#31: Descubrimiento artístico y familiar
Fue en una noche fría. La brisa te calaba hasta los huesos, el cielo se veía completamente azul en su traje de noche y exclusivamente una única y solitaria nube manchaba el manto celestial ubicada justo en la cúspide de la torre Eiffel. Lo recordaba a la perfección porque fue un escenario muy peculiar para recibir una noticia aún más extraña. Un bello fondo para encubrir una horrorosa novedad.
Nico, en la hora de la cena, recibió una llamada directamente desde Polonia. Su padrastro había sufrido un ataque cardíaco a horas de abordar su vuelo con rumbo a París, para estar presente en el cumpleaños de su hijo adoptivo.
Afortunadamente, no había fallecido. Desafortunadamente, descubrieron, tal vez demasiado tarde, que padecía de distintos y severos problemas, tanto en su sistema sanguíneo como en su sistema nervioso. Su vida peligraba.
Fue una noticia impactante para ambos. Yo había aprendido a apreciar al padrino de Nico, a pesar de que no era la que me relacionaba más con él y de la distancia que siempre lo alejaba de Bélgica. Nico, a pesar de que se mostraba frívolo hacia su persona, recibió la noticia como una fuerte puñalada en el estómago.
Su padre adoptivo era quien le daba seguridad y estabilidad, era quien le daba un techo al cual regresar cuando lo arruinara todo, era quien le garantizaba tener siempre una buena vida o, al menos, una sin preocupaciones. Era quien le daba todo. Y ahora ese todo amenazaba con convertirse en una nada.
Al concluir la llamada, lo vi derramar una sincera lágrima silenciosa que se abrió camino por su mejilla hasta llegar al mentón, en donde se dejó caer y aterrizó en el café, dejando de existir. Sospechaba que así era como se sentía Nico: una insignificante gota que buscaba caer y fundirse en el cruel olvido para evitar todo el dolor que le acarreaba su memoria.
Nico ya había visto suficientes tragedias para toda una vida, para cualquier vida; no necesitaba perder ahora a alguien más, a alguien que se preocupaba por él.
El dolor que él podía albergar por dentro era sorprendente, en especial porque el número de sonrisas que ofrecía no concordaba con la cantidad que dolor que acarreaba en su interior. A veces por ocultar su dolor por tanto tiempo, terminaba por explotar.
Eso fue justamente lo que ocurrió. Luego de la primera lágrima silenciosa le siguió otra y otra más hasta que dejaron de ser silenciosas. Había llegado el momento de desahogarse para Nico.
Su padre adoptivo finalmente fue transferido a París, por su propia petición. Él le llevaba a Nico uno de los mejores regalos que podría llegar a recibir en su vida entera y quería ser testigo de su reacción, quería memorizar el rostro sonriente del niño que acogió bajo su techo, ver a Nico irradiando felicidad por cada centímetro de su cuerpo. Porque estaba convencido de que aquella sería la reacción que tendría él, no lo dudaba ni por un segundo.
Aunque Nico no se diera cuenta y se rehusara a creerlo, su padre lo conocía y lo hacía muy bien, además de preocuparse por él en toda situación. Si esto no fuera cierto, no se hubiera molestado en indagar y llevar a cabo el perfecto regalo para su hijo, que le significó una verdadera odisea.
Cuando fuimos a visitarlo en la clínica, la sorpresa que se llevó Nico no tenía comparación digna. Se encontraba ahí, en el cuarto del padrino, nadie más que Gustafson Flaubert, justo junto al hombre enfermo.
El padrastro de mi cada vez más distante amigo explicó la conexión que mantenía Nico con Flaubert.
Flaubert había tenido una amada hace mucho tiempo atrás, era una chica polaca que conoció cuando ella fue a estudiar a Francia. Se enamoró perdidamente de ella y pensó que era recíproco, pero, años más tarde, terminó casándose con otro hombre. Esa mujer era la madre de Nico.
Cuando falleció, se hundió en su primera depresión. Volvió a sus casillas cuando la rabia lo invadió al enterarse que el esposo de su amada había abandonado a su hijo.
Volvió al mundillo del arte hasta que la catástrofe llegó a Polonia nuevamente con numerosas pérdidas. Dio por muerto al último retoño de vida que quedaba de su amada y, desde entonces, comenzó a alejarse del arte y los pinceles, llenando su vida de lienzos en blancos.
Pero ahora sabía que aquella semilla que había florecido desde la madre de Nico permanecía con vida. Se sentía muy agradecido con el padrastro de Nico por hacerle llegar la noticia. Nico era verdaderamente el hijo que nunca pudo tener y quería que él fuera su verdadero sucesor, le tenía un cariño especial.
Nico, como era de esperar, no puso objeción y fue a trabajar a su taller varias veces.
Logró obtener un gran éxito, fue una obra de un estilo diferente al que solía ocupar y parecía adecuarse aún mejor a él. Su inspiración fue su madre, ¿cómo no lo iba a ser, aquella noble mujer que había sido inmortalizada en su juventud en distintas fotografías que habían en aquel viejo taller?
Byron ya había pasado por aquel lugar en una ocasión, pero no le resultó tan inspirador como para otros. Esa fue la señal que le bastó a Gustafson para decidir que él no era su verdadero sucesor.
Pero Nico, en cambio, parecía tener todas las cualidades. Flaubert ya había escuchado y visto de primera mano el arte de Nico antes de conocerlo y saber la conexión que tenían, le parecía interesante, Byron también le había hablado a montones sobre él.
Pero, como todo lo bueno y brillante que llega a existir en este universo, el momento de Nico se apagó al cabo de un tiempo. Flaubert terminó por caer en el alcoholismo por la depresión, la imagen de Nico le terminó por traer un sinfín de recuerdos sobre su madre y el amor que nunca pudo ser.
Nico no tuvo de otra más que marcharse. Se avecinaban malos tiempos para él y las primeras señales fueron la vuelta a Bélgica de su padre para tratarse en casa, y el ver cómo su ejemplo a seguir se desmoronaba a causa suya.
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