4. Tres acordes y una maldición

—Es una gran pérdida la muerte de ese joven —dijo el director del centro donde Alexei cursó sus estudios de música y al que había acudido para tratar de lograr sacar algo en claro—. Tenía tanto talento...
—Así es —asentí—, y es mi obligación averiguar el motivo por el que lo han asesinado. ¿Qué podría contarme sobre él?
Samuel había decidido acompañarme en esta ocasión, pues según me dijo, Charlotte se lo había pedido, ahora le vi atento a la explicación de Horacio Soler, quien fue el primer profesor del joven Alexei. Un personaje serio y envarado para el que la disciplina parecía serlo todo.
—¿Qué podría contarle? Tan solo que era un verdadero prodigio. Con él se cumplía esa máxima que dice que el alumno llega a aventajar al maestro. Yo me sentí muy orgulloso de que así fuese.
—¿Cómo llegó a interesarse por la música? —Pregunté.
—Fue a raíz de un viaje que hizo a la India. Allí conoció a un maestro Zen, que le introdujo en el Camino del Buda y de la espiritualidad. Él pretendía alcanzar el Nirvana o la purificación a través de su música.
—¿Era budista?
—Alexei era muchas cosas, inspector. El budismo le interesaba como también lo hacían la religión cristiana y la musulmana. Incluso el satanismo llegó a interesarle. Él se quedaba con lo mejor de cada enseñanza para aunarlo en un todo. Hacía lo mismo con la música, recogía pedazos de aquí y de allá para integrarlos entre sí, creando algo nuevo y maravilloso.
—Debía de despertar muchas envidias, ¿no cree?
—En el arte, como en la vida, el que logra destacar es envidiado, cuando no censurado o agredido. La condición humana es así. Si yo no puedo llegar a serlo, me encargaré de que los demás tampoco lo sean, ¿no sé si me entiende?
—Perfectamente —respondí.
Samuel se acercó hasta mí y susurró algo en mi oído. Yo asentí.
—¿Podría mostrarme el piano con el que Alexei aprendió? —Pregunté al director.
—¿El piano?
—Sí, tan solo es mera curiosidad.
—Ese es, inspector —dijo el director del centro, señalando el piano que presidía el salón donde nos encontrábamos.
Me acerqué hasta el piano y de nuevo Samuel me habló.
—Ella quiere hablar contigo, Basilio.
—¿Ella? —Pregunté confundido.
—Charlotte.
—¿E-está aquí?
—Está a tu lado —dijo mi amigo.
Miré a mi alrededor, pero no vi nada ni a nadie. Un escalofrío recorrió mi espalda.
—Si se lo permites ella se dejará ver. Solo tienes que pedir su ayuda.
Asentí.
—Charlotte, por favor, ayúdame —imploré en voz baja.
Noté su presencia, lo juro. Su fría manita tomó la mía y vi su figura junto a mí. Sus ojos estaban fijos en los míos.
—El piano —dijo con voz muy queda—. Guarda un secreto.
Me llevó de la mano hasta el piano y yo me dejé guiar.
—Siete, nueve y once —dijo. Eran los números grabados en el pecho de Alexei.
—¿Qué significan esos números? —Le pregunté.
—Son notas musicales. Así es como aprenden a tocar el piano los niños.
Charlotte tomó mi mano y la colocó sobre el teclado. Exactamente sobre las notas fa, sol y la sostenido. El acorde sonó grave y profundo y acto seguido se escuchó un vibrante sonido metálico. Un compartimento secreto se había abierto en la parte inferior del piano y en su interior encontré un pequeño cuaderno.
—¿Qué significa esto? —Preguntó el director.
—Es un cuaderno —expliqué.
—Pero, ¿cómo ha podido adivinar...?
Me encogí de hombros. No era el momento ni el lugar para explicarle cierta clase de cosas que ni siquiera iba a creer.
—Llámelo intuición—dije y vi a Charlotte sonreír. La niña seguía aferrada a mi mano y yo me sentía muy a gusto a su lado.
—Gracias, Charlotte —susurré en voz baja y ella sonrió de nuevo.
—Me caes bien —dijo.
—¿Qué hay escrito? —Preguntó el director y noté en su voz algo de nerviosismo.
Aún no la había leído, pero algo me decía que era la pista que andaba buscando.
—Creo que es una confesión en toda regla. El asesino de Alexei dejó aquí escrito el motivo por el cual cometió el crimen.

°
Terminé de leer el cuaderno y la luz se abrió paso por fin en mi mente. Conocía el nombre del asesino y el oscuro entramado que se ocultaba tras su muerte.
Samuel me observaba expectante.
—Y bien. ¿Quién es el asesino?
—¿Se lo decimos? —Le pregunté a mi pequeña acompañante, que aún seguía a mi lado. Ella negó con la cabeza. Desde el principio conocía la verdad, mucho antes de que yo hubiera tomado la decisión de investigar este asesinato.
—Todavía no —dijo Charlotte—. Aún queda un capítulo más.

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