Infernuko Erreka
Sobre Cristhoffer Garcia
Soy Cristhoffer Garcia, nombre clave GarciaC10. Pertenezco a la comunidad de Wattpad casi desde sus comienzos. En mis historias y relatos he matado a muchas personas y a pesar de eso logré ser Embajador de Wattpad, durante un tiempo. Para inaugurar mi «crisis de los cuarenta» planeo editar todos mis relatos de terror y publicarlos en un compendio, así que aprovechen de leerlos en mi perfil antes de que desaparezcan. Soy un lector apasionado, un escritor exigente y por lo general un buen sujeto... excepto cuando asesino a alguien con el teclado.
Participé en tres ediciones de La Hora del Terror, disfrutando al máximo del reto de competir con excelentes escritores y lograr superar los, en ocasiones difíciles, retos. Gracias a ellos he desarrollado tres relatos excelentes:
La semilla del mal, Se filtra por las paredes y Tsukumogami, todos disponibles en Wattpad.
Usuario de Wattpad: GarciaC10
Infernuko Erreka
Buenas noches, mi nombre es Itxaso Goikoetxea y os pido comprensión por lo que vais a escuchar, pensé que jamás lo contaría; incluso ahora frente a vosotros creo que debería callar, mantener la pantomima y regresar a casa para encerrarme de nuevo en mi cárcel de la soledad... pero ya no puedo más, la culpa me supera... Lo siento, en el fondo soy una llorona...
Os contaré lo que sucedió aquel día y que Dios nos proteja:
"En el verano del 2010 acompañé a mis padres de vacaciones al precioso pueblo de Zugarramurdi. Aquellos que disfrutan de lo sobrenatural y lo profano, sabrán que
Zugarramurdi es un lugar famoso por celebrar la quema de brujas en la época de la Inquisición. Desde que era pequeña mi madre solía llamarme "*sorgina", porque era su brujita preferida y durante mucho tiempo tuve la estúpida e infantil idea de que ambas formábamos parte de un *akelarre. Ella trabajaba como herborera en una tienda naturista de nuestro pueblo y creo que por eso se le ocurrió visitar ese lugar tan pintoresco, pero:
—*Ama ¿¡Hemos venido desde tan lejos para esto!? ¡Pues, qué aburrimiento! —me quejé como buena adolescente de dieciséis años.
Mi madre me lanzó una mirada condescendiente y entramos en la casa rural en la cual nos íbamos a hospedar durante tres días. Mi padre era un aficionado a la fotografía, por lo que tengo registrado en fotos los buenos momentos que vivimos antes de la tragedia.
Aún sin deshacer las maletas salimos a recorrer el pueblo. Desde el instante en que puse un pie en la calle Lapiztegia se apoderó de mí una sensación desagradable, que iba incrementándose a medida que avanzábamos.
—¿Estás bien, cariño? —preguntó mi madre al percatarse de mi malestar.
—Debe ser que está apunto de venirme, ya sabes —respondí con una sonrisa forzada—. Estaré bien si me tomo una cerveza —Le guiñé el ojo.
Cómplice mi madre, sujetó del brazo al paparazzi de mi padre que fotografiaba la iglesia desde todos los ángulos y nos sentamos en la terraza de un bar-restaurante cercano. Pedimos unos sabrosos pinchos de chistorra y aunque no me complacieron con la jarra de cerveza, la bebida estuvo refrescante y alivió bastante mi malestar.
Mi *Aita siempre se ensuciaba el bigote al comer y atesoro el recuerdo de mi madre limpiándole con una servilleta y la mirada de amor que se profesaron por ese acto tan rutinario. Me levanté de la mesa para ir al servicio, a sabiendas de que necesitaban un poco de intimidad.
Frente al espejo terminaba de arreglarme la ropa cuando otra mujer ingresó en el baño, trayendo consigo un hedor a podredumbre. Me tapé la nariz incapaz de resistir un minuto más de tan repugnante olor y voltee...
Un grito de terror y locura se incrustó en mi garganta, pero jamás salió, creo que jamás lo hará. Inmóvil frente al espejo, me mantuve en pie solo porque mis manos se sujetaron impávidas al lavamanos. La mujer, ese engendro de un solo ojo y labio leporino, esa abominación de piel azul cobalto, se lavó las manos, peinó el único mechón de su negra cabellera y percatándose de mi escrutinio pregunto:
—¿Algún problema?
De alguna manera atiné a decir:
—Tú sabes... Esos días.
—Ni me lo digas... Hay días en que lo mejor sería no salir de la cama, ¿verdad? ¿Cuál es tu nombre, guapa?
—Es I... Iratxe —mentí sintiéndome dueña de un aplomo que nunca antes había tenido.
—¡Lindo nombre! Soy Lamia —sonrío y comprendí de donde provenía el olor nauseabundo—. ¿Estás sola? ¿Estarás mucho en el pueblo?
—Con mis padres, un par de días —respondí con rapidez. Abrí el grifo y me lavé la cara para despejarme de la putridez que Lamia desprendía.
—¡No puedes irte sin disfrutar del aquelarre! Es una experiencia inolvidable. Espero verte allí.
Me sujetó por los hombros y posó sus labios en mi frente.
Lamia se marchó riéndose, como solo pueden reírse los demonios, arrancándote una parte del alma con cada "ja" que sale de su boca. Detrás de sí dejó su peste y la incertidumbre de mi cordura. Me ardía la frente, allí donde posó sus labios resaltaba una marca roja y al tacto la piel era rasposa, reseca como nunca antes la había sentido.
Salí del baño rezando para no encontrarme con la abominación y regresé con mis padres, esperando que no se percataran de lo descompuesta que estaba, ni de la marca en mi frente ¿Qué iba a decirles?
Siempre me sucedían cosas extrañas, desde pequeña he tenido un sentido del oído muy sensible y creía escuchar cosas que realmente no existían, sí le decía a mis padres que además veía demonios: ¡Me mandarían a un psicólogo! o mucho peor... ¡terminaría en un manicomio!
—¿Todo bien, cariño? —preguntó mi padre, sacándome de mis pensamientos.
—Sí... En el baño... —dudé y siempre me arrepentiré de no haberles contado la verdad—. Había una mujer... olía muy mal... su aliento...
—Esas cosas pasan, cariño —Mi ama me sujetó la muñeca con ternura—. Hay personas que no tienen nada de higiene personal y otros... como tu aita que se duchan tres veces al día.
—Y allá vamos con lo de economizar agua para salvar el mundo —replicó mi aita haciéndose el ofendido. Ellos continuaron entre bromas y conversaciones banales, mientras yo miraba con disimulo en todas direcciones esperando no ver de nuevo a Lamia.
Al caer la noche regresamos a la casa, me duché y acosté temprano alegando tener malestares femeninos, aunque la verdad solo anhelaba la soledad de mi cama. Pasé horas mirándome la frente con un espejo, imaginando cómo crecía una verruga y se extendía por todo mi cuerpo. La marca continuaba igual y yo como una tonta me escondía bajo las sábanas, inundando con mi llanto la almohada, un dique incapaz de detenerse.
El resto de la noche estuvo plagado de espasmos en el vientre, gotas feroces corriéndome por la frente, temblores incesantes atormentándome las piernas. Era miedo. Estaba aterrada por haber cruzado la línea de la cordura, en ningún momento creí posible que aquella mujer de piel azul fuera real y ese fue el mayor error de mi vida. Entonces, cuando pensaba que debía gritar llamando a mis padres escuché la voz retumbar en mi cabeza:
"Infernuko Erreka".
Y perdí la conciencia.
Así como el mar hace desaparecer las pisadas de la arena, unas cuantas horas de sueño lograron que una mente adolescente olvidara sus temores nocturnos y enfrenté con entereza el nuevo día. En el lugar en que Lamia me besó había una espinilla; una pequeña y miserable espinilla en la frente había sido el "sin sentido" que tantas horas de preocupación me causó.
—¡Es enorme! ¡No pienso salir así! —le dije a mi amatxu, aunque en el fondo la verdadera razón era que no deseaba encontrarme de nuevo con Lamia, si es que de verdad existía.
—Con este pañuelo ni se notará —contestó ella y por supuesto tenía razón.
Decidí acompañarlos, la idea de quedarme sola era aún más aterradora. Disfrutamos de la comida local y nos adentramos en la famosa Casa de las Brujas. Un museo donde exponen la brujería como rituales a la madre naturaleza, dignificando a las brujas como simples herboreras o curanderas deseosas de ayudar al prójimo, es decir estaba como en casa. Al terminar el recorrido me sentía fortalecida, renovada.
Caminábamos en dirección a las Cuevas de Zugarramurdi cuando una ráfaga de viento nos sacudió y por segunda ocasión escuché la voz resonar en mi cabeza:
"Infernuko Erreka".
Asustada me detuve en seco.
—¡¿Ama, aita, habéis oído eso?!
—¿Qué cariño? —preguntó mi padre mientras tomaba fotos del paisaje distraído.
—Nah... Olvidarlo.
Era otra de esas voces inexplicables que cada cierto tiempo escuchaba. De inmediato volví a revivir el encuentro del día anterior con Lamia y como si el clima respondiera a mis sentimientos de miedo y desesperación, de la nada se desató una tormenta; obligándonos a dar pasos acelerados e inseguros sobre el camino de piedra resbaloso.
Al llegar a la entrada de la cueva pagamos los pases; mi madre se quejó que eran demasiado caras, mientras aita seguía tomando mil fotografías del recorrido.
Debo admitirlo, la cueva era mucho más grande de lo que pensaba, la recorrimos ida y vuelta disfrutando de su arquitectura natural y del misticismo que provocaba saber que en ella se practicaron rituales ancestrales. El caudaloso río producía un ruido emergente casi hipnótico. Ansiosa por regresar a la casa rural, presione a mis padres para acelerar el paso, sin saber que la desgracia se desataría cuando cruzamos el puente que unía los dos extremos de la cueva.
"Infernuko Erreka... Infernuko Erreka... Infernuko Erreka".
La escalofriante voz hizo eco en mi cabeza. Intenté sujetarme del pasamano, pero este, sin saber cómo se rompió. Peor aún, el puente entero se hizo añicos, caí esperando sobrevivir. Mis padres y otros turistas sufrieron el mismo destino.
El río me recibió arropándome entre sus brazos, hundiéndome en las profundidades de sus aguas oscuras y pantanosas. En ese momento, las palabras vibraron en mi mente más fuerte que nunca:
"Infernuko Erreka... Infernuko Erreka...".
¿Eran una advertencia o un mal presagio? Solo sé que mis sentidos se adormecieron, estaba por perder la conciencia.
"Infernuko Erreka... Infernuko Erreka...".
Volví a escuchar y esas terribles voces me reactivaron. Luché inútilmente pataleando y braceando dentro del agua, necesitaba tomar aire, llegar a la superficie; estuve a punto de lograrlo hasta que docenas de pequeñas y gélidas manos de mujer me arrastraron a lo que creí sería mi muerte.
Desperté horas después, desfallecida en la orilla del río. Tenía la ropa destrozada, multitud de heridas leves por todo el cuerpo y un fuerte dolor de cabeza. Retiré el pañuelo de mi frente y sentí la espinilla latir, como si tuviera vida propia. Siguiendo el impulso natural, comencé a apretar y apretar con la intención de extirparla.
Entre gritos de dolor y la cálida sangre sentía al ser moverse en mi frente, resistiéndose a salir. Un calor intenso en mi pecho me obligó a arrodillarme. Creí que iba a morir víctima del dolor de cabeza o del ardor en el pecho cuando finalmente la pústula de la frente estalló, expulsando a un horrible gusano negro y peludo. Casi al instante el insecto espeluznante se consumió envuelto en llamas azules.
Respiraba con dificultad, el dolor de cabeza había desaparecido y poco a poco recuperé la lucidez. Con esfuerzo logré ponerme en pie, debía encontrar a mis padres y le rogaba al cielo que estuvieran con vida.
Me encontraba en una parte de la cueva por la que no recordaba haber pasado, supuse que era una cavidad subterránea a la cual los turistas no tenían acceso.
Desorientada, seguí los focos que alumbraban la caverna en busca de una salida. Mis pasos eran cortos e inseguros, pues con cada uno de ellos sentía el temor de resbalar y caer de nuevo al río. Continúe caminando durante un largo trecho hasta que escuché a alguien toser y luego el chasquido de un encendedor. Divisé a dos hombres fumando, uno de ellos dijo:
—¡Hombre! ¡El alcalde se enojará si no encontramos a la chica! Se suponía que Lamia la marcó ayer.
—¡Me da igual! —el otro le dio una calada al cigarro y agregó: —Diremos que la encontramos muerta y nos dimos un banquete con ella.
Ambos se rieron con ganas.
—Entonces deberíamos volver al montículo, pronto dará comienzo la ceremonia.
—¡Relax! ¡Déjame disfrutar de este cigarrillo!
—¡Bah! ¡Como quieras! Yo me voy.
Estuve a la espera hasta que ya no se escucharon los pasos del compañero que se alejaba, el otro sujeto no se percató de mi presencia, hasta que fue demasiado tarde.
Mis piernas temblaban, la angustia en el corazón era un cohete impulsándome a avanzar hacia él. El miedo se transformó en desesperación y exhalando un grito le golpeé en la cabeza con una roca de la cueva, no una, sino tres veces.
¿Por qué reaccioné con tanta violencia contra aquel desconocido?
Por los enormes cuernos que le salían de la cabeza. Era un demonio, un *Deabru con rasgos humanoides, un ser de los avernos con piel azulada y resbalosa. Una lengua bípeda sobresalía de su boca llena de colmillos curvados y esos ojos... ¡Dios! ¡Recordarlos me llena de asco y repulsión!
Aun temblando y con el cuerpo inerte ante mis pies, me alejé de allí no sin antes golpear de nuevo la cabeza del demonio con todas mis fuerzas asegurándome así de su muerte.
—¡Infernuko Erreka! ¡Infernuko Erreka!
En esta ocasión no escuché la voz en mi cabeza, las voces profanas resonaban por la cueva en un cántico maldito, una evocación que me subyugaba a avanzar en su dirección.
Llegué a una gran cavidad luminosa donde docenas de personas y demonios azules rodeaban un gigantesco montículo de tierra. Reconocí al dueño de la casa rural, a los empleados del restaurante y los del museo, también a la chica que vendía las entradas de la cueva; todo el pueblo estaba confabulado con los demonios, se mezclaban en una tórrida y retorcida obra abstracta, danzando y gritando sus cánticos sin sentido.
En la cima del montículo se apreciaba un altar de piedra y una jaula de metal. Trece personas desnudas esperaban a la muerte en su interior. El mundo se me vino encima cuando vi que dos de ellas eran mis padres.
¡Me mordí la mano para no gritar! ¡Cuánta impotencia sentí!
¡Salvarlos era imposible!
Pero lo peor estaba por venir.
"¡Infernuko Erreka!".
El silencio se hizo total. Lo puedo jurar, solo escuchaba el latido de mi corazón y los pasos. Esos infernales pasos llenos de ira.
Una grieta gigante con forma de boca se abrió en la tierra, exhalando un vapor verdoso y nauseabundo y como una lengua viciosa salió de ella quien oficiaría la ceremonia. ¡Una aberración de Dios!
Aún hoy lo veo al cerrar los ojos, emergiendo de la tierra con:
Esa piel escarlata como el fuego del infierno.
Su cuerpo esbelto, peludo y áspero; lujurioso y malditamente atractivo.
La maldad vibró en el aire al desplegar sus brazos musculosos.
Y aquella cabeza de macho cabrío... ¡Una cabeza maldita por los siglos de los siglos!
Medía unos cuatro metros de altura o más, no lo sé. Avanzó en dirección del altar, despreocupado pisoteó a aquellos que no lograban apartarse a tiempo. Ágil y veloz trepó por el montículo hasta alcanzar la cumbre.
Los gritos exaltados de aquel aquelarre crecieron en frenesí:
—¡Infernuko Erreka! ¡Infernuko Erreka!
Lamia estaba en la cima del montículo, con su ropaje exótico y seductor. Un par de demonios azul cobalto abrieron la jaula y uno a uno fueron extrayendo a los prisioneros.
El demonio rojo estaba expectante, salivando en frenesí. Colocaron al turista sobre el altar y...
¡No puedo describir lo que hizo! Fue un acto lleno de crueldad, retorcido y visceral.
La sangre de los turistas, el líquido carmesí de mi padre, la vida de mi madre. Los trece fallecieron entre las manos del engendro del infierno con cabeza de cabrón negro que extraía el plasma vital con... ¡No! ¡Nunca lo diré!
Entre lágrimas de ira y dolor, fui incapaz de comprender lo irracional de ese sacrificio, hasta que vi la sangre fluyendo desde el montículo por un surco trazado en la tierra por los antiguos akelarres, deslizándose indetenible en dirección a la boca maldita. Era una regata infernal, un verdadero infernuko erreka.
Perdí la razón, solo quería venganza. El calor en la boca de mi estómago se fusionó con la furia de mi alma. Mi vista se nubló, un escalofrío recorrió mi columna vertebral y por primera vez sentí como una presencia antigua y poderosa se apropiaba de mi cuerpo.
"Todo se solucionará, solo tienes que creer".
La energía de las brujas quemadas en Zugarramurdi se canalizó a través de mi cuerpo. Mis hermanas pedían venganza, pedían justicia y yo las ayudaría a conseguirla.
Ese aterrador poder se precipitó por mi cuerpo en forma de un fuego azul que brotaba de mis manos.
Sin piedad abrasaba tanto a los pueblerinos como a los demonios. Furiosa, invoqué palabras místicas que desconocía, avivando las llamas, convirtiéndolas en enormes bolas de fuego azul y consiguiendo que el nefasto demonio rojo huyese con el rabo entre las piernas.
Desde la antigüedad las brujas de Zugarramurdi protegen la cueva, un maldito portal al mismísimo infierno. Sus rituales mantenían a raya a los demonios, pero los ignorantes pobladores las traicionaron, los perros de la Inquisición las quemaron y desde entonces los demonios tuvieron vía libre. La INFERNUKO ERREKA se celebra cada diez años, solo una bruja puede evitarla y como no podía ser de otra manera... ¡Esa bruja soy yo!
—Muchas gracias por tu intervención, Itxaso —me felicitó el terapeuta con melancolía en su voz—. El que por fin puedas contarnos tus temores es el primer paso para encontrar la solución a tu hidrofobia.
Tocaron a la puerta.
—¡Disculpen!
El terapeuta se levantó para atender el llamado, mientras los demás me observaban con temor. Es lo que implica ser una bruja; discriminación y aislamiento social.
—¡Muy bien todos! ¡Démosle la bienvenida a una nueva compañera! Por favor, pasa.
Cuando vi la piel azul y resbalosa de Lamia grité de desesperación y no pude evitar quemarlos a todos.
Glosario de palabras en euskera:
- Sorgina: Bruja.
- Akelarre: Reunión nocturna de brujos o demonios.
- Ama o Amatxu: Madre o mamá.
- Aita: Padre.
- Deabru: Diablo.
- Infernuko erreka: Regata infernal.
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