5. La verdad oculta

...

La noticia no me sorprendió, aunque por mi parte hubiera esperado otro final. Conocía el nombre del asesino y me hubiera gustado poder detenerlo en público y a ser posible delante de un buen montón de periodistas, pero no pudo ser.
—¿Te sorprende? —Le pregunté a Samuel, pues me encontraba en su casa.
—No, sospeché de él desde un principio —contestó mi amigo—. Sin embargo no creí que fuese un cobarde.
—No creo que fuese un cobarde —dije—. Tan solo una persona desesperada.
—Muy desesperado debía de estar para ahorcarse con la cuerda de un piano.
Esa misma mañana, justo cuando me preparaba para acudir a detener al culpable del homicidio de Alexei Volnikov, una llamada de comisaría me avisó del suicidio de su asesino.
—A veces los celos pueden desgarrar a una persona de tal forma, que su mente llegue a desquiciarse. Eso fue lo que ocurrió cuando Sergio leyó la nota que Alexei le había dejado antes del concierto y en donde le decía que su relación había terminado. La idea de acabar con su vida debió surgir en ese mismo instante. No fue algo premeditado.
—¿Y por qué entonces mutiló el cadáver? ¿Por qué cortarle la lengua y marcar esos números sobre su pecho?
—Eso no fue más que una puesta en escena —aclaré—. Su intención era confundirnos con pistas falsas. Cuando el concierto finalizó y Alexei volvió a su habitación, Sergio aún seguía allí. La idea de asesinarlo rondaba por su cabeza desde que leyó la nota, para él era impensable que Alexei pudiera abandonarle. La única verdad es que el joven murió envenenado. Todo lo demás fue atrezo.
—¿Y la partitura maldita? ¿Y el pacto con el diablo? —Preguntó Samuel.
—Humo, querido amigo. Una cortina de humo. Un intento por parte de Sergio de desviar nuestra atención del auténtico motivo del crimen.
—Pues parecía algo tan misterioso y retorcido como esas novelas policiacas que solíamos leer de niños.
—Quizá ese sea nuestro defecto. Nuestra imaginación nos ha guiado por un sendero que estábamos deseosos de transitar. El resto fuimos inventándolo sobre la marcha —expliqué—. En realidad la única que conocía toda la verdad desde un principio era tu hija Charlotte.
Vi a Samuel mirarme con desconfianza.
—Quería hablarte de eso —dijo mi amigo —. Creo que no deberías volver a ver a Charlotte.
Me volví a mirarle y lo que vi en sus ojos confirmó mis sospechas. Estaba celoso y tenía miedo.
—No veo por qué no voy a seguir viéndola. Su ayuda ha sido capital para resolver este caso y...
—No voy a dejar que la veas de nuevo —dijo Samuel.
—No creo que puedas impedírmelo —dije con calma—. Ella ya ha elegido.
—Ella es mi hija y...
—¿Tu hija? Tu hija murió, Samuel. Murió y además tú fuiste el culpable de su muerte. Charlotte me lo contó todo.
—¿Cómo te atreves a acusarme?
—No te estoy acusando.
—Yo las quería a ambas. Charlotte y su madre eran todo para mí...
—Ellas conocían tu secreto; tu locura les asustaba, por eso trataron de huir de ti y fue entonces cuando tuvieron ese accidente que les costó la vida.
—No podía dejar que se fuesen... Yo no estoy loco, por eso tuve que hacerlo —confesó Samuel y por primera vez le observé con desconfianza.
—¿Qué fue lo que hiciste, Samuel? —Le pregunté.
—Estaban muy asustadas y no querían escucharme... Fue todo tan confuso...
—¿Qué ocurrió?
—No lo recuerdo bien, solo sé que cuando todo terminó su sangre, la sangre de mi mujer y de mi hijita, manchaba mis manos.
—¿Qué hiciste? —Grité esta vez.
—Yo... Creo que las maté...

..

Samuel Guijarro había sido mi amigo desde que nos conocimos en nuestra infancia. Era alguien en quien confiaba. Alguien por quien hubiera entregado gustoso mi vida, si eso hubiera sido necesario. Ahora conocía la verdad que había estado ocultando durante mucho tiempo. Una verdad tan horrible que me negaba a creerla.
—¿Cómo fuiste capaz de hacerlo? —Grité, viendo como todo mi mundo se desmoronaba ante mis ojos.
—No lo sé, Basilio. Te juro que no lo sé —dijo mi amigo, ocultando su rostro entre las manos—. Lo único que recuerdo es la mirada de horror de mi pequeña Charlotte, antes de quitarle la vida con mis propias manos. El resto está confuso...
—El informe policial dijo que se trató de un accidente. Su vehículo se salió de la carretera y ellas fallecieron por el impacto.
—Ya estaban muertas cuando provoqué el accidente.
—¿Por qué me lo cuentas ahora, Samuel? —Pregunté.
—Porque me es imposible seguir viviendo con ello. Tenía miedo de que tarde o temprano Charlotte terminase contándotelo. Tenía miedo de que ella te prefiriese a ti, Basilio. De que mi hija me odiase aún por lo que hice... Creo que sí que estoy loco...
—Ella no me lo dijo.
—¿Crees que aún me odia?
Me encogí de hombros. No supe qué contestarle.
—Sabes que tendré que detenerte, ¿verdad?
—Lo sé —dijo Samuel, asintiendo.
Yo también asentí. Era mi deber
—¿Sabes una cosa? —Preguntó Samuel—. Estuve tentado de destruir ese cuadro, ¿puedes creerlo? Lo pensé, pero no tuve valor para hacerlo. Lo que aún queda de mi hija está ahí, en ese lienzo. Por algún motivo que no llego a explicarme, ella decidió seguir a mi lado. Tal vez eso signifique que me ha perdonado.
—Tal vez —respondí.
—Sí, puede que así sea... Lo que no sé es si tú llegarás a perdonarme...
Sus palabras me sorprendieron, pero reaccioné demasiado tarde. El golpe me sobrevino por la espalda, directamente en mi nuca. Después todo se oscureció.

.

Lo primero que vi, cuando desperté, fue la pequeña figura de una niña, que se encontraba a mi lado.
—No es tan terrible —susurró su voz infantil en mis oídos—. La muerte puede ser una liberación.
—¿Estoy muerto? —Pregunté.
—¡Claro!
—¿Y ahora?
—He estado esperando tu llegada desde hace mucho tiempo —dijo Charlotte, sonriendo—. Ahora solo nos queda vengarnos.


¿Fin?  

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