CORSEN (V. Nocta)
Primera víctima: Una belleza de muerte
«¡Brutal asesinato cometido durante el festival de cosecha en Añara!»
Mariano deseaba desesperadamente que algo así ocurriera mientras cubría el reportaje que se le había asignado. En su ciudad natal trabajó como el conductor principal de un programa de noticias locales enfocado en notas rojas y amarillistas. Decidió probar suerte postulando en un programa nacional sin mucho éxito, lo más que se le permitió fue cubrir ocasionales entrevistas sin relevancia, sin embargo no podía renunciar; le avergonzaba la sola idea de aceptar el fracaso.
El festival de Añara, un poblado extremadamente rural para su gusto, se conocía en todo el país por la calidad de sus productos. No realizaban grandes ventas, pero cada fin de semana las personas llegaban a sus mercados y adquirían lo que se mostraba en los puestos: miel 100% natural, frutas y verduras orgánicas sin pesticidas ni absolutamente ningún producto químico, huevos, queso, lana, leche, en fin, cualquier cosa que se originara de la tierra o tomaran de los animales sin que estos fueran sacrificados o sufrieran. En esa época del año festejaban la bondad de la naturaleza, sus dones y bendiciones otorgadas, agradecían con ofrendas y obsequiaban sus cosechas a todo el que lo deseara, por ende era una buena oportunidad para los turistas de degustar los alimentos sin pagar un solo centavo.
Aunque existía un inconveniente, el hospedaje no se le permite a los foráneos, el único lugar que servía a modo de posada era Ragnatela, una casona reconstruida por la familia de la señorita Corsen, y solo un grupo selecto de personajes que cumplan ciertos requisitos lograban ser aceptados para alojarse, por suerte para el reportero fue uno de ellos.
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El festival se realizaría al día siguiente por lo que esa noche Mariano pensaba disfrutar, tal vez encontrar a una tonta pueblerina de buen ver y llevársela a la cama. Para su mala suerte aunque había mujeres bellas, ninguna calló en sus redes, lo qué es más, parecía que la gente de Añara vigilaba sus movimientos, así que no le quedó de otra más quedarse dentro de su cuarto en Ragnatela.
A la medianoche seguía despierto debido al clima caluroso, decidió salir por aire fresco cuando en el pasillo se encontró a una hermosa mujer, vestía de rojo, el atuendo mostraba la cantidad justa de su blanca piel, ella lo miró, se le acercó con cadencia sensual en cada paso. Mariano quedó prendido de ella, la mujer llegó hasta él, lo tomó del rostro y le susurró palabras que no comprendió ni le interesaba entender. Su cuerpo tembló en éxtasis durante unos segundos mientras ella seguía hablando, pero entonces llegó el dolor. Su alma se pudrió poco a poco y, una vez vacía de cualquier rastro de humanidad, el monstruo le ganó al hombre. Desde entonces, supo que el final de sus andanzas no estaba lejos. La escasa conciencia que permaneció en su cuerpo solo sirvió para que presenciara su propia y terrible muerte.
Segunda víctima: Sin poder dormir
Odiaba profundamente a su madre, al punto de fantasear con su muerte casi todos los días. Le molestaba como intentaba meterse en su vida, que interrogara a sus amistades y que quisiera saber hasta el mínimo detalle de los sitios a los que iba. Pero por sobre todo, detestaba que todo el mundo estuviera de su parte: «Ella te quiere», «solo busca protegerte», «se interesa por ti, tienes suerte», «es muy buena contigo, nada más se preocupa igual que toda madre», «nah, no me molestan sus preguntas, es muy agradable. ¿No quieres intercambiar mamás?», «el día que la pierdas la vas a valorar», entre otros comentarios.
A todo lugar al que iban la veían como a una santa, no había nadie que la odiara, excepto por la persona a quien había dado a luz. Ser carne de su carne, y sangre de su sangre le purgaba, ya no resistía más, por eso esa noche, luego de que el festival de Añara terminara, planeaba asesinarla.
Cuando su madre le propuso acompañarla al viaje que solía hacer cada año desde la muerte de su padre pensó en negarse igual que siempre, sin embargo la idea de deshacerse de ella en un poblado alejado de su hogar le hizo caer en la tentación.
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Sintió pereza de asistir y convivir con todas esas personas desconocidas, optó por quedarse en Ragnatela. El evento terminaría hasta pasadas las tres de la madrugada, por lo que tendría tiempo de dormir un rato y luego comenzar su plan.
Dos horas después de intentar arduamente cerrar los ojos se dio cuenta de que no podía dormir. Cada vez que lo intentaba y comenzaba a sentir sueño le parecía escuchar una macabra canción; no entendía la letra pero la tonada lograba que se estremeciera, el cuerpo le temblaba y sudaba aunque sus manos estaban heladas. Se odió por pensar un segundo que le gustaría que su madre estuviera ahí, tenía miedo. El cuarto se inundó de oscuridad, ni la luz de la luna podía con ella. Al sentir una respiración en su cuello, a pesar de encontrarse en completa soledad, ahogó un grito. Volteó hacia todas partes, cada esquina le daba la sensación de que alguien estaba observando sus movimientos, aguardando a que bajara la guardia para atacar.
Lo último que vio fueron ocho patas gigantes de una araña, lo último que escuchó fue: «Los niños buenos deben dormir, a los niños malos me los comeré».
Tercera víctima: Desidia
El sonido de una fina llovizna acunaba al joven Doroteo, a sus quince años el muchacho ya no tenía preocupaciones en la vida; abandonó su núcleo familiar porque no deseaba continuar sus estudios y mucho menos trabajar. Él prefería pasar sus días en tranquilidad absoluta, sin ninguna clase de responsabilidad que ameritara el mínimo esfuerzo.
Iba de un lado a otro según sus necesidades, encontró el paraíso en Añara, se hallaba siguiendo a un grupo de personas que acudían al festival anual. La mayoría ya había regresado a sus hogares, pero él no lo hizo, pues descubrió que podría vivir ahí sin que nadie lo notara. Si bien los foráneos tenían prohibido hospedarse o quedarse luego del festival, Doroteo se las arregló: dormía en un viejo corral abandonado en la zona límite, por las mañanas se colaba en los campos de los habitantes y tomaba algunas de sus cosechas, lo suficiente para comer sin que ellos notaran que les estaba robando. De vez en cuando juntaba lo suficiente para venderlo en los pueblos vecinos o pedía limosna en donde pudiera. Cuando caía la tarde iba directo a la única cantina del pueblo y se echaba unas copas, la primera vez que entró pretendía emborracharse, sin embargo no se lo permitieron, al parecer ahí había reglas que lo prohibían.
Nadie le hablaba, a veces los atrapaba mirándolo, como si lo hubieran sorprendido en una de las veces que les robaba, el se escudaba en su sombrero y bebía de su cerveza para aplacar el nudo en su garganta.
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Ya llevaba unas cinco botellas, con su resistencia al alcohol aún faltaba mucho para que comenzara a embriagarse en serio, pero sabía que ya no le servirían más, el cantinero parecía poseer un medidor que le indicaba cuando era suficiente. Se levantó con cuidado, pagó su cuenta y salió de ahí, no sin antes darle un vistazo a un tablón enmarcado en la pared que tenía grabado lo siguiente:
«—Ahora es preciso que sacudas tu pereza —me dijo el Maestro—; que no se alcanza la fama reclinando en blanda pluma, ni al abrigo de colchas.»
Al momento de poner un pie fuera del establecimiento la lluvia arreció, su ropa se empapó de inmediato y comenzó a sentir mucho frío, sin embargo el sueño no se le espantaba. Cosa que no era rara en él, pues Doroteo ocupaba dos tercios del día a dormir o reposar.
La frase del tablón no se alejaba de su mente, pero el lo ignoró, sentía que era una especie de reprimenda por su vida despreocupada y perezosa, sin embargo él no estaba dispuesto a cambiar por nada del mundo.
Bostezó tiritando, con la piel entumecida y luchando contra el cansancio que no lo dejaba. Quizá por eso no sintió cuando su cuerpo fue partido en dos y devorado.
Cuarta víctima: Tan bella...
Siempre vivió como pudo, se aferraba a cualquier grieta con tal de no caer. Su lema fue «todo puede venderse»; incluida ella misma. Hacía ya mucho tiempo que perdió la cuenta de las veces en que su cuerpo fue cambiado por unos miserables billetes que le servía para una comida al día y un cierto en ruinas lleno de peste. Pero eso mismo la hizo ser dura, cerrarse el corazón y sin percatarse se hundió en el abismo.
Con el pasar de los años pasó de usarse a usar a otras y otros. Su principal negocio eran las mujeres exóticas; encontraba bellezas perdidas y de rasgos poco comunes para venderlas al mejor postor.
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Viajó en la fechas del festival de Añara por mero placer, se daba el gusto de consumir los productos de dicha población por ser deliciosos y baratos. Uno de sus clientes le había obsequiado un tarro de miel del lugar y de inmediato quiso más de ese manjar, así pues conocer a la belleza que era dueña del Ragnatela fue una mera casualidad y un bono extra.
Ya que no se le permitió quedarse, encontró hospedaje cerca de la población y procedió a vigilarla. La señorita Corsen era una mujer de cuerpo delgado y bien proporcionado, con el cabello fino enmarcando un rostro seductor; los labios pequeños pero carnosos, una nariz recta en perfecta proporción a su cara, además de unos ojos oscuros que parecían penetrar el alma y descubrir cada ángulo y rincón, le daba la impresión de que ningún pecado se le pasaría por alto.
Descubrió que la mujer era adorada por todos, incluso los mayores le hablaban con respeto, como si fuera una diosa o una emperatriz caminando entre sus súbditos. Ella lo atribuyó al hecho de que en comparación a la demás gente, Corsen era elegante, una dama entre las damas.
Mientras más la veía más deseaba tenerla, sabía con certeza que ese producto se vendería inmediatamente y le aportaría una gran suma de dinero.
Sin embargo, una de las tantas veces en que la seguía para vigilarla resultó ser el último día de su miserable vida, algunos de los habitantes de Añara únicamente escucharon un crack de sus huesos al partirse.
Quinta víctima: Los infantes dulces e inocentes no deberán conocer la maldad
Si se conociera un lugar hermoso, puro, libre de la contaminación y el crimen ¿no sería ese un paraíso? En Añara no había Policía, no existía la cárcel porque no se necesitaba. Ahí solo vivía gente trabajadora, entre ellos se cuidaban y nadie pensaría siquiera en causar el mínimo daño a sus vecinos, por ello mismo muy difícilmente se aceptaba que una nueva persona se asentara en el poblado. Se tenía que cumplir ciertos requisitos que los foraneos desconocían. Aunque cualquiera podía ir a pasear por ahí y visitar los puestos o las granjas, se les daba la bienvenida a los turistas con aprecio y calidez.
Ese escenario era perfecto para tentar a los criminales. Pamela y Eustaquio llegaron con una sonrisa perfectamente calculada, saludaban a todos y se portaban amablemente, no se enojaron cuando los rechazaron en Ragnatela y les dijeron que nadie más los hospedaría. Así pues se encargaron de que esos habitantes no sospecharan. Se escondieron por la noche y aprovechando el hecho de que las puertas de las casas nunca se cerraban con llave, seleccionaron una y se robaron a un bebé. Estaban preparados de que la criatura rompiera en llanto, pero para su suerte no se alteró y se quedó durmiendo plácidamente.
Raudos se metieron en su auto y partieron con rumbo desconocido, planeaban volver al día siguiente y hacerse los sorprendidos cuando escucharon sobre la desaparición del bebé.
Se echaron a reír a carcajadas por un plan bien ejecutando, al momento de calmarse se estremecieron ya que les pareció escuchar el eco de otra risa; delicada pero mordaz. El bebé que yacía en los brazos de la mujer comenzó a elevarse, frenaron de golpe y salieron apresuradamente dejando al infante que flotaba ante sus ojos y ya despierto reía gustoso de la sensación. Tal vez si hubieran apartado el temor se habrían percatado de los hilos, finos pero fuertes, que lo sostenían.
Se echaron a correr producto del terror, Eustaquio comenzó a gritar sosteniendo su cabeza, balbuceaba incoherencias con los ojos salidos de sus órbitas, pronto hasta su cara comenzó a deformarse. Pamela se alejó lo más que pudo hasta entrar a lo que parecía una iglesia abandonada, aun en medio del caos se dio cuenta de que el templo no contaba con las imágenes que ella conocía como santas, ningún Dios o ángel, ni ninguna figura religiosa que se le pudiera venir a la mente. En lugar de ello, la estatua de lo que parecía la mezcla de un humano y una araña se levantaba en medio de múltiples velas encendidas.
De un momento a otro su mente colapsó debido a alucinaciones, veía escenarios terribles, brutales rostros e imágenes inconexas y hasta absurdas que le causaban angustia, personas dementes que se retorcían en un charco de sangre y maldecían. Cuando ya no pudo más se derrumbó y murió en el acto, ni siquiera le dio tiempo a considerar y preguntarse por qué estaban encendidas las velas en una iglesia abandonada.
Sexta víctima: Creencias
Marcela creció en un poblado sin nombre ni recursos; la gente moría joven, la comida escaseaba, ni hablar de estudiar o tener elementos de entretenimiento moderno. Pero residían en paz.
En su infancia Marcela vio llegar a personas que construyeron una iglesia y pronto un Diácono se dedicó a impartir misa, ella amó esa religión que lograba calmar su corazón. Tristemente el hombre murió y nadie más se presentó; la iglesia se vio abandonada y los pobladores tenían asuntos que atender antes de preocuparse por ello. Sin embargo continuó con su fe sin importar el tiempo que transcurrió.
Cuando las personas ya se resignaban a perecer llegó su salvación, les dio esperanza y alegría, los bendijo con las herramientas para trabajar y se formó una nueva religión. El día en que se mostró los dividió en dos grupos: unos conocerían un secreto importante y los otros permanecerían ignorantes pero con los mismos beneficios. Marcela fue del segundo grupo.
La anciana se sentía agradecida, su familia por fin viviría plenamente. Sin embargo ella más que nadie sabía que era imposible elegir dos religiones, entró en conflicto e incluso consideró dejar el poblado, para su tranquilidad la joven dama se acercó a ella y con esa voz suave le dijo que no se preocupara, que era libre de decidir en qué creer, siempre y cuando no le impusiera a nadie más sus creencias. Le hizo prometer a todos que debían respetarse.
El antes poblado adquirió el nombre de Añara, prosperó como ningún otro, tanto que nadie podría creer su triste pasado. Entre tanto Marcela aprovechaba cuando se transportaban los productos y pedía que la llevaran para asistir a las misas de ahí.
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Esa tarde de domingo fue como otras tantas, el sobrino de una de sus amigas fue a buscarla en su camioneta y ella subió con toda tranquilidad, en el camino conversaron alegremente hasta que de un momento a otro perdió la conciencia. Al despertar se hallaba en la casa de uno de sus hijos, extrañada preguntó las razones, al parecer ambos sufrieron un accidente, el muchacho murió, sin embargo la anciana salió ilesa. Ella oró por el alma del joven y agradeció seguir con vida, más tarde les daría el pésame a su madre y su tía.
Lejos de ahí se hablaba sobre lo sucedido. Aquel muchacho cuando hubo cumplido una edad adecuada fue elegido como uno de los que sabrían el secreto, por eso odiaba a la anciana y a espaldas de todos intentó asesinarla. ¿Su excusa? Herejía. Desafortunadamente para él, nunca entendió que aquellos como Marcela en verdad eran los más amados por su Diosa. Él intentó lastimar a una de las predilectas y rompió el acuerdo de no lastimar a nadie del poblado.
El consuelo de su familia fue que el joven no fue castigado, sino que pereció de forma noble, se convirtió en uno de los sacrificios. Para ese momento su carne, su sangre y sus huesos ya deberían estar siendo digeridos.
Séptima víctima: Ángeles con cuernos y demonios con aureolas
Tan solo llevaba unos pocos meses con la mayoría de edad cuando Mary quedó huérfana y a cargo de sus hermanos menores: Arthur y Gary, ambos de once años en ese entonces. Luego del funeral de sus padres y los arreglos legales necesarios para tener la custodia los gemelos, se dedicó a buscar empleo.
Llegó un momento en el que debían mudarse por problemas de Gary, de repente se volvió rebelde y no admitía sus errores, por suerte Arthur era un ángel bien portado. Mary se destacaba por ser hábil, ingeniosa y de rápido aprendizaje, por lo que nunca le faltaron oportunidades, sin embargo ya era su octava mudanza a causa de su problemático hermanito. Los tres se subieron en el simple y modesto auto gris que se veía común y nada anormal si se omitía la placa personalizada: TRNUT1T4-S4TAN1K. Cuando compró el auto le pertenecía a uno de sus antiguos vecinos, no cambió la placa por dos razones; la primera, ya estaba pagado y eso le ahorraba un gasto. Segundo, Ternurita satánica le recordaba al cuadro «The favorite» de Omar Rayyan que a ella por alguna extraña razón le causaba risa y la ponía de buen humor.
Mary y los gemelos condujeron sin un paradero en específico, se sorprendieron al llegar a un lugar rodeado de posadas y «hoteles» modestos. No conocía la zona y le pareció extraño, antes de entrar al poblado los rodearon varias personas recomendando que se registraran y reservaran alguna habitación argumentando que no les dejarían hospedarse ahí. Ella lo tomó como una estrategia de venta, en todo caso que fuera cierto, solo tendría que dar la vuelta y rentar algo o seguir conduciendo.
Pronto se asombraron por lo bello del paisaje, la paz que emanaba la gente hacía que cualquiera los envidiara. Llegaron hasta Ragnatela, el único lugar dentro de Añara en donde podrían quedarse. Los recibió una señorita llamaba Corsen, ¡nunca vieron mujer más bella! Más tarde Mary temió ser confundida por alguien perteneciente a una secta por la placa de su auto, luego un lugareño la tranquilizó diciéndole que nadie pensaría mal, después de todo se les permitió quedarse. La joven no lo entendió hasta mucho después, cuando se quedaron a vivir ahí y supo el secreto.
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Mary fue personalmente seleccionada por la señorita Corsen para trabajar en la casona cuidando de los demás huéspedes. Para ese momento sentía absoluta devoción por ella.
A uno de sus hermanos se le permitió conocer el secreto, el otro quedaría con su inocencia. No era tonta, entre los nombres no-oficiales se decía que los que permanecían ignorantes eran santos y los que sí sabía eran mártires porque el conocimiento también les traía dolor.
Mary pidió presenciar el sacrificio de Arthur, no dejaba de dolerle cuando ella misma lo vio sacar una daga para herirse e inculpar a Gary. Era triste suponer que todos los problemas siempre fueron caudados por ese demonio actuando como un ángel.
¿Octava víctima?: Envolventes son las redes
Atado y amordazado, así se encontraba Hernán, un joven de cabello negro y ojos color miel. En donde lo tenían parecía ser una iglesia abandonada.
Corsen, una dama tan bella como enigmática. Durante los últimos meses fue el dolor de cabeza de Hernán, investigó sobre esa mujer pero no halló nada; sin registros familiares, documento a su nombre o personas que supieran su existencia fuera de Añara. Claro que tenía sus límites, aunque poseía fuentes de información sus recursos eran limitados. Sin embargo no era una mujer normal que pudiera pasar desapercibida, poseía tanto belleza como inteligencia, su elegancia y porte indicaban un origen noble o por lo menos un alto status.
Corsen sonrió, de su espalda surgieron las patas de una araña, Hernán habría gritado de no ser por la tela que cubría su boca. Ella se acercó a él, abrió sus dulces labios y susurró, no comprendió las palabras con exactitud, mas obtuvo algo mejor, lo supo todo, cada una de sus preguntas quedaron resueltas.
Ella no era Dios ni Lucifer, solo llegó buscando un hogar, seleccionó a ese lugar porque cumplía lo que deseaba, los cuidaría como a sus propias crías siempre y cuando no la traicionaran. Marcó tres reglas: obedecerla, nunca lastimarse entre ellos y quedarse a vivir ahí. Ellos prodrían salir, irse de vacaciones pero debían volver. Dividió a los habitantes en dos grupos; los primeros eran los más puros e inocentes, incapaces de dañar al prójimo. Los otros poseían algo de oscuridad en sus corazones.
Para este segundo grupo Corsen les dijo su secreto, se mostró ante ellos con una figura hermosa y aterradora, supieron que cuando los turistas llegaran al pueblo ella seleccionaría sacrificios, el criterio señalaba a personas viciosas, llenas de avaricia, pereza extrema, lujuria desenfrenada, con la maldad llenando sus almas y ella se los comería en un ritual. Luego Corsen podría adoptar la figura y la forma de hablar de aquellos a quienes consumía, en cuanto a su comportamiento y su conocimiento ella lo sabía con solo mirarlos a los ojos, de esa manera los elegía sin fallar.
Él mismo podía constatar ese hecho, después de todo la razón de su situación se debía a eso. Hernán era reportero al igual que su desaparecido amigo Mariano, se conocieron en la universidad y aunque la vida los llevó por caminos distintos y el carácter de este último se distorsionó con los años, lo apreciaba tanto como para investigar su desaparición, por ello fue añara y cuando le pareció verlo lo siguió hasta que de un momento a otro perdió la conciencia. Hernán quiso preguntar la razón de estar ahí, no creí ser una mala persona como para ser un sacrificio, pero antes de poder hacer el cuestionamiento su vista se oscureció.
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10 AÑOS DESPUÉS...
Dando la bienvenida a otro festival de Añara se hallaba una pareja famosa en la última década; la señorita Corsen junto a su esposo, un hombre de cabello negro y ojos color miel.
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