Descorazonador (Nana Rozen)
I — Dos golpes sordos.
El pequeño pueblo de Heartfield vive en constante tensión y desconfianza debido a los irrepetibles y mórbidos sucesos que llevan azotando el pueblo en poco menos de un mes.
No hay mucha información al respecto, dado que el caso está en manos de la destartalada e ineficiente policía del pueblo compuesta por sus dos únicos agentes: el oficial Constantin LaBeouf y su ayudante Corey Ackerman.
Como un lugareño más de este pueblo alejado de la mano de Dios no tengo fe, y menos un sentimiento de seguridad, puesta en la autoridad del sitio. Aunque sé, casi a ciencia cierta, que el alcalde, la policía y, posiblemente, el único médico del pueblo, el señor Thomas Thunder, saben bastante del caótico asunto que se está aconteciendo en nuestro diminuto y mal comunicado pueblo.
Mi madre siempre me aconseja que no meta el hocico, cual perro rastreador, en cosas que no son de mi incumbencia y que me centre en mis estudios, que para eso se esfuerza en pagármelos. Así pues, una fría noche del dos de octubre, aún sigo estudiando y escrutando detalle a detalle el tostón de libro de anatomía que la señora Rush nos ha recomendado estudiar para el examen de biología sanitaria, el cual tendré que presentarme en febrero del próximo año.
Sinceramente, ser un futuro médico no es algo que me llame la atención, dado que sólo entré porque mi madre estaba tan ilusionada con la idea de que me pareciese a papá. Aunque viendo en dónde hemos ido a parar a vivir creo que metí la pata y bien.
Nunca se me ha dado bien prestar atención en clase así que, normalmente, estoy más en casa que en la universidad, la cual, por cierto, está a dos horas de Heartfield, eso si vas en la única línea de autobús que hay disponible y si no te encuentras con algún que otro altercado por el camino.
Soy de las pocas personas, a mí modo de ver, que se concentra más por las noches, cuando abunda la calma del silencio en vez de los molestos sonidos del mediodía con los cuales te puedes distraer fácilmente.
Absorto en mis propios pensamientos, no me percato que un par de golpes sordos han hecho crujir la puerta de madera de casa, los cuales vuelven a ser audibles otra vez.
Por un momento pienso que es Serena, pero descarto la opción dado que se ha ido dos días a Shire, el pueblo contiguo a Heartfield. Así que tomo la decisión de levantarme de mi silla y dirigirme a la puerta con paso decidido, dado que la única opción sensata es que sea mi madre, la cual habrá librado de su trabajo en la posada antes de su hora.
¡Qué ingenuo fui al pensar eso!
Una desdibujada sonrisa de dientes cariados, rostro imperfecto y de tez levemente agrietada y arrugada me recibe al otro lado de la puerta sonriéndome plácidamente mientras pronuncia mi nombre:
—Hola Bruce.
II — Víctima.
Su sonrisa hace que dude, por unos eternos instantes, en que ladee mi cabeza para recibirle, era el oficial Constantin LaBeouf.
—Buenas noches Bruce —vuelve a fruncir su sonrisa, esta vez bastante forzada—. Siento interrumpirte a estas horas, sé que estás muy liado con tus estudios, pero necesito que vengas conmigo —le miro de reojo extrañado—. Es de vital... importancia.
—Mamá no tardará en llegar, no creo que sea oportuno que me vaya.
—Vamos, Bruce, Dorine lo entenderá —suena algo molesto pero insistente—. Además, es un asunto de colaboración ciudadana, no creo que se moleste. Pero —incide persuasivamente—, si quieres dejarle una nota por si acaso, adelante. Sólo serán unos minutillos.
Aunque no me siento muy cómodo con esta situación creo que, a estas alturas, a pesar de los acontecimientos fatídicos ocurridos en Heartfield, la única seguridad es la policía del pueblo, aunque no sean tan fiables como el alcalde nos quiere hacer ver.
Debo decir que LaBeouf no me inspira confianza alguna, pero creo que tengo que confiar en alguien por lo menos, al menos en la autoridad.
A todo esto, y todavía con la mosca detrás de la oreja, accedo a dejarle una nota a mi madre pegada en el frigorífico con un "ahora vuelvo", ponerme una gabardina y acompañar a LeBeouf hasta el coche de policía.
El camino transcurre en silencio a pesar de la lluvia y, poco a poco, pienso que no le he preguntado a dónde se supone que me está llevando, o tan siquiera el motivo.
En un intento de abrir mi boca para preguntárselo, el coche policial va reduciendo la velocidad hasta pararse a un lado de la carretera y, para mi sorpresa, enfrente al cementerio del pueblo, ubicado en la periferia de Heartfield.
—Bruce —comenta, esta vez serio, LeBeouf sin bajarse del vehículo todavía—. Antes de que veas lo que te tengo que mostrar, es de vital importancia la identificación y cooperación por parte tuya.
Opto por no responder, simplemente me limito a asentir y a fruncir el ceño extrañado. No entiendo sus palabras.
Salimos del coche de policía y LaBeouf me guía entre cientos de lápidas hasta que se para cerca de una, encontrándonos con su ayudante, Corey Ackerman, se intercambian un par de palabras casi susurrándose y noto, ligeramente, una minúscula y casi invisible sonrisa por parte de LaBeouf.
Nuevamente, ambos me guían, otra vez, hasta una zona algo más oscura, cerca de un gran panteón teñido, levemente, por unas gotas rojas al lado de una manta oscura, cubriendo algo uniformemente.
Impasible, LeBeouf levanta la manta y mis ojos quedan impávidos al ver la brutal e indigesta escena.
Allí estaba algo o... quizás alguien despedazado, desfigurado, amputado, con varios trozos de carne esparcidos por la tierra, con medio cuerpo hundido en ésta, sobresaliéndole los intestinos, y con un enorme y sangriento boquete en la parte del pecho; literalmente descorazonado.
Un enorme retorcijón estomacal hace que mi garganta aprisione el vómito, pero es inevitable dada la situación.
—¿Q-Quién es?
III — Preguntas con posibles respuestas.
—Según las pocas pruebas que ha tomado el forense —habla LaBeouf sin un atisbo de miedo— y por el extracto de cabello que se ha extraído del cuerpo, la víctima corresponde con Serena Lee.
Imposible. Tiene que ser mentira.
—Habríamos acudido a sus padres antes que a ti —prosigue mientras yo poco a poco me derrumbo en mi sitio—, pero a escasos veinte metros han aparecido medio carbonizados, así que eres nuestro punto de partida para iniciar una investigación.
Estoy destrozado, ver el cuerpo de Serena ahí tirada, completamente descorazonada e irreconocible, y que ambos policías ni se inmuten o tan siquiera tengan empatía alguna por la situación presente hace que me ponga furioso.
—Necesitaremos tomarte declaración —interviene su ayudante—. Debes acompañarnos a comisaría.
Con cierta reticencia y oposición acepto ir voluntariamente a comisaría, no sin antes mencionar que nada más lleguemos llamaría a mi madre para que no se preocupara, así lo hice nada más llegar.
—¿Dónde estabas la tarde del jueves pasado a las doce de la noche, Bruce? —empieza a interrogarme el ayudante de LeBeouf, Corey Ackerman.
—Estudiando para mis exámenes —respondo de inmediato—. Mi madre puede corroborarlo.
Exactamente no sabía el porqué estaba ahí sentado declarando y porque LeBeouf no era el que me estaba interrogando, pero lo que todavía no me podía quitar de la cabeza era la imagen del cuerpo de Serena desmembrado y mutilado, aquella indigesta escena.
Corey Ackerman me había asegurado que no podríamos enterarla ni celebrar funeral alguno hasta que se aclarase lo ocurrido. Pobre Serena, ni muerta puede descansar.
—¿Era amigo íntimo de la señorita Lee? —continúa con el interrogatorio.
—Nos conocíamos desde la escuela —suelto un suspiro y los recuerdos con ella vuelven a mi mente, haciendo que mis lágrimas se derramen —, éramos más que amigos...
—Eran pareja sentimental —termina la frase por mí y yo asiento, intentado que no se me escapen más lágrimas.
Durante media hora me hace más preguntas sobre mi día a día en el pueblo, hasta que una llamada de teléfono hace que Ackerman tenga que contestar de inmediato.
—Agente Ackerman —resuena la voz de LeBeouf al otro lado del aparato—, necesito que venga de inmediato a la casa de los Lee —y antes de cortar la comunicación adjunta—, traiga al chico también.
Después de colgar, inmediatamente, Ackerman toma su cinturón, portando una pistola, unas esposas y una linterna y me obliga a acompañarle en el coche de policía. Me recuerda que si intento escaparme u ocultar pruebas, me pondría las esposas y pasaría de ser testigo a posible sospechoso.
Desde el coche policial se ve una enorme llamarada roja, una enorme antorcha roja la cual se hace más marcada debido a los nubarrones negros que la rodean. Realmente tétrico.
Ackerman para el coche en seco, cerca de aquella hoguera descomunal, y me obliga a que baje y le siga, acto seguido nos vamos dirigiendo poco a poco a aquel foco con vida propia hasta toparnos con LeBeouf y Thobias Thunder.
IV — Testimonios imprevistos.
Me paro en seco para observar que aquella enorme fogata no es más que la casa de los Lee, pero no sólo arde con violencia el que fuese en su momento su hogar, sino también su establo y su granja.
Los alaridos de los animales son realmente inconfundibles, estaban sufriendo y agonizando de dolor. Aquello es mortificante, pero poco se puede hacer para ayudarlos.
Heartfield está mal comunicado y los bomberos tienen que venir de bastante lejos, vivimos muy atrasados en ese aspecto.
Veo cómo el señor Jobs, junto con su esposa, los vecinos de los Lee, son los únicos que intentan apaciguar el incendio en una parte del establo, haciendo que sus esfuerzos sean nulos.
El resto del público allí presente nos limitamos a observar sin hacer o decir nada, simplemente vemos como el fuego va calcinando absolutamente todo, ni siquiera LeBeouf mueve un sólo dedo, dado que ha estado hablando con Thobias Thunder, el único médico del pueblo, desde que hemos llegado sin importarte lo más mínimo lo que está pasando enfrente de sus ojos.
Pasadas dos horas, el fuego empieza a sucumbirse en sus propias llamas, haciendo que toda la humareda negra, ayudado por el aire caliente que ha formado el incendio, forme una gran nube grisácea que, al poco, va tornándose en una tormenta de agua y truenos y, a su vez, todos aquellos quejidos de animales son apaciguados por su propia muerte.
LeBeouf persuade, hasta que pase la tormenta, a los Jobs para que nos dejen entrar en su casa, tanto a Ackerman, a Thobias Thunder y a mí, cosa que ellos, quizás por miedo a futuras represalias, acceden no muy convencidos.
—Dígame señor Jobs —LeBeouf pone tono de interrogatorio—, ¿cómo ha surgido el incendio?
—Verá... lo cierto es que no lo sabemos —LeBeouf arquea una ceja y el señor Jobs continúa—. De verdad señor, empezamos a ver la enorme llamarada y es entonces cuando le llamamos a usted, suerte que vino muy rápido.
Atento a la conversación, capto un detalle bastante significativo, el señor Jobs acababa de decir que LeBeouf acudió rápido, eso significa que estaba bastante cerca, puesto que desde la comisaría de policía hasta aquí, un sitio alejado de la mano de Dios, hay como mínimo media hora, y el único sitio lo suficientemente cerca de aquí es el cementerio.
—Pero lo cierto señor —prosigue—, es que antes de llegar usted, mi mujer y yo vimos a alguien que estaba saliendo del establo.
—Explíquese —ordena LeBeouf—. ¿Cree que esa fue la persona que pudo originar el fuego?
—No lo sabemos —lo señores Jobs niegan con la cabeza—. Pero sí vimos cómo mataba y desollaba viva a una de las cabras. Intentamos espantarle —continúa la señora Jobs—, no le vimos la cara, pero se le cayó esto.
La señora Jobs nos muestra un mechero con unas iniciales talladas formando la palabra CAL.
—Debemos requisarlo —afirma LeBeouf al instante—, es una potencial prueba para poder meter entre rejas al culpable.
V — Tocado y hundido.
Después de media hora de tormenta y de requisar el mechero, LeBeouf recibe una llamada de urgencia sobre un posible ahogamiento no muy lejos de aquí, cerca del acantilado.
LeBeouf es bastante persistente en que yo continúe con ellos como potencial testigo y, de un modo u otro, me veo obligado a ir en el coche policial, esta vez, en la parte de atrás al lado de Thobias Thunder.
Exactamente no sé si LeBeouf o el propio Ackerman conocen el término información confidencial porque, hasta lo poco que yo sé, un posible testigo no puede inmiscuirse en asuntos policiales de este calibre.
— [...] —
Cuando llegamos al acantilado, el agua ruge con una braveza terrorífica y hace un ruido espeluznante cuando la fuerza de ésta rompe contra el rompeolas.
El paisaje en sí también es verdaderamente sobrecogedor: triste y desapacible, además de que nos acompaña un cielo todavía gris y nubloso.
LeBeouf recibe, nuevamente, una llamada y nos obliga a todos a seguirle hasta la orilla de la playa, a escasos metros por debajo del acantilado, dónde nos encontramos a uno de los pescadores, Abraham Waters, cerca de un cuerpo tirado y, de lejos, su barco pesquero flotando.
—¿Qué ha pasado, Waters? —pregunta LeBeouf sin cortesía alguna acercándose al pescador.
—Mis hombres y yo hemos encontrado ahogado a Gabriel Brown —señala su cuerpo—. Y no parece que hubiese tenido una muerte digna.
LeBeouf nos indica a Ackerman, Thunder y a mí que vayamos a ver el cadáver.
Hasta cierto punto, podía sentir cierta alegría por la muerte de Gabriel: era un malnacido. No hacía otra cosa que acosar una y otra vez a Serena; estaba obsesionado con ella.
Su piel estaba tan blanca como el talco y en sus ojos no estaban sus orbes, simplemente ya no existían. Tenía la boca abierta como si antes de morir hubiera visto al mismísimo demonio y, lo que más me llamó la atención, fue el mismo boquete que tenía Serena en el pecho: estaba descorazonado.
—No es un suicidio —señala Ackerman el agujero en el pecho de Gabriel—, es un asesinato a sangre fría. Parece que el asesino sigue el mismo patrón que el asesinato de la señorita Lee. ¿Cuánto tiempo debe llevar muerto?
—Seguramente más de dos días —apunta Thunder—, quizás tres. Lo descorazonaron y, desde el acantilado, fue empujado al vacío; eso explica las magulladuras que tiene el sujeto en las extremidades; tendrán que llevarlo a la morgue para hacerle una autopsia completa.
LeBeouf, el cual se ha mantenido callado, da la orden tanto al pescador como al médico para que lleven el cadáver a la morgue. En cuanto a nosotros tres, volvemos a comisaría.
En el camino de vuelta, noto que hay un ambiente bastante tenso:
—Bruce, ¿conocías a Gabriel verdad? —yo asiento y LeBeouf vuelve a preguntar—. Escuché que tuviste una pequeña... pelea hace una semana, ¿me equivoco?
—Fue una pequeña disputa —aclaro puesto que defendí el honor de Serena—. ¿A dónde quiere llegar con sus preguntas?
VI — Mentiras y verdades.
Mis preguntas incrementan a medida que llegamos al cuartel de policía.
Hace más frío que antes y la tormenta parece querer volver al pueblo.
Después de esperar media hora en una sala de interrogatorios, LeBeouf abre la puerta y, consigo, porta una vela con una llama ligeramente débil, a punto de apagarse y, con mucha solemnidad, se sienta frente a mí.
Contemplo con detalle la pequeña chapa de policía que reluce por la poca luz: Constantin Aodh LeBeouf. No sabía que tenía un segundo nombre.
—¿Es usted celoso? —empieza a interrogarme y, como ve que yo no respondo, sigue hablando—. Bruce, ¿sentía celos cada vez que un hombre se acercaba a la señorita Serena Lee?
—En absoluto, Serena y yo éramos amigos.
—Vamos Bruce —forma una sonrisa—, sé que a Ackerman le ha contado otra cosa. Le ponía furioso que el señor Gabriel Brown se interesase por ella, ¿verdad?
—No entiendo a qué quiere llegar. Si está insinuando que yo maté, supuestamente, a Gabriel por celos está muy equivocado.
—Yo no he insinuado absolutamente nada, señor Lyon, usted ha sacado sus propias conclusiones —ésta vez marca más su sonrisa—. Y el mechero —saca el encendedor con las siglas de CAL de su bolsillo— pertenece a su padre: Conrad Artur Lyon. Las siglas de CAL concuerdan con su nombre completo.
—¡Mentira! —niego—. No he visto ese mechero en mi vida.
—Claro que sí Bruce —intenta convencerme—. Odiabas a Gabriel con toda tu alma, Serena sólo te veía como un amigo y no soportabas el hecho de que sus padres no aprobasen una relación, aunque fuese de amistad, contigo.
—¡Basta ya! —me levanto estrepitosamente—. Yo no he matado a nadie y ese mechero no pertenecía a mi padre. Mi padre se llamaba Kondrad con "ka", no con "ce". Y, admito que odiaba a Gabriel, pero nunca cometería un crimen.
Por un momento me quedo inmóvil: las siglas CAL sí coinciden a la perfección con su nombre. Además, recuerdo que Serena siempre se estaba quejando de que LeBeouf les hacía muchas visitas a casa. Y, además, tiene una llave maestra de todo; tiene acceso a cualquier sitio, al cementerio, a los establos, a nuestras casas...
Un silencio sepulcral hace que se cale mi espina dorsal.
—Bruce, no hagas esto más difícil de lo que ya es —me obliga a sentarme nuevamente—. Y confiesa de maldita una vez.
—¿Fuiste tú? —pregunto con un hilo de voz y él sonríe—. Tú los has matado a todos. ¡Maldito hijo de la gran...! —sin dudarlo tiro la vela encima de él, la cual se apaga y no logra hacerle daño alguno—. ¡Asesino!
La ira hace que mi mente no controle mi cuerpo, ni tampoco mis impulsos. Este asesino tiene que morir.
Con todas mis fuerzas me tiro encima suya intentado asfixiarle pero es mucho más fuerte que yo y con un puñetazo me derriba cayendo en el frío suelo y quedando inconsciente.
—No es bueno contar mentiras, Bruce —sonríe fríamente antes de yo desfallecer.
VII — Ultimátum.
2 años después
La puerta se abre dejando pasar al hombre que más odiaba en este mundo; el hombre que me había condenado a vivir encerrado entre éstas cuatro paredes; el hombre que me acusó de esquizofrénico y de mentalmente inestable.
Antes de cerrar la puerta, le dirige unas palabras a mi psicóloga y después enseña su placa de policía:
—Sólo será media hora.
La psicóloga Kirkpatrick asiente, no muy convencida, pero aun así nos deja a ambos solos.
Mi odio hacia ese ser llamado LeBoeuf es inexplicable. Todavía tengo sueños en dónde le estrangulo mientras me pide clemencia en muy malnacido.
—La vida no te ha tratado muy bien Bruce —se sienta frente a mí—. Aunque, por lo que veo, no vives en un mal sitio.
—Púdrete en el infierno —contengo mi ira apretando los puños—. ¡Me culpaste por cuatro asesinatos que no cometí!
—Deberías relajarte —sonríe LeBoeuf—. A Serena nunca le gustaba cuando te ponías así.
—¡No la menciones! No sabes nada sobre ella.
—Es curioso —se levanta de la silla y da vueltas alrededor mía— que digas eso Bruce cuando yo la conocía mejor que tú —se acerca a mi oído y me susurra—. Gritaba entre gemidos mi nombre cada vez que lo hacíamos como conejos.
—Mientes —respondo encolerizado—. ¡Miserable!
—Serena no se fue a Shire aquel día, vino a verme —niego con la cabeza—. ¿Y sabes lo mejor? Quería que nos escapásemos del pueblo —se vuelve a sentar y dice—. ¿Sabes a qué se dedicaba cuándo no estaba contigo? Se iba acostando con todos los hombres del pueblo; era una vulgar furcia.
La ira empieza a dominar mi mente y lo único que puedo hacer es contenerme:
—Bastardo mentiroso.
—No te estoy mintiendo —vuelve a sonreír—. Un día se presentó en mi casa con una prueba de embarazo y me amenazó con ir la policía y acusarme de violación. Irónico, ¿no? Obviamente, tenía que callarle la boca y no tuve más remedio que descorazonarla viva—ríe mientras se dirige hacia la puerta—. El entrometido de Gabriel vio todo y tuve que simular su suicidio en el acantilado. Los padres de Serena conocían nuestra relación y también me amenazaron así que los quemé vivos juntos a su casa. Admítelo, nos he hecho un favor a ambos.
Camina hacia la puerta y parece que no le ha afectado en absoluto lo que acaba de decir:
—Duerme con un ojo abierto —musito enfurecido—. Nunca se sabe cuándo un loco se puede escapar de un manicomio.
—¿Acaso es una amenaza?
—No, es un ultimátum.
— [...] —
31 de octubre de 1997: POLICÍA DESCORAZONADO Y CON LOS GENITALES MUTILADOS
El cuerpo estaba en proceso de putrefacción y lo único que se pudo rescatar fue un pelo perteneciente al sheriff de Heartfield: Constantin Aodh LeBoeuf.
Junto al cuerpo se encontró una nota que decía: "Nos he hecho un favor a ambos".
Se están investigando las causas del suceso, hasta ahora no se han encontrado posibles culpables.
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