El dictamen
Sobre Sanctus Liminaris
Mi paso por esta plataforma de escritores y lectores diversos ya ha cumplido 5 años. El tiempo me ha dado bastantes satisfacciones ya que eventos o desafíos como el que ustedes impulsan como también otras plataformas de Wattpad, hacen que un escritor finalmente pueda pulir ese diamante en bruto que TODOS tienen. Mi nombre a partir de hoy ya no será un misterio. Estoy a pasos de sacar un libro que sin duda causará mucha expectación y que nació precisamente aquí, en Wattpad, por tanto Sanctus Liminaris es Reinaldo Pacheco Osorio. Estoy muy contento con este nuevo desafío, ya que la casa editorial está fascinada con mi trabajo y probablemente con todo el material que ya tiene en sus manos. Soy un escritor que busca y que no se queda de pie a esperar. Y que siempre está y estará a la orden de los lectores, mis amigos, mis seguidores.
La hora del Terror, en palabras simples: LO MEJOR DE WATTPAD. Me encanta el terror. Participé con UWAN, LA HORA DEL DIABLO, y la verdad es que quedé fascinado, aun cuando no haya obtenido un lugar, siento que la competencia literaria fue la mejor. Hubieron participantes e historias bastantes originales, así que estoy contento en continuar y seguir en su plataforma, a la espera de todos los desafíos habidos y por haber. Gracias.
Usuario de Wattpad: SanctusLiminaris
El dictamen
Parecía sencillo ignorar el viento perenne que trepidaba desde el oeste, y que bajaba por los boscosos montes de pinos amordazados por la insinuación de la niebla que golpeaba como un falso céfiro por detrás de los altos y vetustos arrecifes. Se oía murmurar, murmurar bajo las viejas antífonas de embarcaciones y muerte.
Parecía sencillo no servirse al cautivo aleteo del miedo, sobre todo ante aquello que resultaba desconocido y que asediaba de forma inquietante como la noche más oscura e inverosímil. Mientras me detenía en aquello, el humo de mi pipa dibujaba seres disformes alrededor mío, entre el pestañear del borrajo de la chimenea que parecía confabular en contra mía, y la lumbrera de mis pensamientos divagando e imaginando aun más todo aquello que me sobrevendría.
- ¡Marchaos! ¡Marchaos de aquí! -les dije perturbado ante el aullido de las campanas de medianoche -. ¡Elucubraciones de la muerte! ¿Acaso no sabéis que ésta -mi casa-, no es morada para vuestros emponzoñados fiambres? Solo al silencio le he permitido perpetrar su clamor y la respiración de sus fatigados encuentros conmigo.
Pese al flácido reclamo de mis concluyentes palabras, aquellas sombras purulentas solo respondían bajo el silbido electrizante de la nebulosa luna, más allá del apagado silencio que susurraba con su acostumbrado acertijo.
- ¿Quién sois vos para venir a irrumpir a estas horas de la noche? -dije atónito tras girar mi cabeza y mirar por los ventanales el movimiento irregular de los árboles teñidos de negro -. ¡Dejadme reposar sobre mis aposentos! -grité con moribundo frenesí -, que esta noche de culposas remembranzas es mía y no la vuestra.
Fue entonces cuando oí, en el transcurso de los minutos y en el paso de las horas, las voces carcomidas por la lepra de la tierra cuestionándome por el triste escenario de mis últimas horas.
En aquella incisiva ambigüedad, el silencio se apartó de mí como un suspiro sobre la noche, apartando el fiel reposo que ostentaba en el gran salón.
Siempre fui un hombre respetado y temido por los otros jueces, mientras mi sombra se proyectaba aun más oscura sobre los grises pasillos de los tribunales. Jamás sentí conmiseración a la hora de golpear con firmeza el mallete sobre mesón del estrado. Detestaba el sermón coloquial de los otros, y de toda implicación o confianza con el resto de la gente. Por primera vez sentía a mi alrededor una soledad aun más profunda que las flores de mi olvidada Isaura. El vaivén de las ramas azotadas por el viento, parecían sollozar aquel lamento que me asolaba el inconfundible e imposible sosiego para el pensamiento. Estaba cierto en que eran ellos, los mismos veinte prisioneros que una tarde, y ante una enorme y expectante audiencia, dispuse sentencia de muerte frente a los gritos y miradas atónitas de sus familias ahogadas por el llanto. A los condenados, los envié bajo la fosa de la tierra, donde el sepulcro de las raíces son la asfixia de la vida mas no de la muerte.
¿Por qué me atormentáis mostrándome el rostro de lo insípido y fétido? ¿Será acaso pues esta mi hora de siluetas oscuras asomándose y mirando tras los gruesos ventanales? El paso de las horas no podrá traspasar la piedra que yergue al interior de las paredes. Estos muros los he hecho yo con estas enfermas y temblorosas manos, para ustedes; vagabundos y delincuentes de toda época y sociedad noble o de baja alcurnia. Por tanto, no podrán siquiera con vuestras apariencias atormentarme en esta noche donde todo parece un dilema.
Fue entonces cuando la gruesa puerta de entrada se estremeció con gran destemplanza, sacudida por los golpes de manos pastosas y de pasos encadenados a la carne putrefacta. Aquellos caminantes forasteros, simplemente no pertenecían a este orbe, caminaban y marchaban dejando huellas indescifrables de barro, carne y gusanos de estiércol. Sus rostros putrefactos conjugaban el horror de sus gargantas desgarradas por el tiempo, llamándome y pronunciando mi nombre una y otra vez.
- ¡Fuera pestes inmundas del bajo estrato de la noche! -les dije a los veinte cuerpos desmenuzados que me miraban y permanecían estáticos en la entrada de la puerta -. ¿Por qué venís atormentarme con semejante preludio? ¿Por qué venís a quejaros y a recordar mis faltas olvidando las vuestras?
-De seguro ha de ser una visión tormentosa -pensé -, producto del licor que adormece el alma y la pulcra, aunque desgastada, cordura. Ya no hay tregua para esta maldita botella de brandy. Seguramente me mostrará aquello que me atormenta en esta noche fría de espasmos. Aquí, sentado en mi gran sillón de fino aristocrático, el horror me sobrevino al ver como lentamente comenzaban a acercarse.
- ¡Dejadme en paz, horrorosas criaturas sin descanso! Alejaos de mi casa. Esta noche de sonámbulos, solo deseo mirar los colores y el calor de los acetos de mi chimenea, y reposar mi famélico cuerpo cansado antes de que muera.
Esa noche vi como sus rostros y cuerpos mutilados por la era y por la vejez de la Tierra, se marchaban besando las puertas de mi estancia hasta el lugar donde la luna reflejaba el último rayo de luz de su alacena.
Ahora, cuando me he quedado solo con el miedo, ese miedo al destino de mis manos que infringieron un destino torcido por la tribulación de los veredictos, mi mente discurre entre los hálitos del viento que entra sin disimulo por la oquedad oscura de la puerta abierta. Quizás ninguno era culpable, como también ninguno debió ser sentenciado a muerte. Los cuerpos me recordaban el destino al que pronto, muy pronto abrazaría bajo la oscuridad de las tinieblas.
Fue entonces cuando el fuego de la chimenea comenzó a oscurecer el balcón de mi rostro adobado con lo inexplicable. El frío podía sentirlo traspasar lentamente la pobre carne de mis huesos negros. Parecía que los árboles del oeste supieran de este nuevo candidato, cantando otros versos más oscuros que mi propio destino. Ya el viento céfiro no acariciaba los grandes ventanales. Sentía que mi hora estaba cerca, tanto o más que mi famélica apariencia buscando donde ocultarse de la inadvertida muerte.
La pipa que temblaba sobre mi mano derecha ya no humeaba los mares y barcos con sus tripulantes disformes de cadavéricos rostros. Sentía que la vida susurraba un lejano consuelo más allá de los montes negros.
Ya no hay hora ni tiempo para mi gélido sillón de huesos. El último dictamen de esta noche... es mi indefendible pena hacia los altos bosques.
Todo está pactado, ya no tengo aliento para discurrir más nada que la nada. No hay un Sócrates que salve la filosofía de mi muerte. Los muertos, ya me esperan en caravana para un juicio eterno.
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