Capítulo III : Aislamiento

Abrí los ojos, todo se veía todavía borroso. Escuché el sonido de lo que parecían ser unas maracas, cuando mi vista se aclaró completamente, al igual que mi conciencia, las maracas se convirtieron en chicharras. Ya había olvidado lo que era despertar con las melodías de la naturaleza, el cantar de las aves, el chirrido de los insectos, el silbido del viento, el murmullo del río que corría a lo lejos... Me di cuenta de la falta que me hacía todo eso, reparé en la necesidad que tenía de tomar un descanso de la ciudad, de aquel espacio donde todo era bulla y caos. Donde incluso me costaba dormir debido al ruido proveniente de los autos y la música de los vecinos.

Me senté en el borde de la cama y estiré mis brazos de lado a lado para desemperezarme. Miré el reloj, eran las ocho de la mañana. Abrí la cortina y aprecié el paisaje que me rodeaba por un par de minutos. Detallé cada nube, cada árbol, cada objeto que componía el panorama, y comencé a enmarcar con mis manos aquello que consideraba digno de pintar mi lienzo. La elección de aquel destino no era solo porque la finca era mía, no, lo más importante para mí era que estaba segura de que allí hallaría inspiración para mi trabajo como artista.

Quería volver a pintar, retomar mi arte y crear piezas únicas que transmitieran lo que realmente sentía. No era solo cuestión de trabajo o pasatiempo, en ese momento necesitaba de mi arte con fines, más bien, terapéuticos.

Me encontraba absorta en mis pensamientos cuando el rugido de mi estómago me trajo de vuelta a la realidad.

—Muero de hambre —puse ambas manos en mi estómago—. Gracias por este nuevo día —susurré con la mirada fija en el cielo.

Sentía que a partir de ese momento las cosas cambiarían, comenzaría una nueva etapa en mi vida en la que yo tendría el control de todo. Por primera vez, solo de mí dependía encontrar la tranquilidad y la felicidad que tanto añoraba. Ya no podría culpar a nadie más, todo estaba en mis manos.

Me dirigí a la cocina para preparar mi desayuno. Mientras comía revisé mi celular y noté que no tenía conexión a internet.

—No llega bien la señal —me lamenté. Luego traté de llamar a mi amiga y, aunque pudo contestarme, me era imposible entender lo que decía. "Tendré que mirar luego en dónde hay mejor señal porque no puedo permanecer totalmente incomunicada", pensé, sin despegar la mirada de la pantalla del aparato.

Después de dejar el comedor saqué una silla y la ubiqué afuera, cerca del lavadero. Allí me senté de nuevo a observar el paisaje y a fragmentarlo con mis manos, buscando aquello que pintaría primero. Centré mi atención en un viejo árbol que se veía apartado de todo y comencé a dar las primeras pinceladas. El tiempo se fue volando, cuando me di cuenta ya había oscurecido, el día había pasado frente a mis ojos sin siquiera notarlo.

Nuevamente mi estómago me llamó la atención. Estaba tan hambrienta que tuve que ir a preparar algo rápido: un par de huevos revueltos con lo que encontraba a mi paso. Busqué mi parlante y lo puse cerca de la puerta, conecté la memoria con mi música favorita y volví a la cocina por mi té. Me senté de nuevo en la silla junto al lavadero a observar el cielo nocturno, era simplemente magnifico, por momentos me sentía incluso parte de aquella bóveda celeste que me cubría.

Poco a poco mis ojos se fueron cerrando hasta que me hallé profundamente dormida. Tiempo después abrí mis ojos de golpe, me moví tan bruscamente que fui a dar en el suelo. Solté un quejido. Mis manos temblaban y tenía la horrible sensación de que alguien había susurrado algo a mi oído, había sentido un cosquilleo y podía jurar que este estaba acompañado de palabras que no podía recordar.

Puse mis brazos en cruz contra mi pecho y comencé a frotarlos. Miré a mi alrededor, estaba muy oscuro y frío. Por primera vez sentí terror, me sentí vulnerable, noté que si algo me sucedía, probablemente, nadie lo sabría. Después de todo, me encontraba en medio de la nada, muy pocos se habían percatado de mi presencia, y de esos pocos a ninguno tenía porqué importarle. Además, estaba básicamente incomunicada. Si algo me pasaba, ¿Cómo lo sabrían mis seres queridos? Las palabras de Valeria y su preocupación exagerada al fin cobraban sentido.

—Aquí nunca ha pasado nada. Absolutamente nada —murmuré tratando de alejar las palabras de mi amiga y las noticias que había leído sobre el pueblo antes de viajar—. Nunca ha pasado nada. Jamás —repetí acompañando las palabras de hondas respiraciones—. Y no va a pasar nada —suspiré—. Nada de nada.

Entré la silla y cerré la puerta. Puse todos los seguros posibles. También di un recorrido por cada habitación cerrando las puertas y ventanas que hallaba a mi paso. Al llegar al dormitorio cerré la puerta con llave y aseguré las ventanas con sus pasadores.

—Qué bochorno —quité las cobijas de la cama, dejando solo una sábana.

Busqué un libro y me senté a leer en la cama, quería relajarme un poco antes de dormir, ya que estaba segura de que teniendo los nervios de punta me iba a ser imposible conciliar el sueño. Pasados unos cuantos minutos noté que no estaba entendiendo nada, era como si pasara mis ojos por las páginas y no lograse decodificar las palabras. Cerré el libro con frustración, una gota de sudor cayó de mi frente, manchando la portada.

—Dios, este calor es infernal —pasé mi mano por mi frente—. Estoy que sudo, me va a tocar abrir algo.

Me levanté de la cama, mi ropa estaba empapada en sudor. Me la quité sin pensarlo y fui a buscar una pijama. Luego de cambiarme fui a la cocina por un vaso de agua. Al regresar a mi habitación ya me encontraba más tranquila. Cerré la puerta de nuevo y me acosté a dormir.

Desperté varias veces en medio de la noche. En ocasiones me parecía ver una silueta oscura junto a la puerta. Todo era muy borroso, tal vez era el calor que me producía alucinaciones. ¿Estaba soñando o despierta? Me era imposible separar la fantasía de la realidad.

La noche era eterna, despertaba fugazmente y, aunque quería levantarme y encender la luz, mis ojos estaban tan pesados que se volvían a cerrar en cuestión de segundos. Desperté en repetidas ocasiones. Cada vez que abría los ojos me sentía más asustada, la figura oscura se hacía más clara, aunque no lo suficiente para detallar sus características. Estaba desesperada, en mis momentos de lucidez pedía al dios que me quisiera escuchar que me ayudara a despertar. Lo único que deseaba era ver la luz del sol anunciando un nuevo día.

*****

Abrí mis ojos con lentitud, al fin se cumplía mi deseo. Me sentí agotada, como si no hubiese dormido nada. Me dolía la cabeza, mi cuerpo se sentía muy débil y de nuevo estaba empapada en sudor. Arranqué la sábana de mi cuerpo y la tiré al piso. Me levanté y abrí las ventanas. Asomé mi cabeza por una de ellas para tomar aire.

—Necesito un baño —recorrí la habitación con la mirada, todo estaba intacto—. De verdad que no soporto este clima —gruñí en voz baja en tanto me quitaba la ropa y caminaba hacia el baño.

Entré en el pequeño espacio destinado para la ducha. Sus paredes estaban húmedas, eso me hacía sentir un poco incómoda. Comencé a girar la manija, al principio no salió ni una gota de agua, pero luego un chorro helado diluvió sobre mí, provocando que tropezara con una de las paredes al tratar de evadirlo.

—Maldita sea —gruñí con rabia—. No me puedo bañar así. ¿Quién carajos se puede bañar así?

Llevaba años sin tener que someterme a la tortura de tomar una ducha fría y, aunque al principio no me parecía algo demasiado importante, comenzaba a darme cuenta que esos pequeños detalles iban a hacer imposible mi vida en el campo. Comenzaba a sentirme frustrada, y mayor fue ese sentimiento cuando al tratar de secarme las gotas de agua se habían convertido en sudor. Me sentía pegajosa, por más que pasara la toalla por mi cuerpo, esa sensación permanecía.

—No sé ni para qué vine —amarré mi cabello en una coleta y caminé hacia la cocina.

Yo ya no era la mujer que solía vivir allí, ahora era una mujer de ciudad. La frustración se convirtió en rabia, la ducha era la menor de mis preocupaciones, y apenas era el segundo día de supuesto descanso, paz y tranquilidad.

Al entrar a la cocina busqué mi olla para el té. No recordaba dónde la había puesto. Di un paso hacia atrás y algo crujió en el suelo. Miré hacia abajo buscando lo que había pisado y encontré un montón de cereal regado.

—¿Qué es esto? —había un camino de cereal que conducía hacia la sala. Lo seguí. En medio de los muebles encontré un mensaje—. Bienvenida. Soy Tony —volví a pisar el cereal y el susto que me produjo el sonido casi me hace caer—. ¿Qué? —murmuré con dificultad, me costaba articular palabras.

Salí corriendo en busca de una escoba. Luego de barrer recorrí la casa para ver si había indicios de que alguien hubiera estado por allí, no vi nada extraño. Volví a la cocina, el nombre de Tony no dejaba de rondar mis pensamientos. Me sonaba conocido, aunque no lograba recordar de dónde.

Busqué mi celular e intenté llamar de nuevo a mi amiga.

—Este cochino aparato no sirve —lo puse sobre el mesón con brusquedad—. ¿Qué mierda está pasando? —apoyé mis codos sobre la mesa y cubrí mi cabeza con mis manos temblorosas—. Calma —tomé un profundo respiro—. Calma, Luisa. Calma. Todo estará bien.

Alejé las manos de mi rostro, mis mejillas estaban empapadas de una mezcla de sudor y lágrimas.

—Todo está bien —me limpié con las muñecas y seguí buscando la olla para el té. La encontré en la nevera, no recordaba haberla dejado allí.

Luego del desayuno salí a pintar, esta vez ubiqué mi silla más lejos de la casa. El contacto de la hierba y mis tobillos me hacía cosquillas, pero también me brindaba tranquilidad. El olor a naturaleza me inspiraba, todos los problemas y pensamientos negativos se alejaban de mi mente. Estar allí en medio de todo ese verde, sola con mi lienzo y mis pinceles, me hacía sentir viva. Había pensado en llevar el parlante para poner música, pero al final había decidido pintar al son de la naturaleza.

Mis ojos saltaban de lado a lado mientras pintaba, pasaban del cuadro al paisaje y del paisaje al cuadro. Había fijado mi atención en una zona boscosa, quería plasmar la magnificencia de los árboles que se presentaban ante mí frondosamente erguidos, como poderosos gigantes de madera.

—Un poco más de café —dirigí mi atención hacia la arboleda, el pincel se resbaló de mis manos al encontrarme con una silueta humana, cuyo rostro me era imposible de detallar.

Me levanté de la silla y comencé a caminar hacia ella. La persona que me observaba se mantuvo en su posición, completamente quieta. Aceleré el paso, mi corazón latía cada vez más rápido. De pronto la persona agitó su mano de lado a lado, como despidiéndose y comenzó a correr hasta desparecer de mi vista, como si hubiese sido tragada por el bosque.

—¡Oye! —corrí tras ella sin detenerme. Sin embargo, cuando me hallé adentro no pude ver más que tierra, hojas y madera—. ¿Quién anda ahí? ¿Qué es lo que quiere? —recorrí el lugar con mi mirada—. ¿Qué quiere? —repetí en un grito.

Estaba por adentrarme más en el bosque cuando noté que me estaban comiendo viva los mosquitos. Palmeé mi brazo por impulso y luego empecé a rascarme con desesperación. Me rasqué y me rasqué hasta que la piel de mi brazo se pintó de rojo y quemó. Di media vuelta para volver a la casa, no quería estar más en ese lugar, por mi afán no me fijé en dónde pisaba y al enredarme con las raíces de un árbol fui a dar en el piso. Por un instante todo se puso negro.

Una voz se escuchaba cantar a lo lejos. Mis ojos se fueron abriendo lentamente, la voz parecía acercarse cada vez más. Cuando mi visión se aclaró vi a una persona de espaldas sentada sobre una roca. Todo daba vueltas, llevé una de mis manos a mi cabeza y sentí humedad. Dolía, el dolor era agudo e intenso, mis dedos se habían manchado de sangre. Mi cuerpo se sentía muy débil y aunque quería moverme, era imposible.

—¿Estás bien? —preguntó la voz.

—¿Quién es usted? —inquirí con dificultad. El dolor en mi cabeza era cada vez más fuerte.

—Ya te dije —contestó en un susurro.

—¿Quién? —la voz apenas me salía y, sin recibir respuesta alguna, todo volvió a oscurecerse.

No sé cuánto tiempo pasó antes de recobrar el sentido. El dolor seguía allí, aunque había disminuido considerablemente. Volví a llevar mi mano a la cabeza, ya no parecía haber sangre. Me levanté con cuidado y comencé a recorrer el lugar, no vi a nadie. Volví a la roca en la que había visto a la persona sentada y frente a ella encontré escrito con rocas su nombre "Tony".

—¿Tony? —pregunté en un murmuro—. ¿Quién es, Tony? ¿Qué es lo que busca? —grité con desespero—. ¡Qué quiere de mí, maldita sea! —mi voz se tornaba cada vez más temblorosa pues tenía ganas de llorar.

Con la mirada fija en el suelo emprendí mi huida. Quería estar en casa, no en aquella finca, sino en mi apartamento en la ciudad. Comenzaba a pensar que aquel viaje había sido una terrible idea y que en lugar de tranquilidad solo hallaría locura.

—Estoy imaginando todo —repetí en voz baja durante todo el camino—. Todo está en mi cabeza, absolutamente todo —corrí sin mirar atrás, dejando tirada la silla, mi cuadro medio pintado y todos mis materiales—. Debes calmarte —abrí la puerta con brusquedad, estrellándola contra la pared—. Debes calmarte —me dirigí al baño en busca de un espejo—. Debes calmarte —me miré fijamente. Mi rostro estaba lleno de tierra y sudor—. Calma —abrí el grifo y lavé mi cara—. Calma —cada roce de mis manos con mi rostro era más fuerte que el anterior, los roces se convirtieron en palmadas—. Todo está bien —las lágrimas caían quemando mis parpados—. Todo va a estar bien —cerré el grifo y agarré la toalla para secarme.

Ya era de noche y no quería ir a la cama. No quería dormir, me daba mucho miedo. Traté de llamar a mi amiga, sin obtener resultado alguno. Era otra noche oscura y solitaria, no había nadie que pudiera escucharme. Si algo me pasaba nadie lo sabría, nadie podría ayudarme y cuando se preguntaran por mí ya sería demasiado tarde.

—Solo estás paranoica —dije en voz alta. Hablar así me hacía sentir menos sola—. Aquí nunca ha pasado nada —agregué en una sonrisa. Por un momento me sentí tonta, ¿a qué le tenía miedo? No había motivos para temer, si algo fuese a ocurrirme ya habría pasado. Si la persona fuese real ya me habría hecho daño—. Ya deja tanta bobada. Mañana vas y terminas tu cuadro. Más bien ruega porque no vaya a llover y se dañe —preparé mi cena de siempre y luego de cenar escuché música un rato para despejar mi mente e irme a dormir. 

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