Múltiple (Gabriel Teran)
I
Tocaron la puerta. El sonido fue seco y nervioso, tanto, que el hombre miró la puerta sin poder decir palabra alguna. Al final, masculló algo inteligible y entraron sus compañeros de confianza.
Glaspie había recibido una llamada de urgencia y solo bastó eso para que se levantara del cómodo sillón de su oficina, desesperado.
No existieron palabras, solo acción. Se embarcaron a toda velocidad hacia el edificio viejo y abandonado del pueblo, aquel en el que se encontraba el asesino.
Los agentes habían tenido las peores semanas de su vida por culpa de aquel ser sediento de sangre. Y estando allí, delante de aquel lugar desolado solo pudieron sentir el más profundo terror; amenazante y misterioso, sembrado en lo oculto del corazón.
La luna se reflejó en sus ojos en ese momento, tan brillante y esplendorosa.
La puerta estaba abierta, por lo que fue fácil entrar. Empuñaron las armas y avanzaron por distintos caminos, separándose, en búsqueda de lo anhelado.
Pero cuando volvieron a reunirse no encontraron nada. Absolutamente nada. A excepción del silencio sepulcral, solo ellos estaban allí. Nadie más.
Sherman bajó el arma tembloroso y se encaminó a la salida, a lo que el resto le siguió. Había decepción y aburrimiento, los policías estaban cansados de aquel caso. Sin embargo, esta vez la puerta estaba cerrada, asegurada por un candado en un par de argollas ovaladas.
—¿Están seguros de qué buscaron bien? —Glaspie no dudó en sacar su pistola.
—¡Por toda la casa! —Lyrena miraba a todos lados insegura—. ¿Cómo pudo pasar esto?
—Porque no te quedaste afuera cuidando. ¡Por eso mismo! —Sherman la miraba con rabia.
—¿Qué?
—¡Esa siempre ha sido tu obligación!
—Ya cállense. —Glaspie había notado un papel pegado en la pared, el cual cogió entre sus manos y leyó.
Soy la pereza en persona.
¿Recuerdan el primer asesinato? ¿Ese en el que le di un golpe en la cabeza a la chica para poder doblegarla? Espero que sí.
Pues les cuento que le hice todas esas cortadas, apuñaladas y golpes con una flojera muy común en mí. Fui tan delicado y paciente. Tan lento en mi obra de arte que para la pobre chica todo fue una tortura. Sus gritos me daban sueño, pero a la vez no me dejaban dormir. ¡Qué cosas! ¿no?
Ya que encerrados están, una verdad deben descifrar. Sigan las pistas y estas les mostrarán, poco a poco al asesino mortal.
Atte. Paul, el perezoso.
Su piel se erizó pareciendo a la de un gallo recién pelado, listo para comer. Glaspie no pudo sentirse más en peligro que en ese momento, notaba en el mensaje la diversión y disfrute del emisor y aún así solo podía pensar en una cosa: estaban allí solos y, probablemente, con el asesino.
Sherman y Lyrena alzaron sus ojos, asustados, y tenían razones para estarlo porque, aunque tuvieran armas, ¿qué tenía Paul preparado para ellos?
II
Los agentes no se habían movido de su lugar. Estaban inmóviles, aterrados y espantados de lo que fuera que les esperaba allí encerrados. Glaspie empuñó la pistola con brazos templados. En cambio, Sherman y Lyrena los tenían como gelatina.
—¿No observaron nada raro? —el policía dudaba ya si habían hecho bien su trabajo.
—Nada. —Lyrena pestañeaba con obsesión.
—Arriba solo había polvo y oscuridad, pero todo se notaba a simple vista. Aquí no hay nadie además de nosotros, estoy seguro de eso... O por lo menos lo estaba. —Sherman avanzó hacia arriba.
—¡No podemos separarnos! —el siseo de Lyrena ponía de punta los nervios de Glaspie.
A medida que subían las escaleras encontraban lo mismo: puertas, que eran abiertas fácilmente y adentro solo se encontraban telarañas y sillones viejos y olvidados en el tiempo.
Aún más arriba, había más y más habitaciones llenas de lo mismo. El aire era pesado y denso, cargado de tensión extenuante.
No había nadie.
Sea quién sea, estaba jugando con ellos y eso, no les estaba agradando en lo más mínimo. Lyrena chilló cuando vio en el suelo tirado otro molesto papel blanco como la tiza.
Glaspie estaba con los nervios a flor de piel. Desde que había leído la primera carta no podía parar de pensar en las siete veces que lo habían llamado para informarle que se había cometido un homicidio. Y ahora, en ese edificio medianamente oscuro, que solamente tenía tragaluces en las paredes, sintió un terror invadiéndole.
Le gustaba sentir siempre que manipulaba todo tipo de situaciones. Pero allí se sentía sumamente expuesto y amenazado.
Sherman fue el primero en acercarse y tomar el papel, invadido por la creciente ira que le atenazaba el corazón. Una vez que terminó gritó improperios y arrugó el papel.
Glaspie se lo arrebató en un impulso y Lyrena ni siquiera se mostraba interesada en tocarlo.
Soy envidiable, pues sé más cosas que ustedes tres.
Aunque si bien es cierto, yo los envidio si todavía siguen allí. ¡Valientes! Muy valientes. Cosa que a mí me falta.
Yo tenía un amigo, uno de nombre muy bonito. Lo amaba, lo odiaba. En fin, su vida era perfecta, la mía vacía, muy aburrida. Envidiaba su sonrisa y por eso lo maté. Le arranqué esos malditos labios y destruí esos preciosos dientes. ¡Oh, sí! Que gusto me di, por eso me jacto de que ese día muy valiente fui.
El asesino se oculta jugando y ustedes buscando, queridos amigos, siempre investigando.
Atte. Ezekiel, el envidioso.
Glaspie lo recordaba todo a la perfección. Maxiel también había sido su amigo y fue triste encontrarlo en su casa muerto de esa horrible forma.
Sea quien sea, seguía jugando con ellos y el miedo estremeció su alma cuando descubrió que era verdad... esta vez, Glaspie no tenía el control en la jodida situación.
Primero Paul, ahora Ezekiel. Estaban intentando despistarlos, ponerlos inseguros. Por ello, ya era hora de que salieran de allí, no había más tiempo que perder.
III
¿Cuántas veces habían revisado el edificio viejo y abandonado en busca de respuestas? Glaspie ya no sabía la respuesta a esa pregunta. Él y los agentes lo habían hecho tantas veces que la cuenta se había perdido. Estaba harto del polvo, las telarañas y la oscuridad sembrada en cada rincón del lugar.
Nunca jamás en su vida había perdido el control en una situación como esa, sin embargo, esta vez el destino ―si era que existía―, se estaba burlando en sus narices.
Habían leído dos cartas y en cada una de ellas contaba a medias uno de los siete asesinatos cometidos. Cada uno con un nombre distinto... un asesino distinto. Pero era imposible siquiera pensar eso. Simplemente, era más fácil analizar el hecho de que fuera quién fuera quería jugar con ellos y no se sabía por cuánto tiempo.
Lyrena encontró otro papel y el solo hecho de haberlo visto le daban ganas de sacar su pistola y hacer una locura.
Recordaba a la perfección una etapa en su vida cuando tuvo que hacer algo arriesgado con tal de salvarse. Había sido secuestrado y torturado por tres semanas enteras. Glaspie abandonó al niño en el instante en el que saltó por esa ventana y cayó al agua para convertirse en un hombre ese día, alguien que descubrió lo que iba hacer por el resto de su vida.
Había hecho un muy buen trabajo en todo su tiempo como agente de la Estación de policía Monsun. Y esa no era la noche en la que moriría o se quedaría atrapado dentro de aquella estancia. Tarde o temprano encontraría un modo y el atacante se arrepentiría de haber jugado con la persona equivocada.
Le arrebató el papel de las manos y lo leyó lleno de ira contenida.
Soberbio, engreído, orgulloso, arrogante y muchos sinónimos más.
Soy el ombligo del mundo, el centro de todo el maldito universo y nadie, absolutamente nadie lo puede negar.
¡Pobres almas inmundas y desgraciadas! para este momento la palabra nadie les debe molestar... Todo un misterio en ese sitio.
Siempre supe que estaba destinado para ser grande y recordado por todo el mundo. Un rey, alguien a quien respetar. Pero no me podía dejar opacar por el alcalde y ya saben cómo terminó él. En el mundo se hacen sacrificios y un rey que castiga, siempre será valorado.
Tantos nombres para despistar o tal vez, para intentar despertar a la monstruosidad.
Atte. Simón, el soberbio.
El alcalde, quien había sido ahorcado con una soga y después puesto en las rejas de su mansión para que todo el mundo lo viera. Recordaba a la perfección ese caso y nadie en el pueblo lo olvidaría jamás.
—¡Hay que encontrar las demás pistas! —los ojos de Sherman brillaban intensamente, con desespero.
—Buscaremos una salida, tiene que haberla. —Glaspie solo quería encontrar una forma de salir del encarcelamiento.
—¿Qué piensas tú, Lyrena?
Pero la mujer solo pensaba en la muerte, porque había tres ratones encerrados y el gato todavía no aparecía.
IV
La avaricia es un pecado letal, pero agradable, al fin y al cabo. Como todo lo malo.
Pobre de Jessica, no tenía la culpa. Pero imagínate que yo siempre quise sus riquezas: tanto las interiores como las exteriores. Y me puedes llamar celoso si te da la gana, pero algo colisionó dentro de mí y me fue imposible no dejarla en un charco de sangre.
Todavía no comprenden el por qué están aquí y por eso, les dejo adjunto a este papel un pequeño regalito.
Difícil la tienen porque el culpable entre ustedes está y esto poco a poco color hormiga se volverá.
Atte. Adrien, el avaricioso.
Glaspie había tenido días soleados que le hacían sudar y gotear como cerdo. Otros nublados y fríos que le calaban los huesos. Así eran los estados de ánimo de las personas y él, había pasado por todos los existentes.
Jessica fue su novia.
Había sido duro ver su cuerpo pálido como la nieve y sus ojos cristalizados... reflejando la vida extinta en esa imagen. Lo único que generaba un brillo en esa casa era la sangre, roja y espesa. Fue duro. Demasiado. Pero para Lyrena lo fue aún más.
El regalito era una cadena dorada. Y ese no era el problema, si no el dueño. Todos tres sabían de quién era.
Lyrena ya había sacado su pistola y apuntaba con esta a Sherman. Este se quedó frío y estático. Asustado y nervioso.
—La mataste. ¡Fuiste tú maldito engendro!
Lyrena no pensaba con lógica. Se estaba dejando llevar por todas las emociones que afloraron en el momento. Por los impulsos y el odio, las ganas de vengarse por lo que le habían hecho a su hermana.
—Es nuestro colega, Lyrena. No cometas una locura. —Glaspie estaba cansado de pensar y sacar conclusiones, pero aún así creía fervientemente que solo querían jugar con ellos y sacarlos de sus casillas.
—No encontré motivos para seguirle los pasos, me fui. La dejé sola y todo pasó. Fue mi culpa, ¡mi maldita culpa! —las lágrimas afloraron en su rostro—. Cuanto lo siento desde entonces, Glaspie.
—Yo también, Lyrena. Pero Sherman es nuestro amigo, lo conocemos desde hace tiempo y es ilógico creer eso sin antes tener pruebas de por medio. —Intentaba calmarla, aclarar la neblina densa que había en la mente de ella.
Pero en cambio Lyrena cogió el arma con ambas manos notándose su determinación. Por primera vez desde que había entrado al lugar no se veía dudosa. Ahora estaba decidida. Pero el miedo existía en sus ojos todavía y seguiría allí por mucho tiempo.
—Vamos a amarrarlo para estar seguros o de lo contrario haré lo que esté en mis manos para hacerlo.
Solo fueron dos o tres segundos en los que Lyrena miró a los ojos de Glaspie, y en ese descuido Sherman aprovechó y sacó su pistola también. Pero este no se contuvo y sí hizo un acto temerario: disparó. Y Lyrena hizo lo mismo al instante.
V
¡Malditos todos, no conseguirán doblegarme a pesar de sus acusaciones!
Las palabras quedaron resonando en sus oídos. Glaspie lo escuchaba una y otra vez como si fuera un eco que se escuchaba a miles de kilómetros.
Eso había dicho Sherman cuando la bala rozó su pierna, más abajo de la rodilla. Luego, la sangre salió a borbotones de su piel, manchando el piso. El lugar no era muy oscuro gracias a los tragaluces que había en las altas paredes... Aún así, no le gustaba estar en medio de las tinieblas, mucho menos que la sangre fuera lo que más resaltara en el lugar.
—Lo siento... Por favor... Perdóname.
Lyrena no dejaba de pedir perdón una y otra vez. Estaba encorvada y temblaba como una gelatina. Se estremecía de pies a cabeza y no paraba de decir que lo sentía, que la perdonara.
La muerte de su hermana la había dejado marcada y su fobia a la sangre era inevitable.
Glaspie había roto el pantalón de Sherman, el cual sirvió parando la sangre en un nudo bien apretado.
Debido a tanto jaleo ocasionado en esos minutos, un papel había salido del bolsillo trasero de Sherman. Una carta que tenía oculta. Y eso, aunque no lo quisiera, era sospechoso.
—¿Por qué? —los ojos de Sherman brillaron con reconocimiento.
—¿Otra vez vamos con esas miradas de desconfianza?
Lyrena había asomado su cabeza viendo la carta. Sus ojos habían tomado el brillo del odio nuevamente, pero cuando notó a Sherman tirado en el suelo, pálido y empapado en sangre, el terror invadió sus facciones.
—¿Qué hacías con esta carta en tus bolsillos?
—¡Iba a dárselas! Solamente no sabía qué hacer con ella... Yo... Solo léela y sabrás por qué. —el rostro de su compañero estaba surcado por lágrimas de dolor.
Así que Glaspie lo hizo. Abrió la carta y la leyó.
Tener sexo y llegar al clímax, a la muerte... Me pone a mil.
El sexo es aburrido y monótono. Pero cuando encuentras la forma correcta de hacerlo, lo disfrutas al máximo.
Linda era hermosa. Sus delicadas y largas piernas rosas también lo eran. Imagínense las maravillas que podía hacer con ellas, era elástica... Pero conmigo se negó. La obligué. Hice todo lo que pude, pero no me dio placer. Nunca.
Me dañó un buen polvo y me aseguré de que sufriera. De que pagara muy caro por su rebeldía.
Buscando y no hay respuestas. Hallando, al fin despiertas.
Atte. Luciano, el lujurioso.
Tan solo tenía quince años. Una bailarina con las piernecitas rotas. No merecía lo que le había pasado y era una de las tantas razones por las que no desistía. Había un asesino afuera y debía pagar.
No había otro modo. Estaban enjaulados y el acechador lo tenía todo a su favor. La cárcel les estaba consumiendo y el tiempo se estaba acabando.
Con lágrimas en los ojos, pero determinado, decidió hacer lo que la carta pedía: buscar, pero esta vez hallar, fuese lo que fuese.
VI
—Está bien, Lyrena. Lo haremos juntos. —Glaspie se quitó el sudor de la frente.
—No me pienso quedar aquí, así que solo necesito ayuda para levantarme.
Sherman estiró la mano para que Glaspie lo ayudara a pararse. El herido al principio se retorcía de dolor, pero después de unos minutos su cara era toda una máscara rígida sin emociones.
Subieron escalón por escalón. Pasos cuidadosos y certeros. Pistolas al frente, con seguridad. Registraron habitación por habitación. Esta vez con más cuidado y paciencia.
A medida que iban en ascenso Glaspie podía escuchar los murmullos que hacía entre dientes Sherman. En un instante no les prestó atención, pero poco a poco, mientras seguían subiendo y haciendo lo mismo una y otra vez... Le pareció que su oído había agudizado y ahora era capaz de escuchar el más mínimo ruido.
Palabras como "rostro" y "mierda" era las que alcanzaba a oír de la boca de Sherman. Las sombras danzaban por las paredes y el suelo. Se alargaban, se empequeñecían y formaban enredaderas entre todas ellas.
Y, a decir verdad, cuando llegaron a la última habitación, la que se notaba que era más grande... Glaspie sintió el peor escalofrío de su vida. Sentía que allí adentro se encontraban todas las respuestas a sus incógnitas. Podía sonar loco, pero la puerta desprendía un aura oscura y pesada que le hacía difícil respirar.
O tal vez era el hecho de que en la puerta estaba pegada otra de las tantas cartas.
Lyrena retrocedió tres pasos y Sherman siguió recitando en voz baja cosas que no entendía del todo.
Cuando Glaspie levantó el brazo y cogió con la mano el papel, sintió que el mundo le daba vueltas. Un repentino mareo le atacó y con temor vio que las tres sombras habían formado un círculo que giraba y giraba sin cesar.
Pestañeó y la luz de la luna, metida por los tragaluces le hizo ver que su mente le había jugado una mala pasada, así que lo abrió.
La ira, esa maldita es un arma de doble filo. Sirve para desahogarte, pero también para dañarte.
Lo siento mucho, porque los impulsos me ganaron y ahora lo lamento tanto.
Yo no quería hacerlo, pero me obligó. Lo dejé sin manos para que no hiciera más daño, pero la ira ganó, siempre lo hace, y por eso murió. Solo les pido que no me culpen, porque el culpable no soy yo.
Dentro está la verdad y más oscura no puede estar.
Atte. Izán, el iracundo.
El padre de Glaspie nunca haría daño. Eso lo sabía de sobra. Él y Lyrena lo buscaron por toda la cabaña que había en el bosque y varios metros más adelante encontraron el cadáver, sin las manos.
Las sombras seguían danzando y jugando, pero cuando el agente abrió la puerta se fusionaron llenándolo de oscuridad.
VII
Oscuridad. Una que le hizo imposible a Glaspie ver bien durante unos cuantos segundos. Luego de pestañear sus ojos se acostumbraron a la poca luminosidad del espacio.
Una vez que Glaspie se adentró su mirada solo pudo fijarse en algo que estaba cubierto por un papel fino y brillante. Era casi como si alguien quisiera que fuera lo primero que revisara. Lo destapó, con arrebato y desespero.
Frente a él, había un espejo de marco gris. El vidrio se veía tan reluciente que cuando fijó bien su mirada se dio cuenta de que había algo escrito. Lo cogió con fuerza y caminó hasta el balcón en busca de la luz de la luna, la única capaz de resolver su problema.
El corazón le bamboleaba dentro del pecho. La cabeza le daba brincos y sentía la garganta seca y rígida, con ganas de vomitar.
Tenía hambre, una tan grande y voraz que sentía que podía comerme el mundo entero, la galaxia y más allá.
Aunque yo no la maté, hice algo peor... Me tragué su corazón, esperando que viviera dentro de mí, pero fallé. Intenté con su cerebro, deseando sentirla en alguna parte de mis pensamientos. Igualmente perdí, porque el alma de mi madre nunca fue merecedora de estar dentro de mí.
Somos siete. Somos uno. Somos todos. Somos tú.
Atte. Gadiel, el goloso.
El agente sintió el dulce amargo en el paladar, la saliva parecía haberse acumulado más y más entre sus dientes. La cabeza le palpitaba, al mismo tiempo que los latidos del corazón. Cuando fijó su mirada más abajo vio el peor suceso de su vida.
Gadiel
Luciano
Adrien
Simón
Paul
Izán
Ezekiel
Allí estaba la prueba de que era un asesino o más bien de que intentaban hacerle creer eso, por la fuerza. Glaspie se negaba a creerlo, es más, se obligaba a cerrar los ojos e imaginar otra cosa. Sin embargo, como si todo fuera sido ejecutado por alguien de mente maestra; vio la luna reflejada en el espejo, y las imágenes comenzaron a tomar forma, segundo a segundo en su cabeza.
Era imposible, pero se veía a él mismo cometiendo esos actos tan imperdonables. Su cabeza estalló en miles de fragmentos y el dolor en sus sienes le hizo solo ver a un agente con las manos manchadas de sangre.
Alguien como él que no se daba lujos y que solo aspiraba ir una única vez a París, en busca de sus amados libros... No podía ser él.
Glaspie escuchó un disparo, luego dos y tres más. Desde ese instante no podía ver nada. No podía sentir nada. Estaba cayendo en un pozo sin fondo. La nada lo estaba succionando y con ella la peor de las verdades.
—Es difícil entender los motivos por los que ella actuó.
—¿Qué hiciste?
Esa voz. No supo identificar si fue suya.
—Mi dios tiene ocho rostros... ¡Los demás pueden irse a la mierda!
Entonces todo se volvió oscuridad para Glaspie. Sus cinco sentidos se fundieron en la negrura.
VIII
Despierta, despierta
El espejo te espera.
La voz cantaba con anhelo y regocijo.
Brillando y brillando
En el cielo nocturno.
Las imágenes pasaban a toda velocidad, manchando más y más el pensamiento de muerte y destrucción.
La luz ya te alcanza
Lo oscuro no avanza.
Glaspie abrió los ojos y su vista se empañó impidiéndole ver. Tuvo que pestañear varias veces hasta que fue capaz de ver a Sherman susurrando una y otra vez esa cancioncilla.
Los siete te reciben
Para convertirse en uno.
Cuando Sherman vio que había despertado, su rostro se inundó de una alegría abrasadora. En cambio, el de Glaspie se llenó de miedo y tristeza.
—Shhhh, tranquilo hermanito —Sherman lo pegó más a su cuerpo—. Estaremos siempre juntos y acabaremos con todos ellos.
Ahora recordaba a Sherman en su infancia. Eran borrones llenos de sangre y juegos macabros con sonrisitas traviesas.
—¿Cómo? —alcanzó a decir sin impedir un sollozo de su parte.
—Dijeron que estabas enfermo. Siempre querían maltratarte y no podía permitirlo, hermanito. Tú eres todos ellos, pero por encima eres Glaspie, el que da las órdenes... Quieran o no.
—Yo no soy... Un asesino. —intentó sonar seguro, pero la culpa estaba instalada en su pecho.
—Descubrí que la luna llena y los espejos te hacían conscientes de tus demás compañeros, pero duraste lloriqueando toda la noche asustado de ti... Al día siguiente te dije que solo había sido una pesadilla, y volviste a ser el mismo.
—Yo soy inocente... Yo...
—Tú vas a matar, Glaspie. Todos ellos ya lo han hecho. Es tu turno, hermanito. —la sonrisa de Sherman mostraba promesas de un futuro sucio de muerte, sangre y dolor.
Las siete voces de su cabeza empezaron sus murmullos lentos, suaves y acompasados. En un ritmo demente y diabólico, hambrientos por querer salir y hacer de las suyas.
Pero él era Glaspie; el que decidió ser policía para cultivar el bien; el que no se había ensuciado las manos por mucho que su mente le obligara a creerlo; él era diferente y lo sería siempre.
Las voces gritaron desquiciadas. Glaspie sabía lo que tenía que hacer.
—Escúchame bien, Sherman, porque vas a hacer todo lo que yo te diga. —soltó seguro de si mismo, volviendo a ser el de antes. El de siempre.
—Para servirte.
Y todo mejoró de pronto, como si nunca hubiese sucedido nada. El daño estaba hecho, pero por alguna extraña razón, Glaspie sonrió.
∽ ∽ ∽
El edificio ardía en llamas. Los habitantes del pueblo, los bomberos y la policía, ya se encontraban en el lugar. Clavado en el tronco de un árbol se encontraba una carta, la última de todas. El mensaje decía lo siguiente:
Soy y seré el mayor asesino que dejará su huella por donde sea.
Teman. Corran. Escóndanse. Hagan todo lo que quieran, pero los encontraré. No quedará nada de este pueblo. Los haré trizas con mis propias manos. Gritarán, llorarán y se harán en los pantalones.
Atte. Múltiple, el dios de los ocho rostros.
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