Etapa final: IV
—Querida, no intentes huir ¿acaso no ves en dónde te encuentras? —dijo Ada, mientras Yinamel retrocedía cautelosa, sabiendo que podía encontrarse con cualquier cosa allí. Aunque el demonio estaba frente a sus ojos.
—Prefiero ser comida de bestias, antes de seguir viendo tu rostro maldito.
Como hubo dicho esto, corrió en dirección opuesta a Ada, quien se quedó viéndola con una sonrisa que helaría a cualquiera.
Pequeñas luces rojas iluminaban apenas el lugar con su tenue destello. Alcanzaba a distinguir puertas enormes, no quiso ni imaginar lo que habría detrás de cada una. Luego de andar por las penumbras del lugar, sintió un sonido potente no muy lejos de su posición y, acto seguido, el rumor de unos pasos. "Una celda se ha abierto", pensó.
Corrió por los pasillos hasta encontrarse con una puerta de cuya abertura se escapaba una luz blanca. Se acercó temerosa hasta allí y, muy despacio, intentando no hacer ruido, empujó el ala.
—Tú... —dijo Yinamel, a la mujer que estaba arrodillada. Notó dos cadáveres.
La extraña volteó y apuntó con un revólver directo a la cabeza de la campista.
—¡Yinamel! —exclamó cuando reconoció a su compañera.
—Andrea, estás viva, pensé que todos estaban muertos.
—Debemos salir de aquí cuanto antes.
Un rugido espantoso cortó de golpe la charla de las mujeres.
—Está siguiéndome... vámonos, ahora.
Ambas salieron al pasillo. Sea lo que sea que allí había, Yinamel estaba segura de que lo liberaron para que la cazara. Sintió, de nuevo, los mismos pasos acercarse, como si nunca se hubiese alejado de aquel ser.
—Andrea —dijo, viéndola directo a los ojos—, vamos a necesitar ese revólver.
Continúa...
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