La hora del misterio

Nota: Este texto es producto del contexto planteado, en cada etapa, para el desafío que lleva el mismo nombre. Hemos decidido compilar todas las partes formando una trama. El resultado es este sencillo cuento, espero que lo disfruten.

MisterioES



1


Londres, siglo XIX

—Por aquí, detective Hilliard—dijo el policía, mientras guiaba al sujeto de traje entre la multitud.

El cuerpo yacía con la vista al cielo, junto a uno de los paredones de la colosal torre del reloj. La luna llena iluminaba la escena macabra: el cuerpo estaba rígido, con los ojos blancos.

—Le abrieron el pecho y le drenaron toda la sangre —advirtió otro policía.

Thom Hilliard se agachó para inspeccionar de cerca al cadáver.

—¿Hubo otros en similares circunstancias? —preguntó al cabo de unos segundos, como si la escena del crimen no le extrañara.

—No, señor.

—No oficialmente... —intervino el primero.

El detective se puso en pie y observó hacia arriba la inmensidad de la torre. La luna se asomaba tímida detrás del titán londinense.

Finalmente, Hilliard se acomodó el sombrero y desapareció en su carruaje entre las callecitas de la ciudad.


2


Londres, 2018

La turbulencia había afectado el equilibrio anímico del profesor Downey. Bajó del avión mareado y malhumorado, los vuelos nunca le hacían bien. Gary Downey era un reconocido criminólogo de la universidad de Yale, y su visita a Inglaterra tenía que ver con un viejo criminal al que le había dedicado gran parte de su vida.

—¿Usted es consciente de lo que me está diciendo? —dijo Downey, en tono burlesco —¿En serio me llamaron para plantearme esto?

Sostenía en la mano una carta, cuya firma decía "Jack el Destripador".

—Los diez peritos caligráficos determinaron que la letra es exactamente la misma, profesor Downey, ambas cartas fueron escritas por la misma mano.

En la otra mano tenía una copia de una de las cartas originales que, presuntamente, habían sido escritas por el asesino de Whitechapel. Gary Downey rio.

—Sé que es ilógico...

—No es ilógico —cortó Downey—, es ridículo.

—Han aparecido casos cuyas características se asemejan mucho, sea quien sea, está imitando a Jack el Destripador, y no hay nadie mejor que usted para entender el pensamiento de Jack, o de quien trate de imitarlo.

Gary Downey se puso de pie y comenzó a caminar por la sala, mientras leía la carta.

—Voy a necesitar las notas de Thom Hilliard —dijo al cabo de un instante.

Los policías que lo acompañaban se miraron entre ellos. Downey continuó:

—Sé que son reales, sé todo sobre Jack y lo que lo rodea, aunque ustedes traten de ocultarle al mundo ciertas cosas ¿Quieren que los ayude o no?


***


Carta de Jack

He bebido la sangre de la dama, he encarcelado su espíritu en mi oscuro corazón. Las campanas del castillo rompen el silencio de la noche, mi única compañera hasta que salga el sol y mis ojos se cierren.

Disfruto de tu incertidumbre casi tanto como de la muerte. Seas quien seas, ahora te has vuelto mi perseguidor, y he de decirte una cosa, compañero mío: bienvenido a mi juego.

Con cariño,

J


3


Carta de Thom

Londres, 1888

Hay ocasiones en las que me siento acechado, como si la presencia siniestra de Jack me acompañara de alguna manera, cual demonio omnipresente. Suena paranoico, pero es más fuerte que yo.

Ayer tuve acceso a una de las víctimas no oficiales del criminal, no entiendo por qué las ocultan. Debo inspeccionarlas con más detenimiento, entender qué tienen en común o de grotesco para ser ocultadas de los periódicos.

Thom Hilliard


***


El cadáver de la dama tenía una incisión perfecta a lo largo del torso, se extendía por el centro, desde el pecho hasta unos centímetros por debajo del ombligo. El corazón había sido cuidadosamente extraído y la sangre drenada sin derramar una sola gota sobre el suelo.

Las murallas de La Torre de Londres ocultaban la escena del público, aunque por la mañana había sido todo un espectáculo para los turistas que visitaban el castillo.

Gary sintió náuseas por un instante, pero la emoción de sentirse en los zapatos de Hilliard, más de un siglo después de los acontecimientos de Jack, era más fuerte que la repulsión que la imagen le provocaba.

—No caben dudas de que está imitando a Jack el Destripador... diría que demasiado bien —dijo el profesor a los oficiales.

Los policías cubrieron el cuerpo después de que Gary Downey terminara de inspeccionarlo. Prendió luego un cigarro y trató de pensar como lo haría Hilliard.

No muchos sabían sobre la existencia del Detective Victoriano, como solían llamarlo, y la historia oscura en la que se había visto envuelto persiguiendo a Jack, por alguna razón, Inglaterra siempre se empeñó en ocultarla, al igual que todo el trasfondo macabro que había implicado. Decían, los pocos estudiosos que se habían dedicado (y animado) a desentrañar la cara oculta de los crímenes de Whitechapel, que intereses de la reina Victoria habían motivado tal encubrimiento, incluida la figura de Thom Hilliard. Lo cierto es que mucho se especulaba y poco se sabía con certeza, y todo lo referente al criminal más famoso del siglo XIX era un misterio más bien provocado, aun en la actualidad.

Gary Downey era un gran admirador de Thom, aunque poco podía decirse públicamente sobre él, pues las presiones de una u otra manera siempre llegaban. El apellido "Hilliard" era un tabú en el corazón de la Corona inglesa.


***


Carta de Jack

Resulta irónico que, en plena era tecnológica, con todos los avances científicos que el siglo XXI trajo aparejado, una potencia mundial no pueda descifrar, ni siquiera por huellas digitales, la verdad detrás de mi persona.

Profesor Downey, es un placer conocerlo, finalmente puedo darle un rostro a mi nuevo y más ferviente perseguidor ¿Podrá encontrar la próxima víctima antes de que la ultime? Lo desafío a localizarla, usted es un hombre con un gran poder de raciocinio.

Con cariño,

J


4


Carta de Thom

Londres, 1888

La sangre de las víctimas no oficiales fue drenada en su totalidad, a diferencia de las conocidas públicamente. También tienen una particularidad, una "J" cuidadosamente calada en la carne, a la altura de la nalga izquierda. La firma de Jack, supongo.


***


La fila de policías no pasó desapercibida entre el gentío del Gherkin, sin embargo, se había conseguido evitar un espectáculo de lo más aborrecible. Uno de los guardias del colosal edificio interceptó al asesino cuando arrastraba el cadáver hacia los ascensores, en el subsuelo. Por desgracia, el sujeto misterioso escapó.

En la escena del crimen, Downey analizó el cuerpo por un instante, presentaba similares características a las otras mujeres asesinadas.

—Volteen el cuerpo y bájenle los pantalones—indicó el profesor.

Los policías se miraron entre ellos, confusos, luego procedieron, al advertir la cara de fastidio de Gary, "idiotas" pensó.

Downey inspeccionó la nalga izquierda de la muerta y, para su sorpresa y horror, había una "J" cuidadosamente dibujada, tal como en la nota de Hilliard decía.

­¿Cómo es posible que un imitador supiera ese detalle? Los diarios del Detective Victoriano eran secretos, sólo un número muy reducido de personas tenían acceso a ellos, y las víctimas marcadas con la firma de Jack no fueron públicamente conocidas, por lo que no había forma de que tal detalle fuese conocido por cualquier persona.

—Señores —dijo el profesor —tenemos un Jack más cercano de lo que se imaginan.


***


Carta de Jack

De lo antiguo a lo moderno, de lo oscuro a los colores, así de variados son mis escenarios ¿No le parece, Profesor Downey? Le diré algo, la diversidad es lo más importante, y aceptarnos tal cual somos.

Yo no reniego de mi esencia asesina, la disfruto. Pero, ¿es usted, en verdad, la mente brillante que todos creen? Yo voy a demostrarle al mundo el fiasco que es, como lo hice con Hilliard. Y al final del día no quedará de usted más que sus restos putrefactos.

No se lo tome personal, así soy yo.

Con cariño,

J


5


Carta de Thom

Recorrí algunos burdeles de los rincones más bajos de Whitechapel. Entre copa y copa con sus regentes, a la mayoría de ellos les llamó la atención la extraña presencia de un sujeto de buen porte, una elegancia para nada habitual en un lugar suburbano como el que dirigen.

En uno de ellos pasó la noche, la mujer con la que estuvo indicó que luego de brindarle sus servicios le pidió que lo dejara solo, a ella no le pareció un sujeto malvado, aunque sí le llamó la atención la fascinación que sentía por los latidos de su corazón.

Inspeccioné el cuarto en cuestión. Bajo la cama, encontré pintada con lo que parecía ser sangre seca, la siguiente figura...

Y, debajo del símbolo, escrito con la misma tinta, la siguiente frase: "La sangre corre eterna".

Ni el dueño del burdel, ni las damas que allí trabajan, pudieron asegurarme si aquello ya estaba la noche anterior a la llegada del extraño cliente, de hecho, ni siquiera les sorprendió, dijeron que muchos hombres de todo tipo pasaban por el lugar todos los días a toda hora, cualquiera pudo haberlo hecho.

Me pregunto si existe alguna relación con Jack.


***


El rostro de la mujer había quedado petrificado para siempre en una horrible expresión. Tenía los ojos y la boca bien abiertos, su pelo ondeaba con delicadeza bajo las aguas de la fuente del Regent's Park. Estaba desnuda. Su piel argéntea no mostraba magulladuras o algún indicio de violencia física, como si la muerte la hubiese asaltado de la forma más espantosa sin más. Al igual que las otras, le habían extirpado el corazón, drenado la sangre y dejado la marca de Jack en la nalga izquierda.

Sin embargo, esta vez sí había rastros de sangre: sobre el borde de la fuente, una frase escarlata rezaba "La sangre corre eterna".

—Quiero muestras de la sangre del escrito —indicó rápidamente el profesor—, compárenlas con el ADN del cadáver y si no es de ella localicen de quién proviene. Este imbécil no se va a burlar de mí.

Gary Downey estaba nervioso, aunque no quería admitírselo, Jack consiguió lo que pretendía: desestabilizarlo. Cierta paranoia se había apoderado de él, cualquiera a su alrededor podía ser El Destripador, no sabía de quién fiarse y de quién no. El asesino lo había acorralado en un punto de incertidumbre que lo colocaba en un lugar de completa vulnerabilidad. Solo le restaba esperar que Jack diera el próximo paso... como siempre, muy por delante de él.


***


Carta de Jack

Es interesante, mi querido profesor Downey, que a pesar de todos los años de estudio que le ha dedicado a mi persona, descubra que soy su talón de Aquiles.

Tenga por seguro esto: pronto tomaré también su sangre.

Con cariño,

J


6


Carta de Thom

Algo siniestro esconde la naturaleza de Jack, ciertas averiguaciones me conducen por caminos cuyas conjeturas, antes de volcarlas al papel, debo corroborar.

Por otro lado, he recibido una misiva con el sello real, pero eso no es lo más sorprendente, lo increíble es que la propia mismísima Reina Victoria me ha citado a una reunión personal con ella.

Definitivamente, el Destripador es una astilla en el talón de la Corona.


***


—Ya inspeccioné el cuerpo... mismas características que los demás. Dime que tienes novedades sobre el análisis de la sangre.

Downey estaba cansado, su mente trabaja durante el día y la noche, dormía poco y leía demasiado. El último cuerpo había sido hallado en la Biblioteca Británica, la mujer pendía atada de los pies, le habían extraído todos los órganos.

—Sí —dijo el muchacho, sus ojos dejaban notar cierta ansiedad—. Profesor, antes de que lo lea, prefiero que lo oiga.

—¿Más sorpresas?

—La sangre de la fuente se corresponde con la familia real.

Gary Downey lo miró incrédulo, como si el joven estuviera haciéndole una broma. Pronto entendió que no.

—¿De quién es la sangre?

Sabía que existía un registro del ADN de todos los miembros del linaje real, que compilaba información incluso desde varias generaciones anteriores a Victoria.

—Es confuso.

—Acabas de decirme que proviene de la familia real...

—El ADN de la muestra presenta coincidencias con el ADN de la propia Reina Victoria.

Cada vez que el sujeto abría la boca, la investigación de Gary parecía irse más y más al carajo.

—¿Cuánto porcentaje de similitud existe?

—El suficiente para determinar que, sin lugar a dudas, la sangre de la fuente corresponde con la sangre del padre de la reina.

El profesor soltó el sobre cerrado que, hasta ese momento, sostenía en sus manos. Se tomó de los pelos, luego se rascó la cabeza en un intento por encontrarle alguna lógica a aquello que estaba oyendo.

—A ver si entiendo... ¿Estás diciéndome que el príncipe Eduardo, quien murió hace casi dos siglos, deambula por las calles de Londres asesinando mujeres para arrancarles el corazón? ¿Acaso te has puesto a pensar lo ilógico y ridículo que suena?

Por un instante, Gary Downey sintió la necesidad de salir de esa oficina y tomarse el primer vuelo a casa, parecía una tomada de pelo.

—Profesor Downey, la sangre no es la del príncipe Eduardo, Duque de Kent.

El profesor rio ¿Todavía había más?

—¿Entonces?

—No hay registro alguno, señor.

Entonces, motivado por una idea repentina, Downey revolvió entre el papelerío sobre la mesa y apoyó el dedo sobre un documento escrito, "La sangre corre eterna", decía. Levantó la mirada directo a los ojos del muchacho.

—No puede ser...


***


Carta de Jack

Mi queridísimo Gary Downey, soy como un dragón que lo consume a usted con sus llamas para luego devorarlo ¡Ah, pero no sin antes triturarlo entre mis colmillos! Me río de usted, de su dolor.

¿Está más perdido que nunca?

Con cariño,

J

7


Carta de Thom

Mis sospechas resultaron ser reales. La Corona me aseguró su protección, sin embargo, siento que me han enviado a una misión sin retorno.

Es tiempo de enfrentar a la oscuridad, de develar los secretos... no confío en Victoria, estoy convencido de que espera que su viejo enemigo Jack y yo nos matemos el uno al otro.


***


Downey recorrió la casa, cuarto por cuarto. Por dentro, el ambiente era notoriamente distinto, como si entrase en una dimensión extraña, lúgubre. Para ingresar al estudio tuvo que forzar la puerta. La humedad y el polvo golpearon su compostura por un instante, obligándolo a cubrirse la nariz con el antebrazo.

No muy lejos del escritorio, una pila de cadáveres huesudos, aún con sus ropas, yacían amontonados.

Por un momento, Gary pensó en salir corriendo de allí, pero el detective le ganó al miedo y decidió inspeccionar los cuerpos. Acto seguido revisó los cajones del escritorio, único mueble en la habitación. Encontró cuadernos con extrañas y viejísimas anotaciones, la frase "la sangre corre eterna" se repetía una y otra vez en muchas páginas de lo que supuso era un diario. Todos los cabos sueltos parecían, al fin, cobrar sentido, con un solo problema: el tiempo.

Otra vez la misma figura:

Debajo, manuscrita, una frase decía: "Eres el puente entre la vida y la muerte, mi Señor, permíteme pararme en ti y contemplar tu reino que, como río de aguas vivas, fluye hacia la eternidad. Enciéndeme con tu luz, hazme parte de ti. J".

Downey cerró el cuaderno y pensó durante un largo rato. Entonces, el teléfono móvil lo arrancó de sus cavilaciones.

—¿Sí? —dijo el profesor y, luego de unos segundos, continuó— no estoy en Londres, ahora mismo me encuentro cerca de Reading, estaré algunos días fuera de la ciudad.

Cuando hubo terminado de hablar, tomó el diario y abandonó la casa... sabía exactamente a dónde debía ir.


***


Carta de Jack

Me causa mucha gracia tu insistencia, profesor Downey ¿Acaso estás decidido a seguir el destino trágico de Hilliard?

Sé que pensaste que el buen Thom te revelaría la verdad detrás de mí, pero te has quedado sin notas justo en el momento más intrigante de nuestra amistad ¡Pues, claro, tú eres mi amigo a pesar de todo, Gary!

Como sea, no eres un hombre que se deja ganar por los misterios, no esperaba otra cosa de ti, de un buen compañero de aventuras.

Con cariño,

J


8


Downey se dejaba hipnotizar por las gotitas de lluvia que se deslizaban por el vidrio de la ventana del tren. Algo en su interior le decía que debía dirigirse a Londres, sin embargo, su investigación lo llevaba en el sentido contrario, hacia el oeste.

Cada vez que ojeaba el diario que había tomado en la casa de la granja, releía aquella frase y sus pensamientos se disparaban en todas direcciones.

Tomó el teléfono y marcó un número.

—¿Burke? —preguntó y, luego de que la voz al otro lado respondiera "sí", continuó—, soy el profesor Gary Downey, quisiera tener una reunión con usted, me encuentro realizando unas tareas fuera de Inglaterra.

Al tiempo que escuchaba a Burke darle indicaciones, Downey pensaba en el punto específico hacia donde se dirigía.

Al cabo de un momento dijo:

—Bien, un automóvil negro... y sí, Hafod.

Colgó la llamada, se recostó en la butaca y se perdió de nuevo entre las gotitas de lluvia que caían por el vidrio de la ventana. El sueño no tardó en apoderarse de su espíritu.


9


Devil's Bridge era un pueblo tranquilo, no era la primera vez que el profesor visitaba Gales, pero sí la primera que pisaba aquellos rincones del país. Downey dejó el hotel Hafod alrededor de las ocho de la noche, estaba convencido de que Jack seguía sus pasos y que las respuestas a todas sus preguntas las encontraría en el famoso Puente del Diablo de Ceredigion.

El Puente del Diablo en realidad se trataba de tres puentes superpuestos construidos en diferentes épocas, el último de ellos había sido levantado en 1901, algunos años después de la aparición de Jack. Desde arriba, el paisaje acompañado por la majestuosidad de la luna le pareció a Gary sorprendente. Hacia abajo, el sonido del Mynach correr le transmitía paz.

—Sé que estás ahí, Jack. Tu diabólica presencia se puede sentir.

Desde uno de los extremos oscuros del puente, un par de ojos rojos emergieron de las tinieblas, y pronto una figura oscura y enorme se dejó ver bajo la luz plateada de la noche.

»Sé quién eres, jota —dijo Downey, arrojando el diario que se arrastró por el suelo hasta frenarse con el pie del monstruo.

Ambos sujetos, cara a cara, se observaban desafiantes.

»Ese símbolo representa a Bafomet.

El otro sonrió.

—Qué observador es usted, profesor —ironizó Jack.

El monstruo, cuyo tamaño era increíblemente superior al de Gary, dio un paso adelante, a lo que el otro respondió con dos pasos atrás.

—Pactaste con el Diablo, en este mismo lugar que se dice que está maldito, por eso has vivido tantos años, si es que se le puede decir vida.

—¡Bingo! Pinté la estrella de mi Señor Bafomet, príncipe infernal, y me comí un corazón humano como indicaba el ritual. Desde entonces su luz y sabiduría me han acompañado, puedo ser un médico, un abogado, lo que quiera ser lo soy ¡Felicidades por descubrirlo!

El asco se hizo expresión en la cara de Downey.

—Eres un vampiro, un parásito condenado a alimentarse de sangre y corazones humanos ¿Y todo por qué? Por venganza.

Jack rio con estridencia, tan fuerte que su risa se hizo eco en el vacío del horizonte.

—El buen Thom también descubrió la verdad, no esperaba que la historia me pusiese en frente otro Hilliard, sabes que tendrás que morir ¿Verdad?

Gary Downey estaba aterrado, era consciente de que se había metido, cual acto suicida, en la boca de la bestia, pero tenía la esperanza de que las cosas terminaran a su favor, según lo planeado.

—John Conroy... eres John Conroy, administrador de la duquesa de Kent y su hija Victoria tras la muerte del príncipe Eduardo—dijo Downey con voz nerviosa, preparado para el ataque de la bestia—. Los resultados de los análisis de la sangre de la fuente indicaban paternidad con la propia Victoria, sólo que no era la sangre de Eduardo. Los rumores de que tú eras su verdadero padre resultaron ser ciertos, fuiste el amante de la duquesa, y la corona lo ocultó todo por vergüenza y porque Victoria era una reina bastarda. Aunque nunca se pudo corroborar con tu tumba vacía, les hiciste el favor tú mismo.

—La duquesa de Kent era la reina legítima, pero esa chiquilla entrometida... nunca me interesó ser su padre para el mundo, sólo quise destruirla.

—Como no conseguiste quitar de tu camino a la chiquilla, ella lo hizo contigo cuando se convirtió en Victoria del Reino Unido. Y se supone que moriste en tu granja, cerca de Reading, o al menos eso es lo que el mundo supo, lo que nadie imaginó es que te convertiste en Jack el destripador, un vampiro demonio que en vano intentó ensuciar el régimen de Victoria, su hija, porque no consiguió hacerse con el poder, usando la figura de su madre.

—Nunca quise ser Jack, así me bautizaron otros, pero me gusta, tiene estilo. Y sí, la Corona Británica siempre será mi enemiga, sea quien sea que la conforme.

John Conroy dio tres pasos en dirección a Downey, quien volvió a retroceder cauteloso. Pero al instante, Jack saltó por los aires como una fiera hambrienta, directo sobre su víctima. Gary, atento en todo momento al eventual ataque, sacó del bolsillo una estaca bendecida y, usando la fuerza de impulso del otro, dejó que el objeto se incrustara directo en el corazón del monstruo cuando este se le abalanzó.

Ambos cayeron, uno sobre el otro.

Entre borbotones de sangre que salían de su boca, Conroy seguía riendo, como si aquella situación lo divirtiera. Se arrodilló luego junto al profesor tumbado, que intentaba reponerse del golpe, y luego de expeler abundante sangre sobre el pecho del caído, se puso de pie y levantó al otro sujetándolo por el cuello. Extendió su brazo todo cuan largo era más allá del borde del puente, de modo que su mano era lo único que impedía que Gary Downey terminase al fondo del precipicio.

»¿Acaso no lo entiendes? Esta guerra siempre tendrá el mismo vencedor, mi querido profesor—dijo Jack a Downey que se aferraba, en un acto instintivo de supervivencia, con ambas manos al brazo del monstruo—, la Corona.

Dicho aquello, Jack incrustó la mano libre en el pecho de Gary y arrancó de cuajo su corazón. Luego lo dejó caer al vacío.

Rio por última vez y, tras cerrar los ojos y dejarse encantar por la brisa de la noche, se dejó caer hacia el mismo destino final que Gary Downey.



FIN

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