La bestia (fase 2)

El viento en la desolada carretera traía ecos de viejas voces que susurraban en mis oídos y avivaban recuerdos dormidos. Tormentosos sueños de humo y ceniza, estruendos que iluminaban el cielo con matices sanguinolentos, hedores putrefactos, alaridos desesperados, gemidos, plegarias jamás oídas por los indiferentes dioses y cuerpos...mutilados, heridos, fragmentados, yertos. Memorias de un Afganistán que se mantenía latente, en un estado de perpetua dolencia, donde la agonía de los caídos se repetía cíclicamente en mis infaustas reminiscencias.

Si algo bueno me había dejado esa experiencia, era la habilidad para moverme rápidamente de un sitio a otro, tan solo con lo puesto.

No faltaba mucho. Mi viaje estaba próximo a acabar.

Visualicé la Estación Paddington, donde cientos de transeúntes embarcaban hacia desconocidos rumbos con inciertos finales. Innumerables caminos con infinitas posibilidades. Al menos esta vez tenía la certeza de dónde acabaría el mío.

Pisé el acelerador con más fuerza. Las letanías se perdieron en la brisa. 

Cerré los ojos un momento internalizando una despedida, mientras mis manos soltaban el volante.

Mis párpados se abrieron y ahí estaba.

"¡Ah! La bestia me vio directo a los ojos y pude sentir, con indescriptible horror, el pútrido aliento que emanaba de su interior."

El flujo sanguíneo resonó en mis oídos regalándome el sonido de mis últimos latidos y, al fin, la paz llegó, porque por primera vez la muerte no me acechaba. Yo había ido a buscarla.              

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