#36: Otro distanciamiento y arrebato emocional
Han pasado un par de años desde que decidí no volver a contar la historia de mi viejo amigo Nico, pero el día de hoy retomo su historia porque ya son otros tiempos y las cosas han cambiado.
En su tiempo, ya no me pareció que fuera la persona más adecuada para contar su historia, ahora Helena había asumido ese nuevo rol, aunque, evidentemente, no se molestó en intentar relatar la historia de su amado porque la que le importaba era la suya propia.
Luego de haberme enterado de todo lo que había ocurrido entre Nico y Helena, no pasó ni siquiera una semana antes de que abordara un avión de regreso a Bélgica guiada por el dolor que se hospedaba en mi interior. Con un corazón roto por un desamor y por la traición, decidí alejarme de París y todo lo que ahora significaba para mí.
Me enteré por Byron tiempo después que Nico había pasado por un fuerte arrebato emocional a mi regreso a casa. Se desahogó en su piso original, golpeando y rompiendo todo en un torbellino de difusas emociones. Byron había tenido que acudir en su auxilio para que no terminara por destrozar todo.
Yo nunca dejé de tener un ojo sobre Nico, a pesar de que mi yo ingenua pasada lo niegue, pero nunca llegué a enterarme tanto de su vida como lo hubiera podido hacer de haberme quedado en París.
Tomé distintas decisiones, algunas fueron buenas y otras no tanto, pero no me arrepiento de ninguna de ellas porque gracias a ellas soy quien soy y estoy donde estoy el día de hoy. Me había llegado la hora de acabar de madurar y lo hice con mucho gusto.
Nico no duró más de tres días en su estado de frustración y depresión, realizó una pintura en el nuevo estilo que adoptó tras conocer a Flaubert, y siguió adelante. Podía intentar ser alguien normal, pero lo artista nunca nadie se lo quitaría y eso le impedía alcanzar el título de “normal”, para su desgracia.
Terminó por establecer una relación con Helena. No mentía cuando me dijo que con ella había despertado una chispa de pasión que no hizo más que crecer y crecer sin que él ni nadie pudiera hacer algo para evitarlo.
Bien sé que dije que jamás podría ser capaz de aceptarlo del todo y no borraré mis palabras, si no que las complementaré. En ese momento había hablado desde mi corazón roto y no desde la razón, hoy en día ya lo he aceptado con una vida rehecha en Bélgica, en donde pertenezco.
Al volver a Bélgica, me centré en mi propia historia más que en la historia de alguien más. El único puente de conexión que prevaleció entre mi historia y la de Nico eran las constantes visitas que hacía a su padre para ver su estado de salud, que no parecía mejorar. Él me confesó que ya estaba listo para marcharse, pues había logrado su objetivo: acercarse a su hijo.
De Nico no llegué a saber mucho más, sabía que no le estaba yendo mal, pero tampoco era nadie sobresaliente. Me imaginaba que le costaba trabajo asumir aquello.
Pero, después de todo, aquel otro distanciamiento era necesario para todos, para así poder volver a ser nosotros, para desahogarnos, encontrarnos, calmarnos. Al final, todo era para bien porque es lo que se suponía que debía de pasar en algún punto; el error que siempre habíamos cometido era intentar retrasar lo máximo posible el momento en el cual los cambios debían de llegar. Lección aprendida.
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