encontré y traté de encenderlo dormida, era el Nokia. Había considerado adecuado no interrumpirme, a menos que yo misma parara, para evitar asustarme. Fue entonces que comprendí la relación entre los eventos y me vi obligada a pensar en una solución; en especial, cuando la noche siguiente el temor a caer dormida de nuevo me mantuvo en una vigilia solo interrumpida por micro sueños, donde las tres criaturas me señalaban con los ojos blancos, sin pupilas ni irises, cantando al unísono "tu sigues, tu sigues".
Tras aquellas lunas imposibles, decidí deshacerme del Nokia, no entendía que relación podía tener con mis pesadillas, pero era claro que habían comenzado con el teléfono. Una mañana, lo llevé a la tienda de un amigo para que lo desbalijara. Sin embargo, contra mis mejores expectativas, él se resolvió por salvar la microSD. Un escalofrío me recorrió la medula al recibir la tarjeta. Sonreí y agradecí al hacerlo, aunque por dentro estaba preparada para destruirla no más dejar la tienda. Y, de todas formas, una fuerza externa me obligó a llevar la SD de regreso a casa.
Volví con la esperanza de que, al haberme deshecho del teléfono, revisar las fotos me traería algo de calma y podría volver a dormir en paz. Me fui directo a mi pieza e inserté la tarjeta en el portátil, que estaba encendido. En la tienda, me habían advertido que era posible que la información estuviese corrupta o dañada, y que, muy probablemente, parte de las fotos, música y videos se hubiesen perdido para siempre en la memoria interna. El estado de la información era lo que menos me importaba en ese momento. Abrí directamente la carpeta de las imágenes para revisar las miniaturas. Lo primero que encontré fueron fotos de la navidad del 2007, año en que recibí la noticia del embarazo de mi madre y, con ella, el celular. La seguían montones de fotos del colegio, y al final, solo al final unas pocas de la primera semana de Juan con la familia, que era de esperar; después de todo, el daño del que fuera mi gran tesoro, era su culpa.
Mi hermano llegó a casa un jueves de abril, en 2008. Del proceso de parto, o el tiempo en clínica de mi madre no sé mucho; solo recuerdo salir para el colegio, y ese mismo día, tras regresar de mis clases de guitarra, casi a la hora de la cena, encontrar al bebé durmiendo en su cuna. Debí tomar tantas fotos ese día y los siguientes, que a mis padres no se les ocurrió fotografiarlo con otra cámara hasta unos días después, quizá una o dos semanas, cuando finalmente tuve que deshacerme del teléfono.
Las fotos que estaban ahí, eran las correspondientes a esos primeros días de mi hermano con nosotros, que había dado por perdidas junto al 5200 años atrás. Decidí entonces revisar una a una las imágenes, por lo que procedía a agrandarlas y pasar. Sé que me entretuve por lo menos una hora con las relacionadas con mis días de colegio, incluso saqué tiempo para compartirlas en el grupo de WhatsApp de mis amigos y reír un poco antes de afrontar las importantes. Estaba por pasar a las finales cuando mi madre interrumpió la revisión. Era hora de la cena, suspiré y le sonreí, podía aplazar el martirio.
Fue un error. Mi madre alcanzó a ver las imágenes en la pantalla, y tras indagar sin rodeos sobre el contenido de la carpeta, terminé comprometiéndome a terminar de revisar las fotos con ella, mi padre y mi hermano, tras la comida.
No me pasó bocado durante la cena, mi madre hablaba de su día en el trabajo y mi padre se quejaba sobre algún evento deportivo de temporada. Juan me miraba de reojo, comiendo despacio y sonriendo a mis padres cada vez que le incluían en la conversación, algunas veces el niño, me causaba escalofríos. Yo no quería responder preguntas y me limite a revolcar el plato y picar la ensalada. El solo sabor de la carne en la boca me producía arcadas. El sonido se sentía lejano, podía sentir la pantalla del portátil sobre mi espalda, encendido, esperando por mí.
Busqué la forma de zafarme del compromiso, pero mamá estaba emocionada de recuperar las primeras imágenes de mi hermano. No hubo tiempo ni para el reposo antes de que encaminara a toda la familia en dirección a mi cuarto, donde la pantalla negra esperaba. El tiempo que tardó en aparecer el protector de pantalla se me hizo eterno, pero fue suficiente para que acercaran las sillas de la sala. Tras ingresar la clave, nos recibió la primera foto de Juan y yo juntos. En ella el descansaba dormido en un enterizo azul cielo sobre la cama de mis padres, a su derecha estaba yo, adolescente, enroscada para empequeñecerme hasta su tamaño, fingiendo dormir a su lado. Apenas algunos cabellos claros salían de su cabeza y sus puños se entrecerraban con fuerza, dejando a la vista su marca de nacimiento.
Habíamos pasado apenas media docena de versiones de la misma toma, cuando sonó mi celular. Por alguna razón, la consistencia de las imágenes me movió a contestar, ya menos preocupada por alejarme de la pantalla. Pésima decisión. Llevaba apenas un par de minutos cuándo mi madre salió en dirección al estudio; no tardó en regresar con un libro grueso entre sus manos, sabía perfectamente que se trataba de un álbum. Algo en mi cerebro hizo click y me congelé en el sitio, el celular se me resbaló de las manos ya temblorosas, empecé a hiperventilar sin saber la razón.
Un chasquido de los dedos de mamá frente a mi cara, me sacaron del trance. En sus manos sostenía el álbum abierto. Le sonreí de regreso y recogí mi teléfono, sin recordar la causa de mis temblores. La expresión calmada y la tranquilidad con que sostenía el libro, me ayudo a respirar rítmicamente de nuevo. Entramos juntas a la habitación, ella estaba entretenida pasando las hojas en busca de alguna foto en específico. Dentro, mi padre y mi hermano discutían acaloradamente mientras el primero golpeteaba la pantalla con su índice.
—Está en espejo, eso es todo —insistía Juan. Tenía los hombros caídos y el vicio de rodar los ojos cada vez que papá hablaba.
Entré preguntando por la situación. Juan lanzó una mirada de hastío antes de proceder a explicarme. En la pantalla la imagen pixelada y borrosa de la foto de una foto mostraba a un bebé, de cabello negro y piel morena, con una marca de nacimiento azulada en su puño izquierdo. Era la primera foto de mi hermano, antes de llamarse Juan y cuando en su lugar rezaba el nombre "José Camilo" en la cabecera de su cuna de hospital. Mi papá sostenía la mano derecha de Juan, y me mostraba ahí la mancha azul. Fue entonces que mamá encontró la foto original, cuyas características coincidía con mi hermano actual, lo que hacía más extraña la situación, pues comprobaba que la imagen no estaba en espejo y que, en efecto, el bebé de la pantalla tenía la marca de nacimiento en la mano opuesta. Aquella irregularidad de pronto tuvo sentido para mí, de un momento a otro mi cabeza se llenó de imágenes de aquella criatura, sus ojos oscuros, sus horas de llanto. Caí al suelo incapaz de detener la emboscada de escenas que hacía solo segundos no recordaba. Me vi a mí misma sosteniendo al bebé, un bebé que no podía ser el Juan que tenía en frente, me encontré dejándolo caer en alguna especie de circulo místico y siendo engullido por llamas heladas. Luego me vi sosteniendo otras dos criaturas, que jamás había visto y dejando a aquellas llamas se las llevaran. No tardé mucho en reconocer a los bebes de mis pesadillas recientes.
Cuando los recuerdos se hubieron asentado, descubrí que mamá y papá me abrazaban llamando mi nombre. De inmediato busqué a Juan con la mirada. Sus ojos miel brillaron impávidos por una fracción de segundo. Asentí. Él aplaudió y mis padres cayeron dormidos al instante.
Ninguno de los dos estaba seguro de cómo proceder, él, al igual que yo, estaba sorprendido. Nos las arreglamos para meter a mis padres en su cuarto y coincidimos en que lo mejor era esperar por instrucciones hasta la madrugada. Un escalofrío me corrió al cuello de solo pensar que quizá hasta tendría que añadir un recién nacido adicional a mis pesadillas. Esa noche no hice el amagué siquiera de ir a dormir. De regreso en mi pieza, retiré la SD del computador y la empuñé, me senté sobre la cama cubierta por mi edredón y me acurruqué en una esquina, esperando. Ya no sentía los dedos del frío y me palpitaban las sienes. Si solo mis padres hubieran encontrado el teléfono en mi lugar, o yo hubiera tirado la estúpida tarjeta, pero entonces supuse se trataba de alguna jugarreta de los niños, para hacerme sufrir.
Intenté permanecer despierta, aterrada por aquello que podría visitarme en mis sueños, pero el cuerpo no me aguantaba más. Terminé por caer dormida a la madruga. Allí, el otro Juan, el verdadero me señalaba con su dedo índice mientras las llamas ardían a su alrededor, había fuego alrededor nuestro, aunque yo moría de frío. No quise disculparme, aquella alma ni siquiera había llegado a ser Juan, era José Camilo, con su marca de nacimiento en la mano izquierda y sus ojos y cabello negros, como los míos y como mis padres.
Antes de que saliera el sol y cantara algún pájaro afuera, corrí a la habitación de Juan. Estaba segura de que tendríamos que arreglar lo de mis papás por nuestra cuenta, después de todo, ninguna señal había venido por mi aquella noche y, a parte de las pesadillas, nada inusual estaba ocurriendo. Lo encontré acostado, con las cobijas cubriéndole hasta el cuello. Por un instante le di por dormido, hasta que de golpe abrió sus ojos miel fijos en mí.
—No hay peligro —me advirtió—. Has sido útil hasta ahora, no se te pedirá nada más, pero es mejor que ajustemos a tus padres. —Su voz asemejaba a un silbido de viento.
—¿Estarán bien? —pregunté. En realidad, ellos me importaban.
—Como siempre.
Suspiré resignada, dejé caer la SD y la pisotee hasta destruirla, luego me dirigí a mi cama, a esperar que Juan se hiciese cargo del ritual. Aunque dejarlo manipular mi memoria y la de mis padres, siempre me causa ansiedad. La paz que prosigue, lo vale. Con el olvido, mi hermano, ese que entregué a cambio de mi propia alma, por un estúpido juego de monedas, más de doce años atrás y los otros infantes, no se mostraran en mis sueños hasta la siguiente ofrenda. La calma regresará a nuestras vidas y Juan, el demonio guardián que compré para mis padres con aquellos sacrificios, seguirá en casa reemplazando a mi difunto hermano y vigilando que nuestras vidas concurran con naturalidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top