Último bastión
"Rosa"
Era una noche tan oscura y calurosa, la guerra estaba lejos de acabar según Mastema, Azrael le contaba que ellos aún estaban saliendo del noveno circulo apenas matando a la primer arconte. Un golpe bajo, pero aún quedaban más por darles muerte, no era raro escuchar de esos tres cruzados, Fabiano hablaba de ellos a menudo, aunque ahora con lo que ha pasado en San Ignaciano y en toda Aldrem es normal que esté más preocupado en que campañas ayudar que en contarme de ellos a detalle.
Muerte... Es todo lo que he estado viendo desde que me embarqué en esta cruzada, pero nunca pensé en ver lo que en otros tiempos me parecería impensable, la diplomacia con tal raza, una raza que en otros tiempo habríamos cazado para evitar más guerras y saqueos, ante esto, imaginé que la diplomacia con los orcos sería cuanto menos incomoda, sabiendo esos detalles ya mencionados.
Fabiano había logrado convencer a Marduk de traer a los demás caudillos y a los respectivos chamanes de las aldeas donde vivían, especificó traer a las principales tribus orco de Aldrem, pues son ellos quienes disponen de la mejor armada, mejores magos, y tecnología orco que para nuestra desgracia y en parte fortuna era más avanzada que la nuestra, todo esto por habernos confiado y haber dejado que fraguaran alianzas con los dwergos, nigromantes y alquimistas.
Los orcos representantes de las tres tribus más grandes llegarían, Krastul y Marduk de la tribu del sur de las lanzas sangrientas; Saigion Taogarath y su caudillo Guzz Filo de Cerezo de la tribu del este de los Tetsu no Sora; y por último estaba la tribu más joven, la tribu del norte conocida como los Cráneos auyantes, el chaman era Krumpskilla destripaelfos y Grakk "el desollador".
Tanto Uriel como yo teníamos duda de esto, no solo no era común que alguien quisiera negociar con orcos, sino que quien lo hacía era un expadre de Arendel, una osadía que podría interpretarse de muchas maneras, pero en este momento no estábamos para este tipo de miramientos.
—Buenas noches, señores... Emm... Señores de la guerra. Los he convocado para discutir acerca de fraguar en esta guerra la posibilidad de... —Marduk silenció de golpe a Fabiano con un simple basta.
—Silencio humanejo... Nosotros no discutiremos nada, esto es denigrante, quien lo hará será mi pupilo, Carlitos "el sabiondo". Espero que esté por llegar, no sé qué tanto esté haciendo que está tardando tanto. —Respondió el caudillo de las lanzas del sur.
Tardaríamos quince minutos más de espera hasta que llego un jovencito, humano como nosotros, de apenas quince años, su cabello era bien peinado y vestía como un chico de familia rica, con un traje de terciopelos con botones dorados, unos pantalones de blanco impoluto y unos zapatos de hebilla plateada bien cuidados.
Su rostro aún dejaba ver su inocencia y la falta de moretones y heridas era raro para un chico que servía a un orco, su cabello era dorado y lacio.
Con una educación digna de un chico de alta estirpe saludó a los presentes y se disculpó por la demora justificándose en que no encontraba a alguien que lo guiara por la zona, pues, según él, "nadie creía que él fuera el embajador en representación de los orcos."
—¡Oh, buenas noches, señoras y señores! Es un verdadero honor estar aquí en representación de las honorables tribus orcas.
Me llamo Carlomagno Jimenez de Constanza y, aunque me siento bastante pequeño en comparación con la magnitud de esta asamblea tan distinguida, espero poder transmitir las palabras y deseos de mis representados amigos de la manera más adecuada posible.
Sé que puede parecer extraño ver a alguien como yo en este rol, pero puedo asegurarles que los orcos son verdaderamente seres de honor y fuerza, y han confiado en mí para ser su portavoz esta noche. Espero que podamos tener una conversación civilizada y respetuosa, a pesar de las circunstancias.
¡Oh, y si cometo algún error, por favor, les ruego, tengan un poco de paciencia conmigo! ¡Haré lo mejor que pueda en esta mi primera misión diplomática para una alianza tan esplendida! —Comentó Carlitos con una muy sincera sonrisa y labia que demostraba la gran educación y conocimiento que poseía aquel chico.
—Vaya, no esperaba a un chico como tú en las filas de los orcos, como tampoco esperaba que el caudillo Marduk te tomara como pupilo dada su reputación como el líder de guerra que es. —Dijo Fabiano sin poder creerse aún que estaba hablando con un chico que representaba a tres tribus al mismo tiempo y que al mismo tiempo carecía de miedo. —Dime como lo conociste, jovencito. Para presentarme de igual forma te hago saber que soy Fabiano Leonidas, y por favor, siéntete libre de contarme un poco sobre ti ya que estamos.
—Oh, bueno, si eso ayuda a romper el hielo y a comenzar esta negociación de manera adecuada, estaría encantado de contarles un poco sobre mí, si eso es lo que desean, señores.
Conocí al señor Morduk cuando yo tenía nada más que unos nueve años. Mi tío me había dejado en medio de un camino con nada más que la hierba del monte y los grillos haciéndome compañía en medio de la noche.
Él me dijo que era una prueba para hacerme más fuerte, para que pudiera demostrar mi valor y, quién sabe, tal vez encontrar algún tesoro escondido o ganarme la admiración de los viajeros que pasaran por allí.
Mi tío siempre hablaba de la importancia de la autosuficiencia y cómo un hombre debe aprender a valerse por sí mismo desde joven. —Respondió aquel chico, haciendo una pausa para proseguir con su historia. —Recuerdo contarle mi historia a mi mentor Morduk, y el decirle como mi tío siempre hablaba con mi hermano acerca de mis padres y de una tal herencia que pertenecía a mi abuelo. Pero bueno, espero no haberles fastidiado con mi conversación. Mejor demos por iniciada las negociaciones.
No podía creer que alguien pudiera hacer algo como esto a un joven como él, y, aun así, se veía con una cara de felicidad y con una inocencia genuina.
No obstante, parecía no importarle mucho que algunos habláramos de algo así, y simplemente inició con la negociación subiendo un bulto a la mesa y sacando un libro que al parecer redactó con lo que los chamanes y caudillos de cada tribu pidieron a cambio.
Era de esperarse que pidieran armas como algunos arcabuces o rifles reliquias, así como metales, pero conforme más leía el chico, más locas eran la peticiones. ¿Quince barcos de guerra, planos de fabricación de arietes y planos de fabricación de morteros? Incluso pidieron bombardas, trabuquetes y catapultas.
Estamos en mil setecientos diecisiete. ¿Quién usa catapultas todavía? Y lo peor de todo es que los trabuquetes y catapultas no eran para un asedio, eran para que lo usaran para quien sabe que cosa de sus festividades.
Y todavía peor sería el hecho de explicarle eso a un montón de orcos que probablemente no saben contar más allá veinticinco.
Solo tras terminar de leer, Fabiano empezaría a negociar con Carlitos, que debo de decir, era más competente de lo que un chico a su edad podría ser en un asunto de esta índole, aunque con excepciones, ya entenderás porqué mi estimado lector.
—Señor Fabiano Leonidas, permítame, por favor, presentar las humildes solicitudes en nombre de las tres honorables tribus aquí presentes: Las Lanzas Sangrientas, los Tetsu no Sora, y los Cráneos Aullantes. Para la noble tribu de los Tetsu no Sora, se solicita, si es posible, el pago de doce catapultas y trabuquetes de los más modernos que tenga a su disposición.
Para la tribu de las Lanzas Sangrientas, se requeriría, si fuera tan amable, el total de quince navíos de guerra junto con los planos de fabricación de morteros. Y, finalmente, para la tribu de los Cráneos Aullantes, se solicita respetuosamente los planos para la fabricación de arietes de asedio.
Estoy seguro de que su generosidad y comprensión serán muy apreciadas por todos nosotros. —Sentía que algo había detrás, era demasiado, incluso para los orcos, si ya de por sí es difícil ver lo inteligentes que se han vuelto los orcos en diversos aspectos de la guerra y cultura ver como pedían armas tan concisas por su nombre por medio de embajadores era en parte aterrador.
Tanto el coronel y Fabiano discutieron al respecto por cosa de unos minutos, fue tan acalorada la charla que incluso Uriel tuvo que intervenir en más de una ocasión, pero al final ambos optaron por darle a las tribus lo que querían, pero de una forma algo distinta.
—Estimado Carlos, diles a tus maestros, que hemos optado por darles los planos para fragatas, y morteros, por otro lado, disponemos de algunos mosquetes y rifles reliquia para los Tetsu no sora, así como algunas piezas de granadas incendiarias que creemos ellos sabrán usar a su favor. Y para los cráneos auyantes... Podemos negociar algunos planos de fabricación de algunas bombardas, tal vez podrían serles útiles en cierto modo junto con algunos planos de alguna balista.
El chico pensó un poco y habló un rato con los caudillos y chamanes, en lugar de ponerse tenso el ambiente o ver la oferta como basura como siempre hacen, esta vez aceptaron a la primera, pero con una seriedad de por medio que heló la sangre de todos los presentes.
—Humanejos... Usualmente nos molestaríamos por usar la basura de otros, pero parece que ustedes no han entendido lo que nos acaban de dar. —Sonrió el chaman Krastul con dicha frase. —Pueden dar por hecho que mataremos a esos humanejos raros y a esos monstruos picudos, verán arder Veritas Curze, preparen a sus chicos, los veremos en cuatro días, si no aparecen empezaremos la masacre sin ustedes.
—¿Como saben que es en el estado de Veritas Curze donde se hará el ataque? —Preguntó el coronel asustado.
—No por nada soy chamán, los dioses me han elegido... Preparen todo lo que pedimos, ustedes serán testigos de una verdadera guerra, pronto verán como las calles se pavimentarán con sangre.
Y así es como empezaría el paso final en nuestra lucha en la superficie, enfrentaríamos a la ciudad cultistas de Veritas Curze y el reclamarla era crucial, poco sabíamos de que enfrentarnos allí pocos han sido los exploradores capaces de volver allí con vida, y quienes lo han hecho terminaron como cascaras carentes de cordura, por lo que como piedad se les dio una muerte honrosa y santa sepultura.
Se irían, así como llegaron, en un total silencio, incluso para una tribu orco eso era demasiado poco. ¿Qué es lo que están planeando?
Salí a caminar entre las ruinas del sur de San Ignaciano, aun cuando las invasiones eran ya muy bajas, se podía sentir las presencias de aquellos seres, como si algo estuviera al acecho, algo que esperara a atacar. Incluso cuando quería descansar, no podía darme ese lujo, ya no podía dormir bien, todo cuanto he visto desde que me convertí en guerrera angelical.
Solo desearía volver a ver a mis hijos, ojalá estén bien, ojalá esta guerra acabe pronto, y que Dios nos perdone, he visto morir a muchos inocentes, ojalá sus almas sean salvadas.
Mastema se acercaría caminando, apareciendo de la nada, otra vez se veía tan tranquilo.
—Así que este es el protocolo del último bastión... Esperaba algo más interesante, tal vez con elfos o con dwergos. Pero no estoy en contra de los orcos tampoco, sino de un detalle, darles planos de fabricación es arriesgado, no estoy seguro de que valga tanto la pena como parece. —Comento Mastema mientras se detuvo para ver al cielo y a sus estrellas.
—No tenemos de otra... Les estamos dando muy pocas armas y algunas de esas armas son basura, a fin de cuentas, no creo que puedan hacer mucho con ello. —Contesté con inocencia antes de que me respondiera con una sinceridad tan brutal, pero al mismo tiempo con un tono tan tranquilo.
—Hay un dicho antiguo. "La basura de uno es el tesoro del otro." ¿No será que las armas como las catapultas, y esas fragatas no sean más que una distracción? No creo que ese chico sea tan malo como sí lo es su mentor. Anda con cuidado, nunca se sabe que harán esos pieles verdes. Ellos tienen la fascinación de modificar una vez tienen los conocimientos a su alcance.
Mastema antes de irse de nuevo vio al cielo, vi una sombra pasar demasiado rápido, cuando volví a ver a su dirección se había ido, tuve de nuevo esa sensación de algo que me observaba, no podía entender que era lo que me estaba pasando. ¿Era acaso que uno de esos seres abismales estaba listo para atacar o era porque no he podido dormir bien?
Supongo, que tendré que pedirle ayuda a Fabiano con estas cuestiones, sería lo mejor antes de partir a Veritas Curse.
A la mañana siguiente nos despedimos de la gente de San Ignaciano, se quedarían al menos quince compañías de la milicia y seis de Hessianos.
Para nuestro ataque a Veritas Curse íbamos al menos cinco compañías de soldados de infantería; tres de magos oscuros, una de ellas era de magos rampantes (O en términos simples magos que bajo la ley eran criminales mágicos); y cuatro compañías de Hesse entre las cuales estaban granaderos y Jaeggers.
Durante dos días estuvimos avanzando entre la selva en búsqueda del campamento orco cercano a Veritas Curse, y vaya que los encontraríamos, no eran precisamente ruidosos, de hecho, a pesar de que el campamento era grande varios cazadores daban rondas de guardia para proteger la zona.
Eran tan buenos en su labor que solo porque reconocieron los colores de nuestros uniformes pudimos seguir adelante, pero te juro lector, ellos aparecerían de entre los árboles, revisando cada vagón y haciéndonos toda clase de preguntas solo para poder pasar y demostrar que no éramos cultistas.
Los caudillos de aquellas tres tribus nos recibieron, nos llevaron a su base, que en realidad era un casa de barro con una mesa improvisada y con un dibujo burdo de la ciudad y sus calles, al menos era algo pienso yo.
—Humanejos, los hemos traído aquí para que sepan nuestros planes, nosotros no nos tomamos las cosas con delicadezas. Este es el plan: usaremos las torres ruidosas y los carros de fuego orco. Las primeras para motivar a los hombres y llamar al poder de nuestros ancestros, y los segundos para abrirnos paso entre las tropas.
—Siento que esto es arriesgado. ¿Dónde queda el plan de contingencia? Llevar a las tropas a una picadora de carne hará que nos arriesguemos a perderlo todo, y no podemos permitirnos eso. —Comentó el capitán tras escuchar el plan de los orcos.
—No están todos, aún falta la segunda fase, humanejo. Los cañones de los enanos deben de llegar mañana y Orkileo aún está afinando a la vieja Moni, la más grande sorpresa para esos idiotas. —La risa tras la última frase nos dejó asustados, no sabíamos que era en ese momento, pero tomando en cuenta que los orcos son aliados de los enanos, me puedo imaginar que aquello que sea lo que salga de la mente de un orco debe de ser una abominación mecánica en toda regla.
—¿Qué es la vieja Moni? ¿Cómo es posible que ustedes hayan podido tener todas esas armas? Esto no es posible, no me creo que unos seres como ustedes hayan podido conseguir eso aún con la ayuda de los Dwergos.
—Ha pasado mucho desde la guerra del cielo rojo... Nuestros dioses nos han regalado el conocimiento y aliados. Y ahora serán ustedes testigos de lo que es la marea verde en acción, como nuestros ancestros lo hubieran deseado. ¡Como el maestro Maguruk lo hubiera hecho! —Rio el orco mientras clavaba una daga en la mesa la cual era una caja de ron. —Los Enanos vendrán desde Taurapan, ellos atacaran con barcos y dispararan a las ciudades portuarias será un intenso ataque, se supone que son dos puertos importantes, pero conocemos dos más que serán bombardeados.
No era fácil para mi comprender por qué destruir los puertos con tanto ahínco, pero pensé en seguir escuchando, tanto el capitán como Fabiano escuchaban atentos las palabras de Marduk, Guzz y el otro orco Krumpskilla parecían jugar un juego de cartas, no era tarot o póker, en este caso las cartas tenían dibujos de lo que supuse eran héroes orcos y cosas relacionadas a la "cultura orca" si es que algo así existe en ellos.
—Muy bien, ¿y qué harán las tropas terrestres? Atacar a cañonazos posibles reservas marítimas y cortas toda vía de suministros es un paso lógico para castigar este estado hereje, pero necesitamos algo sólido para la infantería, y no nos fiamos únicamente de la palabra de que un tal orco venga con un arma de asedio grande.
—Por suerte y para ustedes mis chicos ya hemos empezado los saqueos de este misero vertedero, tierra de idiotas, ni un jodido anillo de oro hemos encontrado y sus libritos de demonios no nos sirven, por eso te será útil saber que con esos humanejos de la compañía de los juramentos rotos hemos conseguido sitiar a la capital. —¿Los juramentos rotos? Había escuchado de una compañía así un mes atrás, según sé estaba conformada por soldados próximos a morir, criminales y discapacitados, me sorprendía saber el cómo de lejos llegaron sabiendo la naturaleza suicida de sus misiones.
—¿Dónde apostarás nuestras tropas y las tuyas? —Preguntó el capitán, Fabiano al igual que yo solo observaba el mapa con las piezas de madera moviéndose para el ataque.
—Es simple. Cada tribu trajo a sus chicos, tenemos miles de orcos cada uno, todos ellos esperando probar sangre de cultistas, y no se preocupen, ellos ya saben a quién no atacar, aunque... Fue por ensayo y error, aunque las risas no faltaron. —Aclarando su voz volvería continuaría explicando su plan. —Ustedes los humanejos son muy suaves y débiles, ustedes serán la última línea, nuestros chicos les abrirán las puertas para que ustedes ataquen la ciudad y a todos dentro quienes sobren. Nuestro ataque será en la noche, un ataque de día es demasiado arriesgado.
La discusión siguió durante unas horas, le dije a Fabiano que cuando termine esto me buscara, ya que no podía estar mucho tiempo aquí, se me hacía algo pesado oír debido a que me siento más cómoda en la acción.
Algo que si debo de explicar a fondo es raro para mí, hasta hace unos meses yo no me veía en un campo de batalla, antes era solo una maestra para mi pueblo, pero eso ha acabado...
No sé cómo me siento, pero sé que esto ha calado en mí, me ha tocado, y a pesar de que no me gusta, es necesario que lo haga, no quiero ver más gente morir, no quiero ver más niños huérfanos, tampoco familias desplazadas.
Simplemente... Debo de continuar. No hay marcha atrás para mí, no creo que me canonicen, no creo que llegue a ser alguien como Fabiano, pues él es un símbolo de los militares... Incluso cuando he sido llamada como la "Doncella de la retribución" no sé si mi nombre sea recordado.
Pero si hay algo que tengo claro, es que deseo que haya paz otra vez, incluso si eso me cuesta la vida, y lo tendré que lograr. Que el señor perdone este error, pues al contrario de la Doncella de Orleans, yo siento tanto temor... Mientras que ella lideró mejor a su ejército yo a veces dudo de mí misma, y la duda es la semilla de la traición.
No me lo puedo permitir, no por ellos, por mis hijos.
Me la pasé caminando en el campamento orco, una forma de intentar relajarme un poco, en una tienda estaban algunos orcos bebiendo un vaso de cerveza, el reglamento les decía cuatro vasos máximo. Supongo la razón.
Por otro lado, pasé cerca de unas tiendas, había magos, pero no eran de nuestro bando, eran de la facción de los orcos, pero lo curioso es que casi todos eran humanos y solo una minoría eran nekomatas, aquellas chicas al contrario de lo que sabemos de su naturaleza eran más agresivas, pero disfrutaban de su entrenamiento, incluso se veían más competitivas con los otros magos ahí presentes.
Podía ver a distintos tipos de magos, rojos, negros y una minoría eran nigromantes, verlos entrenar era cuanto menos una experiencia.
Los magos rojos encadenaban los hechizos de expiación con los hechizos de fuego creando una bola de fuego que consumía en agonía a los demonios y seres oscuros que tenían enjaulados.
Los magos negros atacaban sin piedad con vórtices oscuros a dimensiones que dada la naturaleza del hechizo era la nada misma una eternidad de oscuridad en un vacío de locura.
Pero los nigromantes atacaban resucitando a los muertos, estos los vinculaban con un elemento que sostuviera al cuerpo, algunos muertos ardían en llamas, otros estaban cubiertos de enredaderas y plantas, aquellos no muertos empezaron a devorar a los cultistas que eran soltados de sus jaulas, haciendo de aquellos prisioneros nada más que un montón de carne sanguinolenta y sin sentido.
Ver eso me hizo temer de lo que serían capaces de hacer en una guerra contra nosotros, no me creía posible esto, ver como los orcos habían desarrollado tantas alianzas, que haya incluso magos en sus filas. Tantos cambios y nosotros todavía seguíamos cazando a estos magos, limitando a nuestros artesanos, y temiendo por hacer alianzas con los elfos o incluso con los enanos no renegados.
Ver sus artesanos o como ellos los llamaban, chatarreros, era cuanto menos interesante, no solo se encargaban de crear las armaduras, sino también de crear y mantener en buen estado a los mastodontes que tenían por maquinas. Allí había uno, se llamaba Gattor Urd-Traka, al contrario de lo que pensé en un principio su genio se centraba en la creación de lo que conocí de aquellos carros de guerra.
Eran por decirlo de algún modo como esos extraños dibujos que nuestros artesanos aprendían a hacer emulando los diseños del maestro da Vinci, en lugar de tener muchos cañones tenían una boquilla la cual estaba adornada con un tosco adorno que parecía la cabeza de un dragón.
Cuando le pregunté cómo funcionaba aquella cosa, él en lugar de contestar grosero como los otros orcos solo se limitó en decir su funcionamiento básico.
—Disculpa, ¿cómo funciona ese... Carro? Supongo que así lo llaman... Se ve como un diseño de un antiguo maestro artificiero humano y... —Comenté intentando entablar una conversación.
—Dos orcos entran, uno es quien guía al carro, el otro dispara el cañón, dicha cosa escupe fuego, su quemar es más potente que el fuego griego de ustedes los humanejos, sobre todo porque el nuestro es verde y el verde es mejor. La piedra de alma se encarga de potenciar al coso ese, de resto solo rezos a nuestros dioses. —Comentó mientras martillaba una placa de metal que estaba en la parte posterior cercana al cañón.
—¿No temen morir incinerados dentro de esa cosa? —Pregunté algo asustada por el diseño hermético de aquél carro de guerra orco.
—Para un orco, la muerte no es nada. Morir sin gloria y sin honor es diferente, pues morir en batalla nos hace dignos de nuestros dioses gemelos. —Soltó su martillo y me vio fijamente. —Ustedes los humanos temen a la muerte porque saben que su naturaleza es la traición y la intriga... Nosotros no, somos directos con lo que queremos y decimos, si vemos a nuestro líder caudillo débil no hacemos planes estúpidos y complejos para matarlo, lo retamos con honor en la arena y que el mejor sea elegido por nuestros dioses y ancestros. Por ello la muerte no es problema, no tenemos nada que ocultar, la guerra es un deporte.
—No todos los humanos somo así, algunos queremos algo mejor, un mundo mejor. —Contesté decidida.
—Y aun así mira que es lo que hizo tu especie todo este tiempo, volverlos más fuertes, ¿por qué no hay demonios orcos, entonces? Porque nosotros no vemos la guerra como ustedes, no tenemos quebraderos de cabeza como ustedes.
No matamos porque un orco es de un verde más pálido u oscuro, lo verde se gana con la guerra.
No matamos por dinero, para eso está el saqueo y hasta los orcos muertos son saqueables.
No matamos por nuestras creencias, pues la guerra es lo que importa y nuestros dioses y nuestros ancestros nos observan, nosotros seremos dignos de seguir los pasos del Maestro Maguruk y continuaremos lo que él inició. —Contestó aquel orco, su mirada era penetrante, su ira por no dejarlo continuar con su trabajo era notable, parecía un toro apunto embestir hasta que algo lo hizo regresar en sí.
Era algo dentro del mismo carro, un detalle que no vio, un perno, empezó a martillarlo, pero no sin antes advertirme que cuando quiera hablar con él que no lo haga en pleno trabajo.
Me iría de ahí, dispuesta a encontrar algo con que pasar el rato, pero estar en un campamento orco no era tan cómodo, es obvio el porqué, no hace falta imaginarlo, solo podía ver seres violentos y locos, y casi todos los humanos eran iguales a ellos, incluso sus armaduras eran igual, con pinchos y adornos como colmillos inferiores afilados en los cascos, algo que sin mentirte se veía genial.
Allí me encontraría a dos chicos. Uno de ellos, un muchacho de cabello castaño desordenado, vestía un delgado abrigo con capucha naranja, que apenas dejaba ver su rostro. El abrigo, desgastado y sucio, parecía haber vivido muchas aventuras junto con su joven dueño.
Iba descalzo, con los pies sucios por el polvo del camino, y sus brazos, envueltos en vendas, mostraban signos de golpes recientes, como el moretón que cubría su ojo derecho.
A pesar de su aspecto lastimado, el chico mantenía un aire de estoicismo, como si el dolor le fuera ya parte de su vida cotidiana.
El otro chico era Carlos, el que fungió como diplomático en representación de los orcos, ambos caminaban, hablando de como esta era su primera guerra, el chico del abrigo naranja hablaría de ello como si no fuera nada, mientras que Carlos fue más inocente al respecto.
—¡Por primera estamos peleando junto a los orcos, Carlos, seremos recordados por siempre! ¡Espero ser recordado por haber golpeado a uno de esos monstruos en la cara!
—Interesante deseo Kenward... Yo preferiría ser recordado como el puente entre una alianza cultural entre los humanos y los orcos, estoy seguro de que el futuro será provechoso para ambas razas. Imagina las posibilidades entre los conocimientos que tanto el humano y el orco podrían crear de fraguarse ese sueño.
—Aburrido, yo quiero volarle la cabeza a un cultista con una pistola de chispa. Eso sí que llamaría la atención de las chicas.
Escucharlos hablar sería lo último de contacto humano normal que tendría durante horas, tres horas me las pasé en una tienda de campaña de nuestro ejército, no pasó en valde mi tiempo.
Bendije mi armadura, desde el casco hasta las grebas, el peto y los brazales, pedí a un padre que me acompañara a bendecirla, las gotas de agua bendita resbalaron por las placas de metal de la armadura y de ese modo puso un sello en el hombro de mi armadura.
Una letanía que hablaba del dolor y el perdón.
«Solo el dolor del santo cruzado es la prueba fidedigna de su valía y honor. No permitas que tu alma sea como la del hereje que huye para regocijarse de su pecado, perdiendo el perdón de nuestro Dios salvador.»
Tras terminar la bendición de mi armadura Fabiano me hizo saber cómo sería el plan de asedio, serían tres oleadas, la primera con los orkos de Grumpskilla quienes liderarían la destrucción de la puerta de la muralla, matando a quienes protegieran el muro y abriendo paso para el resto de la marea.
La segunda oleada sería liderada por la caballería de Guzz, lista para atacar a los defensores dentro de la ciudad, allí es donde yo estaría, según el plan, era que dirigiera nuestra infantería al palacio del gobernador listos para destruir la primera base de operaciones.
Así matando a quienes estuvieran dentro para seguir con el ala este de la ciudad hasta llegar al corazón de la corrupción de esta ciudad.
Ahí es donde llegaría la tercera oleada, llegarían los orcos de Marduk atacarían con la vieja moni la cual se supone sería capaz de destruir el altar profano a Mara, pues era uno de los pocos dioses que quedaban en cuanto a un culto estable.
La importancia de destruir Veritas Curse era el impedir que los cultos refugiados pudieran escapar a otras partes del mundo o siquiera tener un refugio dentro de la capital.
Así es como empezaría la invasión al centro neurálgico, de esta guerra tan desgastante, sería en la noche cuando los herejes arderían.
En el atardecer vi aquellas torres ruidosas de las que tanto hablaban los orcos, eran torres enormes todas ellas hechas de metal, pintadas de café para pasar desapercibidas y con follaje, ramas y algunos adornos más que eran imperceptibles, algunos pequeños amuletos en la base como pequeñas calaveras de diseño orco burdamente forjadas.
Otros pusieron ofrendas como colmillos y algunos pocos pieles de animales, todo en honor a sus dioses y ancestros.
Aquellas monumentales torres tenían objetos que vagamente pude reconocer debido a la antigüedad de aquellos inventos, pero según Fabiano eran amplificadores, conectados a cajas donde las piedras de alma les abastecía de poder, runas enanas talladas en dichos objetos era lo que destacaban.
Según Marduk, sería en esas torres es donde los bardos conjurarían el poder de los ancestros.
Cayó la noche, un grupo de orcos llevarían las torres en el corazón de la selva, haciendo que dichas torres no se distinguieran tan fácil, pero permitiendo así una visión de la ciudad y de los punto donde atacar para ejecutar así la distracción.
Con las tres torres en posición nos preparamos para el ataque, los bardos se pusieron en posición, dado a que dentro de muy poco íbamos a atacar ya no valía de nada mantener el sigilo, un pistoletazo dio inicio a una melodía tan bella y caótica.
Era rápida, la letra hablaba de una guerra en el cielo, una guerra que nosotros los humanos desencadenamos, lo rápido de la canción, lo limpia de las voces, los coros de los bardos, tan bello y al mismo tiempo trágico.
Pues entendía parcialmente la canción, pues hablaba de como nosotros fuimos castigados hacía milenios, como aquella época de maravillas se tornó en un horror.
Y de forma irónica o cruel por parte de la vida los orcos la cantaban como un himno de asedio, un arma más, y con ello, por medio de la letra, la tecnología de los dwergos, y los laudes cuyo sonido era distorsionado como un rayo llegaría el juicio a Veritas Curse.
El cielo se tornaría rojo como la sangre, fuertes vientos azotarían el área, y tras ello, el cielo se abriría para soltar una violenta lluvia de fuego que caería por toda la ciudad creando el caos entre los ciudadanos, tanto civiles como los del ejercito enemigo estaban confundidos por el estruendo.
Toda la ciudad empezó a arder desde sus cimientos, y todos allí gritaban atemorizados.
Grumpskilla daría la orden de atacar, una horda de pieles verdes marchó a las puertas de la ciudad, matando a quien fuese que se encontraran, llevaron arietes, los carros de guerra, y torres de asedio con los estandartes de la tribu, un sol con un ojo rojo en medio, según la leyenda era en honor al caudillo orco Grorgrak el desollador.
Aún cuando la lluvia de fuego seguía atacaban con ferocidad al ritmo de otro himno de guerra, según Guzz era un himno a una atigua legión de guerreros temida por los hombres de la antigua época, se les llamaba "los amos de la noche", masacrando y condenando aquellos reinos con la desdicha de haber sido encontrados por aquellos temibles barbaros.
Las torres al llegar a lo alto de la muralla dejaron salir a los orcos, haciendo de la batalla en dicha zona una masacre, pues saldrían aquellos pieles verdes cegados por una rabia asesina y un deseo encarnizado de torturar a aquellos a su paso. Uno de esos orcos alzaría la cabeza de un líder cultista, gritó en señal de victoria para luego volver a la masacre.
En las puertas el ariete empezó golpear con violencia las puertas, unos autos de guerra se mantuvieron cerca en espera de entrar y quemar cuanto les fuera posible a los orcos que controlaban a esos vehículos tan extraños pero aterradores por la forma en que mataban a sus víctimas.
Todos aquellos cultistas desafortunados de haber tocado el fuego verde ardían temerosos, por un ardor que por más que intentaran apagar era ineludible el dolor y el sufrimiento, tan horrible era que ni el agua podía sofocar aquel fuego verde que consumía de forma voraz a los desafortunados meterse en el camino de dichas maquinas.
Un golpe más, el retumbar era aterrador, incontenible era aquella bestia de metal que a leguas se veía era canibalizado de aquellas ruinas de milenios de antigüedad, y donde se podía encontrar maravillas tecnológicas que están más allá de nuestra comprensión actual.
El último golpe derribó las puertas de la ciudad, ahí es donde guzz ordenó el ataque de forma inminente, la caballería saldría galopando a toda prisa con orcos sedientos de sangre y en búsqueda de gloria, todo en nombre del Klan orco de los Takogarath.
Sus armaduras al estilo de nihon era de un color negro con amarillo, la mascara de los lideres era como la de un zorro, mientras que la de Guzz era única, era como el de una serpiente a punto de atacar.
Armados con un tipo de lanzas arrasaron con parte de la población, adelantándose a nuestras tropas y dejándonos bastante atrás.
Una vez pudimos entrar fuimos directos al centro, listos para destruir el altar en la plaza, guie las tropas, cubriéndonos cada tanto, usando los pocos edificios que no estaban en llamas para movernos poco a poco, siempre vigilando que los guerreros cultistas no tuvieran algún tipo de ventaja, así como evitando una confrontación frontal.
Las pocas ocasiones en las que abrimos fuego era ante cultistas que a pesar de estar huyendo eran blancos de alta prioridad, ninguno debía de vivir pues de lo contrario ellos iniciarían de cero en otra ciudad.
El sonido de una melodía veloz y salvaje hizo que los orcos rugieran enloquecidos clamando por cráneos y sangre, era un idioma inentendible para mí, antiguo y violento como la canción misma, pero por las pocas voces en bretaliano escuché como como uno de los bardos de forma enloquecida gritaba «¡SANGRE, SANGRE!» con ira y emoción.
«¡YO SOY LA MUERTE ENCARNADA!»
Era tan fuerte la energía de aquella magia sonora que tanto yo como mis soldados caímos en un frenesí cortando y matando a cuanto hereje se atravesaba. Era demasiado extraño, pero por unos instantes pude ver una figura, un imponente ser cuya arma era una espada y su mirada era tan juiciosa y atemorizante.
Ese ser yacía viendo la destrucción sin sentido, la muerte y la masacre, su armadura era negra, de forma tan inesperada como extraña por alguna en plena matanza pude despertar de aquel trance.
Pude observar lo que habíamos hecho los soldados y yo, las bajas fueron menores, cuatro hombres muertos en servicio, una pena pues me imagino deseaban más que nadie ver como terminaría esto.
De repente todo se puso en silencio, de golpe el humo de la ciudad y las llamas empezaron a tapar el panorama, los orcos habían parado de atacar, algo se acercaba.
Todo el suelo empezaría a temblar anunciando el desastre venidero, muchos de nosotros caímos por la magnitud y el peso de aquello que entre la niebla y el fuego se ocultaba, aquello era un mastodonte.
De las torres ruidosas se proclamó un himno de guerra dedicado a la masacre y a la destrucción, de melodía veloz y violenta como el golpe de un hacha, los orcos se arrodillaron sabiendo que aquello estaba cerca, y que esto sería el final inevitable en esta batalla, los bardos no paraban de decir despierta a aquel ser monstruoso.
Saliendo de entre su escondite un monstruo de metal salió para mostrar un brazo metalizado armado con una rueda con cuchillas, aquel coloso era como una fortificación andante cuyas ruedas devoraban todo lo que tuviera a su paso, los magos ofrecieron como sacrificio a aquella cosa a cientos de cultistas, los cuales serían elevado en el aire para luego explotar sangrientamente.
Eso era la vieja Moni, un arma tan enorme e imponente, era tal el tamaño que de algún modo al entrar aún sin importar cuanto daño ya había hecho los cuatro pares de morteros dispararon al altar dañándolo severamente, pero como una muestra de poder y supremacía aquella bestia de hierro tomó como objetivo la estatua de aquél monstruo herético.
De forma casi inmediata aquel coloso imponente dispararía otra salva de morteros, encargándose de barrer todo a su paso, nada estaba a salvo, y pude ver la destrucción con mis propios ojos, su rugir era estruendoso, aterrando a todos mis tropas e incluso las de Fabiano y las del capitán que con incredulidad veían como el menospreciar a una raza como los orcos nos llevó a esto.
Aquel brazo metálico empezaría a girar no sin antes soltar vapores de hollín que nublarían parcialmente nuestra vista, con una velocidad vertiginosa aquella rueda empezaría a girar destruyendo aquella estatua desde la base, el peso de dicha arma debía de ser incalculable dado a como sin dificultad empezó a consumir el mismo suelo, moviéndose lentamente solo para reafirmar la fuerza de los orcos.
Y solo así, Veritas Curse cayó en una noche, se derramaría sangre a raudales, desconozco si hubo supervivientes de aquellos herejes, pero tras la demostración de podes, me di cuenta, que nuestro futuro como especie, debía de cambiar, si es que queremos tener una oportunidad contra los horrores que se aproximaban contra nuestro enemigo terrenal.
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