Fanático (Nelba Jiménez)

I


Escucha la vibración del celular y más rápido que una bala Azucena levanta el aparato para descubrir que el mensaje recibido no es de Javier, vuelve a suspenderlo con la desesperanza impregnada en su rostro. No es apropiado que se marquen, mas él nunca falla en enviar textos, es un pacto que tienen: no perder comunicación el uno del otro. Ambos se necesitan.
El silencio es abrumador, ante cada leve sonido la chica siente desfallecer; la casa vacía la inquieta, aunado a la preocupación por Javier se siente vulnerable. Su mente se inunda de caóticos escenarios por lo que hasta el viento recrea fantasmas.
Toma con fuerza el celular llamándolo telepáticamente, siempre le funciona y no hay razón para que ahora sea diferente. Desbloquea el aparato y revisa todas las redes sociales donde están conectados, mostrando su última actualización en la madrugada con la publicación de una fotografía de él, en la calle de espaldas con la mirada hacia arriba.
—Seguro que la luna se reflejó en sus ojos en ese memento —dice para sí misma—, a él le gusta la noche como a mí el día.
El celular vuelve a emitir sonido y esta vez provoca que dé un brinco dejándolo caer; pero se distrae al observar por la ventana una sombra, inmediatamente lo reconoce y corre en dirección a la calle. Su rostro dibuja una sonrisa y su tranquilidad va regresando a su cuerpo con una mezcla de incertidumbre. ¿Qué obligaría a Javier a buscarla personalmente?
Al salir, la sombra que había visto no está. Recorre desesperada el lugar, no sabe si su mente le juega una mala pasada o de verdad él ha ido por ella, aún no es tiempo, todavía la policía lo busca y no es prudente que se vean, pero no tener noticias por un día entero de Javier, la está volviendo paranoica.
La luz en el interior de la casa se enciende y súbitamente la televisión reproduce un video guardado, el asesinato de una joven se recrea. Azucena llega a la habitación de donde proviene el ruido, ve en la pantalla a Javier realizando el homicidio y queda embelesada ante el recuerdo. Se abraza para no soltar la emoción de ver a su hermano junto al cadáver.
Su trance se termina al sentirse observada.
—¿Javi? Por favor, no juegues conmigo, no te conviene.
Agudiza sus sentidos y logra escuchar ruido proveniente de su habitación. Al llegar, en el suelo, bañado de sangre Javier se encuentra tirado. El teléfono parpadea por la entrada de un nuevo texto, sin embargo, ella es incapaz de reaccionar, el miedo acumulado se apodera de su mente y lentamente retrocede. Pese a desear colocar su frente junto al de él, sabe que acercarse podría causar su muerte, la persona que ha dejado el cadáver sigue en la casa y ella no está dispuesta a sufrir el mismo final. Sus ojos derraman lágrimas antes de sentir un golpe en la cabeza. Todo a su alrededor se vuelve oscuro. 


II


Poner el seguro a la puerta es el primer movimiento que Alex realiza al entrar a su habitación. La expresión de Iron Man lo hizo sonreír; de manera automática saludó a Thor, al Capitán América y a la Viuda Negra para aplastarse con languidez frente a su portátil. Sin embargo, tuvo la impresión de que algo hacía falta: Spider-Man no estaba en su lugar. El miedo estremeció su alma cuando descubrió que era verdad, su colección estaba incompleta.
Levanta cada comic de su escritorio, debajo de su cama remueve los zapatos y busca en todas las esquinas. El teléfono emite constante el pitido de un mensaje de texto, sonido que rebota en su cabeza con una mezcla perturbadora de frustración por la desaparición de su pieza. Revisa, Azucena le ha enviado el nombre de un desconocido. Recuerda que dos noches atrás ella estuvo ahí. Marca, pero no hay respuesta. Enciende la computadora porque conoce a alguien que siempre sabe dónde encontrarla. Accede al chat de costumbre con la ventana de Javier parpadeante. En la pantalla solo hay un enlace que sin duda abre.
Javier, tirado en el piso de una casa vieja se encuentra inconsciente; a su lado, atada de pies y manos, la mirada de Azucena lo acosa. La chica no tiene la boca tapada y es libre de gritar, mas no lo hace, solo procuraba no moverse.
Su rostro se endurece ante la imagen, Alex a través de la computadora es invitado a la escena del crimen porque es indispensable que observe de la misma manera en que será observado.
Alex gozaba con videos sobre torturas, incluso pagaba para que lastimaran gente. Al conocer a Azucena, muchos de sus fetiches los hizo realidad al grado de idolatrarla. Lo que no sabía es que el video que estaba observando fue gravado hacía dos horas.
La cámara enfoca la boca de la chica y lentamente, de sus gruesos labios, la figura de Spider-Man es expulsado con sangre. Estupefacto, no nota el momento en que la punta de un pica hielo atraviesa la palma de su mano anclándola a la mesa.
Alex emite un chillido al tiempo que se arranca el arma y con agilidad intenta clavárselo a su atacante, éste golpea con fuerza su espalda obligándolo a hincarse. El extraño toma su cabello para tener acceso a su rostro e incrustarle un corta uñas en la boca. Con maestría cose sus labios; el chico intenta zafarse aún con sus manos aprisionadas bajo las botas del extraño, con cada movimiento la aguja se clava en sus encías aumentando el dolor. Cuando el trabajo termina, junta sus muñecas y lo ata a su cama.
Rompe su playera y sobre su esquelético abdomen entierra cada una de las piezas de su colección. La tortura apenas empieza y Alex lo sabe porque fue así como Azucena asesinó a su primera víctima.
En el video que todavía se reproduce, el cuerpo de Javier yace solo en el piso, su hermana lo ha abandonado. 


III


Azucena estaba consciente de que los policías ya estarían investigando el caso de su hermano, y seguramente satisfechos porque uno de los presuntos culpables de secuestro estaba muerto. Sin embargo, para ella era todo lo contrario. Entre gemidos pedía perdón una y otra vez.
Ahí, en medio de un pueblo abandonado por Dios, la cordura era sustituida por desesperación. Repasaba mentalmente los recientes sucesos y el nombre de Alex en el mensaje de texto. Si sus sospechas eran ciertas, su amigo ya estaría muerto a estas alturas.
Los nombres de sus víctimas se colaban por su mente, intentaba identificar si alguno podría haber tomado venganza, pero sabía que todos, incluyendo mujeres y niños, los había asesinado. Fue en ese momento que el nombre de uno de ellos la paralizó.
—Imposible. Pese a que él abandonó al niño en el instante en el que saltó, yo lo maté días después.
Con esa idea en mente llega al escondite de Javier. Las paredes están tapizadas con fotografías de ambos hermanos en diferentes edades y ella no evita más la culpa, todos sus recuerdos están ahí, desde bebés hasta el día en que fueron separados.
En medio del collage, el rostro inocente de una mujer aparece. Azucena se aproxima para identificarla, puede ser la madre de aquel niño al que secuestraron, quizá sea ella la causante de todo.
—Es hermosa, verdad —la voz desorienta momentáneamente a Azucena— pensé que sería él quién llegaría, pero resulta que eres tú.
—Javi no vendrá —gira para tener de frente a la persona.
Sentada sobre la mesa, con la pierna recargada sobre una silla y herida en el brazo derecho, una mujer la observa.
—Te vi salir de la casa, también caminar sin rumbo, pero no imaginé que terminarías aquí.
—¿Por qué me sigues?
—Quiero encontrarlo.
—Si entraste a mi casa lo debiste ver. Él... muerto.
La desconocida se ríe en tono burlón de Azucena.
—¿Muerto dices?, ¿Quieres tomarme por tonta?
Aprovechando la postura de su contrincante, Azucena corre hasta la puerta; pero la desconocida lanza una navaja rozando su mejilla derecha y evitando que escape. Se pone de píe y le lanza un arma.
—Maldita perra, no sé quién eres pero no dudes en que la usaré para matarte.
—¡No está cargada estúpida! Busco a tu hermano porque el mío está muerto, era tirador y... Bueno no era el mejor, pero teníamos protección y aun así lo mataron. He preguntado y al parecer fue el único de la zona.
Azucena no recuerda su rostro, pero no confía en ella.
—¿Y Javi, cómo se relaciona?
—Él consumía y de todos sus clientes es al único que no localizo, pero sabía dónde vivías tú así que fui a preguntarte. ¿Qué si entré a tu casa? —Esboza una sonrisa— claro que lo hice, no podrás creer lo que vi. Por supuesto esperé a que salieras.
—Entonces viste su cuerpo.
—¿Quién crees que me hizo la herida? Javier me reconoció y atacó. No está muerto. 


IV


La respiración agitada de azucena delata su cansancio. Su oponente, quien se ha identificado como Eli, es mucho más ágil que ella. El frío de afuera no se compara con el calor que ambas chicas sienten por la incesante batalla. Bañadas en sudor combaten cuerpo a cuerpo, olvidando el motivo inicial de la discordia, solo desean demostrar que una de ellas es la mejor.
La música de saxofón detiene la batalla.
—¿Qué es? —Cuestiona Azucena.
—Un mensaje de texto.
Le arrebata el aparato de las manos de Eli.
—Así es como funciona. De alguna manera nos están cazando.
—Explícate.
Azucena le recrea lo vivido, a su celular llegó un mensaje de texto con el nombre de Alex proveniente del número de Javier. Y al revisar el de su hermano, estaba su nombre procedente de otro registrado como Chato. La chica no sabe cuál es la relación entre ellos, pero está segura que los nombres ahí escritos son personas ya muertas.
—Quita las manos de mis cosas, tonta —reacciona Eli después de escuchar las conjeturas de Azucena—. ¿Entonces dices que los nombres en los mensajes son las siguientes víctimas?
—Así es. Muéstrame tu teléfono.
—Es un cliente —responde guardando el aparato.
El fervor en la habitación era cada vez más intenso. Azucena no había perdido el interés por comprobar que Javier estaba vivo, tenía el presentimiento de que Eli estaba detrás de los asesinatos, así que hacerle pensar que ha bajado la guardia es parte de un plan: contarle lo que sabe y leer sus expresiones en busca de mentiras. Antes de matarla, quiere comprobar los verdaderos motivos por los que está detrás de Javier.
—Sé dónde vive Alex, si queremos resolver esto debemos buscarlo.
—Estoy de acuerdo. Sabes —la expresión juguetona de Eli aterra a Azucena— ¿Cómo escapaste de tu casa? Javier estaba herido, solo y su celular en el piso. ¿Cómo viste tu nombre ahí?
Ante la pregunta, la chica tensa la mandíbula. Eli sabe que Azucena oculta algo.
—Pensé que mi hermano estaba muerto —traga saliva—. Me golpearon y cuando desperté estaba atada.
Eli tiene intención de acorralarla. Se aproxima a su cuerpo hasta que choca contra la pared. Con fuerza golpea el collage, acto seguido le sisea a la chica: lo abandonaste.
Azucena ladea la cabeza dibujándose sobre su rostro moreno una tétrica sonrisa.
—Estaba sola, quien sea que me golpeó se había ido, así que no encontré motivos para seguirle los pasos y me fui. Yo también quería vivir. ¿Es tan difícil entenderlo?
—Supongo que no —Eli deja libre el cuerpo de su enemiga.
El silencio reina entre ellas, segundos que se consumen entre violentos pensamientos. Eli se lleva la mano a la boca y sin piedad se arranca trozos de piel de los dedos a falta de uñas que morder. Saborea su sangre y la escupe con asco. Lo que recrea el sabor a hierro en las enzimas de Azucena.
—Busquemos al asesino y encontremos a mi hermano.
Eli acepta gustosa. 


V


El humo del cigarro se arremolina de maneras indescifrables, danzando un rítmico compás entre la burla y la ironía por no seguir un orden frente al rostro de Villegas, el detective medita sobre los recientes sucesos. Cinco cuerpos brutalmente asesinados, cada uno sin huellas ni un móvil aparente; su única conexión es que cada víctima fue un victimario, de los cuales solo reconoce a tres. Según la información todos se conocían, quizá no íntimamente, pero ahí estaban: todos muertos.
Después de que el cuerpo de policías descubriera que Villegas es corrupto lo expulsaron del caso. Él estaba por descifrar al culpable, pero resultó ser la burla de sus compañeros, como si ellos fueran los más leales o no gustaran de los billetes grandes. ¿Qué de malo tenía obtener un beneficio extra? Incluso, lo intentaron incriminar en delitos menores, nadie hubiera dudado pues un ladrón es capaz de todo, le dijeron. ¡Malditos todos, no lograrán doblegarme a pesar de sus acusaciones! Fueron sus últimas palabras, y se marchó para investigar por su cuenta.
Intentando desenmarañar la bola de ideas que se retuercen en su mente, perdió noción del tiempo, y no fue hasta sentir la filosa navaja en su cuello que reaccionó. Tranquilo deja caer la colilla de cigarro y camina al interior de la habitación, un cuarto que hacía apenas un día estaba bañado en sangre.
—No te conozco, ¿eres nuevo?
Villegas guarda silencio. Realmente era un novato al dejarse coger por corrupto.
—Elizalde, él es el siguiente. ¿Verdad?
—No es él, es ella. Una mujer que te sacará el intestino mientras te comes tus manos.
La policía ya había descifrado la pista que el asesino deja. Saber que el siguiente no era un hombre sino una mujer terminaba de armar el rompecabezas.
La reunión se completa en el momento en que Azucena penetra el lugar. Frente a ella, Javier sostiene al detective. La felicidad la embriaga al mismo tiempo que todas las dudas se arremolinan en su mente.
Eli la acompaña y rompe la tensión con una carcajada.
—Te lo dije, él está vivo.
Javier mira a su hermana con odio, suelta al hombre para intentar clavar su arma contra el cuerpo de Azucena. Eli, de una patada, evita que Villegas saque una pistola.
—Regla de oro, si vienes solo asegúrate de realmente estarlo.
Eli separa a los hermanos del forcejeo, empuja a la chica sobre la cama en donde Alex fue asesinado y a Javier le estampa un golpe en la cara para recobrarle la conciencia.
—¡Maldita! —le grita a su hermana.
Los cuatro se miran. Azucena gusta de las torturas físicas, Javier de las psicológicas y Eli del desmembramiento. Un trío mortal. Villegas se sabe en desventaja y su única mano es revelar al culpable.
—¿No ves que he venido a buscarte? Pero sería mejor que sí estuvieras muerto.
—Yo tengo una duda —interrumpe Villegas—, sé quién de ustedes los está cazando, pero todavía no sé por qué.
Como corderos domesticados voltean en dirección al hombre. 


VI


Sentado en una silla, con las manos atadas, el detective intenta no perder la cordura. El frío sudor recorre su frente delatando el miedo que las miradas acusadoras le imponen, solo tiene una posibilidad de salir vivo y es delatando al asesino.
Los tres rodean su cuerpo, semejante a animales saboreando la presa, esperan el momento adecuado para lanzarse sobre su cuello y devorárselo.
Durante el caso, investigó a cada uno, Azucena y Javier son hijos de una prostituta a la que asesinaron cuando ellos apenas tenían un año de nacidos, fueron criados por su alcohólica abuela y un primo que les enseñó a robar. Eli, de ella poco conocía, hija única de familia acomodada terminó vagando por las calles por escaparse a los quince años con su drogadicta novia.
Intenta ordenar sus pensamientos que se revuelven con tal fuerza que es incapaz de deducir el motivo por el cuál uno de los tres se dispuso a cazar homicidas.
—Solo acabemos con el gusano infeliz —dice Azucena ansiosa de escucharlo gritar.
—Este idiota quiere vivir —Javier se coloca frente a él—, ¿deseas ser reconocido? Puedo hacerte famoso. Imagina el titular en los periódicos amarillistas "varios metros más adelante encontraron el cadáver, sin las manos". Ese serás tú pasando a la inmortalidad.
Eli no evita sonreír mientras que Azucena suelta enormes carcajadas.
—Basta de juegos, habla que en la lista mi nombre sigue.
La expresión de Eli no parece Alarmada, se cree capaz de enfrentar a cualquier adversario.
—¿Por qué no nos dices cómo lograste salir viva de tu casa... Azucena?
Ahora las miradas se voltean hacia la chica al tiempo que ella le estampa el puño en la cara de Villegas.
—Me golpearon la cabeza y al despertar estaba sola así que no perdí el tiempo en salir de ahí.
La suposición del detective es confirmada, ella estuvo con el primer cadáver y si escapó también pudo llegar al departamento de Alex.
Eli se acerca hasta la chica, la olfatea para escupirle y reiterarle el desprecio que siente por ella. Javier, tranquilo, camina junto el hombre para limpiarle la sangre y decirle:
—¿Estás insinuado que mi hermana intentó asesinarme?
—Y tú, ¿por qué no estás muerto? Tu nombre estaba en la lista.
—En realidad no lo sé, desperté en aquella casa. Ni siquiera tenía idea de que ahí estabas —termina la frase encarando a su hermana.
—Es mentira Javi, él solo quiere ponernos en contra.
—Maldita perra, ¿intentaste matarme? —grita Eli.
El rostro de Azucena se descompone.
—¿Y esta es tu mejor carta?, ¿Acusarme?
Toma entre sus manos uno de los juguetes de Alex con la intención de clavarlo en el ojo de Villegas, pero Eli impide que cumpla su cometido.
Se siente acorralada, Eli y Javier esperan una respuesta, pero ella de manera desquiciada empieza a reír.
—Adelante, inténtenlo, igual los mataría —dice para defenderse.
Villegas complacido se regocija, sus planes están tomando la forma que desea, tan sencillo como quitarle un dulce a un niño. 


VII


Azucena había encontrado lo que sería su arma, conocía el lugar donde Alex guarda cada uno de sus juguetes y estaba lista para defenderse. Villegas solo guarda el momento adecuado para escupir la verdad.
—Jamás imaginé el límite de tu locura Susy, pero ya es suficiente —impone Javier.
—Ahora ustedes dos me dirán de donde se conocen —reta la chica.
Azucena procura tranquilizarse, pero reconoce el sentimiento que va apoderándose de ella, ese que empieza por llenar su cuerpo de miedos y sustituirlos por demonios que le ayudan a adormecer cada mal recuerdo, confiriéndole el deseo de la violencia.
Hubo un tiempo en que no tenían noticias uno del otro y cuando se reencontraron él llevaba consigo una fortuna, dinero que malgastaron sin importar el origen. Pero lo que Javier nunca le confesó es que recogió a Eli de la calle y junto a su mejor amigo, que con el tiempo se convirtió en tirador, la atendieron para usarla, sin embargo, su adinerada familia compró su libertad sin lograr hacer que la chica volviera a su lado.
—Yo si tengo curiosidad —continua Eli—, despertaste y ¿cómo se te ocurrió venir hasta aquí?, Sabes Javier, tienes más pinta tú de planear los crímenes que Azucena.
—Eres muy lista —Villegas le dedica una mueca a Eli—. Tu hermano te miente Susy.
El joven ríe secamente, se aproxima a su víctima y la toma por la cara. Entre sus grandes manos el rostro de la chica sigue siendo pequeño, igual que la primera vez que la conoció.
—Por las noches te extraño —le susurra Javier cerca del cuello, para seguir con un grito aterrador—. ¡Par de estúpidas!
Los labios de Javier dibujan una sonrisa, sus ojos reflejan su demencia y con una fuerza brutal empuja a Eli contra la pared. Ella se llena de asco y de una patada en la entrepierna logra zafarse.
—Es él Susy, tu hermano es quien te abandonó para irse con ella.
Los celos la carcomen, él solo debía protegerla, cuidar de ella sin secretos y ahora reconoce que también su hermano es un mentiroso, aunado a la idea de que atentara contra su vida le da el aliciente para atacarlo.
Toma la navaja con fuerza y lo entierra en el abdomen de Javier: una, dos, tres veces mientras él intenta hablarle, evitar que ella termine con su vida; el dolor de cada ataque no se compara con el que siente por la desconfianza de la única mujer a quién cuidó desde su infancia. Ninguno de los dos entiende, pero es así como sus vidas se consume, no hay lealtad ni amor entre dos seres que disfrutan del sufrimiento ajeno, porque sin importar sus reglas esa es su naturaleza, sobrevivir sobre aquel que representa un peligro.
—Es difícil entender los motivos por los que ella actuó, aún quiero saberlo —Azucena reacciona ante las palabras de Villegas—. Lo mataste y ¿dejarás que se salga con la suya?
Eli, por primera vez, deja escapar enormes carcajadas. 


VIII


Todos sabían cuál sería el final: la asesina arrestada y un detective vanagloriado. Así deberían ser los desenlaces, siempre felices, tanto como Villegas se siente por tan esperado reencuentro acomodado en la silla, esta vez sin las manos atadas.
Mientras que Eli y Azucena se enzarzaron en una batalla a muerte, él salió ileso y con suficiente tiempo para pedir refuerzos. Para cuando habían llegado una estaba muerta, quedando a la vista la culpable de los homicidios. Y todo mejoró de pronto, como si nunca hubiera sucedido nada para el cuerpo de policías perdonando al detective que resolvió el caso.
Villegas hubiera preferido esperar un poco más, quizá hasta que el juicio de la chica terminara para conversar con ella. Sin embargo, necesitaba respuestas.
Temía que frente a él intentara persuadirlo; mas sus miedos se disiparon al saber que la detenida era una muñeca sin vida. Una semana de su arresto y nada salía o entraba de su boca. Tan dócil que el detective resolvió no haber peligro para saciar su curiosidad, al grado de pedir una entrevista sin esposas ni cadenas, pues Azucena merecía ser tratada con admiración por ser la única que respondería a sus demandas.
—Susy, solo nosotros tenemos la verdad. Al final lo deduje, el asesino era una mujer y según pasé tiempo con ustedes, supe que era Eli.
Los ojos de la chica adquieren brillo, a través de la boca expulsa un bolígrafo que guardó para este momento. Con un movimiento certero lo entierra en el ojo de su enemigo.
—No podrás contarle al mundo tu hazaña detective de mierda. Te quedarás con tus dudas mientras me reúno con Javier.
Al termino de sus palabras, arranca su arma y lo incrusta en la garganta de Villegas atravesado su faringe y dañando sus cuerdas bucales; Azucena, con todas sus fuerzas, se clava el bolígrafo en su propio cuello cortándose la yugular.
Rápidamente auxilian a Villegas, pero él intenta salvarla, debía ser ella quien lo acompañara en su soledad, visitándola hasta el día de su muerte para contarle todas sus aventuras y ayudarle a armar el rompecabezas, no tendría por qué terminar así, no es posible que lo deje de una manera tan miserable.
El suicidio de Azucena no le importaría a nadie más que a él, recordándola por las noches.
Más tarde, cuando el detective se recupere, volverá a cada escena del crimen hasta hallar el escondite de Javier y descubrir el collage que Eli había hecho para él, entonces entenderá que fue el hermano de Azucena el que le arrebató el amor a la homicida, siendo la venganza el aliciente que dio inicio al plan de asesinar a su hermana y culparlo de una serie de crímenes privándolo de su libertad.
Villegas fue la variable que cambió el resultado. La verdad morirá con él, solo en su mente con la frustración de no poder decirlo, porque aunque lo intente ¿quién podría creerle?, un detective corrupto, simple fanático de un caso que resolvería solo para él. 

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