La hora del terror 2
Nota: Este texto es producto del contexto planteado, en cada etapa, para el desafío que lleva el mismo nombre. Hemos decidido compilar todas las partes formando una trama. El resultado es este sencillo cuento, espero que lo disfruten.
TerrorES
1
La Organización TEDA (Todos En Defensa del Ambiente) los invita a participar del proyecto "Cuidemos nuestra tierra". Como todos sabemos, la planta nuclear CNL (Central Nuclear Luxor) lleva a cabo sus actividades de forma irresponsable, desatendiendo los deberes de cuidados mínimos de contaminación ambiental. Acompañados por un grupo de profesionales capacitados en el estudio del medio ambiente, el Campamento TEDA pretende demostrar el impacto ambiental negativo que las actividades de Luxor tienen en nuestros bosques y la población en general. Todos están cordialmente invitados a unirse al Campamento TEDA, pues como población afectada todos tenemos algo que aportar en favor del proyecto "Cuidemos nuestra tierra".
A continuación, les dejamos la solicitud de inscripción, con rellenarla están oficialmente dentro del proyecto. Los transportes parten el día 3 de enero del 2018. Los esperamos, y recuerden: nuestros derechos son primeros.
2
Tres autobuses partieron cargados de campistas dispuestos a detener las actividades de Luxor, consideradas ilegales dada la terrible contaminación ambiental que estaban ocasionando.
Acamparon a tres kilómetros del acceso a la central nuclear, separados por un bosquecito. Eran alrededor de las tres de la tarde cuando las actividades comenzaron. Algunos se internaron en el bosque, otros recorrieron la zona. Muy convencidos estaban de que Luxor no se quedaría con los brazos cruzados, de que serían vigilados y hasta, quizás, increpados. Sin embargo, las actividades del día se llevaron a cabo con absoluta tranquilidad.
¿Será, acaso, la calma que antecede al huracán?
3
Con las primeras claridades del día, un grupo de campistas partió hacia una zona poco examinada, en donde deberían encontrarse con un inmenso lago. Sin embargo, tras unos minutos dentro del bosque, el sendero se dividió en tres direcciones, cada una señalada con su correspondiente cartel.
4
Una gigantesca estructura cuadrada se levantaba imponente frente a los campistas que siguieron el sendero hacia el sector "A". El lugar parecía no estar custodiado, por lo que decidieron ingresar escabulléndose a través de una puertita pequeña. Dentro, el recorrido terminó en un cuarto apenas iluminado por una luz roja. Entonces, la puerta a sus espaldas se selló de golpe y el lugar se iluminó. Todo a su alrededor estaba regado de sangre.
***
"Sector B" decía el cartel sobre el portón de entrada. El edifico estaba cercado por grandes muros. Un guardia recibió a los campistas y les ofreció entrar, según les comentó, Luxor no tenía nada que ocultar y estaban dispuestos a hacerles uno recorrido para mostrarles las instalaciones y el funcionamiento del sector al que habían arribado. Dentro, un sujeto se presentó ante ellos como el encargado del sector "B". Al cabo de varios minutos de recorrido informativo, tomaron un ascensor que los dirigió al subsuelo de las instalaciones.
— Adelante —dijo entonces el sujeto de camisa y corbata.
Los campistas se hallaron dentro de un lugar de colosales dimensiones, plagado de maquinarias.
—Robots —advirtió uno de los visitantes, al ver una serie de humanoides enfilados.
El encargado rio.
—Androides. Lamento informarles que su recorrido termina aquí —concluyó, antes de cerrar las puertas del ascensor y volver a la superficie... solo.
***
Llegar al sector "C" fue complicado, el sendero espinoso y plagado de cercos obstaculizó la llegada de los campistas, como si algo les dijera que no se dirigiesen allí. Sin embargo, no hallaron más que las ruinas de lo que alguna vez fue un edificio no muy grande. Entonces sucedió la explosión. A lo lejos, como proveniente del sector "B", se elevaba una nube espesa de humo. Los campistas se miraron sorprendidos ¿Qué sucedió?
5
En el sector A, la conmoción invadió a los campistas ante el desconcierto de la repentina reclusión. Entonces, una alarma comenzó a sonar. Acto seguido una puerta, ubicada en lado opuesto del cuarto a la primera, se abrió y la figura de una mujer se hizo presente.
—No se asusten, mi nombre es Ada, y soy la encargada del sector A —dijo la dama—. Acérquense, somos aliados en esta cruzada.
En el sector C, o lo que quedaba de él, las personas se debatían entre volver sobre sus pasos o dirigirse hacia el lugar de la explosión.
Con una fuerza sobrehumana y ferocidad de bestia, los androides comenzaron a asesinar uno a uno a los campistas del sector B, que corrían sin rumbo buscando algún refugio o salida. Entonces, cuando todo parecía perdido, uno de los androides acabó con algunos de sus compañeros robóticos abriendo camino a los pocos exploradores que quedaban vivos.
—¿Cuáles son sus nombres? —preguntó el androide a dos campistas que temblaban de miedo.
—NatsumiNiikura.
—Nathivo.
Les entregó un detonador y les indicó una salida, aunque era estrecha, podrían desplazarse con comodidad dos personas, lo suficientemente rápido.
—Llegarán hasta un ascensor que los llevará hasta la superficie. Una vez fuera quiero que se alejen y, pasados quince minutos, presionen el botón. Yo sacaré al resto —continuó el androide.
—¿Qué hay de ti, cuál es tu nombre? —preguntó el muchacho.
—Soy la unidad J-03.
6
Tras la explosión, la gente del sector A, acompañados por Ada, volvieron al campamento. La mujer se presentó como un agente infiltrado desde hacía años en la organización, para desmantelarla desde adentro. Un grupo de campistas provenientes del sector C no tardaron en llegar, se veían agitados y alterados.
—Debemos huir —dijo Anya.
Entonces, antes de que pudieran tan sólo reaccionar, fueron rodeados por un grupo de personas armadas.
—Siempre sospeché de ti, Ada —dijo, sonriente, el que parecía ser el líder de los armados—. Todos ustedes van a morir. Llévenselos —indicó, finalmente, a sus hombres.
***
Para cuando el par de muchachos detonó la bomba, el androide J-03 había conseguido sacar a los sobrevivientes de la masacre y reunirse con un grupo proveniente del sector C. Por alguna razón, J-03 era distinto a los otros de su tipo, podía pensar por sí mismo y guiarse de acuerdo con sus propias decisiones, en otras palabras, tenía la capacidad de libre albedrío.
—Debemos ponernos a salvo, no tardarán en llegar por nosotros —advirtió, J-03—. Conozco un lugar.
Los guio por el bosque, en dirección a una gruta que daba paso a una cámara de armas secreta, según él, todo el perímetro en kilómetros a la redonda estaría custodiado, pues, ahora que los campistas sabían más de lo que debían, Luxor no permitiría que nadie salga con vida.
Lo que no imaginaron es que, camino al escondite, se toparían con el otro grupo de campistas, a los cuales observaron desde la distancia, escondidos.
—Debemos ayudarlos —dijo J-03.
—No, es muy peligroso —reprochó, Daniela.
Fue entonces cuando comenzaron los disparos entre el grupo de Ada... unos huían, otros caían.
—Te dije que era peligroso.
—¿Qué es ese olor? —preguntó Yinamel.
A su lado cayó muerta, sin más, una de las campistas.
7
Un gas venenoso se cobró algunas vidas del grupo escoltado por J-03, producto de una de las tantas trampas que Luxor escondía en el bosque; finalmente consiguió ponerlos a salvo.
Por otra parte, el grupo acompañado por Ada fue socorrido por un equipo de hombres armados a cargo de la mujer, aunque la emboscada tuvo como resultado la pérdida de algunos campistas, los sobrevivientes lograron ponerse a salvo.
No pasaron muchos minutos antes de que los grupos liderados por el androide y la infiltrada se encontraran.
—Tú... —dijo J-03 al ver a Ada. Su expresión se llenó de desprecio.
—No me sorprende que estés vivo, lo que me preocupa es la seguridad de las personas que te siguen.
—¿Su seguridad? Yo los saqué del infierno en el que tú los metiste —reprochó el androide.
—¡Ja! ¿Yo? Casi muero por estos campistas, quedé expuesta junto con mis hombres frente a Luxor. Pero no me importa, si se trata de salvar la vida de estos inocentes que luchan por la misma causa que yo. Tú, en cambio, eres hijo de Luxor, no eres más que un farsante programado para mentir, yo misma supervisé tu creación.
—Tú supervisaste mi creación, pero no me creaste... ni imaginaste que mi creador era el verdadero infiltrado, y cuando lo supiste decidiste matarlo. Ahora te muestras como la heroína ¿Por qué? Sé todo sobre Luxor y sobre ti, Ada, a mí no puedes engañarme.
En medio del bosque, ambos sujetos decidieron evitar un conflicto y seguir sus caminos uno lejos del otro. ¿Quién miente? ¿Quién es el bueno, quién el malo? ¿A quién seguirán lo campistas?
8
—¿Hacia dónde nos llevas? —preguntó Cristy a Ada.
—Al sector A —contestó, sin voltear la mirada atrás, al frente del grupo.
—¿Por qué volvemos allá?
—Porque es mi terreno, y sé muy bien cómo jugar este juego allí.
En todo momento, los campistas caminaron escoltados por los hombres armados de Ada, rodeados por ellos, como si en lugar de protegidos fueran prisioneros. Sin embargo, la sonrisa y gentilidad de la líder les generaba tranquilidad.
Ada les contó que los androides del sector B habían sido construidos bajo su supervisión, y que el androide J-03 fue, en realidad, un proyecto conocido como "Humanoide Alfa", el as de Luxor. Les contó, además, que Luxor trabaja en numerosos proyectos que, de salir a la luz, horrorizarían al mundo, y que era esa la razón por la que estaba infiltrada, puesto que la única forma de vencer al titán era desde su interior, pero para ello debía ser tragada primero. J-03 era, pues, una de las armas que con fines militares habían sido construidas, y estaba convencida de que el androide, a pesar de la forma en que actuó, algo se traía entre manos.
Una vez dentro del sector, en algún punto muy profundo del lugar, el rugido de una bestia resonó por los pasillos. Todos quedaron paralizados, todos excepto Ada.
—Puede que les parezca extraño —dijo entonces la mujer ante los temblorosos campistas—, pero, a veces, en necesario descender al mismo infierno para encontrar la salvación.
***
—¿Te sucede algo? —preguntó Mangeles al androide, al verlo pensativo.
—Ha muerto gente.
—Pero está todo tranquilo, míralos, están todos bien.
Dentro de la cueva, el grupo de campistas que optó por seguir a J-03 descansaba, pues el camino hasta la cámara de armas era largo y el cansancio comenzaba a hacerse notar.
—Mi núcleo cerebral tiene algunas conexiones con ciertos sectores de la planta —explicó J-03—, entre ellos el sector A.
—¿Tú crees que...?
—No tengo dudas... —respondió, anticipándose al final de la pregunta de la joven.
Les contó que Ada era mucho más que la simple encargada de un sector (que de por sí no era algo menor), estaba a cargo de la fabricación de armas militares, que incluían desde androides hasta criaturas monstruosas de existencia impensable. Les confirmó que sí había un infiltrado en la organización, pero que esa persona no era Ada, sino el creador de los robots, a quien J-03 consideraba un padre. Este científico, sabiendo que la mujer había descubierto su verdad y, aprovechando que no podía hacerle nada hasta que el proyecto hubiese concluido, manipuló secretamente a uno de sus androides, el que Luxor había denominado "Proyecto Humanoide Alfa", de ese modo se aseguró que, tras su asesinato en manos de Ada, el androide continuara con lo que el infiltrado había empezado.
—Pasos... —advirtió un campista.
—Los hombres de Ada —afirmó J-03—, debemos continuar... ¡vamos, rápido!
Entre los recovecos de la caverna, los disparos no tardaron en hacerse oír.
9
—El androide escapó con cinco personas, jefa. ¿Qué hacemos con los cinco que usted decidió dejar con vida?
—Llévalos al laboratorio, necesito más bestias para mi ejército. Y encuentren a ese sujeto y su grupo, mis bebés necesitan ser alimentados.
La mirada de Ada se perdía en la oscuridad del infierno, allí en donde sus criaturas aborrecibles esperaban ser liberadas. No podía dejar que J-03 ande libre por ahí, no podía permitir que sus planes fueran frustrados por un robot "defectuoso"; todos debían morir.
10
Entre disparos por doquier, Kentia había conseguido escapar. Ahora estaba perdida dentro de la caverna que se ramificaba en varios caminos. Arrastraba el cuerpo malherido de Kikalu.
—Déjame aquí, van a matarnos a las dos —dijo la muchacha herida.
Kentia siguió arrastrándola sin decir nada, buscando una salida que sabía que no encontraría. En un momento, cuando consideró que estaban a salvo, se detuvo, sacó de su mochila una botella con agua y se la ofreció a Kikalu.
—No sé cómo, pero vamos a salir de acá... vivas.
Un ruido resonó en la oscuridad de la cueva, "los soldados" pensó Kentia. Tomó la linterna y volvió sobre sus pasos, algunos metros atrás. Fue entonces cuando oyó el grito desgarrador de la muerte. Al girar, vio a una criatura con forma humana devorando las entrañas de su compañera. Al principio no pudo reaccionar, estaba petrificada de horror, pero cuando notó el reflejo de la luz de su linterna en lo que parecían cientos de ojos acercarse desde el fondo negro de la cueva, corrió en la dirección opuesta hacia algún sendero desconocido.
El sendero estrecho, al cabo de varios minutos, dio paso a un inmenso espacio abierto. Aunque seguía dentro de la cueva, ahora la claridad penetraba desde todas las direcciones. Frente a ella una cascada de aguas claras rompía estrepitosamente el silencio de aquel enorme vacío.
11
Abrió los ojos y sintió el frío del metal penetrar sus huesos. Estaba mareada, pensó que vomitaría, pero sólo fueron arcadas. Se sentó sobre la mesada, sus pies estaban atados. Se liberó.
Cuando se puso de pie notó dos cuerpos tumbados no muy lejos de la entrada del cuarto, un guardia y otra persona. Al acercarse, vio que se trataba de una mujer, tenía el pelo corto, como si se lo hubiesen cortado contra su voluntad, y una bata hospitalaria blanca, manchada con sangre producto de una herida en el estómago.
Entonces, la mujer expelió sangre por la boca, y Andrea se dio cuenta de que estaba con vida.
—No te muevas, iré por ayuda —dijo la campista, preocupada.
—Esto es el infierno —replicó la otra, mientras colocaba en la mano de Andrea un revólver—, nadie puede ayudarme.
—¿En dónde estamos?
—No lo sé, pero debes encontrar una salida, por las dos, que mi muerte no sea en vano.
—¿Tú me quitaste los amarres de las manos? —preguntó Andrea.
—Sí, pero me sorprendió este, aunque no se lo dejé fácil.
Andrea observó al guardia, no se había percatado, hasta ahora, de que tenía un disparo en la frente. A los pies del sujeto, la puerta estaba apenas abierta.
Volteó para hablarle a la mujer, pero se encontró con su mirada vacía. Estaba muerta.
—Tú... —dijo, de pronto, una voz a su espalda.
Andrea tomó con fuerzas el revolver antes de voltearse.
12
—Necesito que tomes esto y sigas este recorrido —indicó J-03, depositando en manos de Nathivo un instrumento metálico alargado, del tamaño de una palma, y un pequeño mapa con indicaciones.
—¿Otra vez yo? —dijo el campista, medio en serio medio en broma.
—Como verás, no hay nadie más que pueda hacerlo, confío en ti. Yo me encargaré de los matones de Ada e intentaré rescatar a tus compañeros diseminados por este laberinto.
—¿Qué es esto?
—Una llave. Cuando llegues al punto indicado en el mapa encontrarás una puerta, si yo no llego en treinta minutos, quiero que jales de la palanca que encontrarás al otro lado. No te desvíes del sendero, es peligroso transitar por el lugar equivocado.
Caminó entre rocas de gran tamaño hasta toparse con un cuerpo sentado, recostado contra una piedra. La reconoció, era Mangeles. A pesar de los disparos, le pareció que simplemente dormía. Antes de seguir, cubrió el cadáver con piedras, no podía irse sin darle un entierro.
Siguió el recorrido del mapa, de tanto en tanto escuchaba aullidos que provenían desde algún sector de las profundidades oscuras de la cueva. Trató de no pensar demasiado y apurarse, cada segundo ahí adentro era un paso más hacia la locura. Le pareció oír el sonido de agua correr muy fuerte, como un río embravecido, y entonces supuso que su mente comenzaba a colapsar.
Después de varios minutos de andar, notó un destello verde iluminar las piedras y, en la última curva, tal como indicaba el mapa, llegó a una puerta.
Encastró la llave en el único orificio que tenía la enorme entrada metálica que, tras un sonido agudo, le abrió pasó a una habitación pequeña. Allí se encontró con algo más que una palanca.
13
—Querida, no intentes huir ¿acaso no ves en dónde te encuentras? —dijo Ada, mientras Yinamel retrocedía cautelosa, sabiendo que podía encontrarse con cualquier cosa allí. Aunque el demonio estaba frente a sus ojos.
—Prefiero ser comida de bestias, antes de seguir viendo tu rostro maldito.
Como hubo dicho esto, corrió en dirección opuesta a Ada, quien se quedó viéndola con una sonrisa que helaría a cualquiera.
Pequeñas luces rojas iluminaban apenas el lugar con su tenue destello. Alcanzaba a distinguir puertas enormes, no quiso ni imaginar lo que habría detrás de cada una. Luego de andar por las penumbras del lugar, sintió un sonido potente no muy lejos de su posición y, acto seguido, el rumor de unos pasos. "Una celda se ha abierto", pensó.
Corrió por los pasillos hasta encontrarse con una puerta de cuya abertura se escapaba una luz blanca. Se acercó temerosa hasta allí y, muy despacio, intentando no hacer ruido, empujó el ala.
—Tú... —dijo Yinamel, a la mujer que estaba arrodillada. Notó dos cadáveres.
La extraña volteó y apuntó con un revólver directo a la cabeza de la campista.
—¡Yinamel! —exclamó cuando reconoció a su compañera.
—Andrea, estás viva, pensé que todos estaban muertos.
—Debemos salir de aquí cuanto antes.
Un rugido espantoso cortó de golpe la charla de las mujeres.
—Está siguiéndome... vámonos, ahora.
Ambas salieron al pasillo. Sea lo que sea que allí había, Yinamel estaba segura de que lo liberaron para que la cazara. Sintió, de nuevo, los mismos pasos acercarse, como si nunca se hubiese alejado de aquel ser.
—Andrea —dijo, viéndola directo a los ojos—, vamos a necesitar ese revólver.
14
El corazón de Nina pareció salírsele en el mismo instante en que notó sangre correr por su brazo. No podía ver nada, estaba perdida en algún rincón de la cueva oscura, sin sus cosas. En la lejanía se oían gritos, disparos y otros sonidos que no pudo identificar.
De pronto, pasos. Se tapó la boca para contener un grito. Luego, silencio otra vez. Cuando todo parecía tranquilo, una mano se posó sobre su hombro y, acto seguido, otra cubrió su boca. Fue arrastrada unos metros, en medio de la oscuridad, estaba convencida de que moriría allí, perdida en las profundidades de la nada misma, en manos de alguien a quien ni siquiera podía ver.
Una luz se encendió y a su oído una voz la tranquilizó:
—Nina, no grites, soy J-03, cualquier sonido podría significar nuestro final aquí dentro.
—Tengo mucho miedo, por favor no me dejes sola.
—No lo haré, necesitamos llegar a la cámara de armas, intenté rastrear a tus compañeros, pero sólo me he topado con cadáveres. Le he encargado una misión a Nathivo, debemos apurarnos.
Nina siguió los pasos de J-03. Por doquier, podía sentir un olor nauseabundo conforme avanzaba hacia quién sabe dónde.
—Maldición —murmuró el androide.
—¿Cómo que "maldición"? ¿Qué significa "maldición"?
—Ven, delante de mí. Cuando te diga, vas a correr sin parar, lo más rápido que puedas. Toma esto, vas a necesitarla para activar la puerta.
J-03 se quitó una de sus manos y se la pasó a la campista.
—¡Ay, no puede ser! —exclamó ella, sosteniendo con espanto la mano del otro.
—No grites, Nina, o van a devorarnos. Es sólo una mano.
—¿Devorarnos? ¿Qué o quiénes van a devorarnos?
—Ahora, corre.
Y Nina corrió. Ignorando totalmente la advertencia de J-03, salió disparada entre gritos eufóricos hacia un destino incierto. En un momento se detuvo, esperando ver a su compañero correr detrás de ella, pero sólo observó una manada de criaturas chillonas abalanzarse sobre J-03.
Cuando llegó hasta la puerta, notó que tenía una cerradura con escáner, apoyó la palma del robot y tuvo acceso inmediato al cuarto. Como hubo entrado, la puerta se cerró detrás de ella. Un nuevo corredor se abría al frente. En la medida que avanzaba las luces se iban encendiendo. Se topó con otra puerta con el mismo tipo de cerradura, la abrió y, finalmente, se encontró con una habitación plagada de armas y artillería pesada.
—Prepárense bichos... ay, pero qué digo... ¡quiero irme a mi casa!
15
—No puede ser —murmuró Gwethelyn.
La criatura era muchas veces su tamaño. La muchacha había visto cómo se comió de un bocado a AnyaJulchen, y ahora venía por ella. El monstruo era una especie de canino, pero con el cuello muy largo, no podía distinguir sus ojos, mas sus dientes enormes como sables no pasarían desapercibidos para nadie. Era silencioso pero feroz. De entre sus dientes cayó un objeto que rodó hasta no muy lejos de Gwethelyn.
—Anya... —se dijo a sí misma al ver la cabeza de su compañera, tenía una horrible expresión que jamás olvidaría.
La bestia se acercaba a la campista deseosa por tragársela. Pero entonces tuvo una idea, corrió hasta Anya (o lo que quedaba de ella) y sujetó la cabeza por los pelos, la agitó frente al monstruo y luego la arrojó tan lejos como pudo. El perro infernal corrió tras de Anya (o de su cabeza cadavérica) y Gwethelyn aprovechó para escapar.
"Por eso prefiero a los gatos" pensó, mientras se perdía entre la maquinaria del lugar.
Se recostó contra una pared metálica y no tardó en oír una voz que reconoció al instante. "Ada" pensó.
La dueña de Luxor caminaba detrás de un panel transparente, acompañada por un par de hombres, encantada con su "perro" y la forma en que se había comido a casi todos los campistas.
Gwethelyn, motivada por un odio incontenible, salió de su escondite y se arrojó contra el panel. Ada se sorprendió, pero al mismo tiempo sonrió como maravillada.
—¡Maldita! —gritó la muchacha.
Ada siguió sonriendo, más encantada que antes. Se acercó al panel y guiñó un ojo a Gwethelyn.
La campista supo entonces que allí moriría.
Sin embargo, al otro lado, detrás de los tres que esperaban ansiosos la muerte de Gweth, apareció una figura oscura, una que cambiaría el destino de la joven que parecía ya condenada.
16
"¿Estoy muerta?" pensó Michelle al abrir los ojos. Había rodado cuesta abajo por una pendiente y ahora se encontraba tirada sobre un charco de agua sucia. Recordaba haber corrido sin rumbo entre los recovecos de la cueva, luego tropezar y caer, lo próximo fue despertar allí.
Junto a ella vio un cráneo humano, por lo que, motivada por el susto repentino, se alejó tanto como pudo.
Podía ir el sonido de un gran flujo de agua, como si un río embravecido o una cascada estuvieran cerca. Sea en donde sea que estaba, la cueva había dejado de ser un laberinto oscuro y se había vuelto un espacio gigantesco, iluminado por las claridades del día. Escuchó gritos de auxilio provenientes de algún lugar y se reprochó no poder hacer nada para ayudar a sus compañeros.
Observó alrededor y notó que se encontraba encerrada en lo que parecía un pozo de colosales dimensiones. Entonces, hacia arriba, vio un pasaje que no parecía conducir a un abismo oscuro como el del que había venido, por el contrario, podía ver luz refractada en agua danzar contra las rocas. Subió como pudo y se escabulló por allí.
Al otro lado, en efecto, una cascada bajaba a sus pies. A un lado de la vía de agua, un caminito estrecho la bordeaba hasta una claridad aún más fuerte. Michelle no lo dudó y siguió esa ruta esperando hallar alguna salida.
El camino era tan sinuoso y estrecho que el paso por allí resultaba difícil. De pronto, una roca se desprendió a sus pies y Michelle terminó con medio cuerpo en el agua. La corriente era tan potente que le impedía volver al sendero. Sus brazos se fueron aflojando poco a poco hasta que se rindió a su suerte.
Muchas veces imaginó el momento de su final, pero nunca pensó que sería arrastrada por un río hacia el fondo de una cascada.
Pero antes de llegar al fin de su existencia, su cuerpo se detuvo y, entre gemidos de esfuerzo, fue arrastrada fuera de la corriente.
—Michelle, no es tiempo de morir.
17
Bileysi deambulaba por un área lúgubre y desierta, estaba agotada de caminar y no encontrar un escape de ese infierno. La estancia era angosta y opresiva, no le gustaban los lugares reducidos, le producían una sensación de claustrofobia. Su rostro estaba tenso y sus ojos sombríos escudriñaban el ambiente. Si no salía rápido de ese laberinto terminaría siendo alimento para lo que sea que andaba por ahí. Los estremecedores sonidos de algo monstruoso arañando las paredes no dejaban de perforarle los tímpanos, le resultó difícil identificar a qué ser pertenecían, pero sin duda, no le gustaría averiguarlo.
Conjuró mentalmente a alguien que la rescatara, sentía que en cualquier momento desfallecería producto del cansancio.
Bileysi llegó hasta una puerta enorme, trató de abrirla pero estaba con seguro, buscó algún mecanismo que accionara la salida. Nada, todo intento fue en vano.
Cerca de rendirse, ruidos del otro lado llamaron su atención. Retrocedió asustada, desvío la vista y buscó con afán algún instrumento que le sirviera para defenderse. Agarró un tubo oxidado, pero que aún podía ocasionar daño, lo sostuvo con ambas manos, adoptando una postura de ataque, lista para sacar de combate a quien quiera que asomara la cabeza por la puerta.
Cuando la apertura se abrió, Bileysi lanzó un ágil golpe a esta, errando en su cometido para fortuna del hombre que surgió de entre las sombras.
—¡Detente! ¡Soy yo! —exclamó Nathivo con las manos en alto, indicando que no representaba un peligro.
—¡Nathivo, eres tú! —pronunció Bileysi, en tono aliviado. Cuando fue a acercarse, tropezó con algo incrustado en el suelo. Nathivo en un acto reflejo la agarró antes de que se golpeara contra el piso rocoso.
—¿Estás bien? —preguntó, preocupado. El semblante de la mujer reflejaba agotamiento.
—Estoy cansada, pero sobreviviré o al menos eso espero...
De pronto, en la distancia, una espeluznante silueta llamó la atención de los campistas, provocando que la piel se les erizara del miedo. Una criatura se dirigía hacia ellos, sigilosa y amenazante.
—¿Qué... es esa cosa? —El horror empañó la voz de Bileysi.
—No lo sé, pero algo me dice que no es nada bueno. ¡Debemos salir de aquí cuanto antes!
Nathivo ayudó a levantarse a Bileysi, caminaron presurosos, luchando por sobrevivir a esa odisea de muerte.
18
La visibilidad de la cueva era tenue, Leo no sabía en qué parte del tétrico lugar se hallaba. Tenía una pequeña herida en la pierna izquierda a causa de un hierro que no vio debido a la escasa luz. Había escuchado gritos humanos y animales, junto a varios disparos, intuyó que unos cuantos campistas debieron ser asesinados, no tenía idea si alguno continuaba con vida, esperaba que sí.
—Tengo que salir de aquí —se infundió ánimos.
Se desplazó con dificultad. El dolor era molestoso, pero no lo detendría, no podía permitirse dar su ubicación al enemigo y terminar siendo un experimento de los oscuros planes de la dueña de Luxor. Por suerte contaba con una linterna que había tomado de uno de los campistas caídos con los que se encontró en el camino, ya no le sería de utilidad a la difunta.
Alumbró un área de la caverna, tratando de encontrar la salida. Apagó de inmediato el artilugio cuando oyó unas pisadas enérgicas acercarse de algún punto de la cueva.
—Tú revisa ese lado —indicó el guardia a su compañero—. Yo revisaré el otro.
Luces blancas iluminaron el sitio.
Leo se refugió tras una pared pedregosa, esperando que la escolta de Ada no advirtiera su presencia.
—No hay nadie aquí —dijeron los agentes—. Sigamos.
El campista soltó el aire contenido y se dejó caer despacio a nivel del suelo, sin embargo, el alivio duró poco. El cuerpo desmembrado de Randax lo saludó, acomodándose en su hombro. Soltó un grito horrorizado que reveló su escondite.
—La jefa estará feliz de saber que te atrapamos —dijo uno de los guardias, sonriendo malicioso.
Sujetaron a Leo de los brazos y lo llevaron por un estrecho pasillo para después encerrarlo en una habitación donde se realizaban experimentos. El prisionero miró alrededor, desesperado, temiendo lo peor.
Tras uno de los modulares, que guardaban frascos de color ámbar con cosas extrañas dentro, logró ver algo que se asemejaba a una ventilación.
19
—Maldita sea, ¿es que este lugar no tiene fin? —gruñó MicroIce, empezando a sospechar que estaba caminando en círculos.
Un polvo seco se elevó por los aires, provocando que tosiera. Todo el lugar representaba un peligro, había hierros retorcidos, pilares que amenazaban con desplomarse en cualquier momento, trayendo consigo el techo que sostenían. Si no se andaba con cuidado podía terminar con una pierna rota o muerto.
Esta vez tomó el pasillo del centro, un aroma pestilente se le coló por las fosas nasales, dándole la bienvenida. El estómago se le revolvió, las moscas se amontonaban pegajosas sobre los restos de algo... ¿humano? Lo examinó unos minutos, cubriéndose la nariz, lo que sea que haya sido en vida debió sufrir horrores al ser devorado.
Prosiguió la marcha, tratando de no pensar en que podría ser la próxima cena de esos monstruos. Apartó esos pensamientos, no queriendo ser arrastrado por la desazón.
Frenó en seco cuando escuchó un rugido espantoso, seguido de disparos. Observó a unas figuras acercarse a toda prisa. Eran Yinamel y Andrea, pero no venían solas, una horrible criatura de tamaño inconcebible las perseguía.
—¡Corre! —gritaron ellas una vez lo reconocieron.
—¡Síganme! —dijo él a su vez—. Tengo un plan.
Ellas lo siguieron sin titubear. MicroIce las llevó al lugar en el que había estado hacía unos instantes, esperaba que lo que tenía en mente funcionara.
—Dame el arma. —Le pidió a Yinamel.
—Solo queda una bala, procura no fallar —dijo ella.
—No lo haré. Vamos a acabar con ese bicho.
La horripilante bestia atravesó la entrada, los ojos inyectados en sangre. Saliva verdosa se escurrió por los colmillos largos y puntiagudos, unas garras negruzcas se sumaron al aspecto intimidante. De la espalda emergió una cresta reptiliana, indicando que se preparaba para atacar.
MicroIce dejó que se acercara antes de jalar del gatillo.
—¿¡Qué haces!? ¡Mátalo ya! —exigió Andrea, no queriendo morir bajo las fauces de ese monstruo.
—Solo un poco más y acabaré con esa cosa. —Miró hacia arriba, la cubierta temblaba por el movimiento del animal—. Cuando dé la señal corren por el camino de la derecha.
Una vez tuvo a la criatura infernal donde quería, descargó la pistola en una de las patas, causando que lanzara un alarido y levantara la cabeza hacia arriba, quebrando el último resquicio que sostenía el endeble techo.
—¡Corran! —gritó MicroIce.
La loza colapsó sobre la bestia, matándolo de contado.
Los tres sobrevivientes escaparon a un rumbo incierto, habían sorteado un gran peligro, pero con seguridad otros más los estarían esperando.
20
—¡Un momento! —exclamó Nathivo. Bileysi se frenó de golpe, confundida.
—¿Qué sucede?
Ignorando a la mujer, Nathivo corrió hasta la palanca que el androide le había encargado accionar si no llegaba en el tiempo indicado, tiempo que no había transcurrido aún pero que las circunstancias no les permitían esperar. Tras tirar de la palanca, ninguno se detuvo a ver qué sucedía, simplemente corrieron.
En el trayecto a ninguna parte, chocaron con tres personas: Microlce, Yinamel y Andrea.
—¡Más sobrevivientes! —gritó, Andrea.
—No por mucho —advirtió Bileysi—, hay algo persiguiéndonos.
—Hay otros, acabamos de matar una de esas cosas —dijo Microlce.
Fue entonces cuando una alarma comenzó a sonar acompañada por el parpadeo de luces rojas por doquier.
—Eso no puede vaticinar nada bueno —observó Yinamel.
"Ahora sé qué hacía la palanca" pensó Nathivo, y dijo:
—Vamos, por aquí.
Corrieron por el único pasillo en el cual las luces no parpadeaban enloquecidas, por alguna razón imaginó que podría significar algo bueno.
***
—Sabes conducir un aeroplano, ¿verdad? Te escuché contarlo en una charla—. En los ojos de Kentia se reflejó una luz de esperanza.
—Seré pésima en el agua —afirmó Michelle—, pero volando soy la mejor.
—Sígueme, debajo de esta cascada hay un avión, es nuestra escapatoria de este lugar.
Las muchachas bajaron lo más rápido que pudieron. Detrás de la cascada se abría una cueva. Dentro, se encontraba un avión, y toda la montaña era atravesada por una pista que terminaba en una abertura... en una salida.
—Rápido, por favor —dijo Kentia, presurosa. Pero el aparto aéreo no encendía.
***
Para cuando Ada volteó, J-03 ya había reducido a sus dos hombres.
—¿Vas a matarme? —preguntó la dueña de Luxor, sonriente.
—No te daré ese lujo, voy a asegurarme de que nunca más salgas de una celda.
Entonces, Ada se apartó dejando ver la pared transparente que la separaba de Gweth.
—Soy yo... o ella.
Detrás de la campista, la bestia hambrienta se disponía a devorarla. J-03 corrió tan fuerte como pudo y dio un salto arrojando todo su cuerpo contra el vidrio blindado; la pared estalló en cientos de pedazos. Como se hubo puesto delante de Gweth, del brazo que no tenía mano hizo emerger lo que parecía una espada brillante y, cuando la bestia se arrojó sobre ambos, de un solo movimiento rápido le cercenó el cuello. Tomó a la joven y la apartó antes de que el monstruo les cayera encima.
—Te dije que era un buen reemplazo para tu mano —dijo Nina.
—En serio no puedo creer que la hayas tirado antes de cruzar la puerta. Yo no perdería tus partes si me las prestaras.
—¡Es una mano! Me impresiona. Ada escapó.
Nina había estado esperando, por indicación de J-03, escondida hasta que él se encargara de la situación. Llevaba consigo armas de diferente tipo. El androide, luego de pelear con los monstruos, pudo acceder a la cámara de armas donde la campista había llegado, y encontrarse con ésta. Se armaron tanto como pudieron y colocaron bombas en todos los accesos del sector A.
—La alarma —dijo J-03.
—Esa mueca de espanto no me gusta nada— se preocupó Gweth, al ver el rostro del androide inquietarse.
—Significa que Nathivo activó el sistema de apertura de las celdas, es demasiado pronto para eso.
—¿Es tiempo de irnos y volar las entradas? —preguntó Nina.
—¿Y si hay más vivos? Además, no he capturado a Ada.
—Déjala aquí adentro, que se la coman sus bichos, no tenemos tiempo de recorrer la zona, si hay más vivos, ya han de ser almuerzo de esas cosas —reclamó Gweth.
***
El grupo de cinco campistas lograron salir del enmarañado de pasillos y se frenaron de golpe cuando notaron a J-03 persiguiendo a Ada. Sin embargo, la persecución terminó cuando la mujer accionó un dispositivo por el cual una gigantesca y pesada valla de barrotes se interpuso entre perseguidor y perseguida.
—Maldita —maldijo el androide, estirando la mano a través de las rejas, como si de algún modo pudiera alcanzar a Ada.
—Supongo que sabes que esta es la única vía de escape, en este momento toda la zona más allá de esta puerta debe estar plagada de monstruos. Les será imposible escapar por otro lugar.
Como hubo terminado de decir aquellas palabras, del techo se desprendió una rejilla y, cual salvador caído del cielo, Leo saltó desde las alturas arrojando a Ada directo hacia las rejas. J-03 pudo sujetarla mientras Leo levantaba la valla que bloqueaba la salvación. Los siete detrás de J-03 corrieron hacia la salida justo cuando una horda de criaturas apareció en el lugar.
Ada, valiéndose de la sorpresa que sus monstruos habían generado, jugó la última carta que le quedaba: sacó unas esposas que llevaba junto al cinturón y esposó al androide a una de las tantas barras metálicas que conducían cableado por dentro. Aunque J-03 tenía fuerza sobrehumana, aquella ligadura le fue imposible destruir.
—Deben irse... y bajar las rejas, de lo contrario no escaparán de estos monstruos, los alcanzarán —dijo J-03, sujetando del brazo a Ada para que no escapase.
—No vamos a dejarte aquí —afirmó Gweth.
—¡No hay tiempo!... ¡Leo, hazlo ya!
Entonces, cuando las bestias estuvieron casi encima ellos, Leo bajó la valla dejando a los ocho campistas fuera del alcance de los demonios de Luxor.
El mismo ser que había perseguido a Gweth extrajo de un bocado la cabeza del androide, luego otro emergió del montón para arrancarle el torso con un solo zarpazo. En cuestión de segundos, nada quedaba de J-03 más que pedazos diseminados por el suelo. Por su parte, Ada desapareció en la oscuridad del lugar, librada a una suerte poco favorable dadas las circunstancias.
***
—¡Encendió, encendió! —gritaban Kentia y Michelle al unísono.
El avión había arrancado y estaban lista para dejar atrás todos los horrores que habían vivido allí.
—Espera —dijo Kentia—, ¿escuchas eso?
Los ocho campistas corrían y gritaban desaforados al notar el sonido del avión en marcha. Nina conocía la salida gracias a J-03.
Cuando el cielo se abrió ante ellos sobre el verde manto boscoso, Nina accionó el detonador que confinó los experimentos de Luxor al fuego y al olvido. El sonido lejano de las explosiones les hizo entender que, finalmente, la hora del terror había terminado. Estaban a salvo.
FIN
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