Una copa de Iniquidad (V Luna Nocta)

  «Pecado a pecado, la copa he llenado de iniquidad.»
-Fragmento del canto: Perdón, oh Dios mío.



I: La luna se pintó de color escarlata


Le ordenaron no moverse y así lo hizo.

Por la mañana su madre salió junto con su padre, llevaba horas en el mismo sitio obedeciendo lo que le pidieron. En ningún momento le pasó por la mente levantarse de la silla en la que estaba aguardando su regreso, ni siquiera cuando sintió hambre, tampoco al momento en que le dieron ganas de ir al baño. Simplemente se quedó ahí, mirando por la ventana, pendiente y anhelando ver sus siluetas asomarse.

Esa situación se repetía varias veces a la semana, no le era nada raro porque así vivía, no conocía otra forma, quizá fuera mejor; sin nada con que comparar su situación no se afligía.

Su departamento quedaba en el tercer piso, por lo que mataba el tiempo descubriendo sonidos en aquel abrumador silencio. Una mujer que vivía al frente trabajaba de sirvienta en la casa de unos diplomáticos, la contrataron para apoyar a la servidumbre principal por lo que regresaba al edificio todos los días a la una de la tarde, su andar era suave, sin embargo los escalones viejos rechinaban ante el mínimo contacto, por lo que alcanzaba a escuchar a la mujer. Ella al percatarse de la ausencia de sus padres tocaba a la puerta y murmuraba su nombre, le preguntaba si había comido. Si bien las órdenes fueron no moverse del lugar, nunca le mencionaron algo sobre hablar, por lo que respondía que no, que ni siquiera desayunó. Hasta ahí quedaba la conversación, nada se podía hacer, la puerta siempre la cerraban con llave y la mujer sabía que la persona ahí dentro no se movería ni aunque su vida dependiera de ello, por lo menos no si sus padres no lo decían.

¿Qué hacían esas personas? ¿Adónde y por qué se iban? Nadie más que ellos tenía idea alguna, sin embargo los huéspedes no se preocupaban demasiado, tenían suficiente con sus propias vidas como para estar al pendiente de sus vecinos, no importaba que estuvieran lado a lado.

Poco a poco los minutos siguieron su curso, la tarde cayó sin novedades. Dentro del departamento tampoco sucedió cambio alguno; una criatura de seis años fielmente se mantenía obedeciendo.

Al caer la noche se oscureció casi todo en el cuarto, una fina luz atravesó el vidrio en la ventana por lo que alzó la cara levemente, la luna se reflejó en sus ojos en ese momento. Le pareció lo más hermoso, jamás había visto el astro en ese tono rojizo y de ese tamaño. Deseó en ese instante, con toda la intensidad e inocencia que poseía, que luna siempre fuera color escarlata.



II: El príncipe de la basura


En su época de juventud aquel hombre viejo había vivido entre libros de todas clases debido a su trabajo, por ello se le había hecho costumbre leer todas las mañanas junto a una ventana y beberse un buen café. Hoy en día se conformaba con un estante donde cabían apenas diez libros y penosamente el llamaba su biblioteca.

Cuando hubo perdido su empleo no supo qué hacer con su tiempo ni cómo ganarse el sustento. Intentó de todo y terminó por convertirse en pepenador, pero no le fue tan mal, le alcanzaba para poder sobrevivir y de vez en vez hallaba algún tesoro. A veces incluso pedía limosna fuera de las iglesias o en las plazas principales. En los alrededores se lo conocía como «el príncipe» a forma de burla.

Su único arrepentimiento era el que nunca se casó ni tuvo hijos; se sentía tan solo.

Cumplía recién los ochenta años, algunos conocidos le habían llevado regalos el día anterior, cosas sencillas y nada costosas que seguramente sacaron del basurero.

Esa mañana se fumaba un cigarrillo al pie de las escaleras, las reumas le afectaban con más intensidad que de costumbre debido al clima. Lo menos que quería era moverse demasiado, pero necesitaba hacer algo importante.

Hacía poco que se había ido a vivir a ese barrio, la zona era peligrosa, llena de delincuentes y burdeles en cada esquina, sin embargo los escasos departamentos tenían una renta bastante baja precisamente por el sitio y ello le permitía un techo seguro, además dudaba que quisieran robarle si no poseía nada, y ningún individuo malgastaría su tiempo en matarlo.

Los dueños del edificio odiaban lidiar con los huéspedes, él se ofreció a cobrar la renta y del mantenimiento a cambio de pagar menos y quedarse con las propinas, en caso de haberlas, así obtenía un ingreso extra.

Entre chisme y chisme se enteró de un rumor escalofriante del tercer piso, al parecer ahí vivía una familia de tres personas, los padres se encargaban de torturar a un niño. El miedo estremeció su alma cuando descubrió que era verdad. La vecina que vivía al frente de ellos se lo había contado personalmente.

Si algo no soportaba era que se maltratara a una criatura inocente, pero nada podía hacer él para evitarlo. Hizo entonces lo único que sabía; leer. Todos los días después de haberse enterado iba hasta la habitación, se pegaba a la puerta y leía en voz alta para que lo escuchara. En ocasiones temía que no hubiera nadie dentro, ya que el silencio abrumaba, pero con el tiempo aquel chiquillo fue tomando confianza hasta pedirle que continuara por un rato más.

El príncipe del basurero le leía al pequeño monstruo que se iba creando en esa habitación.




III: Culpabilidad, dolor, miseria e impotencia.


Adalina del Rosario Pérez Iturbide vivía sola en una casita ruinosa al costado del terreno que servía de basurero improvisado para el barrio. Sus días transcurrían entre esporádicas comidas, alcohol y tabaco. Apesar de su edad la mujer recurría a su cuerpo con tal de ganarse unas cuántas monedas con que subsistir. El tiempo y la vida le habían enseñado a dejar de sentir asco y repulsión, su piel se convirtió en su armadura, su negocio y al mismo tiempo lo que más odiaba. En la actualidad su físico ya no era tan redituable como en su juventud, pero poco le importaba.

Por más que no lo deseara hubo momentos en los que de nuevo tenía ganas de una vida mejor y feliz. La primera ocurrió cuando se convirtió en madre, amaba a su hija con locura y la crío con dulzura, deseaba un futuro diferente para ella. Mas el cruel destino hizo que siguiera sus mismos pasos en aquel mundo oscuro; de igual modo concibió una criatura de padre desconocido, pero a diferencia de Adalina su hija se casó con uno de sus clientes y se mudaron a una zona aún peor.

En pocas ocasiones los llegó a visitar, adoraba a su nieto, tan lindo y risueño. Le dolía en el alma que su hija y su yerno lo dejaran tanto tiempo solo, más aún siendo él demasiado pequeño. Ese niño inocente con ojos luminosos lograba enternecer su corazón endurecido, sentía como sus facciones se ablandaban y abandonaba la eterna expresión de amargura hasta formar una sonrisa.

Por ello el día en que descubrió en lo que lo estaban transformando la cordura se fue, las pesadillas la atormentaban repitiendo la escena innumerables veces, tanto que le parecía estar presenciándolo de nueva cuenta. Algo en su cabeza le decía que estaba a tiempo de salvarlo, podría alejarlo de ellos y cuidarlo, sanarlo, sin embargo el miedo la paralizó; por más que se repetía que necesitaba protegerlo no pudo ponerse en marcha. En lugar de ello una mala noche de borrachera, en la que la soledad y culpabilidad pesaban toneladas en sus hombros, caminó hasta la cima de una pila de basura y se lanzó hacia otro montón que ardía en llamas. Abandonó al niño en el instante en el que saltó.

Cada fin de mes quemaban una parte del vertedero para deshacerse de lo innecesario y hacer más espacio. El humo llenaba el cielo como si se tratase de un inmenso fantasma ceniciento, el calor ahogaba los alrededores y nadie se acercaba. Adalina se concentró en el recuerdo de las risas de su nieto, se rehusaba a irse pensando en él de otra forma, tardó un minuto en total antes de perder la concentración y comenzó a gritar. La carne se cocía con las llamas y el fuego secaba las lágrimas antes de que siquiera pudieran salir. Adalina murió del mismo modo en que vivió; sola, sin nadie que acudiera a sus gritos de auxilio.



IV: Sofocante vileza


Esa tarde de intenso calor de nuevo se hallaba encerrado en la habitación, esta vez no le pidieron quedarse quieto, solo que no saliera, por lo tanto se paseaba leyendo un libro que el «señor bueno» le había obsequiado. Él era la única persona además de sus padres al que obedecía, al principio lo rechazaba igual que a los demás, justo como le habían dicho que hiciera, sin embargo le gustaba su voz y las historias que contaba, por eso en ocasiones especiales le abría la puerta con una llave escondida que encontró hace tiempo.


El «señor bueno» le enseñaba cómo leer y el niño rápidamente aprendió, descubrió un nuevo mundo y se sintió extraño. Aquello que brotaba de su pecho se parecía a la sensación que le causaba cuando sus padres lo felicitaban por portarse bien, pero aumentado mucho más. Era cálido y reconfortante, le hacía cosquillas de forma agradable.

El bochorno comenzaba a marearlo, se secó el sudor y bebió agua de una taza en suelo que tenían asisgnada para él, el liquído se hallaba tibio y quiso vomitar, tuvo que aguantarse. Miró por la ventana y se preguntó si afuera estaría más fresco, la acera parecía emitir vapor igual que la neblina por las mañanas así que consideró que adentro estaba mejor, sus padres siempre tenían razón.

Continuó leyendo, mientras recorría las páginas llegó a una frase: «No encontré motivos para seguirle los pasos, y me fui.»

No pudo comprender lo que significaba, trató con todas sus fuerzas de hacerlo logrando que le diera jaqueca. Decidió que otro día le preguntaría al «señor bueno».

Una cucaracha se asomó de repente, el niño la atrapó y comenzó a quitarle las patitas una por una, las puso en una fila y luego procedió a arrancarle las antenas. La dejó un rato para ver qué intentaría, cuando se aburrió cercenó la cabeza del insecto, le abrió el tórax con un tenedor y luego se la comió.



V: Tierno y perturbador


Salir era un evento en su vida que pocas veces ocurría y siempre debía ser noche o madrugada. ¿Por qué? Porque es más fácil esconderse entre las sombras.

Sus padres llegaron pasadas las once, él se había acurrucado en un rincón y se cubrió con una sábana agujereada, ni se le cruzó por la mente irse a cobijar en la única cama de la habitación, eso estaba prohibido en su totalidad.

Sin importar el frío del exterior lo sacaron con la ropa de frágil tela que tenía puesto. Caminaron ocultándose entre los callejones hasta llegar a un teatro en una de las zonas dónde las buenas familias residían.

Esa noche las personas iban cubiertas de abrigos cálidos y costosos, presumían con altivez sus joyas y relojes de marca. Por ahí cruzaba un vagabundo que al día siguiente gritaría: «¡Malditos todos, no conseguirán doblegarme a pesar de sus acusaciones!», al ser señalado como posible culpable de asesinato.

Se presentaba la compañía de ballet más famosa del país, las bailarinas se preparaban para la función haciendo unos últimos estiramientos tras bambalinas.

El niño y sus padres vigilaban el entorno, ubicaron a su víctima y aguardaron.

Cuando su danza hubo finalizado las bailarinas corretearon por las escaleras con sus medias rosas, felices de otro éxito. Por su parte los palcos comenzaron a vaciarse, el objetivo salió sin prisa alguna para regresar a su hogar. Era un hombre joven, seguramente de clase media por su atuendo, además estaba el hecho de que había llegado a pie y no en un transporte propio. No era extraño que entre toda la ostentación de los presentes destacara, pero tampoco resultaba desconcertante, pues el arte podría disfrutarlo cualquiera, siempre y cuando encontrara la forma. Él por ejemplo sacrificó sus almuerzos de tres meses completos para ahorrar y pagar el boleto.

Ni rico ni pobre, el candidato ideal.

Así pues el niño avanzó hasta el hombre solicitando ayuda económica, por supuesto se negó, trató de alejarse por la repulsión que le causaba el pequeño. Pero debido a la insistencia del infante se vio obligado a tomar un desvío hacia un callejón con tal de no armar un espectáculo en medio de la calle.

Todo iba de acuerdo al plan.

Aquel espacio oscuro y anónimo fue el lugar donde perdió la vida, la acción en que su cráneo fue golpeado con total brutalidad ocurrió tan de prisa que ni siquiera tuvo oportunidad de gritar, por si acaso le cortaron la garganta; el niño presenció el acto vil de sus padres sin pestañar. En dado momento él también se unió al ataque, le sacó los ojos y por diversión hizo cortes en su abdomen.

Los adultos tomaron las pertenencias valiosas del cadáver y se marcharon protegidos por la oscuridad.



VI: La primera vez que comenzó a romperse


Solían practicar métodos de tortura con su propio hijo, aquel niño no había sido deseado, no lo querían ni sentían siquiera un mínimo de afecto por él. Únicamente lo veían como una herramienta útil, le proporcionaban a penas lo necesario para que no muriera, y para la buena o mala suerte del infante, los obedecía sin rechistar.

Ellos pasan los días planeando qué y a quién asaltar, el asesinato formaba parte de sus acciones; la mano no les temblaba ante la posibilidad de matar, incluso les divertía en cierta medida. Danzaban como sombras maliciosas salidas del mismo infierno sobre los cuerpos inertes de su víctimas, riendo ante su dolor y desesperación. El mundo en el que se mueven casi siempre huele a sangre, son ellos o los demás, lo saben. No nacieron en cuna de oro y aspirar a una vida de paz, sin ninguna preocupación, es algo que no consideran. Sin embargo entienden que podrían ir a prisión, evitan el peligro innecesario, se hospedan en un edificio rodeado gente de su mismo estrato social. Por años se han sentido seguros entre ladrones, prostituidas y prostitutos, estafadores y demás. Pero no toda la gente pobre y miserable es delincuente, saben que entre la calaña a la que están acostumbrados hay personas con moral, con más sentido de la justicia que los ricos que suelen ser sus presas. Uno de ellos es el cobrador y cuidador del sitio en el viven, ese anciano hace tiempo que los anda vigilando sin recato, esperando un error o prueba para llamar a la policía.

Cuando descubrieron que su hijo tenía contacto con él una alarma se disparó en sus mentes; decidieron que era demasiado peligroso y acordaron matarlo.


***


Un grupo de pepenadores iba por la madrugada directo al basurero de la zona, se reunieron en el camino y conversaban alegremente con la esperanza de hallar algo de valor, la mayoría tenían familias que alimentar esperando por ellos. Les extrañaba no haberse topado con «el príncipe», pero no le tomaron demasiada importancia.

Varios metros más adelante encontraron el cadáver, sin las manos.

La brisa helada les trajo el olor de la muerte, antes de verlo un escalofrío se deslizó por su médula espinal, fue su mejor amigo quién lo reconoció. Si fue el destino o algo más, nadie lo sabía, pero les pareció escuchar risas siniestras y un sollozo.



VII: ¡Crack!; adiós a la poca cordura.


«El príncipe de la basura» u «hombre bueno», como un pequeño solía llamarlo, estuvo muchos años viviendo sumergido en la pobreza extrema, a tal punto de que pasaban días sin que siquiera tomara agua. Su madre había sido abandonada por su padre al conocer a otra mujer y ella luchaba incansablemente por salir adelante. Un buen día conoció a un noble que supo ver en ese rostro demacrado y sucio la belleza escondida; se enamoró completamente de ella e incluso estaba feliz de aceptar a su hijo como suyo. Sin embargo días antes de contraer matrimonio le hizo creer que la criatura había muerto de pulmonía, ya que el hombre jamás vio al niño le creyó cuando la mujer le mostró el cadáver de una criatura que encontró en un callejón. Es difícil entender los motivos por los que ella actuó de tal manera, después de todo él no tenía inconvenientes en cuidar del pequeño, pero aun así no se inmutó al desechar a su pobre hijo.

Entre un infortunio y otro él logró sobrevivir, tuvo un golpe de suerte cuando una anciana pareja se apiadó de él y lo contrataron en una biblioteca de la ciudad, ese lugar era limpio y estaba rodeado se personas educadas; muy diferente de donde creció. Aunque nunca fue a la escuela hizo su mayor esfuerzo en cultivarse, se aficionó a la lectura y vivió feliz a pesar de que sus benefactores murieron tiempo atrás. Por lo menos hasta que debido a su edad lo despidieron, perdió todo, se dio cuenta de que la felicidad es efímera y traicionera, pues se va cuando menos lo esperas.

Después de convertirse en pepenador y de adquirir un pequeño empleo cobrando rentas, el único lujo que poseía luego de una larga vida eran los escasos libros que consiguió a duras penas. Pasado el tiempo halló otra alegría: leerle al niño del tercer piso que era maltratado. Ese mismo niño que presenció su asesinato a manos de sus padres. Al que también obligaron a herirlo.

Fue en ese instante en que el pequeño infante colapsó, no su cuerpo, sino su mente. Él «tenía» que obedecer, pero por primera vez no «quería».

¿Por qué el hombre bueno debía ser herido? ¿Por qué se sentía su pecho estrujado cuando no era la primera vez que hacía algo así? ¿Por qué el hombre bueno le sonrió incluso cuando sabía que le dolía?

¿Por qué le dijo «te perdono» con los ojos cubiertos de lágrimas y no le miró con miedo u odio como todos los demás?

¿Por qué sintió la necesidad de matar a sus padres, aquellos a quienes siempre adoró, por haberle hecho daño al hombre bueno?

¿Por qué no dudó en clavarles un cuchillo?




VIII: Inane


Se quedó sin nada; vacío.

El último suspiro de vida de sus padres fue inaudible aun en el absoluto silencio de su morada. No sintió ni culpa ni dolor, tampoco alivio o satisfacción, pero antes de acabar con ellos su corazón picaba. Era un malestar que no se iba desde que el hombre bueno cerró los ojos.

Él le quería, deseaba escuchar su voz gastada y apacible leerle una vez más. Hasta que lo trataron con gentileza y genuino amor e interés nunca se dio cuenta de que junto a los que adoraba intensamente solo le transmitían ansiedad. Así que consideró eliminarlos y todo mejoró de pronto, como si nunca hubiese sucedido.

Sin embargo, aunque el cambio resultó agradable, tampoco le dio la felicidad instantánea que creyó que conseguiría.

Aquel niño podría haber sido un buen ciudadano si tan solo su destino fuera distinto, quizá si el príncipe de la basura lo hubiera criado en lugar de ese par de monstruos codiciosos y crueles su existencia sería tan diferente, mas era ya muy tarde para eso, no quedaba nadie en el mundo al que le importara o que quisiera utilizarlo.

Se dio cuenta de su soledad, tenía una expresión taciturna, se quedó un momento observando los cadáveres y luego partió del lugar.

A dónde se dirigió y qué hizo para sobrevivir, nadie además de él lo supo. A los que lo conocieron ni se les cruzó por la mente que veinte años después él regresaría a ese mismo sitio, su aspecto por supuesto distaba mucho del rostro inocente y cuerpo frágil que poseía antes, en ese momento su cara mostraba ciacatrices, ojos hundidos, el cabello largo y un cuerpo fuerte, tanto como para cargar fácilmente un ser inerte.

¿Qué hace una criatura que ha perdido el propósito y una guía? La respuesta el fácil: morir o matar. Él optó por la segunda, que es lo único que le habían dejado sus padres. De vez en vez intentaba recordar sus rostros, pero no podía. Aunque llegaban ocasiones en las que sus sueños le enseñaban a un hombre viejo sonriendo cálidamente, solo en esos días se calmaba el dolor y perdonaba a las vidas de las que pensaba deshacerse. Ocupaba entonces el tiempo en recorrer las hojas de un libro gastado del que ya no recordaba lo que decía, pues su mente olvidó cómo leer.

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